JULIO MARURI. ANTOLOGÍA POÉTICA. EDICIÓN DE JUAN ANTONIO GONZÁLEZ FUENTES Y LORENZO OLIVÁN. EDITORIAL VISOR, 2014
Julio Maruri (1920) es, a sus noventa y cuatro años, un poeta casi secreto, conocido en la práctica por un pequeño grupo de poetas geográficamente cercanos y por un, no menos limitado, círculo de especialistas en la poesía española de posguerra, por eso la RECIENTE edición de esta antología a cargo de los poetas Juan Antonio González Fuentes y Lorenzo Oliván en una editorial del prestigio y la difusión de Visor, cobra una importancia especial. Permitirá al lector de poesía descubrir a un poeta de una frescura e intensidad poco frecuentes en la época, primera posguerra (estuvo vinculado al grupo Proel, integrado, entre otros por los malogrados Carlos Salomón o José Luis Hidalgo, por José Hierro o Enrique Sordo), en la que comenzó a publicar sus libros, el primero de los cuales fue Las aves y los niños (1945), subtitulado «elegía», porque se trata de eso, de un canto por la infancia perdida, sin dramatismos nI excesos retóricos, con una poesía desnuda que economiza verbalmente el lenguaje hasta extraer el significo puro de la palabra. Este tono melancólico queda de manifiesto en poemas como el titulado «Niño del Septentrión» —no olvidemos el verso de Amós de Escalante, «Musa del Septentrión, melancolía»—, que finaliza con este cuarteto: «Azul niño de niebla,/ pájaro azul dolido…/ Oh, que ausente tristeza/ ser de la niebla y el niño». Pero no todo en este libro es despojamiento. Alternan poemas donde el discurso de expande y el verso precisa de un ritmo más pausado, el del endecasílabo. El tono intimista, aun estando presente, deja paso a un matiz conversacional. Esto no significa que Maruri navegue por los meandros de la poesía confesional, pero sí escribe una poesía más directa, menos supeditada a conceptos abstractos. Dos poemas son significativos de esta manera otra de poematizar, los titulados «Para un muchacho del porvenir» y «El pozo», dedicados respectivamente a José Hierro y a José Luis Hidalgo.
Con Los años (1947), su segundo libro, obtuvo un accésit del que era, en aquellos años, el premio más importante de la poesía española, el Adonais. Como escriben los editores del libro, «Estos dos títulos de Julio Maruri retratan a un Adán doblemente exiliado, doblemente desvalido, doblemente invadido por las sombras (las del tiempo, las del deseo o el anhelo del otro), y hacen acaso mucho más comprensible la crisis espiritual del poeta y su relativo silencio sostenido». Esta crisis a la que hacen mención González Fuentes y Oliván se traduce en un alejamiento de la escritura (también de la pintura. Maruri era ya un afamado pintor) y concluye cuando, en 1951, toma el hábito carmelita bajo el nombre de Fray Casto del Niño Jesús. La década de los cincuenta resulta, en lo artístico, muy fecunda. Expone su trabajo en renombradas galerías nacionales y publica, en 1957, su Obra Poética, que será galardonada al año siguiente con el Premio Nacional de Literatura. La antología que comentamos recoge los llamados Poemas de tránsito (1944-1950) —poemas dispersos publicados en revistas y que contiene algunos de los poemas de Maruri que prefiero, quizá porque la emoción que trasmite el poeta se vuelve más humana, menos solipsista, más fraterna, como expresa con ternura el poema «Confesión de poeta», del que extraigo estos versos: «Celeste humanidad, cuerpo de todo,/ que hace inhumano al ser/ en quien palpita el ala y pesa lodo/ de amar y saber;// inhumano gemir de los sonidos/ y triste humanidad/ del hombre que pobló infinitos nidos/ en rigurosa soledad»—, así como Unos poemas (1959), en donde se anuncia el tono moral, de crítica social y de denuncia, de solidaridad con los vencidos que encontraremos ya mucho más desarrollado en Como animal muy limpio, compuesto por poemas escritos entre 1963 y 1970 que no verá la luz, sin embargo, hasta el año 2004. El breve poema titulado «Spanish War», representa un buen ejemplo: «Con qué alegría/ se dio aquel Coronel/ a la sangría». Una década antes se publica su poesía completa bajo el título Algo que canta si mí, con un epílogo de Carlos Bousoño, que incluye el libro Tendiendo al abril las manos (1976-1992). Los editores hablan en el prólogo de «justicia poética» para significar la oportunidad de esta edición. No podemos estar más de acuerdo.