ANDRÉS SÁNCHEZ ROBAYNA. EN EL CUERPO DEL MUNDO. POESÍA COMPLETA

EDITORIAL GALAXIA GUTENBERG.

La obra de Andrés Sánchez Robayna (Santa Brígida, Las Palamas, 1952), poeta, profesor, ensayista, traductor y antólogo, es tan extensa que, solo con enumerar sus títulos, ocuparía prácticamente todo el espacio dedicado a comentar su última entrega, “En el cuerpo del mundo. Poesía completa” que viene a suceder el volumen que recogía, con igual título, su poesía hasta 2002. Ahora se han integrado, además de unos poemas inéditos compuestos bajo el epígrafe “Nuevos poemas 2010-2022”, los libros que ha publicado en los últimos veinte años bajo las secciones “La sombra y la apariencia”, con textos escritos entre 2002 y 2010 y “Por el gran mar”, con poemas que ocupan desde 2010 hasta 2018. Robayna ha incluido también una nota que en la que da cuenta de las modificaciones que ha sufrido en el que fuera su primer libro, “Tiempo de efigies” (1970) ―no hay advertencia alguna respecto a si ha modificado, siquiera levemente, el resto de su producción―, revisado en 1985, reescrito más bien, pues hasta cambió el título por “Día de aire”.

Más de cincuenta años de escritura pueden dar lugar a cambios estéticos sustanciales o, por el contrario, como es el caso, a la afirmación de una propuesta poética rigurosa que no ha hecho mas que consolidarse, con mínimas alteraciones formales ―del despojamiento inicial ha dado el salto a una poesía más narrativa―, que no conceptuales, a lo largo de este largo periodo. En este proyecto la insularidad y las peculiaridades geológicas del archipiélago canario han conformado unas señas de identidad perfectamente reconocibles, aunque éstas se inserten en un más amplio horizonte especulativo en el que tienen cabida tradiciones poéticas de distinto origen y poetas cuya potencialidad reside en su excepcionalidad individual, dejando de lado las adscripciones críticas a un movimiento u otro. Tanto es así que el propio Sánchez Robayna se ha constituido, tal vez involuntariamente, en el más renombrado referente de una poética que tiene en la economía del lenguaje, en la desnudez descriptiva, en el hermetismo expresivo y en la esencia fragmentaria del texto ―«La poesía solo puede proponerse como fragmento, como prisma del lenguaje» escribió a principios de los ochenta― algunas de sus rasgos más llamativos.

Los misterios que el paisaje encierra, desvelados solo a medias por la insistencia de la luz, una luz que es fuente de conocimiento, que ilumina, con sus diferentes intensidades, tanto el origen como el ocaso; la incertidumbre que embarga al sujeto contemplativo cuando especula sobre la propia identidad, subordinada a los cambios que experimenta la naturaleza; los límites que el lenguaje impone al conocimiento de la realidad ―no olvidemos que es el poeta quien afirma que «el poema busca arrojar luz sobre el ser y sobre la existencia. Busca, en sentido estricto, la iluminación»― son columnas vertebrales de un pensamiento poético, el de un Andrés Sánchez Robayna que, sin desdeñar el impulso de la intuición ―quizá más apropiado para cierta algarabía sensitiva―, se alimenta más de un estado reflexivo, propio de quienes buscan en el silencio y en la soledad la complicidad imprescindible para formalizar su propuesta, tanto estética como vital. La poesía, el arte y la música conforman una tríada de interrelaciones que se fecundan unas a otras. Citar a los artistas o los poetas ―también músicos, pero en menor medida― resulta apabullante, pero no gratuito, pues en todos ellos hay una cosmogonía similar que exacerba la anhelada comunión espiritual, que buscan el modo de descifrar los enigmas de la existencia. Los esfuerzos por aprehender con palabras, pese a sus carencias ―«¿Lengua, lenguaje, / digo? ¿Una palabra / más allá del lenguaje, eso buscaba?», se pregunta― los aspectos menos visibles de lo real encuentran en esos personajes una connivencia que resulta imprescindible para mantener el rumbo que lleva desde la oscuridad del desconocer a la iluminación del conocimiento.

Un poema de su libro “Inscripciones” da título a este volumen y de él entresacamos estos versos que pueden condensar la intención poética de la obra entera de Sánchez Robayna: : «Oh mundo, / en tus médanos gira todo aliento / a la busca de un cuerpo: el tuyo, luz. // Nos cegaste. Seguimos caminado, / a tientas en lo oscuro, hasta encontrar / para siempre ese cuerpo al que abrazarnos, / la cascada de luz, y ahí está la eternidad». Una obra unitaria, aunque la crítica la ha dividido en, al menos, tres etapas muy marcadas: un primer ciclo de 1970 a 1985 del que forman parte los libros “Clima” (1978) “Tinta” (1981) y “La roca” (1984); un segundo que va desde 1985 a 1999, con “Palmas sobre la losa fría” (1989), “Fuego blanco” (1992) y “Sobre una piedra extrema” (1995); y una última etapa, todavía abierta, en la que ha publicado “El libro, tras la duna” (2002), “La sombra y la apariencia” (2010) y “Por el gran mar” (2019). El lector tiene la oportunidad de comprobar en su integridad el alcance y la permanencia de una de las obras más personales y, al mismo tiempo, cosmopolitas de nuestro panorama poético.

  • Reseña publicada el 6 de abril de 2023
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