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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: mayo 2017

PABLO FIDALGO LAREO. ESTO TEMÍA, ESTO DESEABA.

29 lunes May 2017

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PABLO FIDALGO LAREO. ESTO TEMÍA, ESTO DESEABA. EDITORIAL PRE-TEXTOS, 2017*

Pocas trayectorias poéticas recientes han gozado de un consenso crítico tan abrumador desde su primer libro, “La educación física” (2010), como el que disfruta, con todo merecimiento, Pablo Fidalgo Lareo (Vigo, 1984), un poeta que salta a la escena poética —la otra, la escena teatral, la frecuenta también con un éxito notable— con una obra ya plenamente madura que en las siguientes entregas (“La retirada, 2012; “Mis padres Romeo y Julieta “,2013 y “Tres poemas dramáticos”, 2015) se ha ido consolidando como una de las más originales y cualitativamente más importantes de la joven poesía en castellano. “Esto temía, esto deseaba” (título que proviene de un verso del poeta italiano Mario Luzi), su nuevo libro confirma y, si cabe, sobrepasa las expectativas que había generado su obra precedente. Dueño de una retórica que tiene en el lenguaje coloquial, conversacional en ocasiones, su mejor baza, Fidalgo es capaz de enlazar distintos campos temporales para hacerlos convivir en un mismo plano semántico, acaso porque para él el pasado, su historia íntima no esté congelada en un álbum de recuerdos sin desprecintar o en un mural de fotografías enmarcadas en el rincón más sombrío de la casa familiar (la crudeza que toda historia, tanto individual como colectiva, lleva en sus seno necesita pasar por el filtro del lenguaje para digerirse, para hacerse soportable). Sus antepasados forman parte de un presente que el autor asume, aunque las consecuencias de tal asunción no sean aceptadas de buen grado, sin amargas críticas, sino con un profundo deseo de justicia: «No soy uno que quiso vivir en otro tiempo y en otro país,/ uno que reniega o ajusta cuentas./ Soy sólo alguien que escucha/ cómo otros aman juntos las palabras./ ¿Tú me entiendes cuando digo/ que hay que aprender a envejecer en plena juventud?». A uno le parece estar escuchando al Cernuda del «Díptico español», leyendo versos como estos. Resulta digno de admiración, por otra parte, cómo, con un lenguaje tan alejado de la grandilocuencia y del esteticismo banal, de las picardías del verbalismo, un lenguaje del que está ausentes los hermetismos y las ambigüedades semánticas, el autor consigue crear una atmósfera de incertidumbre y de desolación que va envolviendo al lector, quizá por que «Todo es ajeno menos la vergüenza», una vergüenza que tiene mucho que ver con el silencio colectivo que presidió la convivencia durante los años de la dictadura y sobre el que el poeta, pese a juventud («Todos hablaron siempre de mi juventud, de mi risa/ pero, ¿y si mi seriedad ya madura/ fuese mejor que mi risa/ y yo no me hubiera dado cuenta?») reflexiona con crudeza. Y es que la poesía de Pablo Fidalgo Lareo gira en torno de dos ejes fundamentales, la reivindicación histórica de los vencidos, y la reinvención de una familia desbaratada por el desgaste vital: «Tus padre se han muerto dentro de un libro», escribe con crudeza. El libro está estructurado en tres partes, la primera —«Un año sin volver a casa»—, compuesta por un extenso poema de igual título es la más íntima. En ella relata la experiencia de extrañamiento que sufre en la casa familiar y cómo la distancia va recomponiendo ese escenario que contempla ahora con nostalgia y conmiseración. La segunda parte —«Mezzogiorno»— es la más sustancial del libro: Lisboa, Sicilia, París, son algunos de los lugares en los que el poeta va construyendo su identidad, a veces con el auxilio de referentes oníricos, otras con retazos de un mundo que parece suceder a su alrededor sin su participación, como si todo conspirara en contra de la vida. Los poemas están construidos a modo de diálogo con un tú innominado (que, en ocasiones, es un trasunto del yo que se interroga), lo que alimenta la tensión narrativa, pero, al mismo, puede sumir al lector en un desconcierto similar al que padece el espectador cuando un mismo actor representa diferentes personajes. A pesar de la extensión de una gran parte de estos poemas, de su narratividad, parecen estar construidos por fragmentos que se han ido ensamblando con solvencia, hasta crear una unidad semántica irreprochable. Hay una evidente relación con “Cuatro cuartetos” de Eliot, tanto en la construcción del poema como en el intento de dotar a cada palabra de un fuerte significado: «Porque uno solo ha aprendido a dominar las palabras/ para decir lo que ya no tiene que decir», escribe el poeta británico. Fidalgo también enumera en su libro lugares con los que ha mantenido una relación conflictiva. El afán por romper con el pasado no siempre está expuesto con desesperación. Subyace una vitalidad que nace de haberse quitado un peso de encima, un peso que había lastrado su existencia hasta ese momento, como queda de manifiesto en la tercera parte del libro, «Historia de amor con una bestia» y en el «Epílogo», poema lleno de sombrías meditaciones sobre el propósito que guía su vida, desde el nacimiento a la actualidad, con el finaliza este libro excepcional.

*Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañes, el 26/05/2017

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HENRI COLE. SOMORMUJO

27 sábado May 2017

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HENRI COLE.

SOMORMUJO

Hermano lejano, habla por mí desde tu frondoso islote dentro del bosque

donde el agua brota de la tierra como piedras preciosas.

 

Yo podría haber estado

sentado contigo plácidamente día tras día sobre tu tesoro,

apenas girando tu cuello para observar la firme presencia de tu compañero plateado,

como él resplandeciente y sentado detrás de ti en su vigilia.

 

Tú, que estás seguro de tu vida

en un mundo de ramas retorcidas que los hombres reducen continuamente,

habla por mí, coleccionista de horizontes, ya que yo no puedo ver

más de lo que mis ojos humanos me permiten.

 

Nadie cercano es consciente de tus secretos

—ni siquiera el pescador dominguero o el tamborilero negro

con su tam-tam—

en este lugar de resonancia, que fue una vez la sabana.

El mundo no está más desgastado por el tiempo o es más trascendente que tu huevo.

 

Habla, porque yo no puedo hablar por ti.

Yo no tengo plumas y no puedo distinguir

la oscuridad del agua desde la hierba.

 

CLAIRE MALROUX

(translated from the French with the author)

 

Versión de Carlos Alcorta

JOSÉ RAMÓN RIPOLL. LA LENGUA DE LOS OTROS.

24 miércoles May 2017

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JOSÉ RAMÓN RIPOLL. LA LENGUA DE LOS OTROS. XXIX PREMIO LOEWE. VISOR, 2017

La poesía de José Ramón Ripoll, sobre todo a partir de Piedra rota (2013), parece alimentada directamente por una capa freática en la que conviven las dudas que surgen sobre la experiencia vital y cómo éstas pasan a formar parte de los poemas, poemas construidos con experiencias, sí, pero también con ideas, porque la perspectiva simbólica nos remite no tanto a la arbitrariedad de los acontecimientos que la memoria trata de recrear en el poema como a los estados de la conciencia. A través de La lengua de los otros, título de este su último libro, parece conformarse la propia identidad, una identidad en conflicto, pero ¿de quién es esa lengua? Pues, en primer lugar, de su madre, primer contacto con la realidad, cobijo contra el mundo: «Mi sombra se agazapa/ bajo su palma y vuela,/ dejo que mi destino se estreche entre su puño,/ disemine en el aire sus estambre/ para no ser jamás aquel que habría de ser». Muchos son los poemas de esta primera parte que gravitan alrededor de la infancia y la presencia tutelar de la madre, cuya mano actúa como metáfora, es una coraza contra las inclemencias de la existencia y su destino final, la muerte: «Miedo a ser en la niebla y a no ser sin mi cuerpo./ no enco9ntrar en la noche la mano de mi madre,/ que como muerte es nube». Y es que saber vivir conlleva reconocer la perentoriedad, la muerte es el destino final, pero en el transcurso entre un punto y otro, entre el comienzo y el final, sobrevivir debe ser gozar de la vida. Hay algo de místico en esta experiencia porque esa sensación de pertenencia a otro cuerpo, esa sensación de inmunidad que le concede el tacto maternal no puede ser dicha del todo, es, en esencia, indecible, tal vez por eso, el último poema de esta sección esté plagado de versos interrogativos, como si la única forma de aferrarse a la vida fuera dejar constancia de las incógnitas de la existencia. «¿Dónde la voz intrusa/ que me llamaba en el relámpago/ desde un rincón sin nadie?/ ¿No vibra su incisivo filamento/ ni en la memoria de su eco?/ ¿Quién clama en el silencio a las palabras/ para tapar el hueco de la muerte?/ ¿Quién es muerte o palabra/ en esta casa del vacío?».

