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Archivos mensuales: enero 2014

JOSÉ INIESTA. Y TU VIDA DE GOLPE

29 Miércoles Ene 2014

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JOSÉ INIESTA. Y TU VIDA DE GOLPE. CALLE DEL AIRE, Nº 120. EDIT. RENACIMIENTO

Son varias las conclusiones que uno puede extraer de la lectura de Y tu vida de golpe, el último libro que ha publicado José Iniesta, un autor lento y riguroso, como lo demuestra su escasa producción, cinco libros en casi treinta años de creación. La lentitud no es una virtud en sí misma, pero tampoco podemos considerarla una lacra, tal y como parecen transmitir los altavoces de la sociedad actual, una sociedad en la que la velocidad y el estrés son síntomas de vitalidad, de estar al día. Cada poeta debe conocer su propio ritmo y adaptarse a él, esta es una de la condiciones consustanciales para lograr la autenticidad, aunque esta idea no debe hacernos presumir que posea  mayor eficacia el poeta que publica un libro cada lustro que el que regularmente, casi cada año, envía uno a la imprenta (dos ejemplos acuden ahora a mi mente, el prolífico José Agustín Goytisolo y el renuente Claudio Rodríguez), siempre y cuando —y esto ocurre habitualmente en la novela, pero dudo que suceda en la poesía— no se vea forzado a hacerlo por motivos extraliterarios. Estoy describiendo un proceso de publicación, que no de escritura, que goza de homogeneidad temporal y, sin embargo, los periodos de publicación de los libros de Iniesta no se avienen a estas normas. Podemos considerar dos periodos intermitentes, el inicial, del que forman parte sus primeros libros, Del tiempo y sus castigos (1985) y Cinco poemas (1989) y el de madurez, en el que ahora se encuentra, constituido por Arder en el cántico (2008), Bajo el sol de mis días (2010) y el libro que hoy comentamos, Y tu vida de golpe (2013). En medio de estas dos etapas, un largo intervalo de silencio —«Ha escuchado el silencio de la vida/ y en un pozo ha bebido sin hartura/ de las aguas amargas de la realidad», escribe en un poema— en el que el poeta ha ido alimentando su obra con la experiencia vital. Esta es sin duda la primera conclusión, para escribir con pasión un poema es necesario haber experimentado antes con naturalidad —y consideramos reales tanto los hechos de los que tenemos conciencia como los sueños—, la emoción que conduce a la escritura. La segunda conclusión tiene más que ver con las limitaciones propias del lenguaje a la hora de descifrar nítidamente la experiencia. Ocurre a veces que el lenguaje se torna demasiado escurridizo, escasamente definido en su esmerada definición, como si quedaran demasiados hilos sueltos o aspectos ocultos detrás de las palabras, y el poeta se encuentra en la necesidad de precisar su emoción dándole otro vuelo, no tan ras de tierra, con el objeto de apropiarse de ella, de hacerla verdaderamente suya. Necesita entonces la ayuda del símbolo para reconocerse, necesita utilizar palabras que puedan ofrecer tanto al lector como a quien las escribe una dosis alta de ambigüedad, de imprecisión, acaso para que quede diluida esa sensación final de fracaso que el hecho de vivir lleva aparejado: «La vida es la respuesta, y no el camino,/ cansancio tus palabras al llegar» son unos versos del poema titulado «La vida desde el sillón» que creo abundan en ese sentido. Pero esta práctica no está exenta de riesgos —riesgos, por otra parte, implícitos en el propio acto de la escritura—, uno de los cuales, quizá el mayor, es el ensimismamiento, el hecho de pensar que se es capaz de doblegar los significados. José Iniesta asume magistralmente las consecuencias, como lo demuestra el poema titulado «Las palabras», que no me resisto a transcribir completo porque sus versos explican de un modo más contundente lo que yo sólo dejo esbozado:

LAS PALABRAS

A menudo no encuentro las palabras.

En vano está encendida

nuestra vela en la noche

buscando iluminar la vastedad.

¿Cómo nombrar la vida

                                   con materia tan leve,

con la arena y el humo

                                   la rosa y la ceniza?

