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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: mayo 2016

LUIS ÁNGEL LOBATO. BRILLANTE.

31 martes May 2016

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LUIS ANGEL LOBATO

LUIS ÁNGEL LOBATO. BRILLANTE. EDITORIAL PLAYA DE ÁKABA, 2016

El vallisoletano Luis Ángel Lobato (Medina de Rioseco, 1958) ha ido construyendo pacientemente y con firmeza una obra poética rigurosa, atenta a sólo a los dictados de su interior y no a convencionalismos externos, legítimos sin duda, pero dudosamente convincentes. Brillante supone el momentáneo punto final a una trayectoria que se inició con Galería de la fiebre y continuó con libros como Pabellones de invierno, Regreso al tiempo, Lámparas, Sentados o de pie y Dónde estabas el fin del mundo. En la «Nota introductoria», el autor nos proporciona algunas claves de lectura: «…he procurado sugerir, como en los cuadros de los pintores fotorrealistas norteamericanos —Richard Estes, Don Eddy, Ralph Goings y Alex Colville entre otros— lo que se intuye más allá de la aparente y fotográfica realidad». Además, en Brillante se escenifica una historia de amor vista desde el «Exterior», título de la primera parte del libro, pero también desde el «Interior», la habitación de un hotel. No son los poemas de Lobato, sin embargo, meramente descriptivos ni tratan, como sus antecedentes pictóricos de reproducir la realidad con fidelidad absoluta. Por el contrario, su poesía tiende a la sugerencia, al merodeo simbólico. Sus versos desnudos, esencializados remiten más a pensamientos que a acciones: «No recuerdo/ dónde proteger/ este pensamiento./ Pero una suave pregunta/ me conduce hacia ti», escribe en el poema número XI.. No es, además, un lenguaje coloquial el que utiliza Luis Ángel Lobato, aunque también esté presente, pero en su afán por precisar la emoción, las palabras se buscan en asociaciones infrecuentes: puertas que respiran, tristeza de níquel, letárgicos canalones, ventanas depredadoras, etc. Estas asociaciones tan originales ponen coto a ese sentimentalismo que nos invade y marcan las líneas de una estética que se inserta con todo derecho en la línea de conocimiento poético. «Pero por el eje/ de tu sentimentalidad/ se transforman/ expresiones casi indefinidas/ en maletas/ de éter venenoso», escribe en el poema XII de la segunda parte. Brillante es un libro estructurado en dos partes de catorce poemas cada una, partes que se complementan como todo lo opuesto, con anfractuosidades, con quebraduras, con invasivas incursiones tanto desde una sección como desde la otra buscando una unidad entre el ser y el sentir que, en muchas ocasiones, se torna imposible, aunque la poesía es, y eso lo sabe bien Lobato, la mejor forma de conciliar ambos extremos.

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JUAN VICENTE PIQUERAS. LA OLA TATUADA

25 miércoles May 2016

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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juan vicente piqueras

JUAN VICENTE PIQUERAS. LA OLA TATUADA. EDITORIAL YA LO DIJO CASIMIRO PARKER, 2015

 Es Juan Vicente Piqueras un poeta de raza que no desaprovecha ningún rapto de inspiración, lo que le hace poseedor de una obra amplia y variada de registros. Tienen cabida en su poesía poemas elegíacos de largo aliento marcadamente narrativos en los que el discurso se deja llevar por medio de recursos asociativos hacia un final de intención deductiva, junto a otros de factura más esencialista, de impulso contemplativo, de indagación irracional y metafísica, y ambas formas conviven generalmente en un mismo libro, pero Juan Vicente Piqueras (1960) frecuenta también otro tipo de poemas, unos de carácter didáctico no exentos de humor y otros incluso más lúdicos, menos trascendentes si se quiere, que no rehúyen el malabarismo semántico, aunque eso no les reste valor poético alguno ni transcendencia reveladora. A este último grupo pertenece, a mi parecer, la mayor parte de los poemas de La ola tatuada, un libro del que el autor, en un epílogo versificado nos informa que «nació de un sueño./ Un sueño que volvió durante tres noches seguidas/ y que escribí como pude durante varios días y luego reescribí,/ taché, rompí, tiré, salvé, olvidé, retoqué, retomé fiel/ en varias ocasiones en los años siguientes», para añadir, en la siguiente estrofa que «El poema quería ser libro y no podía. / No obtuvo respuesta de los editores/ ni ninguno de los premios a los que fue presentado». No las tengo yo todas conmigo sobre la conveniencia de este tipo de explicaciones finales (tienen evidentes riesgos y no es difícil caer en un victimismo contraproducente), porque el lector sabe valorar por sí mismo lo que está leyendo, sin necesidad de guiños o contraseñas nada inocentes, por otra parte. Juan Vicente Piqueras ha merecido reconocimientos de la importancia y la notoriedad del premio Loewe de Poesía, del Premio Antonio Machado o del Premio Jaén de Poesía, lo que lleva acarreado, además, la publicación en las más prestigiosas editoriales de poesía. Resulta, por tanto, un tanto pueril esta queja más o menos enmascarada.