La segunda sección incide en el proceso de construcción de la identidad, pero ahora intervienen, además, fuerzas ajenas al control racional de los acontecimientos. Los sueños (donde el tiempo es alterado, simultaneado, incluso), las sombras, los fragmentos de vida que respiran bajo ese otro universo que palpita bajo las sábanas o en ese lugar innominado que precede al nacimiento: «Acaso yo nací/ o fue tan solo una pulsión de sangre en la materia/ un silbo entrecortado/ en el ritmo infinito del tiempo y el espacio?» gobiernan las emociones, las resonancias emotivas son palpables en los sucesivos versos que brujulean por esta idea. Los poemas de José Manuel Ripoll, suelen ser breves, concentrados —quizá esta sea la única forma de reproducir la experiencia poética, mediante al ambigüedad y la sugerencia, mediante la aproximación semántica—, con la intención de no dispersarse e ir directamente al núcleo de sentido que los conforma, un núcleo que contiene en esencia el ADN del yo, un yo que incluso «antes de ser» toma conciencia y se relaciona con el mundo: «ha de alumbrar la incertidumbre/ de estar aquí o allí».

«Las palabras se pudren» dice el epígrafe de J. A. Valente que encabeza el primer poema de la tercera y última sección de La lengua de los otros, por eso, acaso, conviene airearlas. Una sección ésta que tiene un argumento esencialmente metapoético: «Vienes, palabra hueca aún,/ al reino de las cosas/ para otorgarles el sentido de estar/ dentro de un mismo mundo,/ dentro de ti». Como no podía ser de otra forma, esta palabra primigenia viene precedida de su propio sonido, de la música que pone ritmo al pensamiento. La palabra moldea y modela la conciencia, pone ene comunicación el antes de ser del que hablábamos más arriba con el ser de un instante preciso, pero la palabra es además testimonio de lo efímero, prueba de vida de lo transitorio. El poeta mexicano José Gorostiza escribe sobre la sustancia poética lo siguiente: «Me gusta pensar en la poesía no como un suceso que ocurre dentro del hombre y es inherente a él, a su naturaleza humana, sino más bien como en algo que tuviese una existencia propia en el mundo exterior». Pues bien, ese mundo exterior es el que se va construyendo, no siempre con la aquiescencia del propio poeta, con la lengua de los otros, con la palabra ajena que remite a una vida despersonalizada, porque la palabra que da el verdadero significado a la vida es, generalmente, la propia, como sugieren estos versos: «Hazme solo, (sin nadir:/ nada más que esta especie/ de negación y duda,/ este inconforme cuerpo que a su doble desprecia,/ este porqué sin otro,/ esta materia vana/ que implora sin saber/ a quién y a dónde». Palabra que, pese a sus limitaciones, viene de lo más hondo del ser, de la lengua madre, ese cordón umbilical que, como subyace en La lengua de los otros, construye su propia historia, une lenguaje y vida.

