JUAN VICO. CONDICIÓN DE LOS AMANTES. SILTOLÁ POESÍA

De un verso de Lope de Vega proviene el título del último libro de Juan Vico (Barcelona, 1975), poeta —“Víspera de ayer” (2005), “Still Life” (2011) y “Balada de Molly Sinclair” (2014)— y reputado autor de novelas como “Hobo” (2012), “El teatro de la luz” (2013), “Los bosques imantados” (2016) y ”El animal más triste” (2019). Condición de los amantes —«¡Oh, varia condición de los amantes! / Si no los quieren luego, todo es furia. / Todo es desconfianza, si los quieren», escribió Lope de Vega— es un libro unitario que tiene como elemento aglutinador  el sentimiento amoroso, pero no está planteado este de una forma tradicional —¿cómo podría estarlo sin repetirse?—, sino desde un punto de vista diferente que hace alusión al hecho de que el enamoramiento trastoca la realidad externa, la perspectiva, pero provoca además cambios internos, incertidumbres en la manera de asumir el propio yo con respecto de esa realidad y de los otros que la habitan: «Pero es el modo, en fin, / en que te evoco aquí, de nuevo, / heteróclita y evanescente, sin ningún / propósito definido, / al tiempo que me pregunto / si no existimos con preferencia / en los pedazos que de nosotros / van guardando los demás».

      El título del primer poema, «Objetivo azar», da la vuelta al conocido axioma de Engels, reinterpretado por André Bretón y utilizado como principio del surrealismo, el azar objetivo, o lo que es lo mismo, la sincronicidad, como lo denominó C. G. Jung. Si este describía el factor casual en la confluencia entre deseo y realdad, Juan Vico parece desdeñar esa circunstancia inclinándose por la naturalidad de lo arbitrario como motor del pensamiento, así, versos como estos: «el reflejo el sol en el objetivo / mientras se filma el paisaje de un rostro: // el delicado bulbo que la tinta ofrendará / en el remate de esta lista: tu nombre // confundido en otros nombres…», inciden en la fusión de las múltiples caras de lo real con las no menos diversas posibilidades combinatorias que ofrece el azar. Sin embargo, más allá del armazón teórico que procura esta disposición emocional, los efectos del deseo y del amor articulan los poemas. No hay, por lo demás, ninguna pretensión de intemporalidad ni de que ambas emociones se consoliden en una determinada representación, más bien parece todo lo contrario, se desdoblan en una amalgama de paradigmas que se complementan: «Te desdibujas, y así te quiero, / Dueña de todas las palideces, / Amante oscura de mis amantes, / Enemiga fiel de mis alegatos, / Enferma siempre del primer terror». La acumulación de experiencias —reales o imaginadas, poco importa— se simultanean en un mismo poema, lo que, por una parte, enriquece la oferta simbólica y, por otra, nos ofrece valiosas pistas sobre el propio proceso de escritura, como en estos versos del poema «Cuadernos»: «Conviene / regresar a ellos de vez en cuando / como el criminal que revisita el lugar común / el crimen…» o estos otros  del poema «Retrato inacabado»: «Anotar una frase al desgaire / para recordar lo que pretendes escribir / en una página futura y más tarde / al releerla / descubrir / que la frase ya es la página». Como viene siendo habitual en mucha de la última poesía escrita en nuestro país, la reflexión sobre el propio acto de escribir se solapa con la intención de cimentar un sentimiento. Las palabras autojustifican su función y, a veces, se rebelan: «Romper / todo lo escrito y escribir de nuevo lo mismo / como un castigo o como una parodia, / como un discreto ejercicio espiritual: / cuestión / más de fe que de osadía / si solo creo, al fin y al cabo, / en el delirio de tu carne resurrecta». Juan Vico examina su experiencia vital desde una perspectiva literaria o, quizá es mejor decirlo así, esa experiencia es pensada y toma forma a través de la escritura: «La utilería / moderadamente novelesca / con que adornamos nuestra historia nos vendrá / de maravilla en caso de fuerza mayor». Hemos dejado para el final de este comentario el poema «Fiebre», el más extenso, porque nos parece que compendia bien esa, cuanto menos, duplicidad desde la que se aventura la introspección emocional en estos poemas. Por una parte, está ese estado de sonambulismo que la fiebre provoca: «cómo / fabricaste la transición / entre los dos tonos tan distantes / de tu discurso» se pregunta al comienzo y que se desliga del yo más consciente: «tardé todavía en darme cuenta de que estabas explicando en primera persona / alguna de mis propias vivencias». Por otra, asistimos a una confusión de identidades, en este caso, no esterilizante, sino creadora: «inventábamos a los niños que se conocían / treinta y tantos años atrás o éramos un único niño / que treinta y tantos años atrás nos inventaba…». Es muy probable que, si resolvemos este enigma, accedamos al azar misterioso que gobierna la escritura de Juan Vico, al origen de esa «mística doméstica» que subyace en sus poemas.