Pero volviendo a lo que nos interesa, La ola tatuada es un libro en el que conviven la mejor poesía lírica con momentos de poesía dramática más hetereogéneos. Varios personajes tiene voz en estas páginas: La monja descalza, el marinero enamorado, el vigía avizor y su inventario, Dios dudando, etc. Además la acción se desarrolla «(en alta mar, en una nave/ o cama o celda o libro a la deriva)» y cada fragmento poético se encuadra en un escenario determinado, lo que confiere al conjunto un más que evidente carácter teatral. Para lograr este efecto Piqueras, ha sabido dotar, con su contrastada destreza, de modulaciones personales a cada uno de estos personajes, lo que demuestra una vez más la camaleónica fuerza poética del autor. Personalmente, son los sucesivos inventarios del vigía los que me parecen más logrados. Hay versos y estrofas magníficos, por ejemplo: «Hay mentiras amadas, llamadas necesarias,/ eras, naranjas, peces dibujados/ y mares donde suena nuestros pasos» de notable modulación irracional o «Busco en mí la derrota del regreso,/ la herida original, mi mal amargo/ donde, náufrago, niego/ mi nación y mi nave y mi destino», más realistas y que el lector pude leer a través de connotaciones biográficas. En cualquier caso, La ola tatuada ofrece un extraño conglomerado de variaciones poéticas, quizá inevitable teniendo en cuenta que el libro «Nació de una lectura, fundida, confundida, de Lorca y Santa Teresa». Dichas variaciones encontrarán, sin duda, el lector propicio, pero las predilecciones, como es lógico, no tienen por que ser unánimes. Cada uno elegirá aquellas que más se adecúen a su particular concepto estético. Lo que si resulta evidente es que, a pesar de ciertos altibajos comprensibles, el libro posee esos requisitos ineludibles en todo buen libro de poesía: originalidad, capacidad de riesgo, destreza formal y unas calculadas dosis de misterio, condiciones hoy en día no tan comunes como podría parecernos

MICHAEL SLEDGE. CUANTO MÁS TE DEBO. EL VIAJE INTERIOR DE ELIZABETH BISHOP Y LOTA DE MACEDO SOARES

23 lunes May 2016

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michael sledge

MICHAEL SLEDGE. CUANTO MÁS TE DEBO. EL VIAJE INTERIOR DE ELIZABETH BISHOP Y LOTA DE MACEDO SOARES. COLECCIÓN UMBRALES. VASO ROTO, 2016

 No escasean las interpretaciones, más o menos noveladas, sobre la relación sentimental entre la poeta norteamericana Elizabeth Bishop y la arquitecta y paisajista brasileña Lota de Macedo. Se han escrito varios libros (en esta misma colección se publicó en 2009 el libro de Carmen L. Oliveira Flores raras y banalísimas. La historia de Elizabeth Bishop y Lota de Macedo Soares, cuya edición original, en portugués, data de 2002), se han filmado películas (Luna en Brasil, de Bruno Barreto, basada en el libro antes mencionado) y escritos cientos de artículos («Elizabeth Bishop», de Pearl K. Bell publicado en Letras Libres en 2002, por ejemplo) y, sin embargo, siempre quedará algo por añadir gracias a nuevos documentos, a fuentes directas rescatadas del pasado o a la propia interpretación de hechos y datos conocidos por parte del autor que se esfuerza en el empeño de desentrañar determinados vínculos que jamás verán la luz, pues nadie puede adueñarse por entero de la intimidad de otra persona, nadie puede suplantar sus pensamientos e intenciones más secretas.