MARTA AGUDO. HISTORIAL

22 lunes May 2017

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MARTA AGUDO. HISTORIAL. EDITORIAL CALAMBUR, 2017

 La enfermedad produce una desubicación espacial, un encadenamiento a las argollas de la soledad del que es menos responsable el enfermo que las personas que lo rodean, la enfermedad distorsiona la visión de la realidad o, quizá —gracias a esas lentes de aumento que se instalan en la conciencia del doliente—, la realidad —el fragmento de mundo que alcanza a divisar desde esa celda física, pero también mental que el dolor construye— muestra con diamantina claridad sus aristas: «Romper vínculos para no dañar, oídos sordos, manos ásperas que corten o capitolio cerrado con bufón adormecido. Irse quedando sola entre nódulos de conciencia, sin espacio ya ni tiempo, ni otra dimensión que la de ir, poco a poco (con el disimulo variable del pez que no respira), dejándome resbalar». No siempre, claro. En la intensidad de la percepción influirá de forma determinante la gravedad de la aflicción y los órganos damnificados por la desgracia. La enfermedad tiene y no tiene que ver con el accidente. Las consecuencias físicas o intelectuales no son calibradas de igual modo, ni siquiera en el aspecto laboral y administrativo si provienen de una u otra causa. La persona enferma goza de menor consideración legal que la persona accidentada. Lo mismo ocurre con un producto defectuoso de fábrica y otro que se deteriora por el uso continuo. El accidentado es observado también con lástima, pero es una lástima conciliadora, promisoria, no como la que se profesa al enfermo, la cual, generalmente, está cargada de resignación y duelo, tal vez porque el enfermo está «presente sin estar alerta, [estar] como quien se levanta/ y tacha otro día sin divisar el serrín de un nuevo cortalápices». En Historial, el nuevo libro de Marta Agudo, reflexiona sobre la forma de enfrentarse al nuevo estado que el individuo adquiere cuando conoce el alcance de su dolencia y lo hace desde el mismo instante en el que se le comunica dicho resultado: «El día quince de mayo a las doce y media salió de la consulta con las palabras “enfermedad sin tregua”». El pulso narrativo —e informativo—de estos versos es innegable (nos recuerda, en algunos momentos, al José Hierro de «Réquiem») como resultado, acaso, de la necesidad de extender el verso para comprender la nueva realidad. Es posible que ciertos temas se adapten mejor a una prosodia que a otra, pero creemos que dicha elección solo concierne al autor, es únicamente potestad suya, porque la poesía, como decía Bataille «no puede ser un pasatiempo, menos todavía un enriquecimiento: […] su poder consiste en comunicar el estado del poeta a quienes lo escuchan». En cualquier caso, sí resulta evidente el cambio expresivo que han experimentado los poemas de Marta Agudo con respecto de sus libros anteriores, Fragmento (2004) y 28010 (2011), mucho más depurados y sintéticos lingüísticamente. Ahora una intensidad de la emoción distinta conduce su escritura hacia un campo de visión no más extenso, pero si más profundo, ahora mira con los sentidos, con la imaginación, no con los ojos de la razón, aunque ésta siga presente en versos que parecen extraídos del historial clínico: «Es en el pulmón donde comienza la historia. El oxígeno/ fecunda los materiales que un dios que no vive dibujó./ Sean los leucocitos, hematíes y glóbulos blancos». Racionalizar el destino, objetivarlo es, en muchas ocasiones, solo posible recurriendo al irracionalismo, al poder evocador de las asociaciones, de los vínculos secretos que poseen entre sí las experiencias interiores, las emociones y los pensamientos y todos ellos, a su vez, con las palabras. De alguna manera buscamos la forma de regresar a una situación anterior, a aquella verdad que sustentaba la vida, cuando todo era una posibilidad, porque ahora, en este presente, «la esperanza persiste en el cráneo como flor que alguien deja dentro del ataúd». Parafraseando a Cioran, podemos preguntarnos ¿qué es una crucifixión comparada con la crucifixión cotidiana que padece el enfermo? Historial es un libro escrito sin anestesia, un libro que impone su propio discurso cognitivo, sin atender a presupuestos teóricos. Lo que para otros condujo a un despojamiento verbal, cercano al silencio, como Valente, recordado en algún pasaje de este libro, o Chantal Maillard, para otros ha supuesto cobijarse al amparo de las formas clásicas, como en algunos poemas últimos de Eduardo García e, incluso para terceros, como el poeta norteamericano Christian Wiman en su último libro, My Bright Abyss (Meditación de un creyente moderno), un acercamiento a la fe a través de la poesía. No hay fórmulas mágicas para enfrentarse al destino. Marta Agudo ha elegido encarnar las emociones dejando que el lenguaje se libere para que la palabra revele de la forma más intensa posible la dramática experiencia que intenta trasmitir. La lucha ha sido encarnizada, pero gracias a ese combate los lectores podemos comprobar que también la destrucción genera belleza, la belleza de las segundas oportunidades.

TOMAS VENCLOVA.PUERTO DE NUEVA INGLATERRA*

20 sábado May 2017

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TOMAS VENCLOVA

PUERTO DE NUEVA INGLATERRA

No el mar, sino sofocantes neblinas, bloques de cemento
y vías abandonadas, atravesadas ​​por el ennegrecido carmín del crepúsculo
que, de vez en cuando, mancilla el cielo. Separó con
algas pestilentes el pronunciado rompeolas —un refugio para las gaviotas.
Donde la arena y el estrecho convergen, una figura espera que el color púrpura
se desvanezca en el lado opuesto de los cientos de mástiles desordenados
para volver a casa cuando ocurra. Pero, ¿dónde está la casa?
¿Aquí, o en la otra orilla del océano? ¿En las montañas, donde los aludes
han cortado las pistas? ¿Bajo abetos en la carretera de regreso,
donde uno puede vislumbrar viejas bodegas subterráneas? ¿En el envejecimiento del cuerpo,
que se niega a rendirse? ¿O quizá en la incertidumbre
de la existencia? ¿En la certeza de la fugacidad? ¿En este lugar envenenado por el óxido —¿o, de nuevo, en la mirada que puede todavía descubrir aquí

la simetría, la armonía y la medida que logran encontrar?

