SILVIA PRELLEZO. ESTRUENDOS DE FRAGILIDAD INDUCIDA

EDITORIAL EL DESVELO

Con paso firme y seguro, sin ninguna prisa, Silvia Prellezo (Santander, 1983), va hilvanando su obra poética, integrada ya por tres libros que consolidan una voz personal, muy perceptible ya desde su primer libro, “Drama y nitroglicerina” (Septentrión Ediciones, 2016) y ya plenamente asentada en “Estruendos de fragilidad inducida” (2023), al que precedió “La intimidad del armisticio” (Libros del Aire, 2018). Ya desde los propios títulos nos damos cuentas de que estamos ante una poeta que no se conforma con los conceptos trillados, todo lo contrario, Silvia Prellezo, en un afán loable por significar con la mayor precisión posible sus sentimientos, retuerce el uso coloquial de las palabras y las coloca en relación con otras con las que, hasta ese momento prodigioso, no mantenían una relación semántica. No es baladí ni infructuosa esta indagación porque induce al lector, después de asimilar el asombro inicial, a preguntarse por lo que encierran los poemas que conforman el libro. Esa es una de las virtudes de la poesía, la de la extrañeza, tanto en su origen, cuando se ponen en marcha los resortes de la creación con objeto de desvelar los enigmas del yo íntimo que se interroga en el poema, como en su destino, cuando, más que certezas, el poema deja abiertas otras incógnitas, porque no es su cometido resolver dudas existenciales, sino mostrarlas, hacerlas visibles y dejarlas libres, al arbitrio del lector, que las interpretará según sus propios criterios vitales.

Decía más arriba que Silvia Prellezo encontró pronto su propio estilo, un estilo que, en lo sustancial, ha variado poco, tal vez porque, cuando publicó su primer libro, ya había detrás muchas horas de trabajo concienzudo tratando de domar a las palabras, pero había también, y esto resulta imprescindible, un enorme bagaje de lecturas ―no solo poéticas― y de frecuentación de otras disciplinas que coadyuvaron en la formación integral de la poeta. Esta miscelánea es, con toda probabilidad, la que dificulta el encasillamiento crítico de su poesía, extremo este que, lejos de perjudicarla, debería contribuir a su aplauso, más aún si tenemos en cuenta la enorme difusión que tiene la llamada «parapoesía», ese sucedáneo que mercantiliza la intimidad y recurre a los más manidos tópicos sentimentaloides, que se jacta de carecer de toda pretensión literaria y que, para mayor inri, cuenta con el apoyo estructural de las redes sociales y de las grandes corporaciones editoriales, pero la «poesía es conocimiento como investigación, descubrimiento de zonas cognitivas que desconocíamos, que se desvelan de nuestra lectura, en nuestro aprendizaje, como sinapsis de zonas epistémicas distintas que se ponen en contacto», escribe Juan Carlos Abril, y nada que tiene que ver con esa perversión edulcorada de los sentimientos.

“Estruendos de fragilidad inducida” está dividido en dos secciones, formalmente similares, no así temáticamente. En la primera, «Instantáneas naturales», integrada por diez poemas sin título, todo parece girar sobre la noción de felicidad. Dejemos claro que no se hace apología de dicho estado, sino que se intenta desarraigar de apriorismos conceptuales, aunque no pueda negar, con una visión si no pesimista, sí realista, lo evidente: «La felicidad son instantes de soledad compartida». Esta constatación, expresada de modo contundente ―conviene señalar que hay en este libro, quizá como nota sobresaliente con respecto de sus libros anteriores, una querencia aforística notable: «La mentira y el deseo crean cadenas. / La verdad y el amor crean lazos», «Suspirar eleva la conciencia» o «la espera también forma parte de la felicidad», por ejemplo―no implica que los versos merodeen por otras sendas, como el paso del tiempo: «El tiempo a veces nos desprecia / como un radar averiado que omite el objeto de la vejez», o como el ejercicio de la libertad: «Y ahora que la búsqueda de la ilusión me arrastra lejos del vínculo, / observo cómo el desapego es a veces un eslabón necesario para la calma».

En la segunda sección, titulada como el volumen completo, el amor y su consecuencia directa, el erotismo, se convierten en columnas vertebrales de los poemas. Comienza con «Thaumasía» (asombro), un primer estadio en el descubrimiento del amor, el asombro ante el misterio del amor, de la belleza no solo exterior: «Forma en la que recorro tu cuerpo mientras descubro con admiración que / tu belleza reside en la sencillez de tu misericordia». Esta superposición de imágenes intensifica la pasión del enamoramiento, una pasión que hace que, como ocurre en el poema titulado «Akrasia», olvide todos los obstáculos y acabe por confesar, plena de dicha, que «He meditado y he llegado hasta el lugar más insondable de mi alma descubriendo / que, incluso allí, // te amo». Hay, además de unas seductoras imágenes, en estos poemas, versos de un erotismo conciliador que apunta hacia una otredad definida como fuente y culminación del deseo: «El manso terciopelo del salitre sobre tu piel / era un orgasmo para mis retinas que te susurraban / un léxico mudo para alejarte del miedo a lo efímero», un miedo muy presente al inicio del libro, el miedo a lo efímero de la felicidad, que, progresivamente, se va diluyendo gracias a la constatación del amor, que salva diferencias aparénteme insalvables, recreadas simbólicamente en el poema «Aquel colibrí, aquella golondrina».

Publicado en El Diario Montañés, 15/03/2024