 

¿Cómo cantar la luz sobre mi mesa

tan sólo con la voz,

decir el nombre  limpio

                                   de la sal de los días,

la lluvia indiferente frente al muro,

la caña que se inclina contra el viento,

el pájaro cantando en el tapial?

 

¿Cómo escribir en la mañana fría

la verdad de tu sangre,

                                   el clamor de los muertos,

las razones del sueño y los abrazos,

el silencio crujiendo en la madera

de una techumbre a punto de caer?

 

¿Cómo decirles hoy a las palabras

que son sólo el murmullo

                                       en una casa vieja

donde todos partieron a su nunca,

el rumor de sus pasos en la nieve,

que apenas son capaces de expresar

de mi vida el esbozo y el suspiro,

y no la maravilla ni la boca

que beso cada noche en lo más alto,

 

que solamente son la arcilla muda

en el quebrado cántaro vacío,

la memoria del agua

                                sonando siempre dentro?

 

Podemos preguntarnos, entonces, hasta qué punto las palabras son capaces de llenar «Los lugares vacíos», titulo de la segunda sección, de rescatar de la memoria detalles, quizá mínimos—la risa, un vaso, una llamada, —, tal vez tergiversados por el paso del tiempo, pero, en cualquier caso, relevantes para quien los recuerda; hasta qué punto pueden las palabras ponernos en contacto con la persona ausente, rescatar del olvido una tarde soleada, un mediodía o una tormenta. Se pueden proporcionar muchas respuestas y cada una de ellas será válida para un lector determinado. Lo que si me atrevo a afirmar es que si José Iniesta dudara de ese poder conciliador de las palabras, no hubiera salido desnudo a la intemperie. Son las palabras las que visten esa intimidad descarnada, sufrida y doliente. Son las palabras las que ayudan a salir «A cielo abierto», a sentirte parte de la naturaleza, tan presente en estos poemas. Esa comunión es la que lleva a Iniesta a escribir versos como estos: «por la ruta del aire/ celebrando el prodigio de ser vida». Es la naturaleza el escenario donde un cuerpo se funde con otro cuerpo, y de esa fusión nace la luz, «la luz que más brillaba y la más cerca», aunque ese reflejo fugaz sirva sólo para dar forma a la ficción que crea el deseo. La experiencia del dolor tiene su parte positiva porque nos enseña a apreciar con mayor intensidad la vida misma, el mero hecho de estar vivos y de ser testigos de las maravillas que el mundo nos brinda. «De nuevo es el amor quien me sostiene», escribe Iniesta, casi como si fuera un desafío, un reto al tiempo del luto. Ahora que llegamos al  final del libro, es el momento de tomar conciencia de cómo la escritura ayuda a conocer la realidad, la propia realidad, la intensidad de los acontecimientos y de las emociones, porque no sólo se vuelven a vivir al escribirlas, sino que se reflexiona sobre ellas, se interiorizan y, paradójicamente, se hacen más íntimas. Y tu vida de golpe comienza con un tinte de pesimismo que el lector puede tomar como premonitorio, pero una vez que el poeta asume la irreversibilidad del adiós, que se ve obligado a renunciar al hijo que fue porque los lazos entre el yo de hoy y el de entonces se han roto, los poemas se vuelven más optimistas, más celebratorios y acaban con una fervorosa reconciliación entre el ser y el mundo en el que vive, entre el hombre y la naturaleza, una naturaleza que, de forma excepcional, condiciona este tono confidencial, meditativo, con la figura tutelar de Francisco Brines al fondo, tan apropiado para quebrantar el silencio.

ADIÓS A JOSÉ EMILIO PACHECO

27 Lunes Ene 2014

Posted by carlosalcorta in Miscelánea

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ADIÓS A JOSÉ EMILIO PACHECO

 

Una de las primeras entradas de este modesto blog estuvo dedicada al septuagésimo tercer cumpleaños de José Emilio Pacheco, el 11 de julio de 2012, hoy, poco más de año y medio después, el motivo que me conduce a hablar de nuevo de Pacheco no es de celebración, sino de pena, porque ha fallecido en la tarde de ayer como consecuencia de un paro cardiorespiratorio. Hace unos días, el poeta fue hospitalizado a causa de una caída en la que se golpeo fuertemente la cabeza, pero, aunque los detalles de su estado eran confusos, nada hacía presagiar este fatal desenlace, tanto es así que su esposa, la periodista Cristina Pacheco declaró a la prensa que el poeta se encontraba bien.

