JUAN MANUEL ROMERO. DESAPARECER. PRE-TEXTOS POESÍA, 2014
«Tengo más vida ahora/ de la que soy capaz de resistir» son los versos finales del poema con el que comienza el último libro de Juan Manuel Romero, Desaparecer. Leídos así, fuera de contexto, pueden conducirnos a pensar que los deseos del poeta están colmados y que la escritura funciona como una válvula de escape, como una descompresión necesaria para emerger a la superficie de la realidad, pero esto significaría mutilar el sentido verdadero de esta afirmación tan chocante, una afirmación que surge de la contemplación de un estallido de vitalidad, no de un eclipse de la conciencia. La poesía de Juan Manuel Romero no se sustenta en la descripción de un mero suceso, sino en la reflexión que dicho acaecer provoca. Esto no quiere decir que los versos carezcan de asideros temporales, pero su verdadero sentido tiene menos que ver con un lugar y una fecha determinados que con la indefinición de algo que el poeta espera y que aún no se ha formalizado ni en el pensamiento ni en la escritura. La imaginación trabaja a partir de ideas, ideas que provienen, en gran medida, de la percepción que los sentidos nos brindan, pero la naturaleza de las cosas, su verdadera esencia, huye de precisiones y de representaciones unívocas, de los dictados de la fenomenología. Sólo un pensamiento crítico, desde una visión múltiple de la realidad, puede dar testimonio de la experiencia vital de cada ser humano.
«Intentar el regalo de vaciar la conciencia y sólo ser», dice otro magnífico verso, y es que acaso sea ese deshabitarse, ese borrar la memoria de lo sabido, el único modo de aproximación válido para comprender las complejidades del ser que piensa. Aleixandre, en unos versos memorables ensalzaba la pureza de vivir sin memoria, y algo similar parece reclamar Juan Manuel Romero, aunque ignoro hasta qué punto la escritura es posterior al pensamiento o éste adquiere su forma definitiva sólo cuando se escribe. En cualquier caso, de lo que no parece haber ninguna duda es de la incapacidad de asimilar la realidad por entero a través de la palabra, algo que, en este caso, beneficia al poema, porque cuanto menor es el grado de comprensión inmediata mayor será la ambigüedad del significado. «Y sin embargo sigo buscando realidad/ igual que el niño que remueve/ un hormiguero con un palo/ o el agua toma impulso/ para llegar más lejos,/ sin cesar se golpea y vuelve a levantarse», escribe unos versos después Romero, confirmando nuestra idea de desnudamiento para contemplar las cosas en su novedad incesante. No se trata, como se ve, de un deseo de reducir lo real a unos parámetros que ofrezcan soportes consabidos a la mirada, sino de ampliar sus significados renunciando a un saber prejuzgado que hurta las posibilidades del enigma y delimita la propia percepción.
El propio título del libro, Desaparecer, refleja perfectamente ese deseo de dejar que el mundo hable por sí mismo, de liberar a las imágenes de conceptos predeterminados. Esa subordinación conduce, en muchos casos, a mostrar una realidad habitual, sin recovecos, con un lenguaje repetido, con un engranaje metafórico oxidado que termina por no revelar nada. Pero Juan Manuel Romero está muy lejos de caer en este descuido porque cada verso goza de una autonomía que le proporciona una aproximación a la emoción o al objeto que provoca el poema tentadora. Existe una admirable identificación entre pensamiento y escritura, aunque esto no evita, como vemos en los versos siguientes, la incertidumbre, la desconfianza ante el resultado final, acaso porque sólo hay una forma de enaltecer lo nombrado, vaciando la conciencia, desintoxicándose, anulando lo contingente: «¿Dan alivio las páginas que arden?/ A veces la memoria, igual que un dique,/ te protege,/ pero también te impide ver». Este vaciamiento no supone, sin embargo, renunciar a eso que se da en llamar espacios de actualidad, porque la poesía también se alimenta de ellos, tanto como de lo intemporal o de lo imaginario: «Esperaban en fila para entrar a comer./ No había nada puro/ en la desposesión,/ sólo manchas de vómito y lejía».
La naturaleza fragmentaria y entrecortada del discurso parece provenir, no sólo de un pensamiento representado en escenas interrumpidas, sino que nos da la sensación de que hay detrás también un meticuloso proceso de poda, de eliminación de lo accesorio a favor de una sobria reconstrucción de la experiencia. «No resulta fácil —escribe George Steiner— contar o escuchar las “grandes historias”. Nos vemos arrastrados a lo indefinido, a la forma aperta». Tal vez ésta sea la razón por la que Juan Manuel Romero prefiere, antes que describir notarialmente una percepción, dejar indicios, pistas suficientemente borrosas como para crear una atmósfera de vacilación, de sospecha.
Desaparecer es un libro condensado, cuarenta poemas no muy extensos, en el que cabe, sin embargo una personalísima visión de la realidad, una realidad escasamente complaciente con el sujeto poético, y a ella no son ajenas las tensas experiencias que surgen de un conflicto que se intuye irresoluble, experiencias en las que no puede intervenir el poeta, sólo observar como un espectador apesadumbrado, lo que acontece, con estoicismo y discreción. Fruto de esa observación y de la reflexión subsiguiente son los poemas, poemas que con frecuencia nos inquietan como esas moralejas que no acabamos de entender, porque la depuración que vindica lo sustantivo en detrimento de lo adjetivo es lo suficientemente ambigua como para desestabilizar nuestras convicciones, y esto sólo puede hacerlo una poesía que sabe que los sentimiento de carencia y de desposesión son consustanciales a la condición humana.