No cabe deducir de lo hasta ahora apuntado que toda aspiración en este sentido sea un proyecto condenado al fracaso, sino todo lo contrario. Es del todo necesario reconocer el tremendo esfuerzo que supone ponerse en la piel de otro para asumir sus experiencias como propias con el objeto de trasladarlas al papel. Imprescindible resulta, además, acopiar toda la información posible, desde cartas a poemas —fundamentalmente poemas, aunque Bishop no fue una poeta especialmente prolífica ni proclive a incluir en sus versos experiencias personales— y otros escritos de la autora y de aquellos que la conocieron y/o convivieron con ella no sólo durante el periodo descrito, sino a lo largo de su vida hasta fotografías o artículos periodísticos (no debemos olvidar que Lota fue, en la época que compartió su vida con Elizabeth, un personaje público con una actividad política y social abundante). Pero estos documentos proveen únicamente de material, por decirlo así, verificable. Es a partir de ellos desde donde comienza la inmensa labor del novelista: narrar los hechos y recrear las ideas y pensamientos que los dieron lugar y hemos de decir que Michael Slegde realiza en Cuanto más te debo un trabajo impecable, sobrio y equilibrado en el que no tienen cabida especulaciones fantasiosas ni exculpaciones inadmisibles. Sledge ofrece una coherente concatenación de circunstancias para explicar los altibajos que sufrió una relación que duró más de quince años. Hay que resaltar esa contención como una de sus características primeras, porque incluso cuando narra el final de la historia no se deja llevar por el sensacionalismo. Se muestra sumamente respetuoso con el destino final de Lota: «Nunca sabrá por qué. Nunca sabría si pudo haber hecho algo para evitarlo. Quizás Lota lo había planeado todo; pero era igualmente probable que se tratara de un acto impulsivo. Tal vez había tenido problemas para dormir esa noche y perdió la cuenta de cuántos somníferos había tomado del frasco. O quizá, tal y como Elizabeth sospechaba, simplemente se había aburrido de su propia falibilidad, un aburrimiento mortal. Lota siempre había sido impaciente. Al final, tal vez, demasiado impaciente para seguir viviendo». Una historia que no tiene un principio muy claro. Sledge interroga sobre ello «¿Cómo marcar un principio? ¿Cómo saber en qué momento comienzan las cosas? ¿La primera vez que dos miradas se encuentran? ¿Tras una presentación con nombre y apellido? ¿O más tarde, cuando la inevitabilidad de algo más ya no puede negarse, cuando enunciarlo se vuelve obligatorio?». Tras un primer encuentro en el MoMA de Nueva York, tendrán que trascurrir cinco años para que Lota y Elizabeth, que ha programado un viaje con destino Buenos Aires gracias a una beca del Bryn Marw College, con paradas, entre otros lugares, en Río de Janeiro, se encuentren de nuevo, encuentro que alterará definitivamente sus planes. En Santos la esperaba Pearl, una amiga norteamericana, pero también tenía previsto visitar a Lota, que a la sazón vivía con Mary. Un contratiempo en su salud la obliga a quedare para restablecerse. A partir de aquí se inicia una relación, tormentosa en muchas ocasiones, pero gratificante y eufórica en otras, que, con diferentes periodos de separación, se extenderá a lo largo de diecisiete años. Sledge sabe describir con el distanciamiento necesario el origen de los poemas que Elizabeth escribió durante este dilatado periodo pero también los efectos de las borracheras o episodios con tintes de tragedia, como la visita de Robert Lowell, el poeta en cuyos juicios más confiaba, a quien más quería con un cariño nunca interrumpido. Lota, inmersa en su proyecto artísticos (la casa de Samambaia o el Parque do Flamengo), además de su intensa actividad política. Atravesará también momentos difíciles tanto personales como sociales. Su carácter, muchas veces rozando lo despótico, le granjeó numerosos enemigos que poco a poco fueron minando su confianza en sí misma y la volvieron arisca y vulnerable. Elizabeth, por su parte, luchara a brazo partido por escribir poemas, sin conseguir vencer su inseguridad permanente. Traduce del portugués, escribe para la revista Life un largo ensayo sobre Brasil. Es cada vez más reconocida en Estados Unidos, aunque en Brasil su asilamiento la hace pasar casi desapercibida, algo que no la incomoda, pero que pesa en su autoestima como un lastre creciente. Al final la convivencia se hace insoportable. Los médicos recomiendan a Elizabeth que se aleje de Lota por el bien de ésta. Regresa a Estados Unidos para trabajar en la universidad. Lota, aparentemente recuperada de su depresión, viaja para encontrarse con ella. Lo demás ya es conocido. Sí, como Sledge pone en boca de Bishop en esta magnífica novela, «La lectura es la mejor maestra. Fue la mía», no cabe duda de que la lectura de Cuanto más te debo, nos ayudará a comprender mejor las elucubraciones de la mente humano, de nuestra propia conciencia.

WAYNE MILLER. PROBLEMA MENTE CUERPO

22 domingo May 2016

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WAYNE MILLER

PROBLEMA MENTE CUERPO

Cuando toco tu piel y se pone como piel de gallina,

es tu mente que aflora allí.

Cuando tu iris se ajusta mecánicamente

alrededor de la pupila, esa apertura

se convierte para mí en la ensombrecida

cabina de tu mente.

Es tu mente

la que toca tu lengua con la mía,

tu mente que, cuando estás conduciendo,

baja la mano hacia mi muslo

casi sin pensar.

Tu mente

como un indicador luminoso dentro de tu sueño,

la mente que hace latir tu corazón

—más lento, más rápido— una bomba de infusión

en el pecho, inundando tu mente.

Pero tu corazón no es tu mente.

La curva de tu cadera; la suave

piel de tu muñeca no es tu mente.

El tumor que crece en el cerebro

es sólo tu cerebro, digo.

La forma

de tu cara; el sonido de tu voz,

que me gusta tanto, no es tu mente.

Tu mente desparramada por el fuego

 

que no puedo dejar de mirar desde el extremo

opuesto de este valle oscurecido.

Versión de Carlos Alcorta

NARCÍS COMADIRA. EL ARTE DE LA FUGA. ANTOLOGÍA DEL AUTOR

18 miércoles May 2016

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NARCIS COMADIRA

NARCÍS COMADIRA. EL ARTE DE LA FUGA. ANTOLOGÍA DEL AUTOR. EDICIÓN BILINGÜE DE JAUME SUBIRANA. EDITORIAL CÁTEDRA. LETRAS HISPÁNICAS*

Fue en el libro Enigma publicado por Edicions 62 (1985) en traducción de Mireia Sabatés cuando este lector tomó contacto con la poesía de Narcís Comadira. Lamentablemente, más allá de algunos poemas publicados en la Red, su poesía se ha traducido con cuentagotas —Himnos («Un inmenso collage de otros textos») y En cuarentena son otros dos ejemplos— hasta esta amplia y necesaria antología de autor titulada El arte de la fuga, una edición de Jaume Subirana con una traducción coral a cargo de José María Micó, Dolors Oller, Vicente Molina Foix, Jordi Virallonga, José Corredor-Matheos, José Agutín Goytisolo, Félix de Azúa y Ferran Lobo. Esta insuficiencia ha mermado sus posibilidades de influir en la poesía escrita en castellano, algo que sí ha ocurrido, sin embargo, con la poesía de Joan Margarit (1938) que integra, junto con Francesc Parcerisas (1944) —otro gran desconocido—, el terceto de la mejor poesía escrita en catalán después de la postguerra.

