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Archivos mensuales: marzo 2023

ANTONIO RIVERO TARAVILLO. SUITE IRLANDESA.

17 viernes Mar 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LA PASIÓN DE UNA VIDA

ANTONIO RIVERO TARAVILLO. SUITE IRLANDESA.

FUNDACIÓN JOSÉ MANUEL LARA.

Pocos autores de nuestro país, si hay alguno, mantienen una relación tan estrecha con la literatura como Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963). Resulta apabullante su ciclópea actividad no solo como escritor que practica diversos géneros, sino como gestor cultural, con lo que esto supone en cuanto al empleo racional del tiempo. Poeta de larga trayectoria ―su primera entrega, “Bajo otra luz”, data de 1989 y la última del pasado año, “Los hilos rotos”, Premio Ciudad de Lucena Lara Cantizani―, Rivero Taravillo es también un reconocido crítico literario, un excelente biógrafo ―su trabajo sobre Cernuda, entre otros, resulta imprescindible―, un no menos excelente traductor de poesía ―la de Yeats, por ejemplo, es canónica― y un avezado novelista y aforista. A esto, como digo, hay que añadir la dirección de la revista de poesía “Estación Poesía” y otras colaboraciones como conferenciante o profesor. Por si esto fuera poco, su devoción por el mundo irlandés es tan intensa e inequívoca que ha quedado plasmada en multitud de ensayos, en traducciones y ahora, en su propia creación poética, en esta “Suite irlandesa” que ahora comentamos.

     Lo primero que nos sugiere la poco frecuente extensión del volumen es que esa devoción de la que hablamos está arraigada en nuestro poeta desde hace décadas ―«La primera vez que vine aquí, / el Ira aún seguía asesinado», escribe―, no es algo coyuntural, sino propio de alguien que lo ha vivido con un amor real, no exento, además, de pasión, incrementada si cabe por el paso del tiempo, por eso este libro recoge poemas de diferentes épocas, de prosodia heterogénea ―alternan poemas breves con los extensos, de arte menor con los de arte mayor, más abundantes―, pero con un hilo conductor: Irlanda, de hecho, la propia definición de «suite» alude a esa heterogeneidad: «Composición musical formada por varias piezas instrumentales dispares con algún elemento de unidad entre ellas», añadamos a esto que, en la «Nota del autor», Rivero Taravillo afirma que «… no sabría explicar el porqué de esa fascinación por Irlanda, pero tiene mucho que ver la música, bellísima, y una manera mía de combatir la fealdad del mundo siguiendo un camino propio, e insólito en mi entorno, como una senda de rebeldía».

    El libro lo integran poemas publicados en diferentes títulos del autor junto a otros, la mayor parte, de carácter inédito, entre estos, el largo poema, «Dublín», con el que comienza el libro, dividido en treinta y seis secciones o, ya que aludimos a la música, en treinta y seis movimientos. En el número cuatro encontramos una de las razones de este fervor: «Me gusta Irlanda por lo inútil, / por su gran capacidad para lo impráctico, / que las cuerdas de un arpa solo sean mecanismo / de lo que escapa y nunca lo aferra», pero no todos los poemas, en los que combina la descripción con chispazos reflexivos, asumen el entusiasmo sin fisuras. También hay hueco para la crítica; «Ya nada es lo que era, / si es que alguna vez lo fue, no sé. / Si fuera apocalíptico, diría / que se ven señales del final de los tiempos, / que todo es susceptible de ser símbolo / preñado de maldad, y que la Bestia / ha salido de unos versos de Yeats / y se arrastra a Dublín para nacer». La segunda sección «Hiberniae», muy variada en su contenido, traza un mapa sentimental del país, en el que tiene cabida bibliotecas, miniados códices, librerías ―«Taciturnos, los lomos perseveran / en la esperanza firme de una mano / que los tome y los haga declarar / su mercancía en la aduana del descubrimiento»―, pubs, carreteras, prados, valles, playas, colinas, elementos todos ellos que conforman un paisaje vivido, junto a mitos, leyendas, innumerables referencias culturales, una defensa a ultranza de la lengua autóctona: «La antigua lengua debe resistir: / cuando una lengua muere, muere un mundo, / las plantas que nombraba languidecen, / se secan los torrentes y la lluvia / se ausenta de su cielo silenciado», tradiciones, símbolos de un pasado que ha conformado un presente tortuoso, etc. Las influencias poéticas son muy diversas, pero, quizá, la más reconocible sea la Yeats y no solo por las referencias al poema «Los cisnes salvajes, sino por el carácter simbólico de su universo metafórico. Prácticamente nada queda fuera del alcance de estos poemas, por cierto, estróficamente desiguales. Conviven en estas páginas los versículos, los endecasílabos, los heptasílabos y, en el aspecto formal, los haikus con poemas narrativos e, incluso, con sonetos muy personales. En todos ellos el rigor métrico se impone por encima de otras consideraciones conceptuales. El libro finaliza con el poema «La reina Maeve», un canto al gaélico, la lengua que tanto admira, escrito en 2021 que actúa, según indica el autor, «como justificado colofón en tanto que reúne el sentido último de mi pasión por Irlanda, que es amorosa y no solo un viaje espacial, sino también en el tiempo». La pasión de Antonio Rivero Taravillo por Irlanda no podía encontrar mejor cauce de expresión que el poético, el autor lo sabe, por eso sus poemas, más que buscar una meta, describen un itinerario todavía incompleto.