El día antes del accidente casero, Pacheco había enviado a la revista Proceso un artículo sobre Juan Gelman, fallecido días atrás, que comenzaba así: «No hay datos en la memoria reciente que nos permitan comparar la resonancia de la muerte de Juan Gelman con la de ningún otro de nuestros poetas contemporáneos… Gelman fue hasta el 14 de enero el mejor poeta vivo de la lengua y a partir de ese día se ha vuelto uno de nuestros clásicos modernos.» Creo que José Emilio Pacheco se ha convertido también, lo era en vida, en uno de nuestros clásicos modernos. Libros como El principio del placer(1972), Las batallas en el desierto(1981), aquella primera antología que cayó en mis manos, Alta traición, seleccionada y prologada por José María Guelbenzu en 1985 o los poemarios Los trabajos del mar(1983), Miro la tierra(1987), La arena errante(1999, significativamente dedicado a dos poetas tan opuestos estéticamente como Octavio Paz y José Agustín Goytisolo, Como la lluvia(2009), los cincuenta poemas en prosa de La edad de las tinieblas, más incluso que los galardones que ha recibido por su obra (el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo (2003), el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2009) y el más reciente, el Premio Cervantes de 2009) así loverifican.

A finales del pasado año, Pacheco recogió en un volumen, Nuevo álbum de zoología- El libro de las adivinanzas, publicado por Era-El Colegio Nacional, una selección de poemas de sus últimos libros en los que da voz a los animales, algo frecuente en sus poemarios, sobre todo desde el titulado No me preguntes cómo pasa el tiempo. Este proceso de humanización servía al poeta para mostrar, a modo de fábula, las contradicciones y los vicios de los que somos protagonistas los hombres. Su poesía está armada con el cemento de la realidad y utiliza el mito como símbolo de esas fuerzas invisibles que gobiernan nuestra conducta. Esa forma de concebir el poema no está sujeta a los vaivenes de la actualidad, es intemporal, por eso lectores de cualquier época encontrarán en sus cuentos y poemas la crónica de lo que les está sucediendo en ese momento. Con sólo unos días de separación, nos han dejado dos de los poetas mayores de nuestra lengua, sin embargo sus lectores, siempre los tenemos presentes.

JUAN IGNACIO GONZÁLEZ. EL CUADERNO DE LA CENIZA

22 Miércoles Ene 2014

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JUAN IGNACIO GONZÁLEZ. EL CUADERNO DE LA CENIZA. HERACLES Y NOSOTROS, Nº 10. GIJÓN, 2013

Nacido en Mieres en 1960, Juan Ignacio González ha estado vinculado desde su juventud a proyectos literarios y artísticos, como el colectivo Cálamo, fundado en 1982 o la colección de Heracles y nosotros que comenzó su andadura a finales de la década de los ochenta y en la que se publicaron, en su primera época, nueve plaquettes de autores como Jaime Priede, Aurelio González Ovies o Jordi Doce. Con un diseño clásico, muy similar al originario, aunque  mayor en tamaño y extensión, comienza la segunda etapa de este meritorio proyecto, y lo hace con una nueva entrega poética de Juan Ignacio González, titulada El cuaderno de la ceniza.

