KARMELO C. IRIBARREN. EL ESCENARIO.
28 viernes Ene 2022
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in28 viernes Ene 2022
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in24 lunes Ene 2022
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in20 jueves Ene 2022
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in17 lunes Ene 2022
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inDAVID HUERTA. EL DESPRENDIMIENTO. ANTOLOGÍA POÉTICA 1972-2020. EDICIÓN DEL AUTOR Y DE JORDI DOCE. EDITORIAL GALAXIA GUTENBERG
Una «Semblanza en primera persona», escrita por el propio poeta, encabeza la selección de poemas que, bajo el título de “El desprendimiento”, recoge su obra poética desde 1972 hasta 2020. Hijo del gran poeta Efraín Huerta y de Mireya Bravo ―«lo bueno que haya en mí o lo valioso que yo pueda dar proviene de ella», ha escrito―, David Huerta nació en 1949 en Ciudad de México, y algunas experiencias vividas en su juventud, como la Matanza de Tlatelolco, marcaron desde muy pronto su vida y su escritura. Su obra poética, que comienza con el libro “El jardín de la luz”, es extensa ―casi treinta títulos― y ha sido reconocida con importantes galardones, entre ellos el Premio de Poesía Carlos Pellicer, el Xavier Urrutia, el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el campo de la Lingüística y la Literatura y el Excelencia de las Letras José Emilio Pacheco. La presente selección ha sido realizada por el propio poeta ―los fragmentos de “Incurable” y de “Cuaderno de noviembre”― y Jordi Doce, que se ha ocupado del grueso del libro y ha realizado una esmerada edición y ha escrito un excelente prólogo en el que analiza, si bien de forma somera, como exige la edición, los libros más representativos del autor.
Hay poetas que muestran a lo largo de su obra una homogeneidad creativa rigurosa que se mantiene inflexible a lo largo de los años, lo que, por una parte, ayuda a reconocer su estilo casi con un golpe de vista, pero, por otra, tal fidelidad a unos principios estéticos inmutables imposibilita ―en la mayoría de los casos, no siempre― la natural evolución que va asociada al aumento de la experiencia vital. Otros poetas, acaso más apegados a dicha experiencia, sufren en su escritura los vaivenes y altibajos propios de quien se aventura a conciliar en carne propia vida y literatura. Sin lugar a dudas, David Huerta pertenece a este segundo grupo. Sus poemas son un fiel reflejo de las circunstancias de las que le ha tocado vivir, aunque esto no signifique, por supuesto, que sus versos transcriban de forma notarial cuanto acontece en su día a día. La palabra poética se eleva por encima de esas contingencias y vuela en pos de horizontes simbólicos de mayor envergadura. El poema se adapta entonces en su hechura a la necesidad expresiva que exige cada momento, cada circunstancia personal, así, junto a poemas breves, de sentido condensado, conviven otros más extensos, versículos e, incluso poemas en prosa, en una armonía incuestionable pero no siempre fácilmente detectable. Esta característica la constamos ya desde su primer libro, el antes citado “El jardín de la luz”, integrado por poemas que buscan la palabra esencial ―«Las versiones del agua», por ejemplo―, leemos otros en prosa ―«Exploraciones»―. Acaso este método tenga que ver con lo que Jordi Doce ha definido, a la hora de elegir el título de la selección, como «el entusiasmo de su autor y su capacidad para el desbordamiento y el derroche verbal».
