CUSTODIO TEJADA. UN HORIZONTE DE SIGNIFICADOS. AMAZON

El poeta y profesor granadino Custodio Tejada (1969) comenzó su travesía poética con la publicación, en 2002, de Rosa de luz y sombra, libro al que han seguido títulos como Urna de cristal (2006), El habitat que pisamos (2008). Cigüeña de nieve y Recuerdos y coordenadas. Su poesía ha sido antologada en diversas compilaciones. Ha escrito además una novela, La memoria ausente y ejerce la crítica en un blog personal. Como se puede observar, estamos ante un letraherido, ante un autor vocacional. Ahora nos presenta, en una edición manifiestamente mejorable, Un horizonte de significados, su último trabajo que, sin embargo, comienza con un poema titulado «Génesis», poema de tintes filosófico-religiosos que remite al evangelio de san Juan: «El lenguaje, componente adánico del poema y de la vida trasfigurada en alimento, nos convierte en parte indisoluble de Dios», afirma, claro que este tipo de afirmaciones, convertidas en poema debería huir del circunloquio y no caer en meros a priori para resultar convincentes. No basta con afirmar, hay que demostrar o, al menos, si nos ceñimos al lenguaje poético, no al ensayístico, deben sugerir. Por otra parte, pensar la escritura como un don divino, como algo que proviene de la fe en Dios («Y la fe obró el milagro / de la consagración en la escritura»), es un concepto, igual que la idea del poeta como legislador del mundo, ya desusado, aunque esto, evidentemente, no resta legitimada a quien desee recuperarlo, pero he advertir que religión y poesía, reflexión metapoética y promiscuidad forman un cóctel que no siempre combina bien, sobre todo cuando no se sujetan las riendas del verso: «La palabra es poder, / exvoto que adora a la madre tierra, / virgen inmaculada / con una vocación de prostituta / en un burdel de signos, / lo que hay de inmortal en el sacrilegio». Por fortuna, en Un horizonte de signos hay otros poemas que alcanzan el objetivo previsto, el de nombrar la realidad para corporizarla, para hacerla presente, aunque este ejercicio es más humano que divino. La palabra que nombra es una convección, un signo, no un trasunto esotérico o celestial, por mucho que el autor escriba que hay «Ángeles de corazones semánticos / levantados en armas / contra la esclavitud de la gramática y la etimología hecha conciencia». De entre las innumerables reflexiones sobre la escritura del poema nos quedamos con la que se concentra en estos versos: «Con cuarenta metros de eslora y unos diez metros / de manga, la palabra barco puede llevarte / a cualquier océano sin moverte del sitio, / ese es el gran misterio del poema», ese es el enigma que se esconde en las palabras, pero debemos ser conscientes de que el lenguaje es un arma de doble filo, por una parte separa lo significativo de lo accesorio y, por otra, si no se maneja con probidad y destreza, hiere.