Versión de la traducción al inglés. Carlos Alcorta

HOMENAJE A RAÚL ZURITA

17 miércoles May 2017

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PORTADA

HOMENAJE A RAÚL ZURITA. LA GALLA CIENCIA, NÚMERO 7, 2017

Zurita es el nombre de una población del municipio de Piélagos (Cantabria), que cuenta con poco más de 900 habitantes y entre sus hijos ilustres presume del poeta del Siglo de Oro Antonio Hurtado de Mendoza. Zurita es también el apellido de un poeta de nombre Raúl, nacido en Santiago de Chile en 1950, al que está dedicado el número 7 de La Galla Ciencia, revista que coordinan Joaquín Baños, Noelia Illán, Samuel jara, Daniel J. Rodríguez y Sara J. Trigueros con envidiable tesón y excelente criterio. Este número homenaje, de casi 200 páginas, comienza con un texto inédito del poeta chileno titulado «El mar del dolor», que está dedicado a Galip Kurdi (cualquiera que dese saber algo más sobre este desgarrador suceso no tiene más que teclear el nombre en el buscador de Google). El volumen recoge una selección de poemas zuritianos de autores de distintas nacionalidades y generaciones. «Hoy se escribe más que nunca y, sobre todo, hoy que la liberalización de las fórmulas de edición ha provocado un estallido de jóvenes poetas que ofrecen su obra no solo a través de los cauces editoriales habituales , sino también haciendo ruido en la red a través de blogs, tuits, páginas personales, a través de micromecenazgos, autoediciones, y proyectos colaborativos. Hoy más que nunca, decíamos, preparar una antología es cargar con la piedra de Sísifo, tratar de poner orden en el torrente descomunal de un río que apenas empieza su curso.», escriben Carmen Juan Romero y Víctor Manuel Sanchís Amat en el prólogo. Toda antología lleva en su seno la controversia. Se cuestionan inclusiones, se echan en falta nombres excluidos, se discrepa del método y de los criterios de selección, etc, más si la antología se ocupa de autores vivos (sobre los muertos suele haber un mayor consenso). Los responsables de esta selección son conscientes de ello y han hecho su apuesta asumiendo riesgos. Hay nombres que gozan de un reconocimiento casi unánime, pero otros muchos otros son jóvenes aún en agraz que necesitan que el tiempo afine su filtro para definir su importancia. «En estos tiempos convulsos […] los jóvenes poetas están hiriendo de muerte al lenguaje. Si algo define esta poética es el experimentalismo lingüístico, la ruptura del endecasílabo, la supremacía de la prosa poética, donde el ritmo salmódico se construye con una sintaxis abrupta y cambiante, a partir de enumeraciones disruptivas y de la brusquedad de las imágenes», escriben los prologuistas y responsables de la antología. Bien, no son éstas actitudes originales, evidentemente, pero reconforta leer estas muestra de sangre nueva, ahora que en las librerías el espacio para la poesía ha sido ocupado por novelas rosas en verso, por desahogos sentimentales sin ningún ambición estética, por nimiedades de manual de autoayuda. En este número de La Galla Ciencia hay poesía de verdad, porque a un autor tan exigente, tan comprometido, tan generoso como Zurita no se le puede homenajear con vulgaridades. Nombres como Antonio Gamoneda, Ana Blandiana, Antonio Colinas o Efraín Bartolome pertenecen ya al canon más exigente Otros como María Auxiliadora Jordi Doce, Jorge Riechman, Valerie Mejer son suficientemente conocidos por todo lector atento. Junto a ellos un plantel de poetas de ambas orillas del Atlántico que abarcan un arco temporal amplísimo, desde 1969 (Lionel Lienlaf) hasta 1995 (Myriam Seda). Resulta imposible mencionarlos a todos, ni siquiera intentar agruparlos por tendencia estéticas, tan dispares son sus planteamientos. En todo caso, y esta es otra de las virtudes de esta revista de diseño exquisito, el número se completa con una breve, pero imprescindible, nota bibliográfica que ayuda al lector a ubicarse en el mapa poético que esta antología dibuja.

LUIS BAGUÉ QUÍLEZ. CLIMA MEDITERRÁNEO*

15 lunes May 2017

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LUIS BAGUÉ QUÍLEZ. CLIMA MEDITERRÁNEO. XXX PREMIO TIFLOS DE POESÍA, 2017

