KAREN BRODINE. MUJER FRENTE A LA MÁQUINA PENSANDO

TRADUCCIÓN DE GABRIELA RAYA Y MARÍA EUGENIA SOLER

EDITORIAL KRILLER 71.

Karen Brodine, poeta, bailarina ―estudió ballet y danza moderna desde los cinco años hasta que un problema congénito con su rodilla acabó a los veinte años con su carrera, entonces encontró en la poesía una salida a su faceta artística― y activista en pro del feminismo, falleció de cáncer de mama en 1987, apenas cumplidos los cuarenta años, al parecer por una tardía detección de tumor que el invasivo tratamiento con quimioterapia ―«Mis posibilidades de recurrencia son del 35% sin quimioterapia, / la mitad de eso con quimio. Una elección fácil. / Hasta que sumas las barbaridades del tratamiento»―no pudo contrarrestar. Algunos de los poemas más duros y conmovedores de este libro se refieren a ello, considerado entonces como un estigma: «Ahora, algunas personas actúan un poco raras, incómodas / por el cáncer: / intento tranquilizarlas con bromas. A veces, / la ansiedad me sube como una inundación». Sin embargo, la terrible enfermedad no consiguió aplacar su compromiso ético con la clase trabajadora y ni rebajar su responsabilidad estética con su poesía. Ambas actividades estaban, en su caso, interrelacionadas de un modo inquebrantable. Logró, según la crítica, «un equilibrio y una brillante conexión entre los sueños, el trabajo, la acción política y el amor». Cofundó la Unión de Escritoras de San Francisco a principios de los años 79 y fue coeditora y fundadora de Kelsey Street Press y editora de Berkely Poets Co-op e impartió clases en talleres de escritura: «Enseñar en esta clase es convencer a las personas que tienen / el derecho a decir lo que piensan. Es decirles que escriban / espontáneamente y luego juzguen. Veo que cada grupo nuevo / está aterrorizado por la forma, como si ese fuese el único tema», escribe en el poema «Fireweed». Profesionalmente, encontró en la tipografía la forma de ganarse la vida y la inspiración de muchos de sus poemas: «ella siempre vio el dinero como algo sólido, fijo, pero verlo / como trabajo en movimiento, horas humanas, por qué eso / significa que vuelve a poner las manos en las teclas, / los hombros doloridos, el cerebro que dicta palabras a los dedos / y los dedos a las teclas que marchan como nítidas hormigas / negras en la impresión». Entre sus múltiples actividades, se involucró en la defensa de movimiento gay, así como de un feminismo de tradición revolucionaria. Llegó a ser una reconocida líder del Radical Women y del FSP National Committe. Como vemos, Karen Brodine es todo lo contrario del poeta encerrado en una torre de cristal. Su fuente de inspiración estaba en la vida diaria, en las desigualdades sociales, en su entorno, en una realidad de la que formaba parte y a la que quería transformar. Sus biógrafos han subrayado que, pese al insufrible dolor y a sus consecuencias que acabarían minando su resistencia, hasta el día de su muerte estuvo al tanto de los acontecimientos actuales, de las cuestiones en las que estuvo involucrada. Aunque suene convencional, parece que recibió la muerte con «dignidad, coraje, honestidad, con conciencia y aceptación del destino». Poco antes de morir dejó preparado este libro, “Mujer frente a la máquina. Pensando”, del que se ocupó su amiga Helen Gilbert y que fue publicado póstumamente en 1990. En vida había publicado “Slow Juggling” (1975) ―en el que narra experiencias de su matrimonio y su posterior divorcio―, Workweek (1977) y Illegal Assembly (1980) ―ambos títulos centrados en sus experiencias como líder de los movimientos socialistas y feministas y en sus luchas laborales y de género―, quizá por eso su poesía adquirió un tono radical y reivindicativo, muy acorde con su postura vital, deudora de su abuela y de su madre, a  quienes dedica la sección «aquí están, toma mis palabras», donde podemos leer versos tan conmovedores como estos referidos a su abuela: «Es difícil aceptar su muerte. Está tan lejana. / ¿Dónde está la prueba? Simplemente desapareció, dejando / una pantalla en blanco sin imágenes, solo fragmentos / de pensamientos a medio terminar» o estos otros, dedicados a su madre: «Se la llevaron para cremarla. / En una gran bolsa de tela. / Solo su suéter tirado sobre la silla / que aún se ajustaba a las suaves líneas del cuerpo. / Solo un documento y sus anteojos. / Solo los gatos maullando por comida. / El resto de ella se esparció en las montañas». No estamos ante una poesía que busque la belleza en la dicción, por encima de la retórica se eleva el lenguaje, sin embargo, Brodine no descuida en ningún momento la construcción del poema. Esta aparente facilidad a la hora de describir situaciones conflictivas y de expresar emociones tan a flor de piel como las que produce el cáncer precisa de una lenta elaboración, de un minucioso trabajo con el lenguaje (un ejemplo parecido, aunque la columna vertebral de su poesía sea el yo y sus relaciones familiares, es del de Sharon Olds, adalid del confesionalismo más vehemente) para no caer en el patetismo y/o en el panfletismo. En fin, «Sus poemas ―como escribe Gabriela Borelli― logran de una manera poderosa trasmitir una esencia vital de lo que podemos llamar resistencia poética», una resistencia que, en su caso, combinó palabras y hechos. Todo un ejemplo.

Reseña publicada en El Diario Montañés, 26/01/2024