JESÚS APARICIO GONZÁLEZ. CÓMO VENCER AL RUIDO. EDITORIAL ARS POÉTICA

Según la Rae, el ruido es un sonido inarticulado, por lo general desagradable.  Jesús Aparicio González (Guadalajara, 1961), autor de una nutrida obra poética compuesta por catorce títulos, intenta dar respuesta a esta pregunta, aunque, para ello, no sólo se valga del silencio, sino de la luz, con el que aquel, por otra parte, guarda una relación simbólica incuestionable. Así, en el primer poema del libro, titulado muy oportunamente «Epifanía», ensalza su presencia: «Sin merito, sin premio, / recibida por don / te despierta esa luz / donde todo se oculta», no sin paradoja final.

A la vez que esa luz primordial despierta los sentidos, nace la palabra, la palabra desnuda, sin retórica, la palabra primigenia, sin solemnidad, capaz de renacerse en la memoria y de recuperar el pasado ―«Y dormido y parado de hacer cosas / he deseado volver a contemplar / esas felices vueltas que dio el trompo / en mi niñez, cuando  soñar / lo era todo»―, la palabra con su justo tono que se impone a la estridente algarabía ―«Los ruidos del pasado / son esas sombras / enfermas que ya nada / nos dicen con sonido / de esperanza y de vida»― de la conciencia incomoda o del falsario que ilumina «con mentiras vanas / las calles sin salida». Aparicio ha encontrado en la poesía ―«La poesía es presentir el misterio», escribe― no solo la herramienta más adecuada para dar cuenta de sus experiencias vitales, de la constancia del dolor, de la contemplación de la naturaleza y de la necesidad de establecer una comunión con ella ―«Naturaleza abunda y se hace dueña / en silencio y poder no imaginado / de un pequeño universo desmedido, / con su savia que aquí / al paso de los siglos en un cosmos sin redes»― y una forma de acceder al pasado para recuperar una infancia que recuerda, la modo rilkeano, paradisiaca: «Cuatro palabras tengo por herencia / de mi primera infancia», palabras que se van perdiendo a medida que el tiempo transcurre, hasta el punto de decir que «La última palabra / es llave hacia un silencio / en el que otros encuentren / semillas de esas voces / que guardan la memoria / de lo que fue tu música». Posee la poesía de Aparicio un tono hímnico muy asordinado, como si el poeta temiera que, al alzar la voz, el mundo cantado desapareciese, acaso porque él está creando una especie de realidad paralela, subsidiaria más que de la realidad, del deseo. Hay en estos poemas una voluntad absoluta de armonizar lo cotidiano con lo intemporal. Aparicio se ha propuesto ver en todo lo que le rodea misterio y maravilla, y eso resulta, sin duda, encomiable.