 Los lectores que frecuenten la obra de Luis Bagué Quílez (Palafrugell, 1978) percibirán, al comenzar “Clima mediterráneo”, de inmediato un cambio notable en su poesía. Se ha despojado de retórica para volverse más concentrada; evita los circunloquios para percutir en ese centro no siempre inmóvil de la diana de los significados. Y este cambio se efectúa, sin embargo, siendo fiel a unos principios estéticos que, con pocas variaciones, el autor ha defendido desde sus primeros libros, principios como la claridad formal y la cotidianidad argumental. ¿Qué ha ocurrido entonces?, podemos preguntarnos. Nos atrevemos a afirmar que ese despojamiento verbal al que aludíamos tiene que ver con esa toma de conciencia de la responsabilidad histórica del poeta (estamos hablando de un poeta que ha escrito un ensayo imprescindible como “Poesía en pie de paz. Modos de compromiso en el tercer milenio”, con el que obtuvo el Premio de Investigación Literaria Gerardo Diego en 2006 y en el que afirma que «El retorno al paradigma ilustrado provee a los jóvenes autores de unas premisas ideológicas basadas en la solidaridad y el mantenimiento de la libertad, de un discurso racional que se enuncia en un tono moderado y de un estilo figurativo que subraya la comunicación entre el autor y los lectores») que anteriormente había permanecido más en retaguardia. La visión del antihéroe se ha vuelto panorámica. En “Clima mediterráneo” —el mismo título nos da ya alguna pista— se recurre a la ironía como técnica para que el exceso de realidad, una realidad insoportablemente trágica, no adultere la emoción, como en estos versos del poema «Dieta mediterránea»: «Lo nuestro, desde siempre,/ han sido el ascetismo y los productos frescos,/ la carne mística/ y la caducidad». No cabe duda de que el verdadero compromiso del poeta reside en el propio poema, pero, como hijo de su tiempo que es, no le resulta fácil permanecer ajeno a esta época de degradación individual y de pérdida de valores humanos, de declive democrático y de desigualdad social. Las maneras de enfrentarse a esta circunstancia histórica no difieren en lo principal. Poetas en español de ambas orillas del Atlántico («También está el Atlántico,/ que es el Mediterráneo/ bajo cero: más litoral que costa,/ un balcón colonial venido a menos») se reconocen en un mismo Mediterráneo simbólico, porque el mar es visto «como una puerta giratoria», «Es el mar contra el mar:/ un maricidio».

En la segunda parte del libro, «Hecho en España», la mirada de Bagué Quílez se detiene en establecer correspondencias entre esa España atávica tan presente en la conciencia colectiva, «patria de mil exilios,/ tierra para el destierro,/ imperio donde nunca/ llega a ponerse el sol que más calienta», y la España actual, no tan distinta, como sabemos. Familias reales (la goyesca de Carlos IV y la “antioniolopezca” de Juan Carlos I), símbolos imperecederos (el Quijote o el toro de Osborne) o el grave problema de la especulación urbanística (palacios versus viviendas de protección oficial). Pero quizá el poema que mejor ejemplifica esta transformación a la que aludíamos más arriba sea el titulado «Contra lo sublime», que surge a partir de unos versos de la poeta norteamericana Kay Ryan y finaliza con esta estrofa: «Pido una proporción hospitalaria./ Busco la magnitud de lo habitable», tal vez los más testimoniales del libro. Nada de grandes epifanías, nada de dogmas ni heroicas conductas tan proclives, por otra parte, a ceder al vulgar patetismo. Bagué Quílez regresa a la realidad más real y lo hace con un verso incisivo, con un lenguaje exacto, determinante que refleja un desencanto insurgente o, como escribe Ángel L. Prieto de Paula en el paratexto, que trasmite un «escepticismo expansivo» que resulta aleccionador, y contagioso.

*Reseña publicada en en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañés, el 12/05/2017

PETER GIZZI. EL FANTASMA SIN TÍTULO DE AMHERST*

14 domingo May 2017

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PETER GIZZI

EL FANTASMA SIN TÍTULO DE AMHERST

 

un sonido de suelo agrietado ha sido hallado 

ahora un mechón de plata titilante sobre el tejado 

un duendecillo de plata diciendo adiós hace mucho tiempo desde un mástil 

soy una hoja en una tormenta nocturna 

he visto la larga columna de mulas y metal 

la caballería 

estos sonidos que nosotros vivimos en el interior de quien te habla a ti ahora 

señor, yo era un soldado en estos bosque

*Publicado en el número 3 de la revisa LEÑALMONO

 Versión de Carlos Alcorta

Blog, 13/05/2017

 

