JOSÉ MANUEL

JOSÉ MANUEL SUÁREZ. ABEDULES, CONTRA LAS NUBES CLARAS. COL. CARPE DIEM. EDITORIAL ARS POETICA.

Después del experimento poético que supuso Transoscurecer. Las últimas muertes de Paul Celan (2016), José Manuel Suárez regresa a la poesía intimista y contemplativa que tan buenos frutos ha ofrecido a sus lectores. Estoy seguro de que no ha de resultar nada fácil salir de un espacio tan hermético y asfixiante como el que rodeó la vida y la muerte de Celan, todo un icono de la resistencia física y moral al exterminio judío por parte de los nazis (en campos de concentración murieron sus padres) y de los conflictos provocados por la paradójica incomunicación a que nos conduce de la vida moderna. Merodear en torno de una vida tan atormentada —como sabemos, el poeta acabó suicidándose después de pasar largas temporadas recluido en hospitales siquiátricos— durante años no puede salir gratis. Es necesario hacer una especie de cura de desintoxicación antes de embarcarse en un nuevo proyecto literario de signo tan opuesto como este libro, Abedules, contra las nubes, que tanto debe a su obra anterior, obra ya copiosa —integrada por libros como Desde más luz (1996), En sed de alianza (2006), Tras la huella de un ala (2008) o Pintura de interiores. Cuarteto (2013)y dueña de un modo de ver la personal que ha sabido beber en nuestra mejor tradición, desde Juan de la Cruz , pasando por Fray Luis, Manrique o Quevedo hasta llegar a Muñoz Rojas o Cernuda, sin olvidar, claro está, a autores como Virgilio y Horacio.

   Dividido en tres secciones, el libro cuenta con un poema prólogo y otro que hace las veces de epílogo. En medio, «En mi lugar bajo los abedules», «Qué mano en este sitio me ha tomado» y «Lo que me tiene tan atado a ti». Hay mucho en común entre las tres secciones: la relación con la naturaleza, con la que se establece un diálogo conciliador y, a pesar de los contratiempos vitales, esperanzado; la reflexión íntima y el diálogo con un tú innominado que actúa como espejo del sentir propio. Las diferencias que encuentro entre las tres partes son más de orden semántico que estructural. El regreso al lugar del origen —asunto central de la primera parte— es visto por José Manuel Suárez como un antídoto contra los desgarros de la existencia. La casa familiar es una casa de reposo para el paciente. Allí las heridas se cicatrizan porque la propia atmosfera del lugar es un bálsamo reparador. Ecos de Eliot y del José Luis Hidalgo de Raíz suenan en versos como estos: del poema «Cautela»: «Si hacia dentro de mí miro en silencio / reconozco el comienzo en el final, / como no estando entre los dos el tiempo». La convalecencia centra los esfuerzos poéticos de la segunda sección, «Para que cuides de mí cuando me tengas / he venido a donde sé que estás. / mas estar y no estar lo mismo son / si eres tú para mí lo que más tengo, / si tanto a mí también me tienes», escribe en estos versos de tono suanjuanista. La vieja casa, el paisaje —descrito en pequeñas estampas que recogen fragmentariamente lo que el ojo del corazón siente más que ve— que la envuelve son la mejor medicina para el alma doliente. Los recuerdos son una compañía reconfortante: «Quedarme solo nunca me ha pesado», escribe en «Hondas aguas», versos que, por otra parte, enlazan con otros de la tercera sección, como estos del poema «Tan oculto»: «Me lamentaba yo de no ser visto, / yo que tanto me he ocultado siempre… / Gocé mi soledad entre zozobras». Para alguien como José Manuel Suárez, un poeta que desdeña las tentaciones de la vida moderna y se ampara en el juaramoniano trabajo gustoso, en buscar la hondura a través de los indicios que dejan nuestras huellas en la superficie, la soledad no es una condena, todo lo contrario, es el espacio donde encontrase consigo mismo, es un acto de voluntario recogimiento, necesario para vislumbrar la propia identidad. El recuerdo cura y salva, configura el presente: «Lo que me tiene atado a ti, / apenas perceptible entre las hojas / de abedules contra las nubes claras / moviéndose a sus anchas en la brisa. / Mi abundante cosecha de recuerdos».

     El lenguaje, siempre muy cuidado, no presenta, sin embargo, significativas características exclusivamente literarias (aunque se pueden detectar, además de los citados, ecos de Quevedo o de Jorge Guillén). Sin llegar a ser un correlato del habla coloquial —la lírica meditativa requiere un tempo propio incompatible con la inmediatez oral— es un lenguaje sensorial y apegado a la realidad de la que el autor forma parte, como vemos, por ejemplo, en el poema «Llego a casa»: «Del sur están viniendo gruesas nubes; / calmarán el calor de muchos días. / Tamborilean en veloz carrera / sobre las hojas las primeras gotas. / Me gana el aguacero, llego a casa». Abedules, contra las nubes claras nos devuelva a un poeta que se reinventa a través del lenguaje, porque la escritura, para José Manuel Suárez, es una forma de vida.