ub. la cruz del sur

ÁNGEL CRESPO. AMADÍS Y EL EXPLORADOR. EDICIÓN DE JOSÉ LUIS GÓMEZ TORÉ. COLECCIÓN LA CRUZ DEL SUR. EDITORIAL PRETEXTOS. VALENCIA, 2015*

Ángel Crespo (1926-1995) fue un poeta singular y esa singularidad le mantuvo alejado de las tensiones generacionales propias de cada época, una decisión acertada si se toma motu proprio, obviando criterios ajenos a la poesía y subrayando la independencia creativa, pero poco provechosa si uno quiere dejarse arrastrar por el viento fugaz, pero favorable, del interés colectivo. A pesar de eso, y gracias al arduo trabajo de algunos especialistas que han estudiado su obra con rigor y entusiasmo, su figura y su obra van haciéndose un hueco nada desdeñable en el canon poético de nuestro país, lo que nos hace creer en la eficacia de la justicia poética

Amadís y el explorador, libro que ha permanecido inédito hasta ahora, «recoge —en palabras de su editor, José Luis Gómez Toré— algunos de los motivos más queridos por el autor», como son el esoterismo y la alquimia, la compleja identidad del andrógino o el tema del doble, que tantas resonancias clásicas nos transmite. La escritura de los poemas que lo componen sufrió, en el dilatado proceso (desde 1977 hasta su muerte, acaecida en 1995) de construcción, variaciones tanto de estilo como de significación, sin embargo, como señala con precisión Gómez Toré en el informadísimo «Epílogo», «El recurso al monólogo dramático y al poema dialogado unifica estos textos, que comparten también una misma métrica, una combinación libre de endecasílabos y heptasílabos sin rima, con el uso ocasional de otros metros como eneasílabos o alejandrinos». Dialogados son los poemas titulados «Perseo y el cowboy», «Abraham y Gehová», «Odín y la ragazza», «Amadís y explorador» y «Graciela y el Tritón», el resto, los otros cinco poemas, presentan la forma del monólogo dramático. Los protagonistas de dichos poemas provienen de la mitología, de la religión, de la literatura, del arte o de la historia, pero en ningún momento este alarde cultural impone una lectura intelectualizada. Crespo no necesitaba hacer ostentación de sus conocimientos, por otra parte, muy amplios en diversas disciplinas. El acopio cultural está incorporado al poema de forma natural, más, si cabe, en los monólogos, en los que el poeta logra meterse en la piel del personaje que encarna sus palabras. Esta dualidad, este «serme dos en uno», este ser «mi Enemigo,/ el tuyo y el mío, y, siendo todo, soy/ tu mismo, y negación de cuanto puedo/ afirmar y negar», no resulta artificioso en ningún momento. Trasmite un combate íntimo de resultado incierto, porque, como ocurre en los diálogos, la manipulación narrativa da lugar a equívocos que cuesta asimilar: «Quién te asegura/ que tu verdad, que ciega,/ no miente?». Gómez Toré lo resume con estas palabras: «Hay en todo el libro un juego muy complejo de alteridad e identidad, donde elementos que se presentan como irreconciliables se aproximan de repente entre sí». Por otra parte, se observa una constante exploración metapoética, presente desde los primeros versos del primer poema: «Ahora sé las palabras que ignoraba,/ las de la oscuridad, la luz, el viento/ fasto y nefasto, sé de os acentos/ indiferentes y de/ los que acatar se hacen», una exploración que se adentra en el carácter mágico que Crespo concede a la escritura, incidiendo en su capacidad reveladora, transformadora, creadora, al fin y al cabo, de otra realidad más exuberante que la cotidiana y capaz de desafiar a la muerte. No son los únicos temas que abordan estos poemas. Están plagados de referencias simbólicas que conducen hacia una realidad ideal, quizá sólo posible en la escritura, referencias que hacen de su lectura una especie de tablero de ajedrez en el que el alcance del juego varía en cada movimiento. Es este uno de los mejores argumentos para leerlo y releerlo. Los ángulos muertos están llenos de vida.

*Reseña publicada en el número 120 de Clarín. Revista de Literatura