Muy lejos en el tiempo queda ya su primer libro, Otros labios, acaso, publicado en 1985, aunque releyendo casi simultáneamente este primer libro con El cuaderno de la ceniza, uno no puede dejar de señalar que existe entre los poemas que componen uno y otro libro un aire de familia perfectamente reconocible, lo cual no significa que leamos el mismo libro, sino, como no podía ser de otra forma, que asistimos a una evolución meditada, reflexiva de una visión del mundo que comenzaba a arraigar en la conciencia del poeta hace treinta años y que ahora, en la madurez vital y estética, ha enraizado bajo el suelo ya nutrido de la experiencia, por eso, lo que en un principio eran sólo intuiciones, conjeturas o esperanzas se han convertido ahora en olvidos, en pérdidas, en desengaños. El lector es testigo de la conjunción que provoca asumir las restricciones que el paso del tiempo impone y las reflexiones íntimas a que da lugar esa travesía. El tiempo, y no es preciso ser un sofista para entenderlo así, entre otros ejercicios, coloca lentamente las cosas en su lugar, confiere la importancia justa a cada acontecimiento, atenúa las ambiciones, enseña a sacar provecho de lo aparentemente insignificante, y todo esto ha de reflejarse de forma natural en la escritura, por esa razón, aunque el concepto del poema no haya variado en lo sustancial, su materialidad sí que ha sufrido esos fluctuaciones, no de forma abrupta (quien desee comprobarlo podrá hacerlo leyendo los libros publicados durante este largo intervalo, libros colectivos en su mayor parte, como Velar la arena (1987), Contra las ocurrencias (2003) o La vieja música que vio la luz en 2004), sino pausada, destilada por la voz de un poeta que escribe sólo por necesidad, sin atender a la llamada de la actualidad, sin caer en las redes de la prisa, siendo consciente de que la realidad posee múltiples caras y la posibilidad de fusionarlas en la escritura, más que una necesidad, es una virtud no demasiado frecuente.

El ritmo excelente, el gusto por la palabra suntuosa —en esta entrega, bastante mitigado—la minuciosidad de la descripción de los sentimientos, la resignación ante el paso del tiempo: «Sólo somos lluvia que hemos dejado en otros», cierto tono sentencioso, casi didáctico de los que Juan Ignacio González ha hecho gala desde su primer libro siguen aquí presentes. Han desaparecido, sin embargo, casi por completo el sugerente erotismo o los monólogos dramáticos, aunque persistan ciertas referencias culturales, provenientes en gran medida del acervo cultural de la Grecia clásica, una devoción estética que acompaña desde siempre al autor. Basten para comprobarlo la cita de Odiseas Elitis que encabezaba una de las secciones de su primer libro y la de Yorgos Seferis, que sirve de frontispicio al libro que ahora comentamos. Acaso la mayor novedad temática que ofrece El cuaderno de la ceniza sea la reflexión de calado metapoético que muchos de los poemas encubren de forma más o menos velada. La poesía no siempre ejerce sobre el poeta un poder salvífico y Juan Ignacio González es consciente de ello y se pregunta ¿por qué escribir poesía?  En el poema titulado «Ella, maldita sea», responde con versos como estos: «Imán de soledades y destierros,/ ella,/ maldita sea,/ debe asolar los cuerpos y la dicha,/ y morir con nosotros en el último puerto». En otros, como el titulado «Página en blanco», el escepticismo provocado por saberse sólo una pieza más en el maremagnun de los significados, un poeta que siente y padece de manera personal, pero que no encuentra aquellas palabras capaces de descifrar esos sentimientos, escriba «¿Qué puedo yo decirte que no hayan dicho antes?», pero la imaginación que recrea lo real o lo reinventa nos insinúa que siempre pueden decirse las cosas de forma diferente, por muy trillados que estén los temas a tratar; si no fuera así, la literatura, la poesía se habrían convertido en algo innecesario, en pura retórica, no en algo indescifrable que «viene de lo vivido», de las incertidumbres  que asolan al ser humano, que trata de encontrarle un sentido a su existencia, de explicársela a sí mismo y a quien lo lea, como ocurre con la poesía de Juan Ignacio González.  

HENRI COLE. MECÁNICA ELEMENTAL

21 Martes Ene 2014

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MECÁNICA ELEMENTAL

Caminando ayer bajo el frío aire luminoso,
me encontré con quince caballos que trotaban
por la avenida formando una falange. Mucho antes
de que fueran visibles, escuché sus cascos resonando
en el pavimento igual que el lenguaje es a veces audible
antes de tener sentido. Me encantó cómo jugaba el viento
con sus colas largas y bruñidas. Aunque estaba en un lugar alejado,

no me sentía un extraño. Notas que Madre está muriendo,
y la proximidad de su muerte te provoca
nostalgia de la lengua francesa. Sospecho que no soy
un hijo típico, apreciando la felicidad
incluso mientras exprimo mecánicamente peras maduras
—desvanecidas como la luz — cuya pulpa
una vez licuada crea leche materna para mí.

