JOSÉ LUIS GONZÁLEZ VERA. CONCIENCIA. COL. TANIA. EDICIONES DEL GENIL.

No se prodiga mucho José Luis González Vera (Antequera, 1964), apenas cuatro libros de poesía incluyendo este Conciencia, y es una pena, porque uno aprecia muchos intereses estéticos comunes, como, por ejemplo, los que tienen que ver con la creación poética, con el momento en el que nace el poema: «Cuando ya no, / entonces / mana el poema / como la fe antigua / de aquel que se descubre ya elegido / por una muerte próxima, / hábil como navaja nocturna por el cuello». El poema trata de conjurar la presencia de los demonios que asaltan la conciencia, y con él «Evalúa su alcance / y la oportunidad de la metáfora». El poeta pasa revista a su pasado, revive situaciones, hace examen de conciencia, pero no entona un mea culpa. En alarde de sinceridad, escribe: «No pediré perdón por los traumas rehuidos» y, bajo el amparo del Chet Baker, reconoce, aún con dudas, que «puede que se un tipo afortunado», además, la acumulación de experiencias es la que alimenta su escritura, una escritura marcadamente confesional: «Días desperdiciados / para cualquier asunto económico, / y pacientes con versos, / prosas, pentagramas, / luces de la nocturna / en que has permanecido / solo, y hasta feliz en ocasiones». La escritura se concibe como fiel testimonio de lo vivido, porque, como dice González Vera, «El poema habita en ti / tanto como la muerte o la nostalgia», no es, por tanto, algo circunstancial, sino parte sustantiva de su forma de vida. El lenguaje se aferra a lo cotidiano, lo suplanta sin grandes alharacas, ejerce la función de máscara de un yo que solo en parte coincide con el protagonista poemático, porque en los versos aparece «ese personaje tuyo / en esta farsa incómodo», un personaje descreído que añora poseer la credulidad de la infancia, unas creencias que sustenten su existencia, una fe que le devuelva al ser querido, pero, afirma: «No tengo dios ninguno / a quien rogar con cruces y oraciones / que algún día regreses». Al no tener dios alguno tampoco puede responsabilizarlos del destino, como hace Arquíloco en estos versos: «A los dioses atribúyelo todo. / Muchas veces levantan / de las desdichas a hombres / echados sobre el oscuro suelo; y muchas veces / tiran y tumban panza arriba / a los que caminan erguidos. Después / quedan las heridas y uno vaga / sin sustento y desvariando». Acaso solo la intensidad del poema sea capaz de restituir lo perdido. Así, dejar inconcluso un poema se compara con llevar una existencia estéril y, en esa extrema identificación de la escritura con la vida, el poeta se dice que ha de excavar en su interior hasta encontrar un surco, un motivo que le estimule para acabar lo empezado, el poema, culmen de su propósito: «Quizá el eco de esta tarde / y el final de una noche / te dicten gratitud en su presencia». En el poema titulado «Poética», González Vera se pregunta por qué escribe. Creo que no hay respuesta, sino una sucesión de preguntas que va trazando un itinerario de incertidumbres, eso sí, balizado por algunas certezas que la edad ―la conciencia temporal del poeta, con constantes alusiones a la infancia y a la juventud, es muy acusada― le ha ido concediendo. Laura Carneros, en el texto que precede a los poemas, «El verso como unidad de tiempo», escribe lo que puede considerarse un excelente resumen de este libro: «Conciencia, término que da título al último poemario de González Vera, parece definir el propósito intrínseco de la creación literaria para su autor, quien busca alcanzar la lucidez, el despertar, a través de la palabra precisa que da formal poema y, por extensión, a la vida misma».