NOTAS DE LECTURA 3. RAQUEL LANSEROS. LAS PEQUEÑAS COSAS SON PEQUEÑAS.

La trayectoria poética de Raquel Lanseros está jalonada por premios de importante renombre, como el Unicaja o el Antonio Machado, a los que ahora debemos añadir el Premio Jaén de Poesía, obtenido gracias a Las pequeñas espinas son pequeñas (Hiperión, 2013), libro dividido en cuatro partes que contienen diez poemas cada una, lo que inmediatamente nos trasmite la impresión de que su construcción obedece a una estructura muy pensada. En la primera de ellas, «Cuanto sé del rocío» (la relación con el Cuanto sé de mí de José Hierro parece muy evidente) la distancia, la lejanía o el viaje son los ejes centrales en torno de los cuales se articula el poema, aunque no faltan las declaraciones amorosas o los problemas de identidad— algo que resulta bastante común en la poesía actual— presentes ya desde el primer poema: «Mil veces he deseado averiguar quién soy». A esos conflictos identitarios hay que añadir —ya en la segunda parte— el que provoca la conciencia de la fragilidad del ser humano, a merced de las garras del tiempo. El sentimiento de inevitabilidad temporal queda aminorado por la presencia del amor, el amor como escudo, como piedra ancilar del castillo interior, un amor tan intenso que llena de sentido la existencia: «Si no fuera por ti, qué ancha la herida,/ que marchito terror ante el bullicio/ del verano que acaba, qué aspereza/ este embargo constante que es tu falta», aunque, afortunadamente, también la memoria funciona como un muro de contención, no sólo para reprimir las agresiones de un presente, en muchos casos, abyecto sino para dar razón de ser a la propia vida: «Memoria hecha raíces que sostiene la vida». De forma sutil, pero muy efectiva, los poemas que integran la tercera sección, «Croquis de la utopía», reivindican la solidaridad y la rebeldía ante los males de una sociedad tan injusta como la nuestra, porque «Quizá después de todo/ exista algún atisbo de justicia» que permita castigar la codicia y la hipocresía. El magnífico poema «Acción de gracias entre tus brazos» es una especie de himno en el que se alaba «a los limpios de ánimo, a los que lucharon/ a los magnánimos y a los azarosos». Los dos últimos poemas en la parte final del libro, cuyo título es en sí mismo una paradoja: «El pasado es prólogo», pueden leerse como resumen del libro; en ellos las incertidumbres que dieron lugar a los poemas anteriores parecen haberse despejado. Copio completo el titulado «Aritmética» porque sus versos resultan más contundentes que cualquier digresión al respecto.

ARITMÉTICA

Lo que quiero que sea

lo que es

lo que pudo haber sido

lo que nunca será

lo que fue y lo que era

lo que pudiera ser

lo que querré algún día que haya sido

lo que quise que fuera

lo que a pesar de mí se obstina en ser

lo que siempre soné que fuese un día.

 

Las cuentas son exactas:

yo soy el resultado.

 

«Himno a la claridad» es un hermoso final para un libro lleno de joyas poéticas. Este poema de tintes whitmanianos es toda una declaración de principios, aunque sea el poema con el que se cierra  el libro (acaso de esa aparente contradicción provenga el paradójico titulo al que hacía mención más arriba). El hecho de estar vivo y de ser consciente de ese privilegio vincula estos versos con la exaltación del yo, hasta el punto de que el personaje a través del que nos habla Raquel Lanseros asume que «Yo soy mi propio riesgo» y afirma con una contundencia difícil de rebatir que «No hay verdad más profunda que la vida».

Formalmente impecables, con un ritmo sostenido que arrastra al lector y con una coherencia discursiva digna de resaltar, los poemas de Las pequeñas espinas son pequeñas nos van dando cuenta de las vicisitudes de un yo que indaga en su pasado para comprenderse, pero también delega en la otredad y en la experiencia ajena  el sentido último de la existencia. Al yo que vamos descubriendo a medida que nos internamos en las páginas del libro no se le puede acusar de egolatría, antes bien, es un yo fraternal y solidario con el que resulta muy difícil estar en desacuerdo, por eso, al concluir la lectura nos asalta una sensación de complicidad irresistible que induce a rebelarse contra esa función de títeres que nos han asignado extrañas manos  indiscretas.