Con todo, la obra de David Huerta puede dividirse en dos épocas. La primera de ellas comprendería sus primeros libros, “El jardín de luz”, “Cuaderno de noviembre” ―un libro pródigo en «adjetivación lujosa» que en algunos pasajes recuerda al Caballero Bonald de la época―, “Huellas del civilizado”, “Versión”, “Historia”―aunque publicado unos años después, está escrito simultáneamente con “Incurable”―. Es este su libro más arriesgado y trascendente, un largo poema-río ―casi cuatrocientas páginas― con afán totalizador. Como escribe Jordi Doce, es «un largo poema reiterativo y circular, hecho de imágenes fluyentes, en el que el lenguaje se derrama y desborda sin pausa», Y la segunda, en la que, siguiendo de nuevo al autor del prólogo, «se da la circunstancia, sin duda paradójica, de que sus libros en los últimos treinta años son una revisión (¿una impugnación?) más o menos tácita del mundo y de los presupuestos de “Incurable”», integrada por los libros publicados con posterioridad a 1990, como “Lápices de antes”, “El azul en la flama”, “La calle blanca”, “La música de los que pasa”, “Canciones de la vida en común” o “El ovillo y la brisa”, por citar solo algunos. Lo que demuestra esta versatilidad es que David Huerta posee «una infatigable capacidad para renovarse y llevar a su molino nuevas formas de realidad». Estamos, pues, frente a una obra en continua transformación que no desoye la llamada de lo desconocido, que presta su palabra a cualquier forma de indagación en la realidad sin apriorismos estéticos. Su constante inquietud, su animadversión a las fórmulas consabidas no deja de llamar la atención en una época como la nuestra ―un «Tiempo de luz ausente»― en la que muchos poetas se aferran a los clichés como si fuera su auténtico salvavidas. David Huerta es un poeta de otra especie. Leer su poesía, no muy conocida en nuestro país, es una invitación a dejarse llevar por las aventuras que ofrece el lenguaje y sus múltiples expectativas.
13 jueves Ene 2022
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inJOSÉ RAMÓN BARAT. SI PREGUNTAN POR MÍ. COL. CALLE DEL AIRE. EDITORIAL RENACIMIENTO.
Más de diez años han transcurrido desde la publicación del anterior libro de poesía ―La brújula ciega (2010)― de José Ramón Barat (Valencia, 1959) hasta este Si preguntan por mí ―Otros títulos suyos son La coartada del lobo (2000), Como todos ustedes (2002), Piedra primaria (2003), Breve discurso sobre la infelicidad (2004), El héroe absurdo ―Poesía reunida― (2004), Confesiones de un saurio (2005), Malas compañías (2006) y Mapa cifrado (2007)―, un título que define sin ambages el contenido y la intención de los poemas que lo integran. Barat se ha mantenido fiel a una estética que apuesta por la claridad expresiva, por la sencillez compositiva y por el relato discursivo de una experiencia que tiene en la memoria y en lo anecdótico tanto su nervio como su talón de Aquiles. Su nervio, su fuerza radica en la esmerada dicción y en la musicalidad de los versos, en las bien asimiladas enseñanzas de la tradición, manifiestas ya desde el poema que abre el volumen, «Sol de infancia», de claras referencias machadianas, en el que recrea el tópico de que la patria del hombre es la infancia con estos versos: «Empiezo a comprender / que la vida de un hombre / se escribe con la tinta / de los primeros años». Pero son estos tópicos los que dejan al descubierto su talón de Aquiles. Temas como, entre otros, la rememoración del paraíso de la infancia, el paso del tiempo y los cambios que dicho transcurso ocasionan en el poeta han sido tratados con tanta profusión y desde perspectivas tan diversas, que es realmente difícil aportar algo nuevo. Pero el ejercicio poético consiste precisamente en eso, en buscar la novedad semántica, un ángulo distinto desde el que observar los avatares de la existencia y esto no siempre lo percibimos en Si