RAFAEL CAMARASA. CABOS SUELTOS. COLECCIÓN MARTE

Como indica Francisco Fernández Meneses en el prólogo, este libro apareció en su primera versión en 2003. Su autor, Rafael Camarasa (Valencia, 1963) «ha viajado a un pasado reciente y vuelve con una colección de poemas que ha merecido su aprobación con unos cuantos ajustes, que mejora, sin duda, el resultado. Ha añadido alguno nuevo, ha hecho ligeros retoques en bastantes, muchos de ellos los ha desencabalgado, y ha descartado los menos». En todo caso, lo que parece cierto es que nos encontramos ante un libro que defiende con personalidad la poética de la cotidianidad en poemas de largo aliento con una prosodia muy cercana a la prosa y con unas características de estilo muy próximos al cuento, al relato ―no debemos obviar que Rafael Camarasa es, además de poeta, también autor de varios libros de relatos y, aunque yo no tenido la oportunidad de leer ninguno, no creo aventurado vaticinar la estrecha relación que guardan con los poemas―, sobre todo en la sorpresa final con la el autor que cierra mucho de los poemas. Una sorpresa que se va fraguando en el particular modo de asociar ideas y situaciones que tiene Camarasa. asociaciones que solo alguien con la capacidad de atravesar con su mirada el “alma” de las cosas, puede realizar sin caer el abismo de lo meramente ingenioso. No estoy hablando de aforismos, aunque algunos se pueden entresacar de estos versos, si no de un modo de hilar la tensión poemática muy personal, por medio de evocaciones muy próximas a lo irracional, quizá por esa razón en varios poemas se aluda a los sueños ―«Soñé que era una cigüeña y que volaba África», escribe en «Segundo sueño».. Camarasa parece estar escribiendo las páginas de un diario; «Me siento en la mesa y miro la sonrisa de mi amigo», así comienza el primer poema del libro, o «Llego a casa a media tarde y cierro con llave por dentro». Estos actos cotidianos pronto desvelan una especie de mundo paralelo en el que las cosas se relacionan siguiendo patrones distintos a los acostumbrados, así, en la celebración del cumpleaños de su hijo, al cortar la tarta, el autor pide un deseo: «Yo, apretujándolo en un abrazo y sin ser mi privilegio, / he pedido lo de siempre, / el mismo sueño irrealizable; / que todos los días oscuros que la vida le eche encima / sean como esos yunques que caen sobre el conejo de la tarta, / en los dibujos animados que a él tanto le gustan» o al relatar un encuentro fortuito, es capaz de dar otra vuelta más de tuerca y mantenerse al margen: «Preferí asesinar al adolescente que aún sería dentro de ella / y que no sabría encontrar adjetivos / para el sabor de su saliva. / No quise reemplazar a ese otro yo que, en su memoria, / creería en causas en las que ya no creo». Estos son solo unos ejemplos del modo de situarse ante lo que llamamos realidad de Rafael Camarasa, que no pierde pie, todo lo contrario, se sujeta a ella con un fuerte sentido de presencia y una profunda contemplación abstracta que le provee de esas imágenes y de asociaciones inesperadas.