 

Versión de Carlos Alcorta

AUGUST KLEINZAHLER. ANIVERSARIO

17 Viernes Ene 2014

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AUGUST KLEINZAHLER

 

ANIVERSARIO

Te imaginarías al halcón como una cosa aislada,
gobernando el empíreo,
aprovechando las corrientes térmicas y el viento
hasta que mirando de soslayo, cae en picado graznando—

cruelmente perfecto,  como es él.
Con la lila del sur encendiendo las calles
y floreciendo la flor del pensamiento bajo los pies
yo estuve allí mismo después de que amaneciera cada día,
antes de que el sol percutiera sobre el mezquite y la acacia
y las golondrinas se precipitaran vertiginosamente sobre la hierba
y las libélulas revolotearan más arriba:
cada día, poco después del primer trino, el cabeza hueca

durmiendo a la intemperie en la alcantarilla.
Antes del calor,
antes de que la estridulación de la cigarra comenzara,
cuando la lila del sur estaba todavía en flor,
cuando florecían los pensamientos descuidados en el parque
y todavía se notaba frío en el aire.
Recuerdo una vez un halcón de cola roja encaramado sobre
una rama o en un poste eléctrico.
Tal vez descendió para otear mejor,
pero creo que era para que yo lo viera mejor a él,
que reinaba sobre estas pocas hectáreas y en una extensión mayor,
lo que lo convertía en poderoso.
Un amenazante brillo dorado resaltaba en su plumaje rojizo.
Su vientre era blanco.
Mírame, parecía decirme.

He aquí algo puro y salvaje, sin corazón,
hermoso y terrible, a partes iguales.

Lo vi un día desgarrando su presa:
estaba en el hueco de un árbol, pequeño y a mano,
concentrado, fascinado, destrozándola sin piedad,
sonaba como un cuchillo destazando carne,
con la crueldad que le es propia, nada más.
Pero otro día, no mucho después, lo oí,
posado en lo alto de una rama, pidiendo ayuda,
piando de angustia, penosamente,
kee- eeee – arr kee- eeee – arr,
aterrado o herido, digno de lástima en su desconsuelo,
hasta que, de repente, desde algún rincón del cielo
otro halcón descendió para reunirse con él,
no allí mismo, en la misma rama, en otra, muy cerca.
Y poco después, volaban juntos,
dejándose llevar, en espiral, cada vez más alto
en círculos, girando y alterando la altura,
extasiados por todo lo que eran y serían capaces de hacer,
no como seres independientes, sino como una pareja.

 

Versión de Carlos Alcorta

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ. CAMINO DE NINGÚN FINAL

13 Lunes Ene 2014

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JOSÉ LUIS MARTÍNEZ. CAMINO DE NINGÚN FINAL. Antología Poética. Edición de Vicente Gallego. Edit. Renacimiento, 2013