Esta edición bilingüe recoge casi cincuenta años de producción poética (Comadira es también un pintor sobradamente reconocido —la ilustración de la cubierta es suya, así como las de las respectivas portadillas—, ha escrito seis piezas teatrales, es letrista de canciones y traductor, entre otras ocupaciones), desde La fiebre freda (1966), hasta Llast (2007) y Lent (2012), sus últimos libros, pasando por Àlbum de familia (1980), el ya citado En quarantena o Usdefruit (1995), sin embargo, la particular ordenación de los poemas, encuadrados temáticamente en seis apartados, hace de este volumen una antología atípica. Podríamos decir que nos encontramos ante un libro nuevo (lo es, para la mayor parte de los lectores) dividido en seis secciones: «In limine», conformada por un largo poema en el que aparecen algunos de sus devociones más permanentes: Leopardi, Tolstoi, Rilke, Ferrater o Vinyoli. «Lugares» es el título de la segunda sección que agrupa escenarios que han marcado la vida del poeta tanto ética como estéticamente, desde ciudades como Atenas, Venecia, Gerona o Londres a territorios más imprecisos, como una dehesa o una sierra. «Es a través de lugares y espacios vinculados al arte y a los artistas, a la escritura o a la historia —y a los países y las culturas que representan— cómo la poesía de Comadira ha ido dibujando a lo largo de los años un mapa que es el de su manera particular de mirar y de pensar a partir de lo que ve», escribe Subirana. La tercera sección, «Hechos» contiene alguno de los poemas más significativos de la obra de su obra, como los titulados «Álbum de familia», en el que las cenizas del pasado arden imperturbables en el mundo sin tiempo de las fotografías y su visión le lleva a preguntarse, sin encontrar una respuesta concluyente, «Por qué, engreído, quieres el perfume que abrasa,/ la horrible pesadilla que quiere amortajarte,/ los recuerdos disecados que no revivirán,/ los pasos, los sonidos, las palabras perdidas/ que tendrás que leer en labio secos, vacíos de voces,/ fríos, temblorosos, áridos, impertérritos?» o «Ferran Lobo. P. Restante. Johannesburg». Muchos de estos poemas están dedicados a amigos y personas cercanas. En «Emblemas», la cuarta sección, el autor, responsable último de la edición, ha agrupado poemas relacionados con la naturaleza, con las variaciones atmosféricas —el ojo del pintor tiene a buen seguro mucho que ver con los matices, con los cambios de color, con los claroscuros—, pero, como siempre, Comadira un poeta contemplativo por elección, no se detiene en la mera observación, ésta le lleva a reflexionar sobre lo visto, y la reflexión, como ha visto Molina Foix, le conduce a extraer «de la emoción estética una lección moral». Comadira siempre ha estado interesado por la forma, por la construcción del poema y por los extraños mecanismos que transforman la experiencia en leguaje, de ahí que haya agrupado los poemas que tratan de manera explícita este asunto en la quinta sección, «Poéticas», que comienza con un excelente poema de carácter simbólico, «Halconería» y continúa con una poética explícita, la que describen los versos de «El poema»: «Pasan palabras como nubes/ por el cielo blanco del pensamiento./ Un viento pertinaz las agrupa/ y forma un texto gris, como de borra./ Solo cuando acumula la carga suficiente/ nace el poema: un relámpago». Finaliza la antología con «Cuatro poemas largos», entre los que se encuentran los magníficos «Un paseo por los ardientes bulevares», escrito en Londres en 1973, «Cuarentena» y «Réquiem». El remate final a un libro imprescindible como éste lo pone un epílogo muy documentado de Dolors Oller que nos permitirá releer la poesía de Comadira con mayor capacidad analítica. Muchas son las influencias que Oller enumera —Eliot, Ferrater, Hölderlin, Donne, Auden o Larkin, entre otros— pero quizá, en un traductor de los Canti como él, sea la de Leopardi —como confiesa Eloy Sánchez Rosillo, coetáneo suyo y también traductor del poeta italiano— la que más ha determinado su forma de describir y de narrar, su, como escribe la propia Oller, «evidente capacidad de ver las cosas, objetos y relaciones transfiguradas por la razón visionaria» El arte de la fuga debería, por éstas y otras muchas razones que no caben este comentario, convertirse en libro de cabecera para cualquier amante de la poesía, para cualquier poeta.

*RESEÑA PUBLICADA EN EL NÚMERO 122 DE LA REVISTA CLARÍN

 

CARLOS SAHAGÚN. POESÍAS COMPLETAS (1957-2000)

16 lunes May 2016

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carlos sahagún

CARLOS SAHAGÚN. POESÍAS COMPLETAS (1957-2000). COL. CALLE DEL AIRE, 147. EDITORIAL RENACIMIENTO, 2015

Como auténtica joya podemos considerar la edición de la obra de Carlos Sahagún (1938-2015), uno de nuestros más grandes poetas de las últimas generaciones y, también, uno de los menos conocidos, quizá por la renuencia a publicar del mismo autor, que dio a la imprenta su último libro, Primer y último oficio, en el ya lejanísimo 1979, obra que fue agraciada con el Premio Nacional de Poesía. Es, por tanto, oportunísima esta edición, para actualizar la vigencia de su obra, breve, pero de contrastada calidad (además de incluir 28 poemas inéditos) que despuntó ya en el año 1957.

