
VIGENCIA DE LOS NOVÍSIMOS. 50 AÑOS
A principios de la década de los sesenta, cuando los postulados realistas en el ámbito poético comienzan a dar síntomas de hartazgo —aunque Leopoldo de Luis dio a la imprenta su Antología de poesía social en 1965 con pretensión canónica— aparecen en el horizonte poético los llamados «novísimos», término que hizo fortuna gracias a la antología Nueve novísimos poetas españoles, de José María Castellet, publicada hace ahora cincuenta años (en abril de 1970) que consolida a varios poetas con inquietudes no del todo homogéneas, como grupo. Eran unos jóvenes poetas que mostraban un rechazo absoluto de las fórmulas y preceptos estéticos que disfrutaban de una hegemonía casi total en aquellos años, hegemonía que comienza a resquebrajarse con libros de autores como Pere Gimferrer (Barcelona, 1945), uno de los muñidores en la sombra de dicha antología, que publica su primera entrega, Mensaje del tetrarca, en 1963, a la temprana edad de dieciocho años, un libro que ya desde su título hacía presagiar un cambio sustantivo de procedimientos conceptuales y formales. Los patrones estéticos —entre otros, la libertad formal o el valor que conceden a la poesía por sí misma, sin prestarse a ninguna servidumbre externa— son rigurosamente opuestos a lo vigente por entonces. Fue, sin embargo, su segundo título, Arde el mar, de 1966, galardonado con el Premio Nacional de Poesía, el que se ha tomado tradicionalmente como punto de eclosión de una nueva generación poética (se suele soslayar, quizá con intereses espurios, que un título como Libro de las alucinaciones, de José Hierro, publicado en 1964, integrado por poemas escritos entre 1957 y 1963, posee ya algunos de los rasgos más significativos de ruptura con la poesía social, como el desdoblamiento identitario, el uso del correlato objetivo y la preponderancia de lo irracional en el desarrollo del poema, características estas últimas que le acercan a la poesía «novísima»).
Castellet dividió a los integrantes de su antología en dos subgrupos, el de los «seniors», del que formaban parte Manuel Vázquez Montalbán (Barcelona, 1939-Bangkok, 2003) —conviene señalar que Montalbán fue incluido en la segunda edición de su antología por Leopoldo de Luis, publicada en 1969— Antonio Martínez Sarrión (Albacete, 1939) y José María Álvarez (Cartagena, 1942), y el de la «coqueluche», es decir, el de los jóvenes, encabezados por Félix de Azúa (Barcelona, 1944), el citado Pere Gimferrer (Barcelona, 1945), Vicente Molina Foix (Elche, 1946), Guillermo Carnero (Valencia, 1947), Ana María Moix (Barcelona, 1947-2014)) y Leopoldo María Panero (Madrid, 1948-Las Palmas de Gran Canaria, 2014). Todos ellos nacidos a partir de 1939 y, por tanto, sin experiencia personal en la contienda. Nueve poetas con, todavía, escasa obra publicada —alguno de ellos, como Vicente Molina Fox, inédito por entonces en libro— que intentan, cada uno por su lado, sin ningún afán gregario, romper los férreos esquemas de la poesía escrita en los últimos veinte años (hablamos de la poesía «oficial», no de la escrita por «disidentes», como los integrantes del grupo Cántico o los Postistas, por ejemplo) y adaptar su poesía a los nuevos aires sociopolíticos y culturales que se respiran en Europa y, de manera muy tímida aún, en España. Jóvenes poetas que «por sus intereses diversos propugnan —en palabras de Castellet— la autonomía del arte, proclaman el valor absoluto de la poesía por sí misma y consideran al poema como objeto independiente, autosuficiente: el poema sería, pues, antes un signo o un símbolo, según los casos, que un material literario transmisor de ideas o de sentimientos».
La antología originó una fuerte polémica —lo que sin lugar a dudas, contribuyó a su éxito, algo que no ocurrió con otra antología coetánea, Nueva poesía española, de Enrique Martín Pardo ni con Espejo del amor y de la muerte, de 1971, cuya selección corrió a cargo de Antonio Prieto— incluso sin haber sido publicada. Meses antes, en lo que se ha calificado como una excelente operación de marketing, la filtración de los presupuestos teóricos que agrupaban a los poetas, así como de algunos de los autores elegidos, suscitó una polémica literaria que se extendió fuera de nuestras fronteras (no está de más recordar que el propio título de la antología provenía de otra antología preparada en Italia, I novísimmi, en 1961), en países de nuestro entorno geográfico (Europa) y en otros de nuestro entorno cultural (Hispanoamérica). El escándalo provenía de la rotunda descalificación que sufrió la poesía social, sobre todo viniendo de un crítico como Castellet, que en 1962 había coordinado la antología Veinte años de poesía española (1939-1959) con Jaime Gil de Biedma como consejero áulico, defendiendo los preceptos de dicha estética. También la selección de los poetas ocasionó duras amonestaciones. No faltaron críticos y poetas que reprocharon al antólogo la ausencia de nombres como José-Miguel Ullán, Aníbal Núñez, Juan Luis Panero, Ignacio Prats, Diego Jesús Jiménez, Antonio Hernández o Ferrer Lerín, algunos de los cuáles fueron incluidos en antologías posteriores como “Joven poesía española”, coordinada por Concepción G. Moral y Rosa María Pereda y publicada en 1979, con una nómina más extensa (de los nueve novísimos, Ana María Moix y Manuel Vázquez Montalbán fueron excluidos, y se completó el cuadro con Jesús Munárriz, (San Sebastián, 1940), José Luis Giménez- Frontín (Barcelona, 1943-2008), el citado Ullán (Vilarino de los Aires, 1944-Madrid, 2009), Marcos Ricardo Barnatán (Buenos Aires, 1946), Antonio Colinas (La Bañeza, 1946), Jenaro Talens (Cádiz, 1946), José Luis Jover (Cuenca, 1946), Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950), Jaime Siles (Valencia, 1951) y Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951). En dicha antología, adquirida en el año 1980, este lector accedió, con una mezcla de deslumbramiento y aprensión, a aquella poesía plagada de referencias culturales, exquisita en el tratamiento del lenguaje, formalmente rompedora y desvinculada de lo anecdótico, que tanto me influyó en mis primeros pasos como poeta.
