FRANCISCO SILVERA. PUNTOCONTRAPUNTO. UNA GEOMETRÍA DEL TIEMPO

EDITORIAL PUERTA GRANADA

La música se convirtió en «geometría del tiempo» gracias al magisterio matemático de las duraciones, eso es lo que afirma Marcel Pérès, musicólogo, compositor, organista, cantante y director de coro francés cuyas palabras sirven de pórtico a este nuevo libro ―Libro de música II― de Francisco Silvera (Huelva, 1969), un autor prolífico experto en la obra de Juan Ramón Jiménez y en la de Antonio Carvajal, sobre quien acaba de publica un estudio con antología titulado “Nos diferencia el cuerpo”, narrador, ensayista y poeta. De todas estas fuentes bebe “Puntocontrapunto” y por esa razón es difícil encasillar su contenido en un género determinado. Hay, sí, un tema que unifica los textos, la música en su más amplio espectro pues en el volumen conviven el rock, la música religiosa, la música electrónica, la sinfónica, la medieval, la barroca, la impresionista, etc. Echamos en falta algunos géneros como la ópera o el jazz, pero esto no es ningún demérito, por supuesto, es solo una cuestión de afinidades.

El libro se divide en tres secciones o movimientos, si buscamos la analogía musical: Comienza con «Andante», un tempo intermedio que nos remite al mediodía del tiempo humano: «Alcanzada la edad mediana, con perspectiva y, sin embargo, con futuro aún, el hombre entró en los muelles del mediodía», así empieza le primer texto, “Los ojos de los hermosos perdedores”, título extraído de un disco de Eyeless in Gaza, un final de reminiscencias hímnicas con el que resume la travesía vita de un hombre que, aunque vencido por el mundo, «supo de la felicidad en la indiferencia de lo inerte, en la movilidad mecánica de lo inanimado, en la marea viva y creciente del mediodía y en los cambios del viento que rola». La “Sinfonía de Cámara en do menor, op. 110a de Dmitri Shostakovich sirve de referencia temática y estructural a la narración titulada «In memoriam». La alternancia de referencias musicales tan diferentes no tiene el correlato en los textos, caracterizados por una prosa descriptiva que le resulta suficiente a Silvera para adentrarse por las grutas de la emoción y el pensamiento simbólico: «El viento era la nostalgia; el revuelo de la tempestad, un silencio interior, y el vientre blanco de la gaviota, terriblemente inmóvil en el aire, una lanzada en el costado ofrecido por siempre al destino». Son estas prosas fragmentos de memoria, remembranzas con tono nostálgico ―«y había una mirada en tus ojos que clamaba por estar lejos, o trazar, delicadamente, un círculo de tiza a tu alrededor, situarte en el centro y que el mundo entero, el universo, cayeran derrumbados por la cólera divina con tu padre en medio, y tú allí protegido, en tu círculo de tiza»― y recriminatorio, aunque no sepa bien a quien pedir cuentas: «Nadie nos advirtió del embuste de la juventud: creyendo descubrir la realidad, tan solo estábamos abriendo los ojos a cosas que pertenecían desde siempre a todos y que, desde entonces, nos harían infelices con esa insatisfacción de querer alcanzar algo que no sabemos qué es».

El segundo movimiento, «Adagio», un tempo más lento que el andante y quizá más propenso a la meditación, comienza con una especie de reinterpretación del mito de Sísifo, metáfora del esfuerzo inútil: «La carretera no tiene fin ni dirección manifiesta… Me pregunto si servirá para algo, ¿y si fuera solo un castigo sin objetivo ninguno?», se pregunta Silvela. La música que acompaña estos relatos va desde Philip Glass a Antonio Cabezón, pasando por la “Passio” de Arvo Pärt ―«Comprendió que su sacrificio no había de traer la paz, que las generaciones habrían de sucederse entre inmensos males y sufrimientos»―o The Cure. El disco “Whitout mercy” de The Durrutti Column sirve de apoyo para unas inteligentes reflexiones sobre la piedad: «Sin piedad no es posible la vida. La piedad es la esencia del tiempo».

«Allegro», el tercer movimiento, termino musical que indica rapidez, ánimo, comienza con el amparo de Pink Floyd para recrear un canto a la amistad, que resiste la distancia y el paso del tiempo. Las “Variaciones Golberg” amenizan la tarea del escritor «solitario y nocherniego […] atormentado por una música melancólica e indiscutible que ha de sonar siempre que el escritor fantasea al escritor de noche».

Las «Variaciones» finales, como su nombre indica, repiten los temas abordados en las prosas precedentes, pero desde otro patrón armónico. No es ahora la música un pretexto que da pie a los textos, sino razón de ser del texto mismo. En estas prosas Francisco Silvera explica el origen de esas fuentes musicales, su relación con cada pieza, la anécdota que explica su relación con el texto. Su carácter informativo y pedagógico acrecienta el valor de estos textos, textos que, sin ser imprescindibles, nos facilitan una relectura más provechosa de “Puntocontrapunto”, segundo volumen de esta serie dedicada a la música que, según el propio autor, contiene una «serie de relatos, prosas líricas, novelas cortas y microrrelatos que pretenden evocar formas y sonidos de músicas que son parte de la memoria de mi vida», y de muchos de sus lectores, ente los que me encuentro. 

Reseña publicada en El Diario Montañés, 16/02/2024