preguntan por mí, aunque tenga momentos de exultante brillantez. Abunda en los poemas la descripción de estados de ánimo, referidos, principalmente, a momentos cargados de nostalgia y desolación y la certeza de que aún se puede confiar en las palabras como herramientas válidas para nombrar esas sensaciones. La mirada del poeta, serenamente angustiado, nos incita a contemplar el mundo con sus ojos, desde su perspectiva íntima, aunque dicha perspectiva sea ya moneda común y se convierta no en una vista individual, sino colectiva, porque todos asistimos, a cierta edad, a la descomposición de lo que fuimos. Sí, es cierto que la originalidad no es un valor en sí mismo, pero también lo es que una de las obligaciones de la palabra poética es salirse de lo trillado, expresar las ideas y los sentimientos no solo con emoción, sino con frescura, con voz propia. No basta solo con apelar a los sentimientos más básicos ni hacer uso de todo el oficio retórico del que se dispone, para eso hay otros géneros y otras disciplinas. José Ramón Barat sabe de lo que hablo porque ha demostrado su pericia en incontables ocasiones (leánse, por ejemplo, algunos poemas de este libro como «De la fragilidad», «Madre» o «Adagio» para comprobarlo), por eso no basta con reconocer, como hace en varios poemas, que es un hombre sencillo que escribe versos, al que le gusta «pasear / sin prisa por el campo, / cuidar de mi jardín / o jugar con mis gatas», que es «alguien que habita / con más pena que gloria en los suburbios / de la insignificancia» o «una sombra entre sombras», clara herencia, ya lo dijimos, machadiana. Sí, estamos hechos, como la jarra del poema, de «sueños y de barro», y esta constatación debe llevar aparejada una reflexión ―un escalofrío― que encontramos en estos poemas, más descriptivos que pensativos, en contadas ocasiones. Si preguntan por mí es un libro condescendiente con el lector, bien escrito, casi perfecto en muchos aspectos, y el lector pronto se siente a gusto lo que redunda en un alto grado de complicidad con el autor a medida que avanza en la lectura ―conseguir esto no es tarea fácil―, pero la desgarradura de ese conflicto interior ―esa combinación de zozobra y júbilo, de amor y odio de los que habla Barat en el poema final― que nos remueve las entrañas y nos hace crecer como seres humanos, que muestra las cicatrices que le ha dejado la lucha con su conciencia, a veces es, por lo redundante de los tópicos de los que hablamos al principio, más un elemento del vademécum literario que un patetismo real, que algo auténtico, que algo, en fin, que ha sobrevivido al avance de las sombras y sobrevive en la intemperie de la existencia.
https://www.cantabriadiario.com/si-preguntan-por-mi-jose-ramon-barat/
10 lunes Ene 2022
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in05 miércoles Ene 2022
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inHENRI COLE
epivir, d4t, crixivan
Llegó la nueva enfermedad, pero no sin avisar.
Las drogas eran una combinación tóxica que mantenía a los enfermos
con vida otro año. Me encantó cómo hablaste en sueños
sobre el libre albedrío. Tu ropa olía, pero los niveles
de sangre eran normales. Ahora he visto al dios sol:
esto es lo que pensé cuando te vi por primera vez ―la cara,
el porte―, pero la perfección de las formas no significaba nada
para ti, todos éramos solo almas portando
un cadáver. Yo fumaba marihuana mientras el gobierno dormitaba.
Las compañías farmacéuticas celebraban fiestas en Arizona y Florida.
El beneficio seguía aumentando. Para aquellos que no se vendieron
en los bares, parecía la Venganza de los Novatos.
Aguijoneado por tu mano, escribí poemas que resumían
en esencia este asunto, ahora ya un recuerdo.
Versión de Carlos Alcorta
04 martes Ene 2022
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inJUAN FRANCISCO QUEVEDO. UNA MIRADA A ESTE NUESTRO TIEMPO.