Mucho se ha hablado de la genialidad de algunos poetas como Claudio Rodríguez o Pere Gimferrer, poetas que publicaron libros importantísimos —Don de la ebriedad y Arde el mar, respectivamente— a muy temprana edad, pero Profecías del agua, el primer poemario de Carlos Sahagún, publicado cuando el autor contaba sólo 19 años, no les va a la zaga. El año de nacimiento de Sahagún, 1938, ha provocado algún despiste crítico a la hora de encuadrarlo generacionalmente, algo que ha ocurrido también con Félix Grande, nacido en 1937 (no podemos olvidar que los poetas mayores, los seniors, de la llamada generación del 68, Vázquez Montalbán y Antonio Martínez Sarrión, nacieron en 1939 y que los más jóvenes de la generación del 50 —Francisco Brines (1932), César Simón (1932-1997), Rafael Guillén (1933), Ricardo Defargues (1933) o Manuel Padorno (1933-2002)—, lo hicieron en los primeros años 30. Hay, pues, unos años, 4 0 5, de diferencia que complican la categorización (los poetas nacidos entre 1918 y 1923 sufrieron alguna circunstancia similar), aunque, en el caso de Sahagún, la fecha de publicación de su primer libro, 1957 (no incluimos el conjunto de sonetos Hombre naciente de 1955, porque fue desechado por el mismo autor)— contemporáneo de A modo de esperanza (1955), primer libro de Valente, de Áspero mundo (1956), primer libro de Ángel González, de Conjuros (1958), segundo libro de Claudio Rodríguez, de Metropolitano (1957), segundo libro de Carlos Barral y anterior a los primeros libro de Brines (Las brasas, 1960) 0 Gabriel Ferrater (Da nuce pueris, 1960), así como el aire de época de su poesía, debería allanar el camino para la clarificación metodológica. El agua como metáfora un mundo regido por la justicia y la paz, por la generosidad y la alegría está presente en Profecías del agua desde el poema prologal: «el agua contraía matrimonio con el agua, / y los hijos del agua eran pájaros, flores, peces, árboles,/ eran caminos, piedras, montañas, humo, estrellas,+./ Los hombres se abrazaban, uno a uno, como corderos, las mujeres/ dormían sin temor, los niños todos/ se proclamaban hijos de la alegría, hermanos/ de la yerba más verde […]// Aquello era la vida,/ era la vida y empujaba,/ pero,/ cuando entraron los lobos, después, despacio, devorando,/ el agua se hizo amiga de la sangre». Una sutil crítica de la dictadura y de la represión de la posguerra —a veces no tan sutil: «Le llamaron posguerra a este trozo de río,/ a este bancal de muertos, a la ciudad aquella/ doblada como un árbol viejo»)— está presente en todos y cada unos de los poemas que integran este primer libro, poemas melancólicos, de añoranza de otra época, la de la inocencia, poemas de un hombre que sufre, que se solidariza con sus semejantes: «Te amo,/ quisiera no acordarme de la patria,/ dejar a un lado todo aquello. Pero/ no podemos insolidariamente/ vivir sin más, amamos, donde un día/ murieron tantos justos, tantos pobres./ Aun a pesar de nuestro amor, recuerda». Emocionantes versos que hoy, aunque por otras injusticias casi tan flagrantes, no dejan de ser un ejemplo de cómo la poseía, sin dejar de ser gran poesía, puede comprometerse con la realidad en un afán de denuncia y de transformación.

En Como si hubiera muero un niño (1961), el símbolo del agua no ha dejado de prestar servicio a la realidad, una realidad que se aborda con toda dureza, como ocurre en el poema «Canción de infancia», que comienza así: «Para que sepas lo que fui de niño/ voy a decirte toda la verdad./ Para que sepas cómo fui, aun guardo/ mi retrato de entonces junto al mar.// Playa de arena, corazón de arena/ hubiera yo querido en tu ciudad./ Que te faltase como me faltaba/ —le llamaron posguerra al hambre— el pan». La infancia es recreada no como un paraíso atemporal, sino como el lugar donde el autor toma conciencia de la realidad en la que vive, de las privaciones y de la miseria: «Si hubo un niño/ con algo de esperanza, ése eras tú, mirando/ los crucifijos solos y alrededor la noche». La infancia es, paradójicamente, el lugar en donde se pierde la inocencia: «Oh fatal población, la de la infancia». Pero con el paso del tiempo llega la juventud, el descubrimiento del amor, otra forma de infancia, de inocencia, de creencia en el porvenir.

Estar contigo ve la luz más de diez años después, en 1973, título que, según la opinión de Enrique Balmaseda Maestu «puede resultar paradójico pues, si de una parte remite a la veta amorosa antevista, de otra contiene una línea poemática, al margen o contracorriente de ciertas modas literarias, con claro sesgo ideológico y crítico, es decir, con evidentes implicaciones “sociales”». El libro no desentona en absoluto con los precedentes, por más que experimente con la estructura del poema en prosa, como en «Visión de Almería», del que extraigo este fragmento: «Lo que llamamos “visión del mundo” es algo impuesto desde fuera, una sucesión de acontecimientos que se desencadenan desde un origen: las experiencias de la infancia. El niño es sólo una mirada limpia y sin culpa, nacida para algo tan sencillo como ver». Pocos cambios se advierten, como no sea el de una mayor fluidez discursiva inducida por el particular ritmo de la prosa. La cuarta sección del libro es la que quizá presente un mayor sesgo ideológico, muy presente en los poetas homenajeados (Alberti, Vallejo, Machado) y en los acontecimientos históricos rememorados (la publicación de El capital, la guerra de Vietnam o el asesinato del Che Guevara.