Culture Club, el primer libro publicado por José Luis Martínez  en 1986 (los poemas de este libro seleccionados aquí lo hacen agrupados bajo el título El concepto de autor, que era inicialmente una de sus partes; además ahora incluye tres poemas inéditos, los titulados «Rico postre», «Retrato» e «Historias de amor») revelaba ya un afán de transgresión poética poco habitual en aquellas fechas, influido sin duda por la herencia de las vanguardias estéticas de primeros del siglo XX  y estimulado por un firme deseo de transgredir el riguroso formalismo de gran parte de la que entonces, mediados de los años 80, era la poesía más joven, aferrada, en muchos casos, a unos preceptos decimonónicos, así como, y esta era acaso la causa primordial, por la intención de aventurarse en nuevos territorios poéticos, alejados de los habituales. Quizá por esa razón, junto a poemas en los que predomina la ironía —su uso resulta imprescindible para desdramatizar la experiencia, cuando se intenta construir el poema con los materiales que le dieron fundamento — o los juegos de palabras tan queridos por Ángel González y, mucho antes, por Catulo —que no esconden una sátira a la solemnidad con la que algunos poetas se enfrentan al propio poema—, encontramos lo que podríamos considerar poemas visuales de no menor voluntad transgresora, pues uno de ellos reproduce el impreso de una Licencia de Apertura, otro es un collage de noticias entresacadas de El País y un tercero, el dibujo de un rostro más alegórico que preciso que nos recuerda al Joan Brossa de sus comienzos.  Pameos y meopas de Rosa Silla, su segundo libro, publicado en 1989, es, sin embargo, su primer libro escrito, entre mayo de 1984 y junio de 1985. La preeminencia de Julio Cortázar no sólo se manifiesta en el título, sino en las estructura de los poemas que dan cuenta de una historia de amor controvertida, difícil, efímera, una historia contada con ternura, con humor, con algo de irreverencia por parte del personaje que va construyendo su propia vida. De los poemas seleccionados en esta ocasión, el titulado «Escribir sobre Rosa» es uno de los que mejor puede ejemplificarlo: «Toda la vida te voy a escribir,/ en clave de sol, llueva o truene,// Porque se lo merece/ —eso y lo que haga falta—,/ porque es una chavala excelente,/ parca en edad/ y alejada de gustos como el heavy».

Ochos años transcurren hasta que publica Abandonadas ocupaciones (1997), libro que recoge, sin embargo, poemas escritos entre los años 1986 y 1991. Durante  este periodo  se afianza la vocación del poeta y se percibe un cambio sustancial en el tono y la intención de los poemas, que ahora poseen una  inflexión de carácter más trascendente. Sigue siendo una poesía testimonial, pero la ironía inicial ha dado paso a reflexiones de carácter más explícito sobre la creación, sobre la construcción del poema, sobre la escritura como enfermedad incurable. Sin embargo, un poema inédito, incluido ahora en este libro, trata a nuestro parecer, de resituar su escritura restándole lo que el poeta pudiera ver de gravedad sentenciosa. 

A FAVOR DEL POEMA DÉBIL

A favor del poema débil

como canal que no puede con la góndola,

del poema desventado,

sin chispa de gas,

                            Nada atlético,

carente de fuerza como los tiempos que corren.

 

