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JORDI DOCE. CURVAS DE NIVEL. ARTÍCULOS (1997-2017)
EDITORIAL LA ISLA DE SILTOLÁ, 2017

Jordi Doce (Gijón, 1967), uno de nuestros poetas más originales es. Además, un reconocido traductor de poesía y un magnífico crítico y ensayista. El ámbito de sus pesquisas y de sus investigaciones suele estar centrado en la cultura británica, pero no resulta extraño que se interne en otros territorios afines, por más que estos pertenezcan a otras tradiciones. Lo podemos comprobar en Curvas de nivel [Artículos 1997-2017], una edición ampliada del volumen que, con el mismo título, publicó en el año 2005 en la que Doce no ha modificado ni «el título ni el orden de los apartados, aunque sí [ha] ampliado notablemente la sección de “Contigüidades” y los “Retratos”, que pasan de ser cuatro a trece». En la primera edición Jordi Doce describía el contenido de un libro tan heterogéneo. Afirmaba entonces, y sigue vigente ahora, que «Aquí se dan cita , pues, la crítica de ideas, el apunte informativo, la remembranza elegíaca, el boceto biográfico y el divertimento poético, entre otros modos de escritura que me interesan como lector y que encarnan distintas aproximaciones y estrategias de asedio a nuestra realidad cultural y literaria».

     Curvas de nivel está dividido en cinco apartados: «Baraja inglesa», en el que se recogen, junto a impresiones sobre su larga estancia en Inglaterra («Ocho años —escribe en el último artículo—no me han hecho menos extranjero. Pero han logrado, como descubro al escribir estas palabras, que pueda hablar como un extranjero de ciertos lugares de la imaginación»), reflexiones metapoéticas («La falta de conflicto tiene un efecto letal para la imaginación y suele aburrir a quien no disfruta de sus beneficios») y jugosos merodeos en torno de autores como Shakespeare o Ted Hughes. La segunda sección, «Retratos» ha sido ampliada notablemente. Se incluyen perfiles bibliográficos de autores apenas conocidos para el público español, como los románticos Robert Southey, Charles Lamb, o Henry Crabb Robinson, figuras secundarias, sin duda, pero sin las cuales nos sería difícil comprender a los grandes poetas como Wordsworth, Colridge o William Blake. Otros autores nos resultan más familiares, como Octavio Paz, de quien ensalza su capacidad para escribir «sobre los escritores, artistas e intelectuales más variados, de ponerse en su piel y entender sus motivos, sus impulsos secretos, hasta sus desatinos». Quizá con quien Doce manifiesta mayor empatía sea con Charles Tomlinson —a quien ha traducido con asiduidad—, de quien escribe:«Poeta, traductor y crítico literario, artista gráfico, profesor universitario, viajero impenitente…, la lista de sus méritos es tan extensa como la de sus amigos y lectores, pero más importante que cualquier inventario es subrayar la coherencia rigurosa que animó su itinerario vital y creativo».

     En «El baile de poeta», el tercer apartado, Jordi Doce expresa sus ideas sobre la poesía pero no solo formulando conceptos teóricos, que también, sino haciendo alusión a las exigencias que una dedicación aliñada con sinsabores, con fracasos, con renuncias («El poeta es un don nadie»). De la mano de autores como Eliot o los ya mencionados Paz y Hughes, Doce nos deja algunas perlas que deberían incluirse en cualquier manual de escritura creativa, como, por ejemplo, estas: «La satisfacción del deber cumplido se agita enseguida; lo sustituye la insatisfacción provocada por los resultados, la incertidumbre sobre futuros poemas de los que nada se sabe, ni siquiera si tendrán a bien manifestarse. Ningún poeta se siente o puedes sentirse escritor. La poesía no es un oficio ni presupone existencia la existencia de oficinistas, por la sencilla razón de que no hay producción asegurada: los poemas van y vienen, fruto de la habilidad, el azar y un grado de atención o determinación. El horario del poeta se llama disponibilidad». No pretenden estas líneas desilusionar a nadie, solo mostrarle la cara amarga, la más habitual, de la escritura poética, una cara que, sin embargo, dulcifica sus facciones en ese periodo efímero por naturaleza en el que todo poeta verdadero se siente satisfecho con el logro momentáneo.

     De varia lección son los artículos que integran los aparatados cuarto y quito, «Vamos a ciegas» y «Contigüidades». Los temas que subyacen en ellos, acaso más apegados a la servidumbre cotidiana, son análogos a los ya citados. Las preocupaciones son constantes: el lugar del poeta en la sociedad actual, la vanidad y sus excesos, la desinformación que lleva aparejada, como contrapartida, el exceso de información, los intereses más o menos ocultos de la promoción literaria, el oxidado engranaje que mueve una gran parte de los premios institucionales, la necesidad de trasparencia crítica y, por encima de todo, la veneración por un «oficio», el poético, precario, inoperante en la práctica diaria, pero insustituible como modo de conocimiento personal e, incluso, colectivo. La escritura de Jordi Doce está —documentada, culta e instintiva al mismo tiempo— sostenida por un impulso secreto que hechiza al lector línea a línea. No deberían privarse de esa magia.

Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés el 9/02/2018