Primer y último oficio es el último de los libros publicados por Carlos Sahagún, si obviamos las antologías o las reediciones, y data de 1979. El libro supone, y citamos de nuevo a Enrique Balmaseda Maestu y su magnífico estudio publicado en la revista de poesía Poesía en el campus de la Universidad de Zaragoza, «un repliegue hacia la intimidad del sujeto que, no obstante, no ceja en las mismas preocupaciones de fondo, personales y colectivas, pero de una dimensión tonal y expresiva alejada del entusiasmo, de la frescura y de la transparencia anteriores. Un sentimiento de derrota, una subjetivación y un adelgazamiento lingüístico tendentes a lo metafísico y a lo hermético son rasgos de este libro en que, en el plano conceptual, los tintes tenebristas, el mar y la noche unidos, parecen teñir un paisaje que evoca estados de ánimo y procesos de memoria atribulados.

Como hemos dicho al principio de este comentario, el libro aporta 28 poemas inéditos. En la nota editorial se puntualiza que «El poeta ha manifestado, en varias ocasiones, que no ha escrito poesía después del año 2000. Con esta fecha ha cerrado este libro». Disponemos por tanto del corpus poético completo de uno de nuestros poetas más relevantes. Esta edición —en la que echamos en falta, sin embargo, alguna aportación crítica que contextualice al poeta y a su obra— es una oportunidad inmejorable de ponerse al día y de redescubrir una voz que merece sin duda mucha mayor resonancia.

PETER BALAKIAN. DIARIO DEL OZONO

14 sábado May 2016

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PETER BALAKIAN

DIARIO DEL OZONO

Cantata de Bach en si bemol menor en el casete,

holgazaneamos bajo el efecto invernadero, los rayos UVB pirateando

a los ácidos y óxidos y entonces pude escuchar la diferencia

 

entre un oboe y fagot

en la orilla del río bajo la cubierta

árboles facilitando nuestra respiración;

 

había algo al otro lado del río,

algo que ambos estábamos deseando—

 

los vínculos radicales estaban rotos, la historia se convirtió en ciencia.

Nunca seremos los mismos.

 

Versión de Carlos Alcorta

 

JUAN MARÍA CALLES. CAMINAR TRAS EL OTOÑO

12 jueves May 2016

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CARTEL JM CALLES (Presentación)

JUAN MARÍA CALLES. CAMINAR TRAS EL OTOÑO. NORBANOVA POESÍA, 2016

Para un poeta que piensa que «Al final del poema está la muerte», no cabe duda de que la escritura es la única salvación posible y acaso sea la razón por la cual Juan María Calles titula su último libro Caminar tras el otoño, es decir, confirmar la fidelidad al movimiento continuo como forma de revelarse contra la inmovilidad que supone la muerte. Las citas que preceden a los poemas están encomendadas a dos poetas muy distintos, Juan Larrea y Philip Larkin, lo que deja entrever las dos vías que vamos a encontrar, conviviendo de buen grado, en sus versos, una vía irracional, cercana al surrealismo (recordemos la vinculación de Larrea a movimientos de vanguardia como el ultraísmo) colindando con otra de signo coloquial, más apegado a la anécdota, que describe la experiencia con intención de ser lo más objetivo posible (Larkin fue un consumado maestro en esta técnica). Esta sabia combinación de lógica e irracionalidad, de poesía meditativa, netamente descriptiva en mucha ocasiones, apegada como decíamos a lo anecdótico, pero que consigue remontar el vuelo lírico cuando lo instintivo se impone en forma de metáfora de asociación sorprendente es lo que confiere personalidad a la poesía de Juan María Calles.

El concepto stenvensiano del poeta como «sacerdote de lo invisible» está muy presente desde el primer poema del libro, del cual extraemos estos versos como ejemplo: «Ahora regresa a casa desde lejos./ como si un río mudo vomitase veneno en los roperos del cobre del olvido/ como si la lentitud violácea del andamio maltrecho que es su historia,/ fuera ese cuerpo que invoca el invierno que allí fuimos, y que decimos con torpes palabras». No se haya muy lejos esta apreciación de la poesía de un la que practica un poeta contemporáneo generacional de Calles, Juan Carlos Mestre, algo que resulta, a mi parecer, evidente en el poema titulado «Humilde candil», sobre todo en la tercera sección de dicho poema, en el que el discurso simbólico se expande con decisiva fluidez y adopta una forma de oración laica, de letanía torrencial, de exhortación de carácter reivindicativo y social: «Bienaventurados los rebeldes, los condenados, los sedientos de esperanza y de justicia, los que exigen libertad desde las jaulas amarillas de la iniquidad y entonan el oráculo de su desesperación como alondras, como rosas cortadas, como búhos ingrávidos» El médium stevensiano al que hemos hecho mención se convierte así en una especie de mesías, un redentor que clama justicia para los débiles, para los marginado por la historia.

Unamuno habló de los paisajes del alma, y a esta misma idea parece referirse Calles cuando escribe «Esta es mi hora, la hora del paisaje del alma», un alma que se rebela y busca la complicidad del lector. El hombre, el poeta, mira, contempla y al mirar, al contemplar se apropia de lo visto, pero no sólo por lo que ve, si no por lo que imagina, por lo que siente. Una serie de cuatro poemas que tienen como marco la cultura griega dejan constancia de esa inquietud cognitiva, de la convicción de que el poema ha de ser un fiel testimonio del tiempo en el que está escrito, de la disolución de la identidad en palabras que pertenecen al patrimonio de la humanidad

Caminar tras el otoño es un libro de una densidad poco común con referentes tan dispares como Brines o Rimbaud, Hölderlin o Anne Sexton. En él se amalgaman diferentes voces, desde la melancólica a la celebrativa, desde la amorosa y concupiscente a la descreída, desde la meramente enunciativa a la simbólica, por eso invita a una lectura atenta y sin prisas. La verdadera poesía no está sujeta a consignas estéticas, surge de lo más íntimo, de la ebullición de la conciencia y el poema es la constancia del ser, porque «el poema es lo que permanece».

