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AINIZE GONZÁLEZ GARCÍA. JOAN BROSSA. ARTES VISUALES. IXORAI LLIBRES, BARCELONA, 2015. 188 PÁGINAS. *

 

La obra de Joan Brossa es tan multifacética y ambiciosa que cualquier intento de acercarse a ella debe delimitar excepcionalmente bien su ámbito de estudio, porque, de lo contrario, se corre el riesgo de sucumbir engullido por un maremágnun de significados imposible de asumir. Sin embargo, no es tarea fácil establecer esos marcos de referencia porque, como ocurre con los grandes artistas, las distintas disciplinas que dan rienda suelta a su torrente creativo no forman compartimentos estancos, muy al contrario, están imbricados unos con otros, relacionados no sólo formalmente, sino intelectualmente y es, a veces, casi imposible discernir dónde empieza, por ejemplo, el poema escrito y dónde lo hace el poema visual, incluso podemos confundir estos últimos con ciertas escenografías o con instalaciones urbanas, por esa razón creemos que el título de este libro, Joan Brossa, Artes visuales, responde acertadamente a ese deseo de huir de las nomenclaturas propiamente dichas, aunque por su orientación claramente didáctica la autora, Ainize González García (Estella, 1981), se vea obligada a desarrollar su trabajo en secciones hermenéuticas claramente definidas, y es que, como explica en la «Nota preliminar», este libro «tiene su origen en la tesis doctoral Cuando el lápiz se detiene surge la imagen. Las artes visuales (y sus procesos) en la obra de Joan Brossa que defendí en la Universitat Autónoma de Barcelona».

Joan Brossa nació en Barcelona en 1919, lo que significa que tanto por fecha nacimiento como por la ciudad en la que lo hace, desde muy pronto va a estar en contacto con las vanguardias que han despertado en Europa en las primeras décadas del siglo XX. Ese es el caso de su temprana relación con el poeta de tendencia surrealista Josep Vicenç Foix y, posteriormente, con Joan Miró o Joan Prats. Unos años después formará parte del grupo que creó la revista Dau al Set, en el que estaban Antoni Tàpies o Modest Cuixart, entre otros artistas, revista que ha sido todo un referente para entender el desarrollo del arte moderno en nuestro país. Esta profunda e intensa relación con los artistas que actuaban como punta de lanza del arte de vanguardia no supuso, sin embargo, para Brossa, dejar de practicar lo que podríamos calificar como la escritura de carácter tradicional. Su versatilidad creativa le ha favorecido a la hora de simultanear conceptos sólo en apariencia antagónicos y para imbricar un arte y una escritura apegados a la realidad —la influencia del poeta brasileño João Cabral de Melo Neto resulta, en este aspecto, determinante— con otra de carácter más irracional, no sujeta a la lógica sino a las derivaciones de una mente en constante ebullición, en permanente búsqueda de un lenguaje capaz de articular los chispazos que provienen de las zonas inaprehensibles de la realidad. «Su obra —escribe Ainize González García—responde a una especie de “evolución” o “transformación” que va desde la palabra escrita hasta la imagen, pensada, dibujada o proyectada, para acabar por desembocar en el objeto». Poco importa, para entender está poliédrica obra, definirla como poesía o como arte porque son poéticos los instrumentos para llevarla a cabo, sean estos de orden verbal o plástico. «Para él —seguimos de nuevo a la autora del libro— los géneros artísticos son medios diferentes para expresar una misma realidad. Géneros artísticos, medios diferentes». A pesar de ello, el enfoque del libro se decanta claramente hacia una distinción y, acaso también, hacia una minusvaloración, entre el trabajo, siguiendo la terminología tradicional, estrictamente poético y el que podríamos calificar, con todas las reservas a las que hemos aludido, como artístico.  El primer capítulo del libro abunda en este argumento desde el propio título: «Brossa y la pintura, que no la literatura». La casa de Joan Prats fue el lugar donde germinaron las influencias pictóricas que asumió el poeta y artista —más interesado, al parecer, en los libros que difundían la obra de autores como Picasso, Klee o Braque, que en los de contenido puramente literario— de tal forma que se ha explicado su trayectoria como «una evolución unívoca que va desde la poesía literaria a la visual y escénica para desembocar finalmente en el objeto», hasta tal punto que, como afirma el mismo Brossa, «el poema visual solía tener una apoyo en las palabras; después se fue independizando progresivamente, aunque sin dejar de ser poesía». Esta revelación conduce a González García —y a nosotros, los lectores, con ella—, a hacerse la siguiente pregunta: « ¿no es la incursión de la imagen, en un marco reservado exclusivamente a la palabra, una invasión desestabilizadora? ¿Socava la introducción de la imagen el código lingüístico?». No es difícil comprobar que más que un ataque devastador, lo que se produce es unan invasión casi incruenta en la que logran convivir dichos recursos, alternándose en la prioridad de uno u otro según lo reclame el desarrollo de la obra en cuestión (el poema «Il lusió òptica» es el ejemplo referido por la especialista. En el libro Els entra-i-surts de poeta 4. Roda de llibres (1969-1975) es un poema tradicional, y en El Saltamartí es sólo una imagen), es más, y seguimos de nuevo a la autora del estudio, «Que Brossa experimente con la imagen en su poesía visual no significa que haya que entender la “intromisión” de ese elemento ajeno, en un espacio reservado a la palabra, como una operación meramente antipoética»

