RUBÉN MARTÍN DÍAZ. LÍRICA INDUSTRIAL. PREMIO ALEGRÍA 2023

EDITORIAL RIALP

Las dos citas que encabezan el libro, una de Guy Delisle y otra de Juan de la Cruz son un buen ejemplo del contraste entre el tema de los poemas y su formulación lírica. El propio título, muy cercano al oxímoron, “Lírica industrial”, nos da numerosas pistas al respecto. La primera sección, «Los trabajos y los días» ―la referencia a Hesíodo, aunque no se le mencione, es evidente por el título, pero donde Martín Díaz ensalza las bondades del ocio, el griego hace lo propio con el trabajo ―: «Y así los días, de un trabajo a otro, / como piedra arrojada en el abismo. // ¿Y para qué la vida? ¿Para qué?». Solo la palabra, la escritura, parece cauterizar las heridas de una vida monótona, regida por un estricto horario laboral, el del turno de noche: «Contemplo el horizonte de mis días / en las cosas de siempre…», escribe en el poema «Trayecto». Pero no solo lamenta esa rutina, sino las condiciones del propio trabajo, y lo hace con un lenguaje directo, casi informativo ―a pesar de las evidentes sinestesias―: «El ruido de las máquinas / no deja oír la luz ni contemplar / el silencio del bosque; / todo lo que no está, pero es presencia / en la escucha intuitiva del poeta». Con esa escucha interior alimentaba la creación de sus poemas José Hierro durante el tiempo en el que trabajó en una fábrica de caucho. El ruido infernal le impuso la costumbre de memorizar sus poemas, lo que contribuyó a acentuar su musicalidad, algo similar parece decirnos Rubén Martín cuando se escribe: «Escribirlo callado, / sin letras y sin voz. / Escribirlo sin voz, pero que cante, / que nunca deje de cantar» o mejor en estos otros versos del poema «El lugar del poeta»: «A veces reflexiono, / trabajo de memoria / mis poemas, / y comparto el silencio / de las máquinas / mientras hago labores / programadas».

«Polígono industrial», la segunda sección, comienza con el poema «Polígono industrial», en el que se produce una transformación sensitiva. El polígono se percibe como una parte más de esa naturaleza anhelada, una naturaleza que absorbe y dignifica el artificio creado por el ser humano, aunque en él se elabore productos mortíferos: «… al lado del gorrión, / bajo el canto afinado de su gozo, / descansan en palés / no menos de doscientos sacos blancos / de un veneno letal como la horca». Son las paradojas que fundamentan la sociedad actual, paradojas que el poeta denuncia de una forma sutil, sin sensacionalismo, porque el lugar del poeta hoy, siendo como es un hombre sometido a las mismas servidumbres que cualquier otro ser humano, está en lo concreto, en la cotidianidad que supone ser un asalariado, un padre de familia en ocasiones, un hincha deportivo, un miembro más de esa masa anónima que lucha día a día por salir adelante. Acaso sea su confianza en el poder curativo del poema lo que le diferencia de los otros, pese a trasmitir cierta dosis de prudente escepticismo: «En el cielo latente de la vida / y en el propio poema, / no todo está perdido ni es real / lo que real parece». La simplicidad de su sintaxis no oculta el sumo cuidado que el poeta ha puesto en la elección de cada palabra, en su función poética, de ahí que el técnico industrial busque analogías y piense: «en la función del lenguaje y en cómo la palabra común llega a convertirse en palabra trascendida y, por lo tanto, en palabra nueva».

El libro finaliza con la sección «Vacaciones». El tema, incluso el tono en alguna ocasión, cambia. Ahora hay tiempo para el amor, para la escritura sosegada, para mitigar el desencanto existencial que las exigencias laborales provocan. De hecho, hay poemas como «Digno del fuego» que parecen disonar del conjunto porque parecen porvenir de un estado de una visión epifánica de la realidad, de ahí que el lenguaje busque ciertos artificios retóricos ausentes en sus otros poemas: «La memoria recuerda / mi entrega en los inicios, / cuando escribir poemas no era menos / que una forma de arder en las palabras, / éxtasis puro en la belleza / de todo cuanto el mundo concedía / en dosis de un amor jamás probado». Si en las secciones precedentes la presencia del entorno laboral era omnipresente, ahora la convivencia familiar y la observación atenta del entorno alimentan la escritura. En esta parte se percibe un distanciamiento de aquel yo que padecía los rigores de la jornada laboral. Ahora el yo lírico rompe esa burbuja porque «Todo es fulguración, / instinto propio», y sale al mundo, lo que permite al lector examinar en la subjetividad del poeta la evolución de la propia experiencia.

Reseña publicada en El Diario Montañés, 23/02/2024