LUIS ALBERTO DE CUENCA. DESPUÉS DEL PARAÍSO. COLECCIÓN PALABRA DE HONOR.
EDITORIAL VISOR POESÍA
 
En la «Nota de autor» que precede a los poemas Luis Alberto de Cuenca esboza algunas e las razones que le han llevado a escribir este libro: «“Después del paraíso”, cuando la serpiente se salió con la suya haciendo que nuestra madre primigenia ―Lucy la llaman los paleoantropólogos― comiera del fruto prohibido, las cosas no les han ido bien a los seres humanos. Demasiadas preocupaciones, demasiadas angustias, demasiadas desilusiones para tan pocos años de vida». Estamos ante un libro extenso, de más de cien poemas «escritos para constatar nuestro fracaso como inquilinos del empíreo». Para Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950), autor de algunos de los libros más influyentes de los últimos años, desde “La caja plata” (1985), “Por fuertes y fronteras” (1996) hasta “Cuaderno de vacaciones” (2014), la poesía es la herramienta más adecuada para salvar del olvido los momentos felices, evanescentes por naturaleza, y para minimizar los efectos que la pérdida del paraíso provocó en los genes del ser humano. La poesía se concibe, por tanto, como una especie de escudo frente al destino aciago, como la tabla de salvación que nos rescata del naufragio existencial.
     El libro ―que ratifica las ideas estéticas de nuestro poeta, fraguadas en torno al inteligente uso de la ironía, salpimentada con dosis de historia, de mitología y de cultura popular con extremada proporción― está dividido en cinco secciones. La primera, «Costa esmeralda», comienza con el poema «Deseo permanente», en el que el poeta, consciente de su edad, se interroga sobre los efectos del deseo en la vejez: «La vejez parece que triunfa / sobre el deseo y lo destierra», escribe, para preguntarse, como jugueteando con una persona interpuesta, pero con un trasfondo nostálgico evidente «¿Qué pinta entonces el deseo / que ahora, en plena edad tercera, / llega hasta ti para amargarte / el poco tiempo que te queda?», para constatar, al fin, en una respuesta de carácter universal, que «el deseo será tu dueño / hasta el final de tu existencia». A esta sección pertenece el poema que da título al libro, en el que justifica la imposibilidad de recuperar el favor de los dioses y, por tanto, la obligada renuncia a regresar al paraíso. Desde entonces, el ser humano vive en la intemperie, a merced de los vaivenes del destino, en ese «impreciso / límite que separa el vicio de la verdad», y sobre las múltiples formas de soportar el exilio escribe Luis Alberto de Cuenca, con una desenvoltura solo aparente, pues sus poemas son construcciones rítmicas y verbales perfectamente elaboradas. Su destreza y su conocimiento de la tradición ―por sus poemas aparecen Platón, a quien considera no «solo un genio del pensamiento humano / sino también un mago de la literatura», Safo, Plutarco, Lope de Vega, Aldana, Lord Dunsany, Draper, Arthur Machen, por ejemplo― le permiten lo mismo escribir un conjunto de haikus («Por culpa de Safo» o «Tus pies y el mar»), que poemas en hexámetros («La espina que me ofreces» o «Mientras duermo») o en otros metros más habituales.
En la segunda sección, «Epigramas amorosos», recurre a los «topoi» más habituales. El amor como dueño y señor de nuestras vidas, la albada, la recreación física del cuerpo que duerme al lado, la infidelidad, la fragilidad del amor eterno («porque los juramentos / de amor valen lo mismo que un estante / sin libros, que una casa sin ventanas»), la nostalgia de otra época en la que el amor no era «este mar iracundo y terrible de ahora, / sino un estanque tibio donde darse un buen baño, / un oasis de luz en medio de la niebla», el abandono, la incomprensión, el abandono. Acaso sea en esta sección donde la ironía cobra mayor protagonismo, y gracias a ella se minimiza la afectación de algunos versos que, por otra parte, nos recuerdan a los menos logrados de Carnero y Gimferrer en sus últimas entregas y a las letras de algunas canciones, en este caso las mejores, canciones de moda.
    «Mientras duermo y otros poemas» es, tal vez, la sección más heterogénea. Son muchos los temas que modulan los versos. La pandemia, afortunadamente ya en su fase final, pero en su fase ascendente cuando se escribieron algunos de estos poemas, es motivo de reflexión. Aunque el autor se encuentra bien de salud, «El hecho es que, a pesar de las bondades, / que se acumulan a mi alrededor, / sigo sintiendo un pánico cerval / más a menudo cada vez». Es consciente de que el temor a la muerte no tiene razón de ser, pues sucederá inevitablemente, queramos o no, aunque en no pocas ocasiones esta constatación no mitiga la angustia vital. El deseo, para De Cueca, sigo siendo el mejor antídoto para este veneno.
    «Suite virgiliana» contiene alguno de los poemas más rotundos y meditativos del libro, como «La edad de oro» (I) y (II), en los que culpa a un Dios que siente envidia de la felicidad humana, de introducir el veneno de la enfermedad, del trabajo y la muerte «de modo que hizo un cóctel / con miedo y sufrimiento, vejez y enfermedad, / y se lo dio a beber a los seres humanos». Después del paraíso finaliza con la sección «Hojas sueltas» integrado por poemas de registros distintos, pero con una similar preocupación estética y ética, incluso social, podríamos decir, como en estos versos: «¿Hasta cuándo Occidente va a asistir, impasible, / a sus propias exequias, envuelto en el sudario / de la autoinculpación y de la cobardía?», que tristemente están de actualidad y nos hacen pensar en el terrible conflicto de Ucrania.
 
·         Reseña publicada en El Diario Montañés, 8/04/2022