PRÓLOGO DE JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN
EDITORIAL LIBROS DEL AIRE
Juan Francisco Quevedo ―nacido en México en 1959― es un autor que ha sabido exprimir las enseñanzas que brinda el paso del tiempo para ofrecer al público lector un fruto, permítanme la metáfora hortofrutícola, en el punto justo de su maduración. Aunque lleva escribiendo desde su juventud, nunca ha sufrido la ansiedad, la urgencia por ver sus textos impresos. Ha sabido esperar el momento justo y, a partir de ahí, nos ha ido filtrando con meticulosa regularidad el resultado de los largos años de aprendizaje. Un breve recorrido por su obra literaria ilustra este itinerario, en el que no mencionamos las colaboraciones en libros colectivos: las novelas Ana en el mes de julio (2014) y Querida princesa (2016), el libro de poemas El sedal del olvido (2017) y otros títulos misceláneos como José Simón Cabarga. Una biografía (2018), Pensamiento, palabra y poesía (2018), Cincuenta años de la Peña Bolística Riotuerto. Una historia que contar (2019) o Pedro Sobrado. Vida y obra (2020). Y es que todo poeta, como bien sabe nuestro autor, necesita de ese aprendizaje y del dominio técnico para acertar con la forma justa y con la estructura orgánica adecuada al tipo de creación que se proponga realizar. Pero cada idea necesita un aliento diferente. De ahí viene la alternancia, en su caso, entre la prosa ―en forma de novela, de ensayo― y el verso ―en formas clásicas como el soneto o el haiku, o verso libre―. Y es que, como sabemos, la capacidad creadora de un artista no se desarrolla en compartimentos estancos, todo lo contrario, sus diferentes expresiones están mutuamente relacionadas, son deudoras unas de otras y se enriquecen entre sí. Las exigencias de la poesía, y de esto, no todo el mundo es consciente, no son las mismas que las de la narrativa, por esa razón es necesario trabajar de acuerdo a los patrones normativos de cada género. Es un error manifiesto, aunque Quevedo lo ha eludido, escribir una novela con los presupuestos del poeta, tendente este generalmente más que a narrar, a ornamentar con recursos propios de la poesía la narración.
La poesía es quizá el instrumento más adecuado para expresar los sentimientos personales. Gracias a las palabras del poema el autor penetra en los estratos más profundos de su personalidad, pero el poema no es una mera transcripción notarial con carácter biográfico, tiene que ver, más que con revelar, con desvelar esas claves personales que justifican su actitud vital. En este proceso de desvelamiento, sin embargo, no podemos olvidar la técnica, que siempre debe estar al servicio de la sensibilidad, y no a la inversa, como ocurre en aquellos poetas que se enredan en florituras verbales carentes, en muchos casos, de sentido. Sobre ello ha escrito esclarecedoras páginas Juan Francisco Quevedo en el libro Pensamiento, palabra y poesía (Septentrión, 2018), del que entresaco este fragmento: «una vez que se llega al conocimiento desde la lectura, hay dos factores esenciales, inspiración y trabajo. La primera se tiene o no se tiene; de hecho, he conocido poetas sin ella que, por mucho oficio y trabajo que le han dedicado, nunca han llegado al poema. Y viceversa, poetas que lo fían todo a la inspiración y luego no acaban nunca el poema pues lo abandonan sin más, tal y como les llega. La una sin la otra no hace al poema. Inspiración y trabajo son indispensables». La razón última de esto es acaso que toda escritura debe nacer de una necesidad interior, ser eco de una voz profunda, y conseguir que ese eco se traslade a la página con personalidad propia, aunque sea este es un asunto endiabladamente complicado. El objetivo principal para un poeta es conquistar su propia voz, esa manera de escribir que le hace único, inconfundible, esa voz que le permite expresar con plenitud tanto sus sentimientos como su visión personal del mundo que le rodea, pero esta no es una tarea fácil, ya que todo poeta es, antes que poeta, lector, y no resulta improbable que el poso de esas lecturas se vaya filtrando en la propia escritura. Juan Francisco Quevedo lo ha conseguido con creces. Cualquiera que hay leído alguna de sus obras reconocerá un estilo personal fácilmente identificable. Juan Francisco Quevedo, como hemos dicho, poeta, novelista, memoralista y crítico de poesía, ha sabido imprimir a cada uno de estos géneros ―manejando con destreza los registros de cada uno de ellos― su particular forma de entender la vida, y lo hace con sus mejores armas, con un lenguaje terso, sereno, fluido, reflexivo y lúcido, un lenguaje, en definitiva, con un mismo tono íntimo y confesional, con todas las reservas que a este término hemos puesto más arriba, porque, aunque no elude la presencia de lo biográfico en sus poemas, antes al contrario, busca, con esa especie de desnudamiento emocional, la complicidad del lector a través de una claridad innata, sin los afeites de la retórica, en toda escritura ahí una dosis ineludible de ficción, pero esa ficción, esa invención, en definitiva, no presupone falsedad alguna. Hay que tener en cuenta que el poeta no miente, solo inventa la verdad, porque, parafraseando a Antonio Machado, también la verdad se inventa.
