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JORDI DOCE. EN LA RUEDA DE LAS APARICIONES (POEMAS 1990-2019). EDITORIAL ARS POETICA

No sé cual fue la razón que me llevó a comenzar a leer este libro por el final, pero me alegro de haberlo hecho porque esa lectura en orden cronológico inverso es, precisamente, el modo en el que Jordi Doce ha planteado esta antología: «la selección se ha hecho hacia atrás, tomando lo más reciente como guía para desandar el camino y obrar las elecciones y descartes oportunos». Es importante resaltar además que el autor tiene esa prerrogativa, como también le asiste la facultad de modificar algún poema, de suprimir algún verso, de incluir algún inédito o de corregir alguna equivocación: «Sobra decir que me he tomado la libertad de rehacer frases y expresiones, suprimir o añadir versos y enmendar errores de todo tipo». Pero, más allá de estos esclarecimientos, lo importante es que nos encontramos ante un volumen, En la rueda de las apariciones (poemas 1990-2019), que recoge, si no toda, lo más granado de la obra —por otra parte, poéticamente no muy extensa— de uno de los poetas que goza de mayor reconocimiento crítico y, afirmar esto, no es una minucia, porque nunca ha sido Jordi Doce un acólito de las tendencias dominantes durante las últimas décadas, lo que, a buen seguro, ha restado apoyo promocional a su obra, obra que ha terminado imponiéndose por sí misma, por su rigor y por su calidad y lo ha hecho no a pesar de, sino porque sus poemas ofrecen una perspectiva de la realidad y de quien la observa ciertamente diferente, desde ese privilegiado puesto de observación que resulta del conocimiento de otras traducciones —la labor de Doce como traductor y experto en la poesía anglosajona es impagable— más acordes con un espíritu indagador que no se conforma con la exploración de la intimidad, del yo desde presupuestos ya saturados, aunque dicha exploración no esté ausente en sus versos, sino que sus poemas «siempre se han volcado hacia lo exterior, hacia la exploración del mundo sensible como base del impulso reflexivo o imaginativo». Por supuesto, ese mundo sensible no se pude concebir sin la mirada de quien está inmerso en él, y esta posibilidad se vislumbraba con mayor nitidez en sus primeros libros, incluidos aquí bajo el título “La anatomía del miedo (1990-1993)” (lo vemos, por ejemplo, en estos versos del poema «En el jardín»: «Corté la redecilla verde / y extraje con cuidado las raíces: / una bola de nervios / y tierra apelmazada y ocre, / un puño anónimo, / con algo de pregunta / o de presentimiento», pero, poco a poco, a medida que el poeta se asienta en la madurez vital y creativa, la propia inercia de la experiencia acumulada le impulsa a aventurarse por otros senderos menos trillados, algo digno de elogio, porque no es frecuente renunciar a esos asideros estéticos que le propiciaban estabilidad y prolongar la travesía sin el amparo de esa red. Esto es un ejemplo más del carácter epifánico de la poesía de Jordi Doce, del carácter insumiso de su voluntad creativa.

   El volumen está dividido en siete secciones que no se corresponden estrictamente con los títulos publicados, más bien, como el mismo Doce afirma, responde a «otros tantos ciclos de escritura», unos ciclos que, según el crítico y poeta Vicente Luis Mora, autor del prólogo, se pueden resumir en tres fases creativos, la primera, que podríamos llamar hermética —si la palabra no estuviera cargada de prejuicios— de dicción menos transparente «que comprendería desde La anatomía del miedo (1994), hasta Gran angular (2005), pasando por Lección de permanencia (2000), caracterizada por una mirada intimista», en la que, como decíamos más arriba, el yo es casi omnipresente y tanto lo biográfico como la reflexión metapoética adquieren una importancia capital —véase como ejemplo, el poema «El paseo»— y que en esta antología ocuparía las cuatro primeras secciones; una segunda fase, «más áspera, intuitiva y menos adicta al raciocinio convencional, según Mora, [que] arranca en Otras lunas (2002)» (aunque el periodo de incubación de este volumen se solapa con Gran angular) y en la que se incluyen unos libros híbridos en su concepción formal, no así estética, pues mantienen un mismo impulso creativo, Hormigas blancas (2005) y Perros en la playa (2011) y, por último, una tercera fase en la que Jordi Doce parece regresar a sus orígenes “oscuros”, al decir de los críticos, integrada por los poemas de No estábamos allí (2011-2019), y en la que está ahora inmerso. En cualquier caso, la taxonomía es solo un comodín didáctico que no consigue dar una imagen cabal de un proceso formativo como el de Jordi Doce, asentado en unas corrientes estéticas determinadas y en una herencia cultural muy diversa. Con este particular cóctel, el poeta logra escribir una poesía en continuo movimiento (Doce nunca escribe el mismo libro) que utiliza el detalle más insignificante —un botón encontrado en un bolsillo, por ejemplo— para enhebrar un discurso, podríamos decir marginal, en el sentido de situarse fuera de lo trillado y de lo, aparentemente, sustancial, por eso, leer a poetas como Jordi Doce ensancha nuestra visión del mundo.

* Reseña publicad en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés el 28/02/2020