Otra de las antologías que surgieron como complemento y que, en algún sentido, contradecía la unanimidad de la ruptura de los jóvenes poetas frente a la poesía precedente, la poesía social ya mencionada y la poesía de la generación del 50, fue Las voces y los ecos, de José Luis García Martín. Si exceptuamos a José Gutiérrez y a Julio Llamazares, los más jóvenes de los seleccionados, ambos nacidos en 1955 y representantes de la generación siguiente, el resto de los poetas seleccionado (Justo Jorge Padrón, Pedro J. de la Peña, Luis Antonio de Villena, Miguel D’Ors, Carlos Clementson, José Antonio Ramírez Lozano, Andrés Sánchez Robayna, Francisco Bejarano, Fernando Ortiz, Eloy Sánchez Rosillo, Manuel Neila, Víctor Botas y Abelardo Linares) son estrictamente coetáneos de los poetas novísimos, pero representan otra forma de decir más contenida y evocativa, menos dada al exhibicionismo, menos rupturista con la tradición hispánica, aunque sin renunciar a las influencias externas, al culturalismo por ejemplo, eso sí, menos artificioso. Con este nutrido conjunto de antologías —y algunas que no he comentado, como “Antología de la nueva poesía española” (1969), de José Battló o “La nueva poesía española” (1971), de Florencio Martínez Ruiz— se configuró la llamada generación del 68 o del 70, una generación lo suficientemente ecléctica como para que los presupuestos que defendía la antología Nueve novísimos poetas españoles, a pesar de su innegable influencia, más de orden sociológico que poético según pasaba el tiempo, quedaran pronto superados por la propia evolución de los poetas seleccionados. De los nueve, tres ya han fallecido —Ana María Moix, Leopoldo María Panero y Vázquez Montalbán—. Felix de Azúa es un reconocido —y polémico— ensayista y analista político que ha frecuentado además la novela, aunque no la poesía. Vicente Molina Foix ha publicado varias novelas, obras de teatro, de ensayo y libros memoralísticos. El cine se ha convertido en su pasión. En 1990 dejo de ser poeta inédito, pues publicó al fin su libro, Los espías del realista y en 2012 recogió toda su poesía en el tomo La musa furtiva. Antonio Martínez Sarrión ha venido publicando una poesía estéticamente fiel a la de aquellos años en muchos aspectos, en la que no ha decaído el uso de técnicas vanguardistas como el collage o la elipsis. Otro poeta que no ha renunciado a sus principios estéticos es José María Álvarez, contumaz recopilador de citas ajenas que sirven de apoyo, en algunas ocasiones de mucho más que apoyo, al poema propio. Dejamos para el final a los dos poetas de mayor peso específico, Pere Gimferrer y Guillermo Carnero, y en plena forma en la actualidad. Los últimos títulos de ambos suponen un abandono casi absoluto de las premisas que los hicieron merecedores de participar en los novísimos. Su poesía más reciente mantiene algunos lazos con la poesía veneciana» (también se la adjetivó así), como el culturalismo, eso sí, mucho más tamizado, pero han regresado al uso de las formas tradicionales y en cuanto a los temas, a cierto confesionalismo de raíz autobiográfico, a la ironía y el erotismo y, en el caso de Gimferrer, a la práctica intermitente de una poesía comprometida. Podemos preguntarnos, además de señalar su evolución personal, qué influencia han ejercido en los poetas posteriores, si es que han ejercido alguna. Desde entonces hasta ahora ha habido diferentes grados, como ocurre con todos los grupos, con todos los poetas. En la actualidad, hay algunos poetas que siguen el magisterio de Gimferrer. Leopoldo María Panero tiene una legión de seguidores, probablemente influidos mas por su iconoclastia que por su poética. Más allá del hecho de mencionar unos nombres u otros, lo que parece innegable es que en las más pujantes de las diversas generaciones que conviven en la actualidad ha calado muy hondo el afán de ruptura, la exaltación del lenguaje como punto cardinal del poema, la supremacía de la imagen frente a la hegemonía de la retórica, y la vinculación con tradiciones foráneas, no necesariamente en otro idioma. A los cincuenta años de la aparición de Nueve novísimos poetas españoles puede ser vista como una antigualla, pero no se le pueden restar méritos. Su gestación ha servido de ejemplo a algunas de las más importantes antologías generacionales que se han publicado posteriormente, y la vigencia de algunas de sus proposiciones, acaso de una manera menos visible de lo conveniente, resulta innegable.
*Una versión resumida de este artículo se publicó en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés