JM CUMBREÑOCubierta edición 2020 cinco-1JMCUMBREÑO

 

JOSÉ MARÍA CUMBREÑO. CURSO PRÁCTICO DE INVISIBILIDAD. (CASI POESÍA 2000-2020).  EDICIONES LILIPUTIENSES

José María Cumbreño (Cáceres, 1972) no es solo un poeta de amplísima trayectoria que incluye libros como La ciudades de la llanura (2000), Árbol sin sombra (2003), Diccionario de dudas (2009), Breve biografía apócrifa de Walt Disney (2009), Hablar solo (2018) y Cuaderno de verano (2019). Ha publicado también un libro de relatos, el ensayo Retórica para zurdos (2010) y varios volúmenes de diarios. Compagina su pasión por la escritura con la de editor —Ediciones Liliputienses está muy cerca de ya de cumplir diez años— y gestor cultural, facetas ambas en las que muestra su personalidad independiente y crítica. Cumbreño es de las personas que no rehúye la polémica y no teme, como quería Celaya, “tomar partido hasta mancharse”.

   El título que hoy comentamos, Curso práctico de invisibilidad («La invisibilidad no constituye un estado objetivo. Depende más de quien observa que de los observado», escribe en el poema del mismo título), recoge textos escritos en un periodo muy extenso, nada menso que veinte años, y digo textos porque algunos —el mismo autor los ha definido como «casi poesía»— difícilmente pueden considerarse poemas, por más que, generalmente, posean una atmósfera poética, aunque esto, como sabemos, ocurre con muchas disciplinas y géneros, como en la ciencia, sin ir más lejos. La ciencia, por cierto, más concretamente la óptica, es una de las influencias más visibles en este libro, algo que ya se presume desde el título y, de hecho, está divido en dos partes subtituladas respectivamente «Mirar» y «Ver», una distinción que queda subrayada en «Mirar y ver», un texto de una sola línea que dice: «¿Por qué abres mucho los ojos cuando no miras nada?» y, en otro apartado titulado «No swimming», escribe: «Mirar pretendiendo ver implica una serie de servidumbres. Y quizá la más peligrosa sea la inquietud por saberlo todo, por conocer todos los detalles». En cualquier caso, poco importa el género al que pertenezcan los textos; sí importa, sin embargo, la voluntad del autor de adscribirlos a un determinado género, por eso, acaso para eliminar responsabilidades, casi al final de libro, escribe: «Esto se supone que iba a ser un libro de poesía. / Aunque, a estas alturas, casi todo empieza a darme lo mismo. / Antes creía que escribir era algo importante. / Que había que ser original. / Que había que esforzarse por conseguir “una voz propia”. / Que había que cuidar la estructura del libro […]/ Odio las perífrasis de obligación». Este “odio”, por más que lo repita en páginas posteriores, parece ser más de orden literario que real, dado que el mero hecho de escribir un libro tan heterogéneo y de plegarse alas convenciones estilísticas delata que el autor tiene plena conciencia del alcance de sus textos y de sus reflexiones: «A estas alturas [el libro está llegando a su final], ya me he resignado a que esto no sea un libro de poesía.// No obstante, si escribo que la memoria es un remolino de verano, en el fondo estoy haciendo literatura».

     Hacer literatura es algo consustancial a la existencia de José María Cumbreño. Da la sensación de que necesita trasladar a la página todo tipo de experiencias, hasta las más livianas o intrascendentes, para codificarlas y hacer con ellas un pacto memoralístico. Conservar, almacenar en el recuerdo hechos cotidianos como el chispazo nostálgico que provoca el hallazgo de un neceser con fotos antiguas, algo así como la magdalena proustiana, pero narrado en este caso con una economía verbal más propia de un telegrama; apuntes biográficos, al menos, supuestamente autobiográficos —no olvidemos que toda escritura es ficcional— o, al menos, como Cumbreño escribe en «El significado de las palabras», «Las palabras pueden significar cualquier cosa. /Cualquier cosa. / Excepto la verdad» y «Las palabras están hechas de aire», acaso por eso, «El verdadero poeta/ habla sin respirar». Cumbreño nos hace dialogar con los objetos, con las cosas («Las cosas tiene la edad de quien las mira», escribe) de una forma especial, porque «No se trata de hacer una relación de objetos perdidos, sino de hacerla antes de que se pierdan», tal vez por eso, en muchas ocasiones realiza un descripción meramente instrumental que, en cierto momento, da un salto para arrojarse al abismo lírico de la interpretaciones, como hiciera el Pablo Neruda de las Odas elementales o un poeta coetáneo de Cumbreño como el portugués Jorge Gomes Miranda en su libro El accidente. Los límites de una reseña de este tipo impiden detenerse en las múltiples lecturas que ofrece, pero sí me gustará señalar que entre sus textos se encuentra un buen ramillete de aforismos que en sí mismos hubieran constituido un libro, como, por ejemplo: el titulado «Himno»: «Música que se toma demasiado en serio a sí misma»o el titulado «Las capas del silencio»: «Una palabra, en realidad, está formada por varias capas superpuestas de silencio». La palabra y la escritura son, además, motivo de muchas de las mejores reflexiones de este libro de libros, escrito por un letraherido que además, se vanagloria, y con toda la razón de serlo.

* Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 24/07/2020