ANDRÉS CATALÁN. AHORA SÓLO BEBO TÉ. XVI PREMIO DE POESÍA «EMILIO PRADOS». PRE-TEXTOS, 2014.

Que Ahora sólo bebo té lo encabece una cita de Robert Hass no es asunto que deba pasar inadvertido, porque la labor de traducción que Andrés Catalán ejerce traspasa sus demarcaciones e influye —de manera quizá sutil, pero inevitable— en la escritura de sus propios poemas. Es notable la influencia de la poesía norteamericana, pero no de la que abandera el Ashbery más impenetrable, sino aquella conformada por poetas de dicción más contenida, en los que la elocuencia irracional está tutelada, cuando existe, por un lenguaje apegado a la realidad congruentemente formulado —poetas como Strand o Simic, e incluso otros cuyo discurso es más narrativo, como Billy Collins o Sthepen Dunn. El poeta contemplativo que es Andrés Catalán se fija en los mínimos detalles del objeto, la «taza roja» —plagada de connotaciones en la filosofía zen—, porque, según escribe en el poema «Opuestas naturalezas»: «Del objeto dependo como el día depende/ de la noche, lo imaginado/ de lo real». Una taza puede ser, es en este caso, el eje simbólico sobre el que gira la mirada del poeta y su contenido, el té o los posos que se acumulan en el fondo de la taza, un jeroglífico que una vez descifrado permite interpretar la propia existencia, porque el poeta accede a lo real «mediante simulacros, mediante los despojos/ que dejan los que viven en lo que nunca muere». Los ecos del Quevedo más existencialista son indudables, como también es fácil percibir en los versos finales de esta primera sección la identificación rilkeana entre la belleza y lo terrible: «Que la belleza sea/ el último resplandor posible de la lámpara,/ el brillo del incendio que destruyó Roma».

Las dos secciones restantes, «La réplica infinita» y «Como pintar en el infierno»  están unidas por un elemento común, la pintura. La locución horaciana —ut pintura poesis— adquiere en estos poemas mayoritariamente escritos a partir de la contemplación de un cuadro, absoluta vigencia. Las reflexiones que suscita dicha contemplación se transfieren al poema, es decir, éste actúa de bisagra entre el pensamiento del que observa y lo observado. La experiencia emocional que incita a pintar obedece a impulsos similares a los que motivan al poeta a escribir, por eso no puede extrañarnos que sea una realidad construida mediante un artificio —la pintura, la escultura o la fotografía— la que dé origen al poema. Describir mediante la escritura una representación visual, la écfrasis, es una práctica muy común en la poesía española, aunque quizá no lo sea tanto en los poetas más jóvenes, que prefieren, como escriben Bagué y Santamaría en Malos tiempos para la épica, «poner en un compromiso a la representación, desestabilizar los fundamentos en los que se cimienta nuestra visión del mundo o sustituir la referencia por la sugerencia». La materia de la pintura es la luz, por eso la construcción de un relato no siempre se adecúa bien a las veleidades cromáticas, a los juegos de luces y de sombras, y tal vez esta sea la causa por la que el poeta busque en la poesía eso que Circe Maia llama «una precisión cualitativa del mundo», porque la palabra es más conceptual que colorista.  En «Como pintar en el infierno» —homenaje al pintor Antonio López en 10 poemas que dan cuenta de diferentes cuadros dedicados a Madrid— hay un poema que refrenda lo que decimos, «Gran vía. 1 de agosto, 7,30 horas (2009-2011)» cuyos versos finales transcribo: «La mirada trabaja despreocupadamente,/ el lenguaje reinventa, superpone: exégesis/ de aquello que las manos dejaron, quizá sea/ ésta la única forma de poseer lo ajeno:// a las formas totales pues por lo incompleto». La reveladora sumisión a un objeto con la que comenzaba el libro ha evolucionado hasta establecer un acercamiento más sensitivo al paisaje, una especie de viaje desde lo humilde hasta lo sublime en el que encontramos ecos del Neruda y del Lorca vanguardistas. Objetos y paisajes sirven a Andrés Catalán para desvelar los secretos de la existencia. Lo que la realidad oculta y lo que de ella se pierde en cada intento —de ellos y de las divergencias que provoca nace la poesía— de reducirla a palabras. Después de leer un libro tan intenso como éste creo que Andrés Catalán, por derecho propio, debe ser tenido en cuenta en los inventarios de la joven poesía que a partir de ahora se elaboren.

Reseña publicada en el núm. 367 de la Revista de Literatura Quimera, junio de 2014