JAVIER BENÍTEZ LAÍNEZ. BAILE DE DISFRACES. ESDRÚJULA EDICIONES

El propio autor, Javier Benítez Laínez (Estepona, 1969) nos ofrece, en un esclarecedor prólogo, algunas de las claves de Baile de disfraces, claves que no podemos desestimar, pese a que los poemas del libro nos ofrezcan por ellos mismos una visión del mundo que censura la banalidad y el superficialismo contemporáneo. Un asunto nada baladí es el del proceso de escritura del libro, un libro escrito a lo largo de treinta años: «Dejar que transcurran tantos años para dar por cerrado un conjunto de 45 poemas hace que estos se hayan escritos a una velocidad de poema y medio por año, por lo que algunos tienen muchas versiones y variaciones respecto al original, mientras que otros están escritos casi del tirón y han permanecido tal cual». En principio, hemos de decir que nos resulta extraña esta manera de promediar la escritura de los poemas porque la escritura no acostumbra a respetar esos rigores matemáticos. Lo que si posee cierta lógica es que los poemas, tanto los que hayan sido escritos de un tirón como los que han necesitado una elaboración más paciente, sean susceptibles de modificaciones porque la mirada del poeta, por fuerza, ha tenido que ir transformándose con el paso del tiempo. Dicho esto, y apelando de nuevo al examen de los propios poemas, advertimos diferencias temáticas entre los que componen las diversas secciones del libro. Así, en «El baile», se describe el escenario urbano en el que se desarrolla la representación: «Esta ciudad que baila con tu cuerpo a ritmo de boleros o de tangos, / que sueña con tus labios, se emborracha / y luego llora cuando te has marchado». En la segunda sección, «Disfraces de carnaval», la realidad se desdobla a través de personajes ―el parado, el caballero andante, el suicida, la mujer barbuda, el sicario, etc.―que, lejos de disfrazarse, asumen su propia condición para realizar una mordaz crítica de la sociedad. Quizá sea esta sección donde aparecen los poemas de mayor compromiso ideológico. En «El mimo», por ejemplo, escribe: «Vaya suerte que tengo. / El plato aún vacío / y es más de medio día. / Yo no sé lo que pasa. Quizá sea cuestión / de mudarme de calle». Otros son los personajes que aparecen en la tercera sección, personajes que simbolizan los diez mandamientos cristianos, No hay, sin embargo, en estos poemas ningún afán doctrinal o moralista, son meras descripciones, arquetipos, de los cuales el lector podrá o no compartir su utilitarismo. El libro posee otras secciones de estructura similar, con personajes que se desenvuelven como pueden en el «carnaval de la vida», en afortunada definición de Luis García Montero, el autor de la contracubierta. En cuanto al aspecto puramente formal, son poemas de lenguaje sencillo, que, a pesar de representar un baile de máscaras donde el yo queda difuminado por el disfraz, huyen de la poma del simbolismo. Javier Benítez Láinez utiliza algunas de las estrofas más tradicionales como el soneto ―no sin algunas licencias métricas― y en otras ocasiones, asume el riesgo de ensayar novedades estructurales, en un afán loable por dar a la anécdota o a la emoción narrada una perspectiva diferente, algo extremadamente difícil, por lo que no siempre funciona de forma óptima.