EFI CUBERO. SOLO INCLASIFICABLE

EDITORIAL LA ISLA DE SILTOLÁ

Efi Cubero, una autora que ha permanecido al margen de recuentos generacionales y de banderías de carácter, aunque no solo, estético ha encontrado en los últimos años un hueco nada desdeñable en el concurrido espacio poético de nuestro país y lo ha hecho sin necesidad de utilizar otros argumentos más que los que su propia obra atesora, con la constancia y el rigor de quien tiene puestas sus miras en objetivos menos perecederos que los del éxito momentáneo o el reconocimiento eventual que supone obtener uno de los abundantes galardones que  menudean por la geografía española. Su obra, como digo, ha adquirido en los últimos años la difusión editorial ―mucha «culpa» de ello tiene la editorial La isla de Siltolá― y el apoyo de los lectores que, sin suda, obtiene.

      Atrás quedan libros importantes, pero ya inencontrables, que, lamentablemente, no encontraron el eco que merecían, como “Fragmentos de exilio” (1992), “Altano” (1995), “Borrando márgenes” (2004) o “La mirada en el limo” (2005). En 2013 comienza a publicar en La isla de Siltolá ―”Condición del extraño”― y su poesía ―ha publicado también ensayos vinculados al mundo del arte, como “Esencia”― adquiere otra resonancia. Los armónicos son similares, pero la orquestación abre las puertas a escenarios de mayor postín. Ese extraño que merodea por los poemas de ese libro ―el poeta es siempre un ser que vive en la extrañeza, incluso cuando toma conciencia de esa singularidad― no se desliga jamás, al menos en el caso de Cubero, de sus raíces, acaso porque, como escribe Álex Chico en el paratexto, «El poema es el lugar donde se produce ese encuentro entre lo que fuimos y seguimos siendo, esa suma de fragmentos que dan cuenta de nuestro paso por el mundo».

     “Solo inclasificable”, el título que hoy nos ocupa, un libro extenso dividido en cinco secciones con referencias musicales encabezadas por un poema que hace las veces de prólogo y nos ofrece unas claves sucintas, pero claves, al fin y al cabo, de lo que nos espera a medida que avancemos en la lectura: «Un solo se interpreta en el vacío: / su ejecución te impedirá el reposo. / Aristas acusadas / en una dimensión extratemporal, / abismo de absoluto, / ascensión al fracaso. / Solo inclasificable». Da la impresión de que ese solo reverbera en lo más hondo del corazón dolorido, en la sensación más íntima del ser, la soledad, que provoca en muchas ocasiones una distorsión, un tanto enfermiza si se quiere, de la realidad y sirve de trampolín para conjeturar sobre otras lejanías, aún innombrables: «Lo que no aspira a nombre ni frontera / enlaza lo distinto para unirse en un todo. / El solo indivisible que solo el alma entiende». De ahí surge el aliento poético, de esta renuncia que necesita ser verbalizada y que se eleva hacia lo aprehensible gracias al efecto de la luz: «Para escudarme existe otra caligrafía. / La que no es contemplable. / La que absorbe la luz y la palabra omite. / La que afirma, dudando, la mirada».

     La confianza de Efi Cubero en el poder sanador de la poesía ―no podemos eludir el efecto terapéutico que tiene la palabra, su poder restitutorio, a pesar de que «es razón inútil el rescatarte mediante palabras / o a través de los órficos sonidos, de donde ya no vuelves»― resulta evidente, pero no es menos importante en su escala de valores, la tensión que imprime el silencio para ensimismarse y llegar al autoconocimiento: «Qué necesarios los silencios. // Se agazapan también en el poema / que nuestra ―oculta lo que somos». No hay contradicción en esta dicotomía que plantea nuestra poeta. Ella misma lo aclara en estos versos: «Ser solo en la palabra / un solo de silencio». Ambos se compaginan no solo en la página, sino en la vida cotidiana. Gusta, además, Cubero de escribir versos definitorios que se convierten en el pilar del poema, versos sentenciosos que lindan con el aforismo, como estos: «… para ser has de ignorar qué eres» ―una rotunda defensa del despojamiento de origen místico― o «Transformamos en aire los recuerdos / y el recuerdo nos niega» ―la memoria es inconstante y selectiva―.

     “Solo inclasificable” es un libro complejo porque trata de invocar la presencia del ser ausente a través de recuerdos, de fotografías («No es la fotografía que me obstino en besar.  Es a ti a quien trato de abrazar como se abraza al aire»), de palabras, sí, de palabras: «Ni siquiera he podido retener en mis ojos / la chispa que animaba la alegría. / Huyo tras tus palabras. / Las retengo», escribe, y es que, cuando se trata de batallar contra el vacío, contra el olvido, todas las artimañas son legítimas. Al fin y al cabo, será el tiempo, ese tiempo que «no es tiempo de mi piel, / sino el hondo temblor de otra sustancia», el que aúne las voluntades, las soledades separadas ahora en la superficie de la existencia.

  • Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, 24/09/2021