JOSÉ MANUEL SUÁREZ. TRANSOSCURECER.*

11 jueves May 2017

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JOSÉ MANUEL

JOSÉ MANUEL SUÁREZ. TRANSOSCURECER. LAS ÚLTIMAS MUERTES DE PAUL CELAN. ORATORIO. ARENA LIBROS, 2016

No cabe ninguna duda de que Paul Celan (Czernowitz, 1920 – París, 1970) representa el estado de ánimo, el espíritu dramático de una época muy concreta en nuestro continente, la posguerra mundial (con la toma de conciencia colectiva de los atroces crímenes cometidos durante la contienda) porque, como poeta judío en lengua alemana que fue, no pudo eludir las consecuencias de la mayúscula tragedia que le tocó vivir y su poesía, de carácter hermético, críptico en muchas ocasiones, es un excelente reflejo de ello, aunque el lector sólo pueda acceder a su significado más alto a través de aproximaciones, de indicios, de merodeos semánticos. La ausencia de los recursos retóricos usuales de la lírica —las metáforas, las imágenes poéticas de contenido simbólico, etc.— y de la descripción narrativa propia del material de contenido biográfico dificultan ese acceso, pero, en contrapartida, logran seducir por ese imán que posee la palabra reveladora, por la capacidad evocadora, por la intensidad, por la profunda herida existencial y la dolorosa búsqueda de un yo tratando de sobrevivir sin esperanza que trasmiten sus versos. Los últimos días del poeta son especialmente dramáticos y José Manuel Suárez, autor de una vasta obra poética en la que destacamos libros como En sigilo de llama (1994), Desde más luz (1996, En sed de alianza (2006), Tras las huellas de un ala (2009), La velocidad de la luz (2010) o Pintura de interiores. Cuarteto (2013), recrea esos momentos febriles en los que el delirio provoca la disolución del yo y un aluvión de imágenes y recuerdos sólo reproducibles a través de la palabra poética, palabra disciplinada pero independiente y capaz de subvertir el significado común. Para dar forma a este conglomerado de voces que surgen de la precipitación del recuerdo José Manuel Suárez se ha valido de nuevo de una estructura musical, el oratorio (antes lo había hecho con el cuarteto), que consta de partes corales e instrumentales en las que intervienen la orquesta, los coros (nueve coros participan en le cuadro I de este poema) y los solistas que van describiendo las sucesivas escenas de la acción. Su temática inicialmente estaba centrada en asuntos religiosos y, teniendo en cuenta que mucha de la poesía de Celan es una forma de oración y se invoca de continuo a la divinidad, nos parece una fórmula del todo acertada. Recordemos que Gadamer explica que orar no es rogar, «Escuchar una oración es más bien algo que antecede a cualquier posible satisfacción de lo que en ella se pide. Escuchar una oración es el acto de ser oída esa oración, la presencia de aquel al que se invoca en la oración». Recrear, imaginar los últimos días en la vida del poeta, días en los que, como escribe José Manuel Suárez, «alejado de los suyos, enfermo y solo en su apartamento, oye muchas voces que le hablan, las tiene junto a sí, habla con ellas» es un proyecto de una envergadura superlativa. Paradójicamente, es necesario tener la mente muy alerta para reflejar esa especie de sonambulismo que produce la agonía, para ponerse, no sólo en la piel del moribundo, si no para modular las distintas voces con las que dialoga en ese duermevela de la conciencia, cuando ésta permanece latente, pero activa en su desconcierto. Dar cuenta, además, de las dramáticas experiencias que hubo de sufrir, narrarlas con la vitalidad poética con la que lo hace Suárez, supone un profundo conocimiento de la poesía y de la biografía del poeta y una esperanza en la capacidad redentora de la palabra poco frecuente, como podemos comprobar —y los ejemplos son innumerables— en este fragmento puesto en la boca de la poeta Nelly Sachs que nos da, por otra parte, una idea de las dificultades que conlleva ese desdoblamiento emocional que José Manuel Suárez ha puesto en práctica: «Yo te busqué y llamé. Con gran fervor dejé a tu puerta la primera carta./ Viniendo de tan lejos, desconocida, tardaste en escribirme./ Cuánto deseaba tu respuesta pues mi corazón se hermanaba con el tuyo/ desde aquellos primeros versos que llegaron a mí». Celan responde «Tu dolor me encontraba y me arropaba. Yo, sin embargo, no te daba calor —quien se puso de tu lado, un vaciado de lo perdido eres tú». Otras muchas voces habitan en este libro, voces anónimas, voces identificables como la de la citada Nelly Sachs, la de la también poeta Ingeborg Bachmann o la de su esposa, Gisèle Lestrange y en todas ellas Suárez ha sabido individualizarlas con sus propios registros, algo sumamente complicado y digno de toda nuestra admiración.

  • Reseña publicada en el núm. 121/122  de la revista TURIA

JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN. EL ARTE DE QUEDARSE SOLO.

08 lunes May 2017

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JOSÉ LUIS GM

JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN. EL ARTE DE QUEDARSE SOLO. BIBLIOTECA DE LA MEMORIA. EDITORIAL RENACIMIENTO, 2017

Cuando leo a García Martín con frecuencia me vienen a la memoria estas palabras de Philip Larkin (1922-1985): «Mi vida es tan simple como puedo. Trabajar todo el día, cocinar, comer, lavar los paltos, hablar por teléfono, beber, televisión por las noches. Casi nunca salgo. Supongo que todo el mundo procura ignorar el paso del tiempo: algunos hacen muchas cosas, están un año en California y el Japón al siguiente, y después está lo que hago yo: hacer lo mismo exactamente todos los días y todos los años. Probablemente ninguna de las dos maneras sirva». Esa rutina parece ser la que gobierna los días de García Martín, y digo parece, porque, a medida que avanzamos en la lectura de sus libros nos damos cuenta de que esa rutina se rompe con facilidad, aunque quizá tales fracturas sean parte también de una vida rutinaria.