De nuevo la poesía se incardina con la vida. La fragilidad que la sustenta da lugar a unos poemas desencantados en los que el paso del tiempo y el deterioro físico que éste lleva aparejado se presentan al lector como algo irremediable. Desde la renuncia parece construirse la verdadera identidad del poeta, sometido ahora un ejercicio de sinceridad consigo mismo que trasluce una voluntad de resistencia en la que la escritura actúa como cómplice. Las historias que nos narran los poemas, historias que el poeta se cuenta a sí mismo, son un intento de comprensión íntima a través de los objetos —la Olivetti Lettera Pluma 32, por ejemplo— y los acontecimientos, como el poema «Recital que fue una joya». Poemas como «Premura»: «Di lo que tengas que decir, y dilo/ mientras aún dispongas de tiempo.// Mañana podría ser tarde.// Mañana podrías estar muerto.» o «Notas para un epitafio» nos adelantan el camino por el que transcurrirán las inquietudes de su siguiente libro, El tiempo de la vida (2000), que contiene poemas escritos entre los años 1992 y 1998. Como se ve, hay una perfecta sucesión temporal en cada uno de sus libros, lo que ayuda al lector a percibir también la evolución creativa del autor. Los poemas son el escenario donde se verbalizan las incertidumbres, donde el poeta se somete a un examen de conciencia, como en el poema «Misantropía», en el que se advierten ecos de Baudelaire y de Jaime Gil de Biedma. La sátira se dirige contra sí mismo, aunque utiliza el testaferro de la otredad para disimularlo ante el lector. También se incluyen en este libro algunos poemas inéditos, como los titulados «Cuando hablamos de amor» y «De nuevo el primer libro», un alegato a favor de la poesía, no como un divertimento, sino como una parte sustancial de su vida: «Un nuevo libro […]/ será libro si vuelves a apostar/ a todo o nada por la poesía,/ a todo o nada por la vida». El tiempo de la vida es un libro de celebración contenida, a pesar de poemas como «Necesidad de un optimismo ciego», tan fervoroso. «Si acaso, sonreír,/ sonreír siempre, siempre sonreír.// Sonreír hasta que te mueras», que anticipa el que hasta ahora es su último libro, Florecimiento del daño (2007). Vicente Gallego, el autor del emotivo y detallado prólogo, escribe que «José Luis, en estos dos últimos libros suyos, ha devenido más sobrio, más musical —con su música siempre enhebrada con delicadeza en el tono franciscano del discurso—, y también más poderoso en la meditación sobre el sentido de tantas apariencias como la vida nos presenta, no para confundirnos, sino para que nazcan en nosotros las preguntas últimas». La voz que asoma en estos poemas se ha vuelto más lírica, se muestra menos interesada en lo anecdótico y lo narrativo. Ahora hay una celebración de la vida sin máscaras. EL verso se esencializa, se desnuda de lo retórico. Lo cotidiano se trasciende hasta alcanzar categoría de símbolo, lo particular se universaliza, la experiencia individual se torna colectiva, porque los seres humanos están aquejados por idénticas perplejidades y sinsentidos. Florecimiento del daño, escribe Francisco Díaz de Castro, «despliega una prolongada elegía en cuyo interior se afirma, contrastándose, el himno a la materia que da sentido y razón al fervor y a la queja existenciales entre los que se tensa esta poesía». El poema «Ojos de serpiente» (no incluido, sin embargo, en la selección) es paradigmático en este sentido: «Deberías sentirte satisfecho,/ plenamente feliz:/ la vida te sonríe./ Y sin embargo vives sin pasión,/ vives como si el rostro de la vida/ te ocultara su lado amable». Pero, a pesar de este autoreproche, el libro trasmite un amor a la vida incuestionable, comprensiblemente exacerbado en alguien como él, que ha padecido la enfermedad y ha visto tan de cerca el rostro de la muerte, una muerte  que no parece temer, porque el regalo de estar vivo, de sentir la vibración del aire en los pulmones o el calor del sol en el rostro, esas pequeñas compensaciones nada ni nadie se lo podrá sustraer.  La vida humana parece ser sólo un escalón más en el diseño del cosmos, por eso la muerte se contempla como un mero ejercicio de relajación que conduce a otras alturas, una práctica con la que «Te dormirás: serás un pez./ Despertarás: serás un pájaro./ Hay un mar esperándote,/ hay un cielo esperándote.// La ocasión de resucitar./ La ocasión de vivir de veras». La antología que ahora la editorial Renacimiento ha publicado en edición de quien mejor conoce al autor, su amigo el poeta Vicente Gallego, brinda al lector la ocasión de adentrase en la trayectoria de un poeta de obra breve y, por mor de la precariedad de la edición de sus primeros libros, casi inencontrable,  que ha ganado con el tiempo intensidad y sabiduría, convirtiendo el dolor de la experiencia en un meditado y lírico canto de esperanza. 

HENRI COLE. TORMENTA DE CEREZOS EN FLOR

07 Martes Ene 2014

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TORMENTA DE CEREZOS EN FLOR

Una madre es siempre una madre,
La cosa más santa de la vida.
COLERIDGE. Las tres tumbas

“Esterilizado mi cuerpo de la manera habitual,
me colocaron en posición supina y me suministraron
la anestesia general apropiada. Entonces practicaron
una incisión en la base de mi cuello y se internaron
en los agarrotados músculos, la disección continuó selectivamente
sobre mis dos lóbulos mientras los vasos inferiores y las venas
fueron aislados, recompuestos y divididos, el corte afloraba
como una tormenta de cerezos en flor, excepto por un pequeño resto
de rojo carnoso descollando en la punta. Más tarde, al despertar,
oí una voz que murmuraba: No te preocupes por el adulterio
(duerme en una habitación diferente). No bajes después
de la medianoche. No tomes tranquilizantes. No ames. No odies.

A veces, despierta el alma de su letargo. A veces,
lo terrible posee su propia forma de belleza”.

 

Versión de Carlos Alcorta

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