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GLORIA DÜNKLER. FÜCHSE VON LLAFENCO. EDICIONES TÁCITAS. SANTIAGO DE CHILE, 2009. SPANDAU. EDICIONES TÁCITAS, SANTIAGO DE CHILE, 2013.

Gloria Dünkler es una joven poeta chilena que nació en Pucón, en 1977. Ejerce profesionalmente su trabajo como bibliotecaria y publicó su primer libro, el poemario Quilalco seducido en 2003. En el periodo que va desde ésta su primera comparecencia pública hasta la edición de su segundo libro, Füchse von Llafenko (2009), Gloria Dünkler ha sido antologada en diversos volúmenes recopilatorios, tanto de poesía como de prosa: Mujeres en la poesía chilena actual y Mujeres frente al mar (2000); en la antología Desde todo el silencio (2008); «Intrusos», un relato suyo se editó en la Antología latinoamericana Comer con la mirada (2008). No será hasta 2012 cuando verá la luz su libro más celebrado, Spandau, que le valió el Premio de la Crítica en 2013 —no ha sido el único galardón que ha merecido Dünkler. En 2010 fue Premio Academia por la Academia Chilena de la Lengua, además de obtener Becas de Creación Literaria en los años 2011 y 2013 respectivamente. Ha sido incluida también en otras antologías temáticas como ¡Basta! 100 mujeres contra la violencia de Género (2011), Gutiérrez: antología de textos literarios (2012) y Doce en punto, poesía chilena reciente (1971-1982). Como podemos comprobar después de este necesariamente abreviado recorrido por su bibliografía, Gloria Dünkler es una poeta suficientemente reconocida en su país natal por su enorme calidad poética. Desde este modesto foro, haremos lo posible por romper las barreras geográficas para acercar su obra a los lectores de nuestro entorno.

Cuando Füchse von Llafenko (Las tierras de Llafenko) fue galardonado con el premio de la Academia, Adriana Valdés, en el discurso de entrega, dijo, entre otras cosas, estas palabras: «El premio Academia tiene entre otros ese sentido, el de premiar la escritura admirable. La que no es solo correcta y eufórica, y precisa, la escritura también admirable por extender y explorar los límites del entendimiento y de la emoción si es que se puede distinguir tan nítidamente entre ambos (eso no ocurre en la mejor poesía). De este libro me admira una escritura que, sin aspavientos, entra en zonas complejísimas de la identidad de nuestro territorio…»

La historia de unos colonos que luchan por domesticar la naturaleza para encontrar un lugar idóneo en el que asentarse es el leitmotiv del poemario: «Las tierras de Llafenko fueron un laberinto de secretos, un enjambre de preguntas sin respuestas», unos colonos, unos emigrantes que huyen de su país (algo que se repite desde tiempos inmemoriales. Hoy mismo asistimos consternados al éxodo de miles de familias sirias huyendo de la crueldad de sus dirigentes y del fanatismo asesino del Estado Islámico) y sufren hasta llegar a su destino, innumerables peligros y vejaciones. La reconstrucción, a través de la memoria de los suyos, conforma estos poemas breves pero contundentes, de verso conciso, cerrado, en los que escasea le discurso subordinado. Cada verso, cada frase es definitoria, nada es ornamental, todo significa («Mi oficio es construir, encender motores/ soltar amarras, no volver atrás»), por más que no sea esta una poseía estrictamente realista. Hay lugar para la evocación y, por tanto, para indagar en el mito primigenio o para metamorfosear la genealogía familiar. Nadie conoce a nadie, así que «Aquí podemos inventarnos una sangre/ un escudo, una leyenda, una muerte gloriosa,/ podemos ser, si se nos lace,/ una estirpe ungida a un rayo», aunque el pasado, tozudo, irrevocable y el carácter belicoso impregne los nuevos hábitos, las nuevas formas de vivir, de convivir: «Tuve compañeros que soñaban con ser agentes del SS/ o enfermeras de campaña», porque los enseñaban a «servir a la causa como fervientes multiplicadores/ de la germanofilia». Leídos estos versos de forma aislada pueden causarnos cierta conmoción, pero si los leemos, y resulta imprescindible hacerlo, asociados a «Las misivas de Karl desde el frente», otra de las secciones de este libro, adquieren todavía mayor trascendencia. «Admiraba el salvajismo de los pelotones hambrientos de sangre y gloria, de las vidas que quitaban», dice una de ellas y poco podemos añadir a lo que es sólo un comentario poético, sin pretensiones de analizar el origen de la barbarie, de la inhumanidad. La última parte del libro, la titulada «Ocaso», narra un proceso voluntario de desubicación mental en el que se mezclan pasado y presente. La figura de Karl sigue estando omnipresente de manera directa («Quiero pensar que llegó a ser un gran barón y estuvo al mando de sangrientas escuadrillas. Que derribó a miles, torturo a cientos, y no tuvo un gesto amable con sus rivales») o velada («A veces me preguntaba si, quizá, mi amigo tenía razón en abrazar con locura su causa patriótica y era mejor encontrar la muerte con un poco de dignidad». La crueldad implícita en estos versos es tan terrible que no parece verosímil, pero no se trata de consignas de un juego infantil sino de una manera de exorcizar los conflictos interiores que perturban a los residentes en esta colonia alemana en el sur de Chile, en Llafenko, a sus moradores hasta «el juicio final»

