SESI GARCÍA. CIUDAD PERDIDA POR OTRA CIUDAD

EDITORIAL SILTOLÁ POESÍA

Una omnipresente sensación de extrañamiento ―de «impresión de destierro», como escribió Cernuda― articula la mayoría de los poemas de este libro, sensación que ya percibimos desde el primer poema, «El extranjero», en el que Sesi García (San Sebastián de los Reyes, 1992), menciona ya Periferia, nombre con el que designa su particular «región», su lugar de residencia ―lo veremos con mayor precisión en la sección del libro a ella dedicad― desde el que rememora su juventud con nostalgia: «Parece que la juventud / descubre sus momentos cuando ya / está hecha la distancia», es decir, cuando ya se ha dejado atrás (en el caso que nos ocupa, no hace demasiado tiempo). A partir de aquí, el poeta comienza a describir tanto físicamente como a través de las impresiones subjetivas que le produce, en un contraste evidente con la ciudad natal, la ciudad que ahora le acoge, como expresa claramente el título del libro: «Y qué tremenda es esta ciudad, y miro hacia la noche, / aunque apenas se noten las luces de los cerros». El asombro, cuando no la inquietud, que le produce lo que observa, como sucede en el poema «Las nubes»: «Yo nunca he visto nubes como las de este valle: / mitológicas, imposibles, / superpuestas y con rubor. / Nubes tremendas que espantan la grandeza; / montañosas, rocosas, / igual que un mundo para los volcanes». El giño cervantino es evidente, así como alguna otra alusión oculta tras un juego de palabras. García simultanea la descripción de esa especie de lucha interior entre su pasado y su presente con reflexiones sobre su oficio, la literatura ( y sobre su vocación, la poética), al fin y al cabo, «culpable» de la mudanza, así lo vemos en poemas como »Academia», «La formación literaria» o «El poema», del que rescatamos estos versos: «Pienso de escribir sin realidad / […] / Pienso en aquello que emociona / con rigor, que se queda entero tras la sorpresa. / […] / Pienso en torno al poema, que es texto siempre, / y en el poema cuando bulle, cuando no es otra cosa». Las tres ciudades que se menciona en este itinerario vital ―Madrid, México y Periferia― componen un universo personal en el que solapan impresiones y recuerdos. En la segunda sección del libro, «El día», organizada según las horas canónicas de la liturgia cristiana, recorre desde el amanecer ―maitines― hasta la entrada ya noche ―completas― el acoplamiento a este nuevo hábitat, buscando razones que justifiquen el desarraigo, a todas luces no enteramente asimilado, aunque la poesía le ayude a interiorizarlo ―«Escribir el espacio nuevo / que se ha asimilado / ―novedad conocida que no cansa―, / esta geometría gris y destartalada / que quiere ser inmensa, y lo consigue»― y a hacer de la necesidad en virtud: «… y saber que ahora lo que quiero / es trabajar en México, vivir en México, / escribir tanto en México…».
«Periferia, D. F.», espacio mítico personal, se titula la tercera sección, que comienza muy significativamente bajo el amparo de unos versos de «Suave patria», poema del poeta modernista mexicano Ramón López Velarde, que marca un antes y un después. Madrid queda en la memoria, el equipaje está lleno de recuerdos, pero el presente se imagina halagüeño («En Madrid terminé con un presente») y la escritura, muy necesaria para mitigar la nostalgia («Carpetas llenas ahora, rebosantes / para poder hablar de la distancia; / distancia, al fin y al cabo, de vosotras, / y no de otras, calles periféricas») y para establecer comparaciones («Pero lo que no tiene Periferia / sin duda, por supuesto y realmente / ―y aquí entra en crisis la escritura― / son los atardeceres de este México». Ese lugar reconstruido con los materiales de la imaginación es, más que un espacio físico, un contexto mental: «Oh Periferia, páramo de espejos, / sombra piramidal de lo que soy», escribe, para continuar diciendo que «Periferia es solo estilográfica / y hojas con rayas y amarillas, fruto / letrado de un pasado que me entiende». Las sombras del expatriado Luis Cernuda y la del autor de “El laberinto de la soledad» persiguen la figura de Sesi García, el cual pone punto final a si libro con la sección titulada «La nostalgia», sensación que le oprime durante el tiempo que pasa en México: «Dos años de extranjero, cerca de la memoria, / cerca de una distancia nueva, lejos de patrias / y tradiciones deseadas», años que, a la hora de hacer recuento, no resultan infelices: «Hemos traspasado la frontera de los dos años / en México. A pesar de la dureza / […] / nuestro balance no es tan malo», de hecho, afirma poco después que «No creo que renuncie a los endecasílabos. / A lo que renuncio es a volver a España» porque ya solo aspira a «regresar a España / como turista». Pocas veces resulta más evidente el poder catártico de la escritura. Al transterrado, al exiliado, la palabra le sirve para reconfigurar la cotidianidad sin que el peso de la nostalgia le suma en una parálisis tanto física como afectiva. Libros como “Ciudad perdida por otra ciudad” son una excelente muestra.

Reseña publicada en El Diario Montañés, 09/02/2024