ANDRÉS GARCÍA CERDÁN.

EQUIPOS DE RESPIRACIÓN SUBACUÁTICA. PREMIO DE POESÍA KUTXA CIUDAD DE IRÚN.

EDITORIAL ALGAIDA

La trayectoria poética de Andrés García Cerdán (Fuenteálamo. Albacete, 1972) ha gozado en los últimos años un reconocimiento sin parangón. Desde que la publicación de “La sangre” (2014), libro con el que obtuvo el Premio Valparaíso, los galardones han jalonado cada una de sus publicaciones. Con “Barbarie” (2015) obtuvo el Premio Alegría-José Hierro, con “Defensa de las excepciones” (2018) el Premio Hermanos Argensola, con “Químicamente puro” (2022) el Premio Francisco Brines y con “Equipos de respiración asistida” (2023), el Premio Ciudad de Irún. Esta circunstancia no hace más que confirmar la calidad de una poesía que simultanea la descripción de hechos de nuestro tiempo con una muy bien trabada historia de un corazón ―a pesar de ello, su poética nada tiene que ver con la de Vicente Aleixandre―, de la vida de los sentidos. «Las palabras respiran bajo el agua / como las algas dormidas en el fondo / de la corriente, / y más allá del fondo», escribe en el poema de igual título que el libro, y es gracias a esas palabras anfibias que no necesitan para sobrevivir bajo el agua de material de buceo, García Cerdán es capaz de reconfigurar con sobriedad pareja a su sabiduría ―él las descifra, asimila su significado―, el mundo de los sueños. Una de las sensaciones que sus poemas dejan a este lector es que carecen de cualquier pretensión de solemnidad. Están construidos con la unión de unos fragmentos que se unen en la página y suscitan inesperadas evocaciones de conciencia: «Lo que voy a deciros / ―aunque no sepa cómo aún―/ está dentro y fuera de mí, / dentro y fuera del mundo / al mismo tiempo». No resulta fácil conseguirlo y aunque no todos los poemas son fieles a este patrón ―el desarrollo narrativo en otros es mucho más lineal―, el resultado no hace más que intensificar la percepción moral, incluso política ―léase a tal efecto el poema «Televisión»―, que subyace en sus versos, versos, por otra parte, apoyados referencialmente en poetas ―aparecen John Ashbery, Juan Ramón, Horacio, Garcilaso―, novelistas ―Proust, Thomas Mann, Gautier― o filósofos e historiadores como Marco Aurelio, Plinio o Pitágoras, reconocidas figuraciones que ayudan a dar forma a unas reflexiones en las que la naturales posee una importancia capital.

“Equipos de respiración subacuática” está divido en tres secciones que, a mi modo de ver, no presentan diferencias ostensibles, si acaso se percibe un desplazamiento temático que va desde el reconocimiento al mundo natural de la primera parte a la constatación del paso del tiempo de la tercera, pasado por las divagaciones histórico-culturales de la segunda. Hay un evidente sentido de presencia contemplativa en cada poema, eso sí, sin necesidad de aludir a lo autobiográfico, de hecho, evita lo confesional para analizar nuevas formas de intimismo en las que la observación de los detalles o el recuerdo adquieren una importancia capital. El autor observa el mundo que le rodea desde una predisposición a admirar lo que ve. Hay una equilibrada sintonía entre el yo y lo que sucede fuera de él. El mundo, pese a la destrucción que amenaza su supervivencia, es un lugar hermoso y merece la pena alabarlo: «Una laguna es un milagro aquí. / Hasta hace dos meses, no hubo nada: / letras en yiddish sobre el polvo, / fantasmas de ababoes». Si la belleza del mundo merece ser cantada, no lo es menos el deseo, la entrega, el amor sin condiciones, como el que le profesa Antinoo a Adriano y que le incita a suicidarse para alargar la vida del emperador: «Te echaremos de menos / en las fiestas del mundo prodigioso. / Pero eso no importa ahora. / Porque es perfecto el día / aunque no estés. / Porque es hermosa siempre esta hambre de amor». Lejos de situarse en la vertiente de la nostalgia, Andrés García Cerdán, desde un estable nihilismo ―«Creímos en la euforia de los que creen firmemente en la nada», escribe en «Ruido»―, celebra la existencia y cartografía el territorio del lenguaje con la esperanza de encontrar compañía en el empeño (de ahí, por ejemplo, el homenaje al poeta David González, fallecido no hace mucho). El fervor casi religioso de García Cerdán por la palabra queda explícito en varias ocasiones, en versos como estos: «La palabra es un boomerang. // Los nombres de las cosas nacen / en tu carne y a ella vuelven / como un río de abejas invisibles […] La palabra que dices vuelve a ti, / bendecida de mundo, / bebida en las palabras de los otros». Estas palabras salen a la superficie desde ese fondo submarino en el que dormitan para dar significado a la vida ―«Amé, aunque no lo creas, las palabras / como muy pocas cosas en la vida», escribe García Cerdán― y regresan al fondo cargadas de experiencia, de autenticidad. Son como un ave fénix. Restauran, por tanto, el propósito de huir de la levedad, de asentarse en la solidez de unas convicciones que nos permitan seguir remando contra la corriente.

Reseña publicada en El Diario Montañés, 19/01/2024