Estamos hablando, en fin, de una poesía meditativa caracterizada por una mirada condescendiente y bondadosa, aunque no falten en ella razones para el desencanto, una poesía vitalista, y sentimental, clásica y, a la vez, absolutamente contemporánea. Como diría el poeta Carlos Marzal, es una poesía temporalista, «porque trata con hondura del tiempo del hombre que la escribe y pertenece también al tiempo del lector en cualquier tiempo que la lea». Con todo, lo que más caracteriza su poesía es la falta de altisonancia, la sordina y el tono nada enfático que ha sabido imprimir en su voz. En estos versos conviven armónicamente el gozo de la contemplación con la meditación que esta provoca, las sensaciones que aportan los sentidos con la reflexión de orden metapoético y temporal ―«Busco la palabra precisa / que ingrávida flota en el marco / de la tersa piel de la patria»― con la crítica moral y social.
Aunque Una mirada a este nuestro tiempo es un libro eminentemente hímnico (la declaración inicial que resumo en estos versos ―«El tiempo en el que vivo, el que siempre quise vivir, / fue el nuestro, el de los dos, el de los cuatro, / el de los dos, el de los que hayan de venir»―, lo constata, no elude ―lo subrayo de nuevo― la parte más dramática y sombría de la vida, el dolor ―«Vive en pasillos límpidos y estrechos, / está en el halo sórdido que habita / en las hirientes y ásperas miradas / de tristes ojos yendo hacia el vacío», escribe― y la muerte porque forman parte de la realidad del poeta, pero esa sordina de la que hablaba más arriba hace que el poeta escriba desde la mesura, con delicadeza no exenta de precisión. Al fin al cabo, en lo real conviven sin fisuras lo bello y lo terrible. Las correspondencias entre las cosas y los seres son inacabables y Juan Francisco Quevedo sabe sacarlas partido poéticamente. Sus tres secciones, con títulos esclarecedores, abundan en lo dicho: «Amor, dolor y poesía» es la primera. «Tierra, polvo, luz», la segunda, más vinculada esta a la rememoración del pasado, a la búsqueda de sus raíces, a la expresión del afecto: «Enséñame, madre, la luz / que surge del alaba e ilumina / la húmeda escarcha de mi infancia», escribe en el conmovedor poema dedicado a su madre. La última parte del libro, «Pensamiento y palabra» guarda muchas similitudes con la precedente, porque los recuerdos de la infancia y los sueños que en dicha etapa de la vida se engendran ocupan muchos de los poemas. Toda mirada retrospectiva tiene un alto componente de nostalgia, pero el enfoque de nuestro autor, aun sin prescindir de ella, está tintada por un componente que la transforma, la conmiseración.
Estamos, por tanto, ante un libro que emociona desde el primer poema por la lucidez con la que el autor contempla el mundo que le rodea, por la manera en la que eleva lo cotidiano a la categoría de universal, lo efímero del día a día en realidad sub specie aeternitatis, porque todo lo que escribe, gracias a un lenguaje cercano a lo coloquial, nos suena a verdadero, a algo propio. No hay impostura ni grandilocuencia en sus poemas, y eso lo agradece el lector con el que, como ya hemos avanzado, establece un alto grado de empatía, de complicidad. Frente a lo efímero de la vida, quedará la palabra, en manos de Juan Francisco Quevedo, dotada de una verdad que la ayuda a permanecer en la memoria de sus lectores.
* https://elcuadernodigital.com/2022/01/04/una-mirada-a-este-nuestro-tiempo/
04 martes Ene 2022
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