«Lo real sólo es la base, pero es la base» escribió el poeta norteamericano Wallace Stevens, y este aserto parece encajar como un guante en la poética de Joan Brossa porque muchas de sus obras están impregnadas de realidad, bien de una forma tangencial, como soporte de una intención más honda, de carácter metafísico, si queremos verlo así, y otras en las que los elementos tomados de la realidad sirven de contrapunto para cuestionarla, para realizar una crítica social y política desde los propios cimientos de la sociedad.

Que los intereses creativos de Joan Brossa desbordan el estrecho límite de la página era algo sabido desde sus primeros contactos con las técnicas vanguardistas como el collage, técnica ésta en la que cualquier material puede ser reutilizado y en el que la imagen adquiere una notoriedad extraordinaria, pero Brossa no se detendrá tampoco en esta estación. El uso de la fotografía en este contexto le conducirá más lejos y le pondrá en contacto con el cine, en una primera fase escribiendo guiones, los primeros datan del año 1947, pero con la firme voluntad de convertirlos en películas. Fue Frederic Amat quien propuso a Brossa, años después, rodar uno de ellos, el titulado Foc al càntir, aunque no consiguió estrenarse en vida del autor. Fecunda en este aspecto fue la relación que mantuvo con el cineasta Pere Portabella, con quien rodó varios metrajes, más influidos por las ideas de Brossa los primeros —No compteu amb els dits y Nocturno 29— y más desvaída esta a medida que Portabella imponía sus propios criterios fílmicos y escenográficos. «Brossa manejó el cine —escribe Ainize González García— como un elemento conceptual más que contribuye a profundizar en el cuestionamiento constante al que el poeta somete a su propia obra».

«El ballet, el teatro y la sugestión del movimiento» es otra de las secciones de este documentadísimo trabajo y en él se da cuenta de cómo Brossa va buscando en géneros y disciplinas diferentes, cada una con sus propios atributos, pero íntimamente relacionadas unos con otros, una especie de expresión total con la cual logre satisfacer su deseo cuasi salvífico de abarcar el mundo, «No en vano —según González García—  fue la necesidad de liberar la partitura del marco de la página lo que llevó al poeta a aventurarse en el teatro en un intento de dotar a su escritura de esa cuarta dimensión que para él encarnaba el movimiento». Dentro de su obra teatral podemos encontrar lo que el artista denominó como ballets, obras de teatro sin diálogo en las que el movimiento de los personajes determina la evolución de la obra. De no muy distinta búsqueda de ese conocimiento los más completo posible de la realidad surgen los llamados Strip-tease, una idea que le surgió en Burdeos después de haber visitado varias veces locales donde se realizaba esta práctica erótica  de la que Brossa, sin embargo, supo rescatar su componente artístico, y es que, «en cierto modo, tanto los ballets como los striptease responden a una escusa más que a un fin concreto. Tanto los unos como los otros ofrecen a Brossa un gran abanico de posibilidades en torno al desarrollo del movimiento pero, sobre todo, le permiten romper con un teatro enfermo de literatura».

Joan Brossa. Artes visuales finaliza con un capítulo dedicado a la relación del poema con su propia corporeidad, con su modo de ser y acaso sean unas palabras del propio Brossa las que mejor iluminen esa presunta disasociación que realiza el lector casi inconscientemente: «Yo hago metáforas. Hay quien hace metáforas con las palabras, yo las hago con objetos». El recorrido que ha propuesto al lector Ainize González García, doctora en Arte y en Musicología por la Univesitat Autònoma de Barcelona, no es lineal —no puede serlo—, está jalonado por continuas relaciones estéticas que saltan el orden cronológico y desgranan los complejos estímulos de un creador que no renuncia a método alguno para llevar hasta el final sus indagaciones sobre la realidad, entendida esta, claro está, como un todo en el que se mezclan lo cotidiano con lo onírico, lo fabulado con lo acontecido, la experiencia propia y la prestada por lo ajeno. La escritura y la imagen se intercalan y conviven de un modo prodigioso en la obra de Brossa, una obra, por otra parte, que no se agota por muchas lecturas que hagamos de ella, porque, como resume Ainize González, «No sólo su mirada es sensible al impacto de lo visual, también lo es su poesía. Quizá el contacto con las artes visuales no modifique su percepción de la realidad, mas en ellas encuentra no sólo la herramienta que le permite atrapar al huidizo devenir cotidiano que, según el poeta, escapaba al lenguaje, sino que, también, alguno de sus recursos le permiten recrearla para poder, así, hacérsela visible al lector/ espectador». Creemos que un objetivo similar, aunque desde otra óptica, guía las páginas de este imprescindible libro.

*RESEÑA PUBLICADA EN EL Nº 121 DE LA REVISTA ARTE Y PARTE