QUINCE AÑOS SIN OCTAVIO PAZ
Hace quince años, el 19 de abril de 1998, fallecía Octavio Paz, poeta, ensayista e intelectual controvertido en la última etapa de su vida, tal vez por mostrar posiciones muy críticas con aquellas que mantuvo cuando era, en la década de los treinta del pasado siglo, un poeta ideológicamente comprometido con los posiciones de la izquierda. Se le ha reprochado (Carlos Monsiváis fue sin duda uno de sus más cualificados detractores) la connivencia con las fuerzas ideológicamente más conservadores —alguien que, como él, paradójicamente, en “Poesía, sociedad y estado” escribe que «el poder político es estéril, porque su esencia consiste en la dominación de los hombres, cualquiera que sea la ideología que lo enmascare» o «…allí donde el poder invade todas las actividades humanas, el arte languidece o se transforma en una actividad servil y maquinal», pero, a mi juicio, esta es una lectura sesgada de la deriva ideológica de Paz, contrario a cualquier manifestación totalitaria, aunque en sus últimos ensayos y entrevistas pecara, como muchos conversos, de un maniqueísmo que le condujo a condenar violentamente sus viejas opiniones y extremar la defensa de un ultraliberalismo de raíz económico que aboga por la desaparición del Estado para dejarlo todo en manos de las fluctuaciones del mercado, lo que, en la práctica, excluye cualquier reivindicación de carácter social.
Paz es mucho más que esa imagen de escritor al servicio del poder, y nadie puede negar, a pesar de gozar actualmente de una influencia desigual, que es una figura indispensable de las letras hispanoamericanas del pasado siglo, aunque, como digo, las valoraciones sobre la proyección de su poesía o de su obra ensayística sean, cuando menos, divergentes. El primer Paz que yo leí fue el de Poemas (1935-1975) allá por el año 1981, y el joven poeta que yo era entonces quedó deslumbrado por el realismo narrativo plagado, sin embargo, de ambigüedades de los poemas en prosa; por las reflexiones metapoéticas engarzadas en los versos, con las que yo tan de acuerdo estaba entonces («La poesía ha puesto fuego a todos los poemas», «Todo poema se cumple a expensas del poeta») sin llegar a cuestionar la grandilocuencia que alimentaba tales proclamas, de ¿Águila o sol?; por el simultaneísmo (la expresión la tomo del propio Paz) presente en los versículos de un libro como La estación violenta, que leo actualmente con mayor provecho que en aquellos años, como me ocurre con el largo poema Pasado en claro, cuya primera edición data de 1975 y es el último de los libros recogidos en esta reunión de su obra. Sólo muchos años después, en 1987, Paz publicaría un nuevo libro de poesía, Árbol adentro, en 1987, libro que, he confesar, me pareció una reunión de textos un tanto artificial, con escasa articulación orgánica entre los diferentes poemas que forman el libro.
Creo que su obra ensayística soporta mejor el paso del tiempo, sobre todo la relacionada, más que con aspectos históricos o políticos, con cuestiones artísticas. Sus estudios sobre la modernidad, sobre las diversas tradiciones literarias que empapan al creador actual, sobre la importancia de la traducción, entendida ésta como una reinvención, como una “re-creación” del poema fuente, gozan de plena vigencia. Libros como los titulados El arco y la lira, Los hijos del limo o Traducción: literatura y literalidad son de consulta frecuente para quienes, como yo mismo, tratamos de entender los recónditos mecanismos que incitan a la creación. Creación de otra realidad no paralela, sino autónoma, “en la que no hay victoria sobre la materia o sobre los instrumentos, sino un poner en libertad la materia”. Cualquier circunstancia es oportuna para perpetuar la figura y la obra de un gran poeta, incluso una luctuosa, como la que hoy recordamos, los quince años de su muerte física. La otra muerte, la verdaderamente significativa, es obvio que está, afortunadamente, muy lejos de producirse.