  • Reseña publicada en El Diario Montañes, 17/03/2023
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LUIS ANTONIO DE VILLENA. LUJURIAS Y APOCALIPSIS.

13 lunes Mar 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LUIS ANTONIO DE VILLENA. LUJURIAS Y APOCALIPSIS.

COLECCIÓN VISOR DE POESÍA

La trayectoria poética de Luis Antonio de Villena comenzó muy pronto, cuando el poeta apenas tenía veinte años. “Sublime Solarium”, su primer libro, data de 1971. Desde entonces, su escritura se ha prodigada en diferentes géneros: la novela, el diario, el ensayo y, preferentemente, la poesía, género en el que ha obtenido numerosos galardones. En el año que acaba de finalizar ha visto publicada su obra completa en dos voluminosos tomos, bajo el título “La belleza impura”, que recoge su poesía desde 1970 hasta 2021 y la que hasta ahora es su última entrega, “Lujurias y apocalipsis”, un libro éste que posee varias líneas temáticas: una de ellas se centra en el deterioro que sufre el mundo, la sociedad actual, en la que se siente un extraño ―«Un tiempo de vulgaridad e ignorancia. No lo entiendo, no me gusta», escribe en el Postfacio―, un mundo que acabará reducido a la nada o, más bien, reducirá a la nada los principios vitales que sustentan la vida del poeta, acaso por esa razón sean frecuentes las miradas retrospectivas de tono elegiaco, la recuperación de momentos que invitan a la melancolía ―aunque nadie pretenda recordar los fragmentos más sórdidos de su existencia―: «Pasé una tarde (hace unos días) mirando fotos: mal negocio. / Aparece el pasado con tristeza y esplendores, ves todo lo que / se fue y compruebas que el futuro, el futuro, será corto… / Me centré sobre todo en las muchas bellezas que me acompañaron» ; otra actitud no menos relevante es la dedicada a la consagración a la belleza ―«… dentro del desastre del hombre, solo el arte salva y redime» ―y la lujuria y el impulso sexual como forma de resistirse a la mediocridad y, por último, la constancia de que la sombra del envejecimiento ya no es una pesadilla que oscurece el futuro, sino algo muy presente, algo con lo que se ha de convivir, aunque se esté, como escribió Shakespeare, «golpeado y rajado por curtida vejez». El poema «Adentrado en la edad» resume de manera cristalina esa idea: «¿He dormido mal? ¿Estoy cansado? No, eres viejo ya. 69 largos. / Pero yo sabía de la edad, de sus sumas, de sus limitaciones. / Mas me sentía joven, pues a tantos jóvenes conozco. Hermano mayor. / La ancianidad ha empezado en mí y con serenidad percibo su espanto […] He entrado en la vejez, con desdén, preocupado, sin ganas. / No me engaño. La vejez nada tiene de admirables / pese a los lauros de la tonta corrección política». Como se ve, una postura contraria a la del Neruda, quien afirmaba: «Yo no creo en la edad», todo lo contrario De Villena siente cómo el peso de los años arquea metafóricamente su espalda y solo el recuerdo de ese verano eterno, al menos en la memoria, de sol y de sensualidad, parece mitigar el dolor de vivir, eso sí, momentáneamente. Pero esa idealización del pasado, la glorificación de los cuerpos o el ansia de la belleza intemporal tienen también su fecha de caducidad, por mucho que la escritura trate de inmortalizarlos ―como también pretendía el autor de Hamlet― en memorables versos. Eminentemente descriptiva y con un ritmo muy personal, la poesía de De Villena es pródiga en detalles, va directamente al grano, no oculta nada, describe sus obsesiones de forma cruda, sin ambages retóricos: «Cuando la senectud se abre paso, arrabal de vejez / lodo de rostros ajados, cuerpo torpe, manos con pecas / y todo asediado por miles de tenaces, feroces enemigos, // oh, entonces caes en la cuenta, necio, botarate, sandio, / solo en la oscuridad, en el adiós, en la ciudad estéril / ves ―horror― que la juventud, ciervo de oro, se fue hace mucho». Menudean en sus versos ―versos escritos con un lenguaje voluptuoso, agradable al oído, pese a sus disfunciones métricas―, como siempre, lugares míticos (Cabo Sounion, Gran Café de París) y figuras emblemáticas de nuestro acervo cultural cuya biografía, en algunas ocasiones, sirve de pantalla a la del propio poeta. Por otra parte, no escasean en sus versos las frases lapidarias, los aforismos, como, por ejemplo «El pensar quema» o «Huir es también buscar. Huir es poseer, bajo otro signo». “Lujurias y apocalipsis” es un libro, como hemos indicado más arriba, melancólico, pero no es un libro de fracasos porque en el hay mucha vida, mucha vida apasionada, mucho hedonismo, mucho deseo aún por satisfacer y es que, como el propio poeta escribe, «la lujuria contiene el esplendor y el fin absoluto». Bendito fin, podemos apostillar, porque las servidumbres de la edad convierten la vida en algo vacío. «La vida ―escribió Freud― se empobrece, pierde interés, cuando en el juego de vivir no puede apostarse la ficha más valiosa, la vida misma». Luis Antonio de Villena, como delatan estos versos, ha aumentado la apuesta.