La prisión de Spandau, construida en Berlín en 1876 albergó a siete altos mandos del régimen nazi juzgados en los Juicios de Núremberg y sirve como contrapunto simbólico para la escritura de estos poemas de su libro Spandau en los que Gloria Dünkler ha esencializado su decir, convirtiendo el poema en una especie de disertación seca, concentrada en la que los últimos versos funcionan como veredicto. Como acostumbra, Dünkler rehúye la retórica, lo ornamental y va al grano, sin subterfugios ni circunvalaciones semánticas. Este breve poema pude servir de ejemplo: »No tengo ni idea de quiénes vendrán a cumplir castigo./ Sólo me han dicho/ apure los planos y pierda cuidado/ su nombre se mantendrá en reserva». La base documental que alimenta estos poemas es magistralmente convertida en poema. El recurso a la obediencia debida, a la ignorancia deliberada, el mirar para otra parte como método de supervivencia, la lealtad son para algunos eximentes incuestionables. Otros incluso aducen rebeldía, se retractan, adjuran de los principios que movieron sus actos, esperando acaso que «el temporal se llevara sus culpas». Los poemas de este libro reviven la época en la que se celebraron los juicios y nos hablan también de las vidas casi clandestinas que se vieron obligados a llevar los jerarcas nazis que escaparon de la justicia, siempre a la espera de que el horror que causaron les pasara factura. Los lugares donde se establecieron para reorganizar su vida fueron inhóspitos en algunos casos. En otros, sin embargo, vivieron bajo el amparo de gobiernos complacientes. Lograron construir una familia, una identidad nueva, una isla amurallada ideológicamente en la que sólo se vieron acosados, y no en todos los casos, por su propia conciencia. Varios países hispanoamericanos acogieron a proscritos, pero también España fue cómplice de esta ignominia. Los últimos poemas del libro, los integrados en la sección «Finales» son casi un documento notarial que no deja mucho espacio para la esperanza de un futuro mejor, porque el testimonio que nos brinda Dünkler contribuya a denunciar la barbarie, pero es también un retrato fidedigno de la impotencia, de la falta de justicia real. Se aporta una carta del presidente Allende, se transcribe un fragmento del diario El País que narra el final de uno de aquellos fugitivos al que «Familias alemanas y políticos influyentes lo protegían», «Era un gringo deslenguado […] Le gustaba emborracharse entre las barcas a la orilla del mar. Por las madrugadas se oían disparos al aire. Nunca tuvo hijos».

Gloria Dünkler ha sabido poetizar la vergüenza, el temor, la violencia y el deseo de venganza con unos versos admirablemente pulcros, contenidos, con un lenguaje preciso que no admite réplica, unos versos en los que no hay lugar para la conmiseración, versos que suscitan muchas preguntas que sólo el lector, con el peso de su pasado a cuestas, puede responderse. La misión de la poesía no es aportar soluciones, sino ayudarnos a vivir con nuestras propias contradicciones. Eso lo consiguen de forma magistral los poemas de Gloria Dünkler, una voz casi desconocida en nuestro país que el lector español no debe perderse.