A.R. AMMONS. BASURA Y OTROS POEMAS. LUMEN, 2013. EDICIÓN DE DANIEL AGUIRRE Y MARCELO COHEN

Archie Randolp Ammons nació en Whiteville (Carolina del Norte), en 1926 y falleció en Ithaca (Nueva York) en 2001. Entre otras muchas actividades — sirvió en la marina durante la segunda Guerra Mundial (en ese periodo escribió sus primeros poemas), ejerció como vendedor, como editor y como ejecutivo—   fue profesor de literatura en la Cornell University desde 1964 hasta 1998, año de su jubilación. Es autor de más de una treintena de libros, entre los que podemos destacar  Poems de Northfield (1966), Collected Poems 1951-1971 (1973), Sphere (1974), A Coast of Trees (1981), Garbage (1993) —con el cual obtuvo por segunda vez el Premio Nacional— Glare (1997); se le concedió también el Premio de la Crítica, así como la medalla Robert Frost de la Sociedad de Poesía de Estados Unidos y los premios Ruth Lilly, Bollingen y el Wallace Stevens de la Academia de poetas estadounidenses. Su poesía delata las influencias de autores como Ralph Waldo Emerson, Walt Whitman, Robert Frost, Stevens o Williams. El hombre moderno  y las relaciones que mantiene con la naturaleza y las leyes que la gobiernan, así como la ciencia y las consecuencias de los avances tecnológicos sobre la conciencia humana son sus temas predilectos. Fue  incluido por Harold Bloom en El canon occidental: la escuela y los libros de todas las épocas y en su más reciente La escuela de Wallance de Stevens, de cuya edición en castellano, publicada por Vaso Roto, se ocupó Jeannette Clariond.

Aunque su obra no está muy difundida en nuestro país, el lector interesado se ha podido acercar a ella gracias a Poemas escogidos, edición bilingüe preparada por David Cruz y Mario Jurado, publicada por la editorial Plurabelle,  así como el libro 15 poemas de A.R. Ammons, traducidos por Miguel Romaguera y editado por  Bubok Publishing en 2009. (Como anecdótica podemos señalar la traducción del poema «Reflejo» que realizó Octavio Paz).

Garbade (Basura), el libro la editorial Lumen nos presenta (con el añadido de Otros poemas), en edición bilingüe a cargo de Daniel Aguirre y Marcelo Cohen, es un largo poema compuesto por dísticos, cuyo germen nació «cuando el autor —según nos informa Aguirre— vio una montaña de desperdicios mientras conducía rumbo al norte por una autopista de Florida. Ammons mecanografió el poema, veloz e impróvidamente, en un rollo de papel de calculadora y luego partió el papel en dieciocho secciones de aproximadamente un pie de longitud», lo que nos incita a suponer que la fragmentación es del todo aleatoria y, si sigue alguna secuencia, es la de la longitud del formato, nada que ver con restricciones temáticas o formales, condicionada por los cortes que, a la manera de exclusas regulando el descenso torrencial del río, frenan las ondulaciones del discurso: «Los versos —documenta Daniel Aguirre—no están construidos silábicamente (el cómputo varía entre siete y veintitantas sílabas), ni acentualmente, aunque predomine cierto aire de pentámetro». No es éste, sin embargo, el único poema de largo aliento que Ammons escribió a lo largo de su vida literaria. Otros títulos, generalmente surgidos en torno a una idea matriz, son Tape for the Turn of the Year (1965), Sphere: The Form of a Motion, The Snow Poems (1977) y el más reciente, Glare.

La montaña de desperdicios vista junto a la I-95, un gigantesco vertedero  «da cabida —subraya Aguirre en la introducción— a la fragmentación, la discontinuidad y, también, la reflexión sobre las condiciones de posibilidad del poema», porque, escribe Ammons al comienzo del segundo apartado,  «basura tiene que ser el poema de nuestra época porque la/ basura es lo bastante espiritual y creíble como para/ embargarnos la atención» y, sin embargo, el asunto principal del larguísimo poema no es la basura propiamente dicha, ésta es sólo un pretexto, sino la transformaciones que sufre la materia, las posibilidades de reciclar lo desechado, dándole una nueva  vida, un nuevo uso gracias a «bacterias, escarabajos peloteros, carroñeros…», y esto también sucede en el poema, porque dentro de él cobran nuevo sentido versos de otros poetas, «forjadores de palabras: los transfiguradores, restauradores». Hay una reflexión metapoética constante a lo largo de los más de dos mil versos que constituyen el poema, «cómo escribir este poema» se pregunta Ammons, para afirmar unas decenas de versos después que «este es un poema científico», algo que constatará al escribir que «se lanzan los científicos al fondo de la materia en busca de la/ materia, pero la materia mengua y, si se busca demasiado a/ fondo, se expande y se desvanece».

Montañas, ríos, animales, cúmulos de deshechos, trastos, chirimbolos, hebillas de cinturón, pesticidas y todo lo que podamos imaginar sirven a Ammons como interlocutores para recrear la decrepitud de la sociedad en la que vive. Su relación con la naturaleza se ha visto degradada por el perverso devenir del mundo. Las maravillas que antes podíamos disfrutar contemplando cuantos nos rodeaba han sido destruidas o relegadas a una función meramente utilitarista, por eso el poeta no puede dejar de hacerse preguntas sobre el futuro, sobre las intrincadas relaciones entre el uso y el abuso de los recursos naturales, o sobre las circunstancias más que dudosas que conducen a la sobreexplotación y al dispendio. La indignación de Ammons ante las consecuencias de tales  despropósitos le lleva a escribir este poema como si sufriera una especie de rapto hipnótico, como si una voluntad ajena moviera sus dedos sobre el papel enrollado de la calculadora. Sin embargo, la escritura, lejos de ser automática, guiada sólo por la influencia del sueño o de asociaciones arbitrarias, despliega un sinfín de teorías sobre el arte, la creación —«al descubrir/la poesía, debí reconocer un medio/ de imponer silencio a la gente, el medio idóneo para/ combinar pensamiento y sentimiento, imaginación/ y movimiento»—, la maleabilidad de la materia, la ley de la selva, sobre conceptos abstractos como, por ejemplo, la felicidad, de la que nos dice que «es como cualquier otra cosa:/ si la consigues, deberías tener que producirla», muy elaboradas.  En este toma y daca en el que nada tiene fin, en donde si algo acaba, otra cosa comienza (Eliot), en esta continua reinvención, en la que «si todo es todo,/ lo que es es sin más» tienen cabida todo tipo de especulaciones, y en ellas se sustenta el armazón de este inmenso poema, un compendio de interrelaciones entre actos y causas: «cuando comemos el cuerpo/ de otro animal, debemos someternos al sacrificio de/ notar que se ha gastado vida para entregarla/ a la nuestra», escribe al final de Basura. El ritmo, la respiración del poema semeja en ocasiones el de una conversación, otras el de una disertación pública o el de un discurso de carácter reivindicativo, científico o más propio de un taller de poesía, según los casos, y esta versatilidad resulta encomiable porque consigue que leamos el poema casi de un tirón, sin caer en la monotonía. El lenguaje fluye con determinación, pero con calma. No es un río de aguas bravas, en él no escasean rápidos, pero a continuación, las aguas se remansan en meandros apacibles, a pesar de que, a veces, algunas descripciones cargadas de ironía, entorpezcan dicha fluidez, como en estos versos: «las vinculantes/ restricciones de rectilíneas propagaciones rectanguladoras/ entran a veces con demasiadas aperturas o en centros/ vivos, serpenteantes, exfoliantes, y recortan el espíritu/ con demasiada rapidez».

El libro se completa con una selección de poemas entresacadas de otras obras del autor (no se especifica de cuáles). La mayoría son de extensión breve, aunque hay un ramillete de poemas que poseen un desarrollo más amplio, como los titulados «Uno: Múltiple», «Mañana de Pascua» o «Ría de Corsons», del cual entresaco estos versos que me parecen un clarividente examen de su credo poético: «liberado por el paseo, fui absuelto de las formas,/ de las perpendiculares,/ las rectas, los bloques, las cajas, las ataduras/ del pensamiento/ a los matices, sombras, emergencias, fluidas curvas y fusiones de la mirada:// me permito remolinos de sentido:/ cedo a una dirección de significancia/ que corre/ como un arroyo por la geografía de mi obra». Si la vida posee una multiplicidad de formas y significados, el poema que intente reflejar esa diversidad —parece decirnos Ammons— debe estar a la altura de lo que pretende describir, debe contener dentro de sí una heterogeneidad de sentidos capaz de aproximarnos, siquiera tangencialmente, a la complejidad de la existencia. « El motivo de su alabanza, escribe Marcelo Cohen como conclusión, es la turbulenta, pero eficiente generosidad de la vida». Esta monumental edición a cargo de Daniel Aguirre y Marcelo Cohen, que han realizado un trabajo magnífico, nos presenta una cuidada selección —a mi entender, ninguno de los poemas elegidos es prescindible— de uno de los poetas norteamericanos más relevantes del pasado siglo, un siglo que ha contado —además de sus propios maestros Stevens y William— con poetas de la talla de Pound, Elizabeth Bishop, James Mirrel, Charles Wright, Merwin, Ashbery, Lowell, Strand, y un largo etcétera.  En esta ocasión los sobresalientes elogios que Harold Bloom le ha dispensado están perfectamente justificados.