  • Reseña publicada en El Diario Montañés. 10/03/2023

MARTÍN LÓPEZ-VEGA: Y EL TODO QUE NOS QUEDA. POEMAS DE AMOR

07 martes Mar 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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MARTÍN LÓPEZ-VEGA: Y EL TODO QUE NOS QUEDA. POEMAS DE AMOR

COLECCIÓN VISOR DE POESÍA.

El tono esperanzado de este libro, reconocible ya desde el mismo título, no resulta habitual en los libros de poesía, proclives a la nostalgia, al desamor, a la desesperanza. Más que ese «todo» del título, lo que prevalece, al menos literariamente y a cierta edad―cuando se es joven la tristeza, la nostalgia de lo aún no vivido es pura impostura― es una sensación de vacío que ni siquiera la fuerza del amor puede erradicar ―valgan como ejemplo estos versos de Valente: «Cuando ya no nos queda nada, / el vacío de no quedar/ podría ser al cabo inútil y perfecto»―, algo que sí ocurre en el caso de Martín López-Vega, Escribir poesía bajo el influjo de la felicidad no tiene buena prensa y, además, los riesgos a los que el poeta debe hacer frente no son menores. El efecto edulcorante de la pasión no bien digerida provoca resultados desastrosos, poéticamente hablando ―de los existenciales no es preciso ocuparse aquí―. El sentimentalismo, a tenor del éxito con el son recompensadas, es un ingrediente más que necesario en las canciones de moda, pero en un poema revela una falta grave contra el lenguaje y, de rebote, contra el sentimiento mismo, cuya exaltación se queda solo en la superficie. Afortunadamente el verdadero poeta sabe sortear estas trampas y Martín López-Vega lo ha hecho con la desenvoltura creativa que ya es una característica propia. No teme nuestro poeta asumir nuevos riesgos porque los viene asumiendo desde hace muchos años y, por otra parte, cada uno de ellos, salvado satisfactoriamente, no ha hecho más que afirmar una personalísima estética, estética fruto de numerosas tradiciones y, por tanto, casi indefinible, aunque el carácter narrativo y testimonial de gran parte de su poesía le acerquen a cierta poesía norteamericana o a la del este de Europa, pero también a Pessoa y Lêdo Ivo, por no hablar de algunos dejes reconocibles de matiz oriental.

El amor se convierte en “Y el todo que nos queda” en la columna vertebral de los poemas y es, como anticipábamos, un amor que se sustenta en el presente o, cuando recurre a la memoria, en un pasado reciente: «cuando entró en mi vida desapareció todo lo demás». Estos poemas nacen de la luz y de la alegría de vivir: «Y en medio de la calle / de la vida me estabas esperando tú, / con tu sonrisa que anunciaba / la eterna novedad del mundo, / el infinito renovarse de la alegría», escribe en el que encabeza el libro. Ese amor que, según el vate florentino, mueve el sol y las demás estrellas provoca una visión enaltecida ―y hasta cierto punto contagiosa―de la realidad. A Martín López-Vega no le asusta ser feliz, como a otros poetas que encuentran en el fatalismo su vena creativa, por eso es capaz de situar por debajo de la persona amada cualquier elemento de la naturaleza, del universo físico e, incluso, del conceptual: «Eres más hermosa que la felicidad, más hermosa que cumplir los sueños de la infancia, más hermosa que deberte el futuro». Pero no solo le debe el futuro. Parece que todo el pasado ―aciertos, errores, incertidumbres, viajes, momentos de plenitud y de abatimiento―, no sea otra cosa que las fases de un camino que conducen al destino actual. Tal vez por esa razón el poema trate de trasmitir, más que un momento determinado, la reflexión que ha suscitado la experiencia vivida, como ocurre en «Justicia poética», del que tomamos estos versos: «Y pensarás después que has sido tú: / que todo este tiempo fue necesario / para aprender a discernir verdad y belleza / o entender el punto en el que confluyen / para dejar de ser verdad y belleza / y transformarse en una única cosa, más alta». Tal vez porque no todo lo que se escribe puede nacer de la alegría, la muerte aparece en alguno de estos poemas, pero el amor es capaz de anular su constancia, esa presencia que no por ser invisible es menos tenaz. La persona amada es el símbolo perfecto de la plenitud de la existencia. Ella da sentido a todo y su presencia parece colmar cualquier ambición de trascendencia: «¿Quién quiere poemas estando ella, / que es gacela constante más allá de la vida / y hace volver las claras golondrinas / y evita que se equivoquen las palomas / y hace que suceda que nunca me canse de ser hombre / y es todos los milagros juntos de la primavera / y pueda sanarme y hacer que este río / no vaya hacia el mar, que es el morir, / sino hacia una vida más alta que la vida?». Creo que no ha mejor resumen para dar una idea cabal de lo que el lector puede encontrar en este libro que estos versos. El entusiasmo vital ha guiado la escritura de Martín López-Vega, pero en el poema el optimismo, la felicidad en suma, nunca pierde el norte. Enaltece, sí, algunos hechos que, por cotidianos, rozan la insignificancia, pero logra contener la emoción en el estricto ámbito de los poemas, más cercanos a los del último Carnero, por ejemplo, que a los del último Gimferrer.

*Reseña publicada en El Diario Montañés, 2/03/2023

ÁLVARO VALVERDE. SOBRE EL AZAR DEL MAPA

06 lunes Mar 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ÁLVARO VALVERDE. SOBRE EL AZAR DEL MAPA

EDITORIAL TUSQUETS

Toda la obra poética de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) está caracterizada, desde sus primeros libros, por la intensidad lírica. En sus poemas logra trasmitir, de una manera persuasiva, pero sigilosamente, sin necesidad de recurrir a expresiones grandilocuentes, a periclitados verbalismos ni a quiebros formales, sensaciones, experiencias, incluso ideas ―me atrevería a decir― propias, pero que forman parte del acervo de las experiencias humanas compartidas casi de manera unánime por todos. Sus poemas proceden de la vida cotidiana, de las reflexiones que el contacto diario con la realidad provoca. Ese contacto se puede realizar desde la soledad de un cuarto de trabajo propio o, como es el caso, desde un territorio ajeno, extraño que proporcionan, por ejemplo, los viajes. En ellos, en general, la falta de lugares habituales de referencia despierta la necesidad de apropiación, y esta la llevamos a cabo a través del lenguaje. Aunque el hecho de escribir un poema sea, inicialmente, algo que la propia mente no había previsto, es gracias a él como el viajero toma conciencia final de los detalles del viaje. Da la sensación de que el viaje se completa cuando se narran aquellos momentos, aquellas escenas, aquellas sensaciones que, probablemente, hayan cambiado desde entonces nuestra manera de ver las cosas, nuestra forma de relacionarnos con el entorno. El poema, en mayor medida que las fotografías o los objetos de recuerdo, parece abrir una puerta de retorno al viaje mismo y al tiempo anterior a dicho viaje, un tiempo de ilusión tan intensa o más que el viaje en sí, como nos recuerda Borges, y valga esta alusión para hacer mención a que el sabio bonaerense es el protagonista ―como luego veremos― de algunos poemas de “Sobre el azar del mundo”, título que proviene de unos versos del primer libro, “Territorio”, de nuestro poeta, como él mismo aclara en «Nota», de la cual extraemos estos datos, acaso irrelevantes para disfrutar de la serena factura de los poemas: «Escribí en Plasencia la primera versión de “Cuaderno de Sofía” [una de las dos secciones del libro] en apenas dos meses de 2018, tras una breve estancia en Sofía». Unas líneas más abajo nos informa, y esto sí que es relevante para nuestro propósito, de que escribió de memoria, «No tomé ―escribe― ninguna nota durante ese viaje de invierno (aunque fuera a finales de marzo) ni llevé ningún diario». Y es relevante porque el viajero se ha dedicado a viajar, a ver ―del «goce de la simple visión» escribe en un poema―, a recorrer la ciudad, a observar lo que para sus habitantes son paisajes rutinarios, con la mirada desnuda del extranjero: «El azar ha querido / traerte hasta Sofía, / una ciudad que nunca / pensaste visitar. / Te asombra este viaje / al otro mundo».  Así ha podido darse de bruces con lo extraño y de esa extrañeza, de sus consecuencias, dan cuenta los poemas que han surgido algún tiempo después de manera espontánea, poemas breves, impresiones líricas ―en ocasiones también narrativas― que poseen la frescura y la intensidad del haiku: «A vista de pájaro / la ciudad es un mapa / cubierto por la nieve». La nieve, símbolo de pureza, tiene mucho protagonismo en estos versos. Nieve en las ramas de los árboles, «dibujadas de blanco», en las calles, donde «Cae la nieve / con esa parsimonia que le es propia / a ese tiempo feliz e intempestivo». Pero la nieve también oculta las ruinas, la miseria, el deterioro, la suciedad, acaso más visible cuando esta desaparece y deja al descubierto el rastro de la desolación. Una gran parte de los poemas de este cuaderno reflejan breves impresiones, pero otros se aventuran en describir más detalladamente paisajes o monumentos, como el poema en prosa que narra la visita a «la pequeña iglesia medieval de Boyana». Nada más alejado, sin embargo, de una guía turística. La forma de integrarnos en la ciudad, de hacerla más vívida para quienes no la conocemos se consigue, paradójicamente, con economía de palabras, pero cada una de las leemos en estos poemas nos inspira una sensación de verdad casi milagrosa, por eso nos convencen y nos hacen sentir que, lejos de estar en la posición del espectador, somos también ese visitante invisible que pasea a la vez por las aceras y por las páginas de este libro. 

     La segunda sección, «Cuaderno suizo», tiene un origen distinto pero un similar procedimiento de escritura: «Hay memoria, tono fragmentario, inmediatez, noción de lugar…», dice Álvaro Valverde, y un mismo efecto, ese que hace al viajero ser otro después de finalizado el viaje: «Nace, sí, la jornada / y con ella el anuncio / de una nueva existencia». Grandson es la ciudad que da origen a unos primeros poemas: «Con qué parsimonia / amanece en Grandon», escribe. Aquí, más que la nieve, el protagonismo lo ostenta la falta de luz ―«Una luz tamizada / enciende las estancias / que guardan en silencio / obras de arte y muebles / decantados con gusto»―, su levedad, una levedad que invita al recogimiento: «¿Qué puede estar pasando tiempo adentro / en las habitaciones de esta casa? // ¿Qué secretos esconden estos cuartos / donde vive el misterio de la noche?», se pregunta. En los poemas de la segunda parte, «Ginebra», se homenajea a diferentes escritores que tuvieron alguna relación con la ciudad, como Borges, enterrado aquí, Ramos Sucre, Valente, María Zambrano, Alfonso Costafreda o Aquilino Duque. A partir de ahora, y pese a que la estancia ginebrina ha sido breve, habrá que considerar a Valverde un ilustre «habitante», una «una sombra más entre estas sombras / que pasean las calles de Ginebra». Pocos libros podemos leer hoy en día que nos dejen una confortable sensación de complicidad, de gratitud como los poemas de “Sobre el azar del mapa”.  La poesía de Álvaro Valverde nos acoge generosamente, sin pedir nada a cambio, nos hace amar un lugar que ha pasado a formar parte de su vida. Es la suya una poesía del todo habitable, mejor aún, hospitalaria y a nosotros sus lectores solo nos queda ser sus agradecidos huéspedes.

https://elcuadernodigital.com/2023/03/06/la-poesia-hospitalaria-de-alvaro-valverde/

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