
TERESA GÓMEZ. PLAZA DE ABASTOS. PRÓLOGOS DE ÁNGELES MORA Y JUAN CARLOS RODRÍGUEZ
EDITORIAL FUNDACIÓN JOSÉ MANUEL LARA. COL. VANDALIA
El caso de Teresa Gómez (Granada, 1960), aunque infrecuente, no es del todo insólito. Poetas de distintas generaciones han mantenido ocultas sus primeras tentativas poéticas e, incluso, las han destruido. Otros las han publicado quizá precipitadamente y, con el paso del tiempo, se han arrepentido, renunciando a publicarlos de nuevo o, como en el caso extremo de Juan Ramón Jiménez, destruyendo todos los ejemplares que caían en sus manos. La postura de Teresa Gómez no es, a tenor de lo dicho, la más habitual. Han pasado alrededor de cuarenta años desde que concibió este “Plaza de abastos”. Fue escrito entre 1980 y 1985 y, por razones que solo se insinúan, se truncó la posibilidad de su publicación en esa época, época de la eclosión de la llamada «Otra sentimentalidad» en Granada, su ciudad. ―en el libro hay poemas dedicados a sus componentes más notorios, Álvaro Salvador, Javier Egea, Luis García Montero, el crítico Juan Carlos Rodríguez y Ángeles Mora, que en afectuoso prólogo señala la voz personal de Teresa Gómez, pese a suscribir los presupuestos del tal movimiento―. No sabemos a ciencia cierta cuáles son las razones que han llevado a la autora a desempolvar estos poemas, algunos de los cuales habían aparecido en revistas y compilaciones de la época, pero lo que sí podemos afirmar, después de haber leído íntegramente el libro, es que tiene motivos para estar satisfecha de haberlo así decidido. Pese a ser, como dice Ángeles Mora, «un libro de iniciación», se percibe en estos poemas el nacimiento de una voz que va adquiriendo consistencia de un poema a otro. Por supuesto, no de un modo lineal, pues la configuración del libro, a buen seguro, no corresponde con el orden determinado por la escritura de los poemas. Respetando los patrones métricos y acentuales, Teresa Gómez ensaya, sin embargo, novedosas formulaciones estróficas en busca de un ritmo personal que combina esos patrones con otros provocados por la intensidad de la respiración, más en la honda de la corriente surrealista, como en estos versos de atmósfera lorquiana: «Los hombres y mujeres tiene rostro de ruedas / y los niños rebuscan por el humo / sus labios», aunque con imágenes menos incisivas, más domesticadas.
Juan Carlos Rodríguez, en el prólogo escrito en 1986 y ahora también recuperado, habla de que «Teresa Gómez consigue en su poética una maravilla insólita, pero siempre necesaria en cualquier día, y mucho más en los nuestros: crear una auténtica metafísica del cuerpo». No podemos sino estar de acuerdo, porque el cuerpo está muy presente en una gran parte de los poemas, desde el primero de ellos: «Apostada en tu cuerpo como en ninguna plaza/ donde la espuma llega sin más olas, / sin más tiempo que el justo / para saber tu nombre con certeza». Es una presencia física, sí, pero la materia se transforma en espíritu. El escenario donde se representa el deseo, pero también en donde se provoca el dolor: «No es posible dormir con tanto frío / y la luna entre nublos. / Ni siquiera / en la doble pasión de dos cuerpos desnudos / ―temblorosos y bellos a pesar de la vida― / si este mar / trae un hedor que azota los deseos / y tanta soledad a nuestra cama», se queda a oscuras y otras propiedades menos perceptibles son percibidas a través de la luminosa oscuridad de las metáforas ―muchas de ellas vinculada a elementos naturales―, de las alusiones, tan propias de la palabra poética: «Reconoces palabras / como un cuerpo desnudo, / o palabras que esperas / ―si aún no te has dormido― / sobre la piel y el humo / trenzando algún silencio / más dulce y menos largo». Hay mucho romanticismo en estos versos que tratan de contener la emoción, pero que acaban desbordándose en un canto que trata de paliar la ausencia del amado (en este sentido, la cita de Garcilaso de la Vega que encabeza el libro resulta determinante). Lo podemos observar en versos enfebrecidos que nos recuerdan al Neruda de “Los versos del capitán”―«Pero es que sin tu risa / soy capaz de extenderme satisfecha en la noche / y soy capaz de tanta soledad»― o al Miguel Hernández más elegiaco en estos versos: «Quiero llorar de tanta madrugada desnuda / en los aleros, / de tanta golondrina cubierta por el río / de tanta madrugada». Resulta lógico que en un primer libro como es este, escrito cuando la autora tenía veintipocos años, se transparenten algunas costuras, ya invisibles en su segundo y último libro publicado hasta el momento, “La espada del violinista” (2018), pero eso no empaña la calidad de una aventura poética entonces en ciernes y hoy felizmente recuperada. No nos gusta pecar de adivinos, pero nos atrevemos a especular con la idea de que, si este libro se hubiera publicado en su momento, Teresa Gómez hubiera escrito poemas con más asiduidad y no nos hubiera hurtado la posibilidad de seguir más de cerca su proceso creativo, tan recomendable.
- Reseña publicada en El Diario Montañés, 6/01/2023