NESTOR BRAUNSTEIN. JAVIER MARÍN. LA ENTEREZA DE LOS CUERPOS DESPLAZADOS

09 lunes May 2016

Posted by carlosalcorta in Arte, Reseñas

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NESTOR

NESTOR BRAUNSTEIN. JAVIER MARÍN. LA ENTEREZA DE LOS CUERPOS DESPLAZADOS. EDITORIAL VASO ROTO ARTE, 2015*

 Javier Marín nació en México, en Uruapan Michoacán en el año 1962 y es uno de los artistas con mayor proyección, no sólo en el ámbito hispanoamericano, sino mundial, como lo demuestran las innumerables exposiciones que ha realizado en México, Estados Unidos, Canadá y distintos países de Centroamérica, Sudamérica, Asia y Europa. Aunque ha frecuentado diversas facetas artísticas como el diseño de vestuario, el dibujo o la cerámica, la preeminencia de su obra, se centra, de modo particular, en la escultura, disciplina ésta donde ha alcanzado una maestría y una voz personal indiscutibles, algo que podemos constatar si visitamos museos el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, el Museum of Fine Arts de Boston, el Santa Barbara Museum of Art, la Blake-Purnell Collection o la Malba-Fundación Constantini en Buenos Aires, entre otras instituciones. En 2008 obtuvo el Premio de la Tercera Bienal Internacional de Arte de Beijing, China. En el 2010 se inauguró Retablo, el retablo central y presbiterio de la Catedral Basílica de Zacatecas (Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO), obra monumental que concluyó tras ganar el concurso para su realización en el 2008. Recientemente ha exhibido su obra escultórica en Shanghái (World Expo 2010) y en Bruselas (Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica). Marín nació en 1962, en Uruapan, Michoacán. De 1980 a 1983 estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM (Academia de San Carlos) en la Ciudad de México, donde actualmente reside y trabaja.

Este sucinto párrafo dedicado a destacar algunos detalles tanto biográficas como curriculares, no tiene otro objeto que contextualizar a un autor prolífico y admirado mundialmente que, sin embargo, no goza de la misma difusión en España, aunque haya expuesto en varias ocasiones. Recordemos: en el año 2005, la galería barcelonesa GN2 acogió su obra (galería que ha contado con él en otras exposiciones colectivas); en 2007 expuso en la fachada de la madrileña Casa de América sus impresionantes círculos; en 2008 en el Palacio de los Serranos, en Ávila) y uno tiene la secreta confianza de que libros como el que ha escrito Néstor Braunstein contribuyan a paliar ese desconocimiento injustificado. Por su parte, el autor del ensayo es un médico y psicoanalista argentino (nació en Bell Ville, en 1941) que reside desde 1974 en México, país en el que actualmente es Profesor de Posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y  Miembro del Seminario de Problemas Científicos y Filosóficos de la UNAM. Sus trabajos han girado en torno a una variedad de temas que relacionan psicoanálisis y cultural, desde la filosofía a la literatura, pasando por el teatro, el cine, la ópera o el arte en general. Ha publicado decenas de libros y es asiduo conferenciante en universidades y simposios internacionales de enorme prestigio.

El libro que comentamos a continuación, La entereza de los cuerpos despedazados podemos enmarcarlo dentro de esos estudios sobre las relaciones del arte y el psicoanálisis, pese a que el autor nos prevenga diciendo que «el psicoanálisis no es un método ni una herramienta para la crítica de arte», algo que no debemos interpretar de manera concluyente, al margen de nuestra opinión al respecto, puesto que unos párrafos más adelante lo matiza cuando afirma que «Sin embargo, […] la experiencia clínica, el análisis del propio analista y las metamorfosis del material diurno —que acaban en una configuración imaginaria y en un relato que llamamos sueño— autorizan ciertas (e inciertas) tentativas para aproximarse a los procesos de elaboración artística». No podemos olvidar, además, que si el «Psychoanalytic criticism is a form of literary criticism which uses some of the techniques of psychoanalysis in the interpretation of literature»[1], dicho procedimiento sin duda también será apropiada para analizar el arte, la escultura, en este caso.

Es la primera sección del libro, por otra parte, profusamente ilustrado no sólo con la obra de Javier Marín, sino con obras referenciales que establecen determinadas influencias, Braunstein expone con precisión, sin necesidad de artilugios retóricos, con un afán metodológico y una necesaria propedéutica no exenta de humildad, los pros y los contras de su decisión y es que, como, desde mi punto de vista, con acierto afirma (y esta afirmación enojará a los post-estructuralistas) que «La obra no puede vivir aislada. Da que hablar. Es un tema: sujeto, sujet, subject. Sujeto sujetado a la subjetividad de los comentarios y sus autores. El psicoanálisis, ciencia del sujeto que habla y goza, sumergido él mismo dentro de esa cultura, es muchas veces invocado o convocado para manifestar su manera de valorar la obra y para inseminar con su vocabulario el espacio de la crítica». El propio artista se sabe objeto de observación a través de su obra, en tanto que ésta es producto de sus reflexiones, de sus contradicciones, de sus expectativas. «Para mí, hacer escultura es autoanálisis», dice Javier Marín.

