VICTOR DACOSTA

VÍCTOR PEÑA DACOSTA. DIARIO DE UN PURETAS RECIÉN CASADO. LOS CUADRNOS DE MILDENDO. EDICIONES LILIPUTENSES, 2016

Lo primero que nos llama la atención de este libro es el título, una parodia del junaramoniano Diario de un poeta recién casado, sin duda uno de los poemarios que mayor alcance han tenido en la renovación de la poesía española contemporánea ya en su momento parodiado por Jon Juaristi en su libro Diario de un poeta recién cansado (hay otros ejemplos de esta práctica, como el de Javier Salvago, con La destrucción o el humor, caricatura del libro de Aleixandre, a quien tan poca gracia hizo el juego, La destrucción o el amor). Dejando al margen esta especie recreación sarcástica, las vinculaciones estéticas se hayan muy distantes de Juan Ramón. Hay un deliberado tono menor que lo emparenta con los citados Juaristi o Salvago, por otra parte, un tono ensayado ya por Víctor Peña Dacosta en su anterior libro, La huida hacia adelante, publicado por la editorial La Isla de Siltolá en 2014, pero en este último subyace una ambición más trascendente al evidenciar una preocupación social, aunque sea desde un nihilismo quizá impostado, como en el poema «Nihilismo». En ambos títulos, el propio autor es el centro de sus comentarios sardónicas. La mirada sobre sí mismo está cargada de buen humor, de ironía , de capacidad para divertir al lector y, también, por qué no, de realidad, una realidad asumida como inevitable a la que el protagonista poemático, alter ego del autor, se adapta —como sucede, por ejemplo, en las canciones de Sabina,— con un fingido desinterés, como testimonian estos versos del poema «When the soldiers are singing», del Diario de un puretas recién casado: «Déjate de cuentos, Víctor, y asume/ en qué te has convertido aquí y ahora:/ una caricatura de ti mismo/ condenado a un aterrizaje/ de emergencia o un declive progresivo./ Pero también, no lo olvides, sigues siendo/ un soldado que sabe jugar sucio/ y conoce el campo de batalla». Es cierto que la explicación biográfica de un poema (o de una narración), generalmente no hace más que empeorar la comprensión del mismo, porque lejos de aportar datos más o menos concluyentes que abunden en una comprensión más cabal, se suele añadir información de la propia cosecha, que más que aclarar, ofrece otro sentido y, además, carece por lo común de interés desde el punto meramente estético, pero nuestro autor ha sabido resolver esta aparente contradicción entre biografía y escritura convirtiendo sus poemas en atalayas desde las cuales el yo contemplado se confunde con el resto de viandantes que hormiguean por el asfalto de esa realidad a la que hacíamos mención. Así, cualquiera de ellos puede, gracias a la ironía, ser la diana de sus dardos.

Peña Dacosta posee un innata facilidad para encadenar versos con un ritmo admirable y, como los camaleones, una forma genuina de convertirse en objeto de sus ditirambos y de sus chazas (quien se ríe de los demás, debe saber reñirse de sí mismo) que tiene sus antecedentes en la poesía de la experiencia, aunque en la vertiente más jocosa, menos trascendente, una poesía con fecha de caducidad, que suena un tanto cansina, pero dadas las cualidades poéticas que demuestra y la versatilidad para encarar diferentes puntos de vista éticos y estéticos, no nos cabe ninguna duda de que Víctor Peña Dacosta dará un paso al frente y cambiará este registro ya prácticamente agotado por otros más ambiciosos. Haciéndonos eco de dos de sus versos, nos atrevemos a decirle: «Sal [de] ahí, muchacho. Demuestra/ de qué madera estás hecho». La madera de la que está hecha es la del poeta. Sólo necesita llegar, como le ocurrió, por otra parte, a Juan Ramón, a cansarse de sí mismo, para dar tan trascendental paso. Su poesía ganará en intensidad después de este «adiestramiento de dedos», estos primeros ejercicios escolásticos.