antonio-cabrera1

ANTONIO CABRERA. EL DESAPERCIBIDO. PEPITAS DE CALABAZA EDICIONES. 2016

Lo primero que uno se pregunta al leer el título de este libro es a quién se refiere Antonio Cabrera cuando habla del desapercibido. La primera entrada del volumen trata de aclarárnoslo: «cada uno de nosotros es ese desapercibido, el no notado. A todos nos toca ser a menudo no vistos y, por eso, todos llegamos a estar en tantas ocasiones no vivos. Estos es lógico, tremendo, inquietante». Resulta incuestionable, todo el mundo se ha visto alguna vez en una situación semejante, unas veces para bien y otras, sintiéndose excluido, marginado, para mal, aunque no todos, lamentablemente, tenemos las dotes de Antonio Cabrera para hacer de ese pasar inadvertidos un motivo de reflexión y un ejercicio de prosa excelente. Los afortunados lectores de El minuto y el año (2008) ya estábamos al tanto de la calidad discursiva de Antonio Cabrera y este El desapercibido —galardonado con el Premio Literario Café Bretón & Bodegas Olarra— no ha mecho más que ratificar esa sacudida interior, apenas perceptible por su extrema sutileza que produce una maquinaria perfectamente engrasada cuando comienza a funcionar al servicio de la emoción y la experiencia.

Cabrera es uno de nuestros poetas más reconocidos. De su pluma han salido algunos de los libros más personales y sugerentes de las últimas décadas, desde En la estación perpetua, (2002) premio Loewe, hasta Corteza de abedul, publicado este mismo año 2016, pero las incursiones en un género híbrido como éste las hemos podido leer esporádicamente, por lo general en artículos de periódico o en revistas literarias. No cabe duda de que, reunidas aquí, en un volumen adquieren una consistencia diferente, porque el lector asiste a todo un despliegue reflexivo —no exento de erudición, aunque el autor sabe aquilatar muy bien las proporciones— que intercala el fragmento deductivo con dosis calculadas de fantasía, la anotación narrativa con el tramo de carácter más poético (por supuesto, como los lectores de la poesía de Antonio Cabrera saben de sobra, esto no quiere decir que se deje llevar por una cierta blandura expresiva ni, de más está decirlo, por el sentimentalismo). En ambos modalidades está presente el compromiso con la palabra escrita, pulida, cincelada hasta que consigue la forma —el significado— imaginado, sin hacer concesiones a lo superfluo. En muchas de las entradas —sean partes de un diario, microrrelatos, breves ensayos sobre la creación poética o, simplemente, descripciones del entorno— nos llama la atención el detalle minúsculo que origina la escritura, la sutileza con la cuál avanza en su discurso, con frases que parecen envolverse sobre sí mismas, que zigzaguean buscando ampliar los puntos de vista, lo que sus ojos observan y el análisis sosegado de esa observación meticulosa de la realidad, hasta llegar a la reflexión final, seca y contundente, como, por ejemplo: «Y nunca se debe llevar a nadie a donde no quiere ir»; «Mi delgadez me dice y me confirma. Mi delgadez soy yo» o «Casa invadida por el viento, mala cosa. Porque viento no somos. Seremos».

Antonio Cabrera no es un poeta que escribe sobre sí mismo, aunque, en ocasiones no resista esa tentación, es un flâneur que disfruta de sus paseos por el campo, por el monte o por la costa, es un voyeur que escruta la realidad con un microscopio, quizá porque «El mundo, bien mirado, mirado bien, resulta ser lo menos obvio dentro de lo más evidente». Yo mantengo dudas sobre si la literatura es producto de la observación, o la observación deriva de ese afán por literaturizar la experiencia. Quiero imaginar que hay una proporción similar de ambas fórmulas, pero, de cualquier modo, lo que nos importa es el resultado final y, en el caso de El desapercibido, este resultado es sobresaliente. El propio Cabrera trata de despejar esas dudas en la entrada titulada «Linterna»: «El conocimiento poético explora la oscuridad del lenguaje; su linterna es, paradójica e inevitablemente, la palabra, un foco limitado que convierte esa labor en algo imposible de concluir y, al mismo tiempo, en algo bellísimo, porque su luz concentrada nos enseña por contraste lo oscuro de toda oscuridad que ella no alumbra». Lo cierto es que lo que uno experimenta después de leer este libro es algo parecido al sosiego y al deseo de agradecer al autor que le haya brindado tantos momentos de entusiasmo por la vida. Estamos seguros de que el lector deseará contagiarse del aliento que anida en estas páginas, deseará identificarse con desapercibidos como Antonio Cabrera, capaces de aprovechar ese ninguneo no para desligarse del mundo, si no para fijarse detenidamente en lo que le rodea, para reflexionar sobre sí mismo y sobre la realidad, tan atrayente como resbaladiza, con ternura y humildad y, al mismo tiempo, con vitalidad y exigencia, consciente de que «La poesía —y la prosa de El desapercibido es pura poesía—manipula la realidad, pero no se le exige que la desentrañe. Nos da un conocimiento que sólo ella puede darnos, un conocimiento raro: mejor cuanto menos explícito, poderoso cuanto más inseparable de su vehículo verbal».