Por otra parte, no cabe duda de que, para quedarse solo, se necesitan ciertas dotes, no tanto artísticas como concernientes al carácter del presunto solitario, características que le distancian de los demás, que le facilitan su aislamiento. Algunas son, sin duda, conocidas: la beligerancia permanente, la inquebrantable pretensión de querer tener siempre razón («Una persona que se empeña en tener razón, y yo no hago otra cosa, aburre y cansa»), la indiscreción o el afán por transgredir las normas de lo socialmente correcto en lo tocante a las relaciones con el prójimo. José Luis García Martín cumple como nadie estos requisitos, como sabemos quienes venimos leyendo sus diarios y sus reseñas literarias desde antiguo, por más que él no se canse de afirmar que le basta con poco para encontrase a gusto con una persona, pide solo «una relación entre iguales». El arte de quedarse solo (título que proviene de un artículo de Guillermo Díaz-Plaja) es, nada más y nada menos, una nueva entrega de ese diario en marcha —diario, no novela galdosiana— que inició su andadura con Días de 1989 y abarca desde el 29 de agosto de 2015 hasta el 19 de junio de 2016. Dos años, prácticamente, en los que pocos son los días que carecen de anotación.

No hay en estas entradas tema que el juicio perspicaz del autor deje pasar por alto porque no rehúye jamás la controversia. Expresa sin tapujos su opinión sobre el siempre resbaladizo asunto del nacionalismo («Para que Cataluña quede fuera de la Unión Europea —afirma con tino—, no basta con que declare bilateralmente [sic] su independencia: hace falta además que esta sea reconocida oficialmente por España. Si España no la reconoce, los catalanes, aunque se declaren independientes, siguen siendo oficialmente españoles, y por tanto ciudadanos de la Unión Europea». Lástima que independentistas y nacionalistas hagan oídos sordos a esta verdad de Perogrullo). Rebate opiniones de expertos en jurisprudencia que no parecen serlo tanto, enmienda la plana a novelistas famosos o a cineastas admirados siempre con argumentos. Gusta García Martín de las descripciones someras, casi telegráficas en muchos casos; de la frases precisas y/o sentenciosas, como estas que transcribimos: «El amor es como las historia de Sherlock Holmes. Lo mejor es el comienzo. Todo lo demás, si se ha dejado atrás la adolescencia, resulta aburrido, previsible y con un defraudante desenlace. Pero el comienzo, cualquier comienzo…» o «La mortalidad prorrogada indefinidamente es otro de los nombres del infierno», aunque estas aseveraciones no deben ser tomadas al pie de la letra, porque hay algo de divertimento, de juego de los errores, de provocación en muchas de ellas («Me gustan que se metan conmigo —escribe— para tener ocasión de replicar, desbaratar los argumentos del contrario, entrar a matar, dar jaque mate»). No obstante, si algo admira por sobre todas las cosas García Martín es la inteligencia, esa capacidad «de ver claro, de no dejarse obnubilar por los prejuicios, de tomar la decisión más adecuada con los datos de los que se dispone, de entender el mundo y sus gentes, de hacerlo más habitable». Evidentemente, a menudo cumplir estos propósitos mencionados no es fácil, y es muy posible que llevar a la práctica alguno de ellos lleve aparejado el incumplimiento de otros, porque no siempre nuestra percepción del mundo es compatible con la del prójimo y resulta un frágil consuelo pensar que «esos amigos que uno va dejando atrás ¿alguna vez fueron verdaderos amigos? Lo fueron, pero no de ti sino del que ellos creían que tú eras». Supongo que la frase se podría invertir y tendría el mismo sentido. El hombre rutinario que es García Martín («Soy de esas personas que tienen previsto con todo detalle lo que han de hacer en cada hora del día y que, si no pueden hacerlo, se quedan en blanco, sin saber qué decisión tomar, en una angustiosa perplejidad») no escatima en estas páginas la descripción de su día a día, sus horarios, sus lecturas, las ciudades que visita (que son también otra forma más de una rutina). Lo que parece evidente es que esa vida rutinaria es, para otros, una vida apasionante, por eso sigue seduciendo a los lectores de sus diarios. Rutina apasionada o apasionamiento rutinario, tanto da, el caso es que entre las páginas de El arte de quedarse solo encontramos mucho más arte —literario, narrativo— que soledad, y esa es su mejor virtud.

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