«Los ángeles ausentes de Javier Marín», segunda sección del libro, se centra ya en la obra, en un aspecto concreto, como es el de analizar el soporte de la mesa de esa obra monumental, más propia de otra época, que es el retablo de la Catedral de Zacatecas. No son las colosales figuras que destellan en el altar, sin embargo, el objeto de su meditación. Paradójicamente, el crítico —y aquí demuestra que enseñar a ver es enseñar a pensar— se detiene en lo que no ve, en lo que no está. Cuatro alas soportan el peso de la encimera, pero Braunstein busca a los ángeles que han perdido las alas, unas alas formidables, realizadas en bronce con la técnica de la cera perdida —técnica que Marín domina como nadie—. «Javier Marín ha cercenado las alas de estas divinas criaturas […] y las ha destinado a sostener la mesa de la celebración eucarística. Suprimió así el componente humano del ángel, la parte grávida y no esencial que podría ser lo físico de cualquier criatura, y nos ha dejado tan solo esos fragmentos esculpidos como de carne y plumas, estos apéndices ornitológicos que producen la indecible extrañeza que nos deja todo lo mutilado». No son baladíes las alusiones al ángel rilkeano y ni al inquietante Angelus Novus de Paul Klee, con quienes estas alas seccionadas de un cuerpo etéreo comparten el enigma místico y una tradición que se arraiga en lo más hondo de la creatividad humana, y es que, como asegura A.O. Scott: «Every culture, every  class and tribe and coterie, every period in history has developed its own canons of craft and invention. Our modern, Cosmopolitan sensibilities graze among the objets they have left behind, sampling and comparing and carrying out the pleasant work of sorting and assimilating what we find».[2]

«Javier Marín. Inventor de cuerpos despedazados» ocupa la parte central del libro. En la representación de la figura humana —tema predominante en la obra de Marín, bien sea en barro, en bronce o en resina— no busca el escultor un canon de belleza clásica ni proporcionar al espectador una imagen ideal del cuerpo, sino todo lo contrario. El cuerpo, presentado en escorzos, en posturas forzadas, alienados, pero también en reposos, es objeto de una transformación que tiene más que ver con los conflictos interiores que con el aspecto exterior. «Su obra, dice Braunstein, es más bien un ataque abierto al clasicismo», ofrece «Una belleza renovada que apunta al tiempo futuro [que] surge a partir de la deformación de lo que se considera bello y armónico en el arte clásico». No creo que sea excesivamente aventurado sugerir que las teorías de Mario Perniola y la obra de pintores como Francis Bacon o Lucien Freud, con su falta de piedad hayan ejercido una influencia determinante en el resultado.

«¿Un escultor expresionista?». Si convenimos que el expresionismo posee como características «la disonancia, la acentuación de los contrastes, la distorsión, el desafío a las convenciones, al pudor, al “buen gusto”, a los sosegados hábitos de la burguesía», como afirma Braunstein, sin duda Javier Marín lo es, pero no creo que adscribirle a una determinada corriente estética importe demasiado. Lo realmente digno de señalar es la profunda sensación de inquietud, de —me atrevería a decir— desconfianza en el ser humano (en tanto que es capaz de cometer atrocidades con sus semejantes) que trasmiten las personalísimas obras de Javier Marín (González de la Vega, un escultor cántabro, parece seguir sus pasos). Su capacidad para mostrar la parte menos acomodaticia de la humanidad no desentona, como puede comprobar cualquier espectador atento al devenir cotidiano, con las imágenes que vemos día sí y día no en los medios de comunicación. El sufrimiento, la violencia, el hambre, la muerte imprimen en los cuerpos gestos imborrables que sólo una persona con un alto concepto del arte como Javier Marín sabe captar, y eso, en sí mismo, teniendo en cuenta la época de banalidad en la que vivimos, ya resulta admirable. Si al bisturí de la mirada unimos la maestría de su realización, el cóctel resultante será capaz de estremecer hasta a un cadáver, porque, Braunstein dixit, «En los trazos de esa escultura debemos leer nuestra historia».

*Reseña publicada en el número 122 de la Revista ARTE Y PARTE

[1] BARRY, PETER. Beginning Theory. An Introdution To Literary And Cultural Theory. 3ª edition. Manchester University Press, 2009

[2] SCOTT, ANTHONY O. Better Living Through Criticism. Penguin Random House Company, Literary HUB, 2016

TOMAS Q. MORIN. DÍA DE LA CARRERA

07 sábado May 2016

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TOMAS Q. MORIN

DÍA DE LA CARRERA

Mientras nuestros amigos estaban estudiando las probabilidades,

vimos a los jinetes calentar sus monturas

¿Por qué en parejas? Un caballo nervioso necesita un amigo

para masajearlo y sacarlo desde el cercado a la puerta

donde debe esperar, tenso como el puño de Dios. Aflojadas las riendas

de repente en la recta trasera mantiene todo

ajustado hasta la última curva donde el cuerpo

cede a la titánica necesidad del músculo

poderoso, pero a pesar de que cada corredor

corre y brega, el grupo se descompone.

¿Cómo se sienten en la llegada? Uno no puede saberlo

pero después de que las apuestas se cobran y se dividen por la mitad,

cada caballo es conducido al vallado para manguerearle patas y cruz,

flanco y pezuña, donde la destemplada agua fría

sorprende al jadeante corazón del guarda.

 

Versión de Carlos Alcorta

 

 

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