

AURORA LUQUE. GAVIERAS. XXXII PREMIO LOEWE. COLECCIÓN VISOR DE POESÍA
La trayectoria poética de Aurora Luque (Almería, 1962) –cuenta en su haber con casi veinte libros de poemas, por no hablar de su reconocida faceta como traductora— estaba ya más que consolidada antes de obtener el Premio Loewe de Poesía, pero no cabe ninguna duda de que el prestigio de este premio contribuirá –dentro de los reducidos límites de la poesía, claro está– a que su obra llegue a un número mayor de lectores, algo totalmente merecido. Gavieras, el título con el que ha merecido tan codiciado galardón, nos remite de inmediato a dos referencias, la del viaje (resulta ineludible hacer alusión al protagonista poemático de algunas obras de Álvaro Mutis, Maqrol el gaviero) del navegante y la de la exaltación y reivindicación de la mirada femenina de la realidad —de ahí el femenino—, un tema este último que Aurora Luque frecuentó en extenso en su libro Personal & político (2015), haciendo suyo el lema feminista que no ha perdido vigencia.
El libro está dividido en dos secciones —«Deambulares» y «De la agenda del duelo»— de muy diferente calado. Ya desde el primer poema del libro, la autora delimitas las coordenadas tanto estéticas como ideológicas por las que se aventuran los poemas, como queda de manifiesto en estos versos: «la resistencia en sí pero la vida se hace navegable si traduce / el deseo si da fe de horizontes que dejaste tensados brilla / el horizonte cuando la libertad cuando unos versos / lo sostienen tirante / impecable». Esa navegación la emprende Aurora Luque a través de las palabras, verdadera embarcación con la que realizar la singladura por el encrespado más de lo significados, la comenzó siendo aún muy niña, a los once años. Por supuesto, en una poesía como la de Luque no podían faltar los referentes clásicos, y así, pronto aparece, para salvaguardar la travesía, Anfititre, diosa del mar y esposa de Poseidón. Bajo su estro se ampara la gaviera: «Tú eres el mar-espejo, el mar aceite, / la presencia mayor, mas no invocada». Sutilmente censura la poeta un machismo que se extiende también entre las divinidades. Aunque los homenajes poéticos forman parte de la segunda sección, intercala ahora uno a Caballero Bonald, el poema «Mar de Argónida», un lugar mitificado por el gaditano. Leemos aquí versos que se deslizan, que alzan el vuelo, con un ritmo épico, casi homérico: «El cielo murmurante bajo el cauce, armazones de redes / clandestinas, diálogos de aves / puras e incandescentes, las arena absueltas, / libres de orografías y echadas a nadar onduladas como carne de ninfas». No se piense, sin embargo, que esta travesía es únicamente marina. El término «flâneuse» le viene a Aurora Luque como anillo al dedo. La ciudad se convierte así el paraíso de la curiosa, que callejea, que deambula: «Harás las calles. Preguntarás el nombre de los árboles o los bautizarás si se hallan huérfanos. Preguntarás los sueños a los viejos artistas rotulado en lápidas, Y los saludarás: ¿tu compañera?». Mucho tiene que ver este poema con el titulado «Senderuelas». Aquí no el paseante solitario el protagonista, sino el propio lenguaje: «Las palabras caminan, / andan, vagabundean y desandan. ¿Las ves?». Y es que en algunos de estos poemas Aurora Luque no puede ocultar su labor como filóloga. Su voluntad de renombrar las cosas de una perspectiva distinta se concreta en la creación de neologismos como «afrodisiar» —«inventé placeres no guardables / en bolsas de lenguaje», escribe— o en especular sobre el prefijo «des», pero también en su disposición creativa representada por esas conversaciones en verso con Anne Carson, con Safo o con Isabel Oyarzábal, poema este que finaliza con estos versos desgarradores: «Isabel Isabel Isabel / oh, escritura / vuelta al ser». , porque quizá la escritura sea, esencialmente «celebrar la segunda existencia de las cosas / recuperar la vida que acusaron de inútil / el amor del camino».
La segunda parte del libro, «De la agenda del duelo», abarca con mayor precisión los homenajes —aunque estos no faltan, como hemos dicho, en la primera sección: Sabina, Agnès Varda, Marisol o las neodanaides, por ejemplo— . Antonio Machado, Chantal Maillard, Eurídice, Santa Teresa, Claudio Rodríguez y junto a estos personajes tutelares, un elemento no exento de mitología y simbolismo, la noche, vista ahora con nostalgia: «¿Cómo no habré de amarla, si contuvo / las bolsas del difícil placer innominado?», se pregunta la autora, para concluir con estos versos definitivos que respaldan una forma propia de ser y estar en el mundo: «Sin la noche qué haremos finalmente. / Ahora solo amaso los recuerdos / de aquel hacer las noches mías antes». Aurora Luque ha escrito un libro reivindicativo y valiente, y lo ha hecho con esa sabiduría poética que logra conciliar la belleza formal del verso con la franqueza y la libertad del contenido. Resulta imposible no participar de este demoledor cóctel.
Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, 27/11/2020