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MARIO PÉREZ ANTOLÍN. CRUDEZA. COL. AFORISMOS. EDITORIAL TREA.

Parece haber cierta unanimidad crítica a la hora de reconocer a Mario Pérez Antolín (Stuttgart, 1964) como uno de nuestros aforistas más importantes, lo que no es baladí, teniendo en cuenta la proliferación de practicantes de este género que han surgido en los últimos años y que tan bien se adapta a la «modernidad líquida» que Zygmunt Bauman ha categorizado. Su último libro, Crudeza, confirma sin paliativos esta percepción, aunque hemos de decir que los aforismos de nuestro autor —y quizá la taxonomía sea lo menos relevante— no se avienen estrictamente a los parámetros del género, fundamentalmente en lo que se refiere a la brevedad, a decir mucho c0n pocas palabras, uno de las particularidades que le confieren mayor personalidad. Mario Pérez Antolín desarrolla con mayores ingredientes digresivos ese chispazo conceptual que origina la sentencia aforística. Como digo, esto, a la postre, carece de importancia. Lo sustancial es que, al margen de la extensión, en todos ellos encontramos la suficiente ambigüedad semántica y perceptiva como para incitarnos a pensar y dar vueltas a lo que hemos leído buscando en nuestro interior el sentido a unas palabras ajenas. No se trata, por supuesto, de un mero ejercicio de virtuosísimo dialéctico cuyo único objeto es enturbiar lo obvio, sino de un verdadero análisis de la realidad —incluyo también en ella al hombre que escribe— que aspira a rasgar el velo de lo aparente para indagar en los sucesivos estratos que componen dicha realidad.

     Para Pérez Antolín, «un buen aforismo tiene que tener la fuerza emotiva del mejor poema y la profundidad reflexiva del mejor ensayo, y todo ello con una precisión deslumbrante que haga innecesario lo superfluo. Al tratarse de una escritura liminar, el aforismo se desenvuelve bien entre la intuición y la racionalidad, entre lo pasional y lo analítico, entre lo ético y lo estético. Aunque, para resplandecer, necesita echar mano de algunos recursos de prestidigitación literaria: la sorpresa, la agudeza, el ingenio, la chispa…». Poco podemos añadir a tan lúcida reflexión, sabiendo, además, como sabemos, que el autor de Crudeza ha escrito, simultaneándolos temporalmente con libros de aforismos como Profanación del poder (2011), La más cruel de las certezas (2013) y Oscura lucidez (2015), varios volúmenes de poesía, el último de ellos, Esta última parte de infinito (2016), publicado en México.

Crudeza está dividido en cuatro secciones —«Eso que la fuerza no consigue y que el placer impone», «Verdades que asustan incluso no dichas», Una insuficiente cantidad de porvenir» y «Las razones de la furia»— y cada una de ellas está integrada por una hibridación de géneros orgánica pero no estanca, porque, como es habitual en este tipo de libros, la inclusión de los diferentes textos en una u otra sección obedece más el criterio personal del autor que a una clasificación por materias. Podemos encontrar desde microrrelatos («Confieso que lo maté», comienza uno de ellos) a sueños y pesadillas («Me ataron de pies y manos y, como si eso no bastara, pusieron un trapo dentro de mi boca…»), junto con los que podemos considerar aforismos propiamente dichos («Mis aforismos son como miniaturas en un cajón inmenso»)

     Los temas son diversos, van desde la detracción social («Consumo compulsivo, satisfacción inmediata y puerilidad generalizada: los tres rasgos sobresalientes de una sociedad informe, desarticulada y completamente feliz») y política («La degeneración de la política actual: el estratega se impone al ideólogo. Cómo ganar por encima de para qué ganar»), a la crítica del capitalismo salvaje («El capital sacralizado ya no quiere trabajadores a los que haya que someter disciplinariamente, sino que necesita unidades autónomas de producción que se exploten a sí mismas. Se ha impuesto la superempresa con una mano de obra de miniempresas unipersonales autoesclavizadas»), los predios que coloniza el amor («Comparado con el brillo de tus ojos, la luz de las estrellas es un mínimo fulgor que apenas se nota…», la metapoética («La escritura es un declive. Ninguna palabra mejora a la anterior. Con cada frase se va estrechando el sentido o abigarrando el estilo. Ponemos punto y final para no caer en el infierno del lenguaje») o la autoironía («Supongo que en la vejez escribiré textos que refuten algunas de mis ideas actuales. Dad por buenos solo aquellos fundados en la maduración y rechazad aquellos otros que dejen traslucir miedo, debilidad o desesperanza»), por más que, como el propio Mario Pérez Antolín escribe, «Siempre hay amargura oculta en la ironía».

     Como escribe el recientemente fallecido periodista Vicente Verdú en el prólogo, «Pérez Antolín ha actualizado la vejez en la frase corta de nuestras redes sociales y ha modernizado la lectura en el modelo de la concisión publicitaria. No hacen falta ya muchas páginas para decir lo importante. Más bien, lo importante […] se encuentra en una sentencia demoledora o incalculable».

     Los textos de nuestro autor provienen de una sabia combinación de intuición y reflexión porque permanece siempre atento a cuanto sucede a su alrededor, en sintonía con el mundo, en un intento por desentrañar la inescrutabilidad de lo visible,. Pérez Antolín posee un don menos común de lo que parece, es capaz de sonsacar de la cotidianidad el complejo mecanismo que la gobierna.

*Reseña publicada el 25 de enero de 2018 en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañes.