E.E. CUMMINGS. ViVa.

E.E. CUMMINGS. ViVa. TRADUCCIÓN DE PEDRO LARREA. EPÍLOGO DE ANTONIO M. FIGUERAS. EDICIÓN BILINGÜE. EDITORIAL: EL SASTRE DE APOLLINAIRE

Eward Estlin (E.E.) Cummings nació en Cambridge, Massachusetts en 1894. Asistió a la Cambridge Latin High School, donde estudió latín y griego. Cummings obtuvo su licenciatura y el doctorado en Harvard, y fue allí donde comenzó a interesarse por la poesía moderna y donde escribiría sus primeros poemas, de corte vanguardista, es decir, sin puntuación y con la sintaxis fracturada, poemas que fueron publicados en Eight Harvard Poets” (1917) y pronto lo convirtieron en uno de los poetas más innovadores de la época, Recordemos que ya en 1919 T. S. Eliot había afirmado que la división entre verso tradicional y verso libre era arbitraria: «Solo hay verso bueno, verso malo y caos». Aunque por entonces la lírica predominante en Estados Unidos era la confesional, comenzaban a ejercer su influencia los poetas del lenguaje y los nuevos experimentos de poesía concreta y documental, y crecía el interés por las vanguardias europeas y, años después, por movimientos como el OuLiPo francés. Tuvo que esperar a 1922 ―año de la publicación de “Imagen” de Gerardo Diego o “Trilce” de César Vallejo― para ver publicado su primer libro, “The Enormous Room”, un relato novelado de su experiencia en las cárceles francesas. Su primer libro de poesía apareció en 1923 (se cumplen, por tanto, ahora cien años de su publicación), “Tulipanes y chimeneas”, y en sus poemas percibimos de nuevo la influencia vanguardista. Están escritos saltando todas las reglas de la puntuación y de la sintaxis. A continuación, publicó “XLI Poemas”, en 1925. A fines de este año, la revista “Dial le otorgó su premio anual por importe de $2,000, una suma equivalente a los ingresos de un año completo para el escritor. Al año siguiente se publicó una nueva colección, Is 5”, Según el crítico Richard P.Blackmur, Cumming posee «un gran talento para usar palabras familiares, incluso casi muertas, en un contexto tal que las hace repentinamente impermeables a todos los sentidos ordinarios; se vuelven incapaces de hablar, pero con la gran ambición de comunicar algo muy importante y precios».

     Los poemas de Cummings son, generalmente, sobrios, emplean pocas palabras y ocupan en la página lugares inhabituales, excéntricos, lo que permite algunos juegos de palabras inverosímiles. Algunas de estas palabras fueron inventadas por Cummings, a menudo combinando dos palabras comunes en una nueva mixtura. Utiliza además recursos como el uso de letras minúsculas al comienzo de las líneas. También revisó las reglas gramaticales y lingüísticas para adaptarlas a sus propios propósitos, usando palabras como «si», «soy» y «porque» como sustantivos, por ejemplo, o asignando sus propios significados privados a las palabras.  Sin embargo, pese a todas estas innovaciones léxicas, los temas que Cummings trata en su poesía no dejan de ser los tradicionales, como el amor, la infancia o la naturaleza.

     En 1931 ―año en el que viaja a la Unión Soviética en un viaje que duró 35 días y que supuso el fracaso de todas las expectativas que había suscitado el experimento comunista. En el diario de la visita, “Eimi” («Yo soy» en griego), publicado en 1933 atacó, son sin amargura, al régimen soviético por sus políticas deshumanizantes, ― se publicó “Viva”, “W” un título que representa dos V superpuestas, las cuales hacen referencia a «un grafiti que se encuentra comúnmente en las paredes del sur de Europa y que significa ‘larga vida’, se pronuncia “Viva” y se escribe “ ViVa ” con dos V mayúsculas. El libro ha sido traducido con gran solvencia, por Pedro Larrea, a quien debemos agradecer su esfuerzo por trasladar la esencia de estos experimentos verbales, integrado por cuatro de los poemas de carácter más experimental que escribió el poeta. Trascribimos uno escogido al azar, el número XXXIX, como ejemplo de la dificultad de interpretación: «Unna(fragancia) De // (Comienza)/ millones // De Tintes(y) / & / (crece) Despacio(despacio)Viajando // tonos íntimo tumulto / (En) estallidos / mentes en / sueño(Mbre)raípdo // NO // un deux trois / der / die // Nrtó(aparición) / DE(EL AIRE REDONDO ESTÁ RELLENO)ABERTURA». El volumen incluye algunos de los poemas más famoso de Cummings, como la proclama antimilitarista «Y canto a Olaf feliz y grande», la elegía a su madre «si hay algún cielo que mi madre tendrá (toda ella)». Antonio M. Figueras, el autor del epílogo, afirma que Cummings es un autor «original, personal e intransferible, la innovación impregna su apuesta estética. De alguna manera el autor se sentía más próximo a las vanguardias históricas europeas que a la tradición norteamericana. Su sintaxis se asoma con frecuencia al precipicio y los juegos tipográficos que hermanan con Apollinaire y sus caligramas». Muy controvertido durante toda su vida, en el momento de su muerte en 1962, Cummings ocupaba una posición destacada en la poesía del siglo XX. Hoy en día es considerado un precursor de algunas corrientes poéticas que se afianzaron años después en Norteamérica, no siempre para bien. En cualquier caso, su poesía supone, como ocurre con “Trilce”, por ejemplo, enfrascarnos en una aventura del lenguaje que provoca a partes iguales admiración y desconcierto.

*Reseña publicada en El Diario Montañés, 27/01/2023

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TRINIDAD GAN. PUZLES LÍQUIDOS. EDICIONES SONÁMBULOS

El problema de la identidad en una sociedad como la nuestra adquiere tintes trágicos para quien se plantea su lugar en el mundo. La pérdida de la fe en las doctrinas religiosas, la desconfianza que suscitan las ideologías, el desprestigio del humanismo y la prominencia de la ciencia como medio para solucionar todos los problemas del ser humano ha desembocado en un periodo de incertidumbre que se materializa en la fragilidad de un yo desorientado y expuesto a caer en las redes de los vendedores de humo. Creo que a esto se refiere Trinidad Gan ―excelente poeta que tiene tras de sí una obra amplia y consistente que comienza en 1999 con Las señas del pirata y continúa con libros como Fin de fuga (2008), Premio de Poesía Ciudad de Cáceres; Caja de fotos (2009, Premio Surcos de Poesía; Receta para el fuego. Antología poética (2014); Papel ceniza (2014); El tiempo es un león de montaña (2017), Premio de Poesía Generación del 27 y la nave roja (2020)― cuando escribe en «Teselas para el insomnio», prefacio a los poemas, lo siguiente: «¿Qué somos hoy? ¿Cuál es nuestra identidad, esa que creíamos tan firme, aunque en el caso de las mujeres siempre resultó ser resbaladiza y de frontera? ¿Qué entramado, ilusorio y quebradizo, sostiene ahora esta sociedad neolítica en la que tratamos apenas de sobrevivir entre guerras, pandemias y reiteradas desigualdades?». Los poemas de este Puzles líquidos, escritos hace diez años pero absolutamente actuales, intentan dar respuesta a estas preguntas, y lo hacen desde el único lugar que pueden hacerlo, desde el temblor poético, desde la imaginación y el compromiso con el lenguaje, una imaginación que traspasa las fronteras de la ciencia, que llega a donde esta no puede llegar. Volvemos al texto de Trinidad para dar cuenta del reto compositivo que ha supuesto la tensión de la escritura: «Aquellos textos, que me despertaron una noche con la urgencia de decirse, como emanados de una corriente subterránea y onírica, fueron el inicio de una cacería continuada por mi parte que llega hasta hoy, en un asalto repetido a los baluartes de la palabra. Son, de hecho, mis primeras incursiones en lo que, cercano al poema en prosa o al pequeño relato, es más bien una palabra que trata de buscar su fuerza en lo fragmentario y la búsqueda de estructuras verbales con una respiración y aliento más libres de lo que los cauces métricos, que yo solía manejar, me permitían». La cita es larga, pero necesaria para comprender el alcance de estos textos, a medio camino entre la prosa y el verso ―si nos fijamos bien, el rigor métrico no ha desaparecido del todo, solo se ha saltado la artificialidad del metrónomo―. Por otra parte, no podemos negar que el relato breve y el poema discursivo comparten características como la narratividad, la intensidad y la sorpresa. La sorpresa que se esconde en lo anecdótico, por ejemplo, como ocurre al final del poema «(Despertar)», primero de esta serie que narra las vicisitudes de una mujer desconcertada que parece no reconocerse en la imagen que le devuelve el espejo: «Lentamente desvanezco la imagen de una extraña / que me mira desde el espejo», pero que encuentra en el placer el modo de tomar conciencia de su cuerpo, de su yo más físico. La mirada de Trinidad Gan se detiene en los detalles, explora el horizonte de la ciudad, delimitado por los edificios cercanos, se observa en la mirada desconfiada de los otros: «Ando sobre la superficie de este lago de sombras / y mentiras. Imagino palabras. Construyo en mi mente / un puente de frágiles letras que consigue acercarme / al otro diferente, al otro semejante. / Pero las palabras son burbujas que borbotean / en la planilla del agua». El agua fluye por el cauce de estos versos, es símbolo de pureza y fe de vida, pero también de fragilidad y transformación: «Sé que es agua y podría como ella, en un latido, confundir sus azules con el cielo. Observo que cambia, que cambia y permanece», escribe Gan en el poema «(Imagen en un escaparate)». Esa imagen a la que alude la poeta, nada complaciente, se rebela contra la costumbre, contra los estereotipos, por eso, en unos versos que suenan a increpación, escribe: «Rómpete sobre aquellos cristales, los mismos de los que huyes. / Abandona los caminos marcados, las puertas y los túneles, los cerrojos, sus llaves. Muda incluso esa piel que muestras por rutina». El agua, que en los poemas anteriores discurría con cierta calma, como en los charcos en los embalses, se encrespa ahora, es símbolo de una emoción, la del amor, que violenta las más arraigadas costumbres, el «amor es oleaje» y la cama «un mar sin orillas». Sin embargo, gracias a una hermosa metáfora, la habitación vacía se identifica con un cuerpo sumergido, un cuerpo cuyas «manos son de agua y, cuando trato de escribir con ellas, / las páginas quedan disueltas, en blanco». La ausencia, además, convierte la cama en una «cama de hielo», un lecho de agua, una tumba que acoge el cuerpo de la ahogada. El último poema del libro, «(Recuerdos)», nos sitúa de nuevo en la realidad. Todos los poemas previos parecen ser frutos de una alucinación que persiste en el sonambulismo, pero que se diluye cuando ella despierta del todo: «He soñado que era invierno ya. / Que nadaba en una piscina vacía de la que ahora salgo / para caminar de nuevo con mis antiguas huellas, / con esa extraña piel. / De la que ahora regreso, mojada todavía». Las teselas completan el puzle. Quedan en la memoria restos de ese ser que adquirió durante el sueño una identidad líquida, hermosamente construida en unos poemas cargados de símbolos que el lector atento debe interpretar para percibir el intenso aroma de nostalgia que desprenden.

*Reseña publicada en El Diario Montañés, 20/01/2023

TRINIDAD GAN. PUZLES LÍQUIDOS. EDICIONES SONÁMBULOS

El problema de la identidad en una sociedad como la nuestra adquiere tintes trágicos para quien se plantea su lugar en el mundo. La pérdida de la fe en las doctrinas religiosas, la desconfianza que suscitan las ideologías, el desprestigio del humanismo y la prominencia de la ciencia como medio para solucionar todos los problemas del ser humano ha desembocado en un periodo de incertidumbre que se materializa en la fragilidad de un yo desorientado y expuesto a caer en las redes de los vendedores de humo. Creo que a esto se refiere Trinidad Gan ―excelente poeta que tiene tras de sí una obra amplia y consistente que comienza en 1999 con Las señas del pirata y continúa con libros como Fin de fuga (2008), Premio de Poesía Ciudad de Cáceres; Caja de fotos (2009, Premio Surcos de Poesía; Receta para el fuego. Antología poética (2014); Papel ceniza (2014); El tiempo es un león de montaña (2017), Premio de Poesía Generación del 27 y la nave roja (2020)― cuando escribe en «Teselas para el insomnio», prefacio a los poemas, lo siguiente: «¿Qué somos hoy? ¿Cuál es nuestra identidad, esa que creíamos tan firme, aunque en el caso de las mujeres siempre resultó ser resbaladiza y de frontera? ¿Qué entramado, ilusorio y quebradizo, sostiene ahora esta sociedad neolítica en la que tratamos apenas de sobrevivir entre guerras, pandemias y reiteradas desigualdades?». Los poemas de este Puzles líquidos, escritos hace diez años pero absolutamente actuales, intentan dar respuesta a estas preguntas, y lo hacen desde el único lugar que pueden hacerlo, desde el temblor poético, desde la imaginación y el compromiso con el lenguaje, una imaginación que traspasa las fronteras de la ciencia, que llega a donde esta no puede llegar. Volvemos al texto de Trinidad para dar cuenta del reto compositivo que ha supuesto la tensión de la escritura: «Aquellos textos, que me despertaron una noche con la urgencia de decirse, como emanados de una corriente subterránea y onírica, fueron el inicio de una cacería continuada por mi parte que llega hasta hoy, en un asalto repetido a los baluartes de la palabra. Son, de hecho, mis primeras incursiones en lo que, cercano al poema en prosa o al pequeño relato, es más bien una palabra que trata de buscar su fuerza en lo fragmentario y la búsqueda de estructuras verbales con una respiración y aliento más libres de lo que los cauces métricos, que yo solía manejar, me permitían». La cita es larga, pero necesaria para comprender el alcance de estos textos, a medio camino entre la prosa y el verso ―si nos fijamos bien, el rigor métrico no ha desaparecido del todo, solo se ha saltado la artificialidad del metrónomo―. Por otra parte, no podemos negar que el relato breve y el poema discursivo comparten características como la narratividad, la intensidad y la sorpresa. La sorpresa que se esconde en lo anecdótico, por ejemplo, como ocurre al final del poema «(Despertar)», primero de esta serie que narra las vicisitudes de una mujer desconcertada que parece no reconocerse en la imagen que le devuelve el espejo: «Lentamente desvanezco la imagen de una extraña / que me mira desde el espejo», pero que encuentra en el placer el modo de tomar conciencia de su cuerpo, de su yo más físico. La mirada de Trinidad Gan se detiene en los detalles, explora el horizonte de la ciudad, delimitado por los edificios cercanos, se observa en la mirada desconfiada de los otros: «Ando sobre la superficie de este lago de sombras / y mentiras. Imagino palabras. Construyo en mi mente / un puente de frágiles letras que consigue acercarme / al otro diferente, al otro semejante. / Pero las palabras son burbujas que borbotean / en la planilla del agua». El agua fluye por el cauce de estos versos, es símbolo de pureza y fe de vida, pero también de fragilidad y transformación: «Sé que es agua y podría como ella, en un latido, confundir sus azules con el cielo. Observo que cambia, que cambia y permanece», escribe Gan en el poema «(Imagen en un escaparate)». Esa imagen a la que alude la poeta, nada complaciente, se rebela contra la costumbre, contra los estereotipos, por eso, en unos versos que suenan a increpación, escribe: «Rómpete sobre aquellos cristales, los mismos de los que huyes. / Abandona los caminos marcados, las puertas y los túneles, los cerrojos, sus llaves. Muda incluso esa piel que muestras por rutina». El agua, que en los poemas anteriores discurría con cierta calma, como en los charcos en los embalses, se encrespa ahora, es símbolo de una emoción, la del amor, que violenta las más arraigadas costumbres, el «amor es oleaje» y la cama «un mar sin orillas». Sin embargo, gracias a una hermosa metáfora, la habitación vacía se identifica con un cuerpo sumergido, un cuerpo cuyas «manos son de agua y, cuando trato de escribir con ellas, / las páginas quedan disueltas, en blanco». La ausencia, además, convierte la cama en una «cama de hielo», un lecho de agua, una tumba que acoge el cuerpo de la ahogada. El último poema del libro, «(Recuerdos)», nos sitúa de nuevo en la realidad. Todos los poemas previos parecen ser frutos de una alucinación que persiste en el sonambulismo, pero que se diluye cuando ella despierta del todo: «He soñado que era invierno ya. / Que nadaba en una piscina vacía de la que ahora salgo / para caminar de nuevo con mis antiguas huellas, / con esa extraña piel. / De la que ahora regreso, mojada todavía». Las teselas completan el puzle. Quedan en la memoria restos de ese ser que adquirió durante el sueño una identidad líquida, hermosamente construida en unos poemas cargados de símbolos que el lector atento debe interpretar para percibir el intenso aroma de nostalgia que desprenden.

*Reseña publicada en El Diario Montañés, 20/01/2023

El problema de la identidad en una sociedad como la nuestra adquiere tintes trágicos para quien se plantea su lugar en el mundo. La pérdida de la fe en las doctrinas religiosas, la desconfianza que suscitan las ideologías, el desprestigio del humanismo y la prominencia de la ciencia como medio para solucionar todos los problemas del ser humano ha desembocado en un periodo de incertidumbre que se materializa en la fragilidad de un yo desorientado y expuesto a caer en las redes de los vendedores de humo. Creo que a esto se refiere Trinidad Gan ―excelente poeta que tiene tras de sí una obra amplia y consistente que comienza en 1999 con Las señas del pirata y continúa con libros como Fin de fuga (2008), Premio de Poesía Ciudad de Cáceres; Caja de fotos (2009, Premio Surcos de Poesía; Receta para el fuego. Antología poética (2014); Papel ceniza (2014); El tiempo es un león de montaña (2017), Premio de Poesía Generación del 27 y la nave roja (2020)― cuando escribe en «Teselas para el insomnio», prefacio a los poemas, lo siguiente: «¿Qué somos hoy? ¿Cuál es nuestra identidad, esa que creíamos tan firme, aunque en el caso de las mujeres siempre resultó ser resbaladiza y de frontera? ¿Qué entramado, ilusorio y quebradizo, sostiene ahora esta sociedad neolítica en la que tratamos apenas de sobrevivir entre guerras, pandemias y reiteradas desigualdades?». Los poemas de este Puzles líquidos, escritos hace diez años pero absolutamente actuales, intentan dar respuesta a estas preguntas, y lo hacen desde el único lugar que pueden hacerlo, desde el temblor poético, desde la imaginación y el compromiso con el lenguaje, una imaginación que traspasa las fronteras de la ciencia, que llega a donde esta no puede llegar. Volvemos al texto de Trinidad para dar cuenta del reto compositivo que ha supuesto la tensión de la escritura: «Aquellos textos, que me despertaron una noche con la urgencia de decirse, como emanados de una corriente subterránea y onírica, fueron el inicio de una cacería continuada por mi parte que llega hasta hoy, en un asalto repetido a los baluartes de la palabra. Son, de hecho, mis primeras incursiones en lo que, cercano al poema en prosa o al pequeño relato, es más bien una palabra que trata de buscar su fuerza en lo fragmentario y la búsqueda de estructuras verbales con una respiración y aliento más libres de lo que los cauces métricos, que yo solía manejar, me permitían». La cita es larga, pero necesaria para comprender el alcance de estos textos, a medio camino entre la prosa y el verso ―si nos fijamos bien, el rigor métrico no ha desaparecido del todo, solo se ha saltado la artificialidad del metrónomo―. Por otra parte, no podemos negar que el relato breve y el poema discursivo comparten características como la narratividad, la intensidad y la sorpresa. La sorpresa que se esconde en lo anecdótico, por ejemplo, como ocurre al final del poema «(Despertar)», primero de esta serie que narra las vicisitudes de una mujer desconcertada que parece no reconocerse en la imagen que le devuelve el espejo: «Lentamente desvanezco la imagen de una extraña / que me mira desde el espejo», pero que encuentra en el placer el modo de tomar conciencia de su cuerpo, de su yo más físico. La mirada de Trinidad Gan se detiene en los detalles, explora el horizonte de la ciudad, delimitado por los edificios cercanos, se observa en la mirada desconfiada de los otros: «Ando sobre la superficie de este lago de sombras / y mentiras. Imagino palabras. Construyo en mi mente / un puente de frágiles letras que consigue acercarme / al otro diferente, al otro semejante. / Pero las palabras son burbujas que borbotean / en la planilla del agua». El agua fluye por el cauce de estos versos, es símbolo de pureza y fe de vida, pero también de fragilidad y transformación: «Sé que es agua y podría como ella, en un latido, confundir sus azules con el cielo. Observo que cambia, que cambia y permanece», escribe Gan en el poema «(Imagen en un escaparate)». Esa imagen a la que alude la poeta, nada complaciente, se rebela contra la costumbre, contra los estereotipos, por eso, en unos versos que suenan a increpación, escribe: «Rómpete sobre aquellos cristales, los mismos de los que huyes. / Abandona los caminos marcados, las puertas y los túneles, los cerrojos, sus llaves. Muda incluso esa piel que muestras por rutina». El agua, que en los poemas anteriores discurría con cierta calma, como en los charcos en los embalses, se encrespa ahora, es símbolo de una emoción, la del amor, que violenta las más arraigadas costumbres, el «amor es oleaje» y la cama «un mar sin orillas». Sin embargo, gracias a una hermosa metáfora, la habitación vacía se identifica con un cuerpo sumergido, un cuerpo cuyas «manos son de agua y, cuando trato de escribir con ellas, / las páginas quedan disueltas, en blanco». La ausencia, además, convierte la cama en una «cama de hielo», un lecho de agua, una tumba que acoge el cuerpo de la ahogada. El último poema del libro, «(Recuerdos)», nos sitúa de nuevo en la realidad. Todos los poemas previos parecen ser frutos de una alucinación que persiste en el sonambulismo, pero que se diluye cuando ella despierta del todo: «He soñado que era invierno ya. / Que nadaba en una piscina vacía de la que ahora salgo / para caminar de nuevo con mis antiguas huellas, / con esa extraña piel. / De la que ahora regreso, mojada todavía». Las teselas completan el puzle. Quedan en la memoria restos de ese ser que adquirió durante el sueño una identidad líquida, hermosamente construida en unos poemas cargados de símbolos que el lector atento debe interpretar para percibir el intenso aroma de nostalgia que desprenden.

*Reseña publicada en El Diario Montañés, 20/01/2023

REVISTERO DE FINAL DE AÑO (2022)

Con un retraso mayor del deseable, pero con el afán de dar cuenta de las revistas literarias leídas en los últimos meses del año, publicamos ente revistero del año 2022 y tenemos que comenzar este inventario con una mala noticia, la desaparición de la revista Clarín.

Dirigida por José Luis García Martín, La revista Clarín. Revista de Nueva Literatura, cuyo primer número apareció en el mes de enero de 1996, echa el cierre con el número 162, correspondiente a Noviembre-Diciembre de 2022. Nos ha ofrecido, por tanto, veintiséis años de excelente literatura Su pretensión no era otra que la de, como indica su prólogo, conformarse en el lugar de encuentros de la literatura contemporánea, hasta entonces inexistente. Clarín, con raíces asturianas, pretende llegar a todo el público en España e Hispanoamérica. La literatura no es patrimonio de las llamadas grandes ciudades. Clarín, desde el comienzo de su historia, ha pretendido llegar a ser el escaparate cultural de Asturias, porque recuerda que desde Asturias el Padre Feijoo fue capaz de despertar de sus sueños teológicos a la razón y hacer profesar a España el sentido común. Asturias ha estado vinculada siempre a la vanguardia cultural, Clarín es otro eslabón de la misma. En este último número comienza con una nueva entrega de los diarios de Iñaki Uriarte, que comenzaron a publicarse precisamente en Clarín, comienza este número de la revista. Algunos de los colaboradores de hace más de un cuarto de siglo, como Andrés Trapiello o Javier Rodríguez Marcos, han querido sumarse a una entrega que concluye una larga andadura, pero en la que hay más de celebración que de elegía. Los poemas de Lorenzo Oliván, los ensayos de varia erudición de José Cereijo, Pedro García Martín o José Luis Piquero, las reflexiones viajeras a destinos exóticos o cercanos de Fernando Sánchez Alonso o Hilario J. Rodríguez, los puntos sobre las íes que se ponen al exhaustivo estudio sobre Cervantes del director de la Academia de la Lengua, son algunas de las colaboraciones a destacar. Pero hay más, muchas más, de veteranos colaboradores como José Ángel Cilleruelo o José Manuel Benítez Ariza o de nuevos nombres. Concluye el número con unas páginas de Martín Bueres Reyero, que no había nacido cuando comenzó a publicarse la revista —faltaban todavía unos cuantos años—, como un símbolo de la pervivencia de todo lo que siempre quiso defender Clarín. La trayectoria de la revista se mostrará en una exposición que se inaugurará en marzo de 2023, en la biblioteca de El Fontán de Oviedo. Será una excelente oportunidad para calibrar la verdadera envergadura de este proyecto

El índice de su último número comienza con fragmentos del diario de Iñaki Uriarte. Sigue el número con Pedro García Martín y su artículo Editores del pueblo Revolucionarios de tinta y de papel. José Cereijo es el autor de Una luz más fuerte (o sobre literatura fantástica) y José Luis Piquero hace lo propio con Corazones rotos Una lectura de Suave es la noche. Unos poemas de Lorenzo Oliván ocupan la sección de poesía. El volumen continúa con sus secciones habituales: Todo en línea, Los Caminos del Mundo, Conversaciones, Colección de vidas con textos de José Ángel Cilleruelo: Tres días de agosto, de. Andrés Trapiello: Walter Hackenberg en su torre extremeña, de Manuel Alberca: El vecino de Valle-Inclán, de Francisco Fuster García: Elogio sentimental de Don Pío Baroja y de Toni Montesinos: H. D. Thoreau Dos años, dos meses y dos días en Walden Pond

Mule. Revista de literatura sin futuro. Nº 3

En junio de 2022, de la mano de Marina Alonso en la dirección artística y de Santi Mazarrasa en la coordinación editorial, ha visto la luz el número 3 de Mule ―nombre de ese pez que abunda en la bahía santanderina y que, por su alimentación en zonas muy degradadas no siempre es acto para el consumo―y según nos informan, pronto aparecerá el número 4, esta joven revista impresa en Santander, muy cuidada, con un diseño muy actual que nos recuerda a los fanzines y ciertos libros de cómic. El índice nos informa de las diferentes secciones en las que está divida. «Banco de mules» está dedicada al relato y cuenta con los textos de Nerea Pallares, Daniel Rodríguez Acero, Jordi Ciurana y Javier Azañón. A la sección «Cuaderno de bitácora» pertenece el texto de Javier Pacheco, primer oficial, que narra su vida en alguno de los diferentes barcos en los que ha estado enrolado. La sección «Poesía» cuenta con poemas de Juan Carlos Sánchez, Carmen Casanueva, Gerardo Dieterlen y Remedios de la Bárcena, y un recordatorio gráfico de la mítica Proel, revista de poesía, crítica y arte, nacida en abril de 1944 de la mano de poetas como Carlos Salomón, Carlos Nieto, Leopoldo Rodríguez Alcalde, Enrique Sordo o Marcelo Arroita-Jáuregui, entre otros.  Pablo Mata escribe en la sección «Ensayo y error» el texto titulado «Miserias de un anticuario» y Carlos Clavería hace lo propio recordando a la editora Grazia Cherchi.  Las secciones «Novela gráfica» en la que se incluyen colaboraciones de Roberto Massó y Javier Trugeda, y «El ocaso» completan el número 3 de este meritorio proyecto al que deseamos larga vida.

Y larga vida tiene otra revista nacida en Cantabria, Absenta poetas, que alcanzó este otoño pasado el nada desdeñable número 31, bajo la dirección del poeta Javier Perales Valdés, y que cuenta con poemas de Vicente Muñoz Álvarez, Carmen Ruiz, Ventura Ruiz Gómez, Martín Bezanilla, Paloma Bienert, Maribel Fernández Garrido o el propio director de la revista. Una revista modesta no sujeta a estéticas predeterminadas con la que se fundó en 2004.

Turia, 144 (noviembre, 2022-febrero 2023). La veterana revista Turia, dirigida por Raúl Carlos Maicas dedica el grueso, el Cartapacio, del voluminoso ejemplar ― quinientas apretadas páginas― a la traducción en España, y lo hace con artículos y ensayos de renombrados especialistas en la materia, entre ellos Carlos Fortea, que en su texto, además de hacer recuento de cifras y cantidades, expone las aspiraciones aún sin satisfacer del gremio. La revista atiende, además, a sus secciones habituales: Letras; Taller; con narraciones de algunos de los autores más relevantes de la narrativa actual como José María Merino, Fernando Aramburu, Ignacio Martínez de Pisón, J. A. González Sainz y Clara Usón, Poesía, con poemas de, entre otros, Miren Agur Meabe, Enrique Andrés Ruiz, Antonio Colinas, Ángel Guinda, Aurora Luque, Olga Novo, Mario Obrero, Cristina Peri Rossi, Juan Vicente Piqueras, Eloy Sánchez Rosillo, Andrés Trapiello o Álvaro Valverde, Pensamiento, Conversaciones, con Ramón Gubern y Sara Mesa; La isla, fragmentos del diario de Raúl Carlos Maicas, Sobre Aragón; Cuadernos Turolenses y La Torre de Babel, dedicada a las reseñas de libros de actualidad.

El último número de la exquisita revista Litoral (fundada por Emilio Prados y Manuel Altolaguirre en 1926, en Málaga), el 274, está dedicado a las aves. Cada número de esta revista, dirigida por Lorenzo Saval y con Antonio Lafarque como editor de contenidos, es una obra de arte en sí misma. Pródiga en imágenes y colaboraciones, su impecable maquetación convierte cada número en un deleite para la vista. Estructurada en secciones relacionadas con las aves, en cada una de ellas los textos, fundamentalmente poemas, y las imágenes responden a su enunciado gracias a un meritorio trabajo de indagación y búsqueda. Por la parte artística encontramos obras de, entre otros, Rubens, Tintoretto, Cézanne, Fracis Picabia, Rauschenberg, Amy Judd, Bernard Plossu, Benjamín Palencia, Kevin Sloan, Picasso, Brueghel, Joan Brossa, Magritte, Elisa Torreira, Flor Garduño o Remedios Varo. Los poemas pertenecen a una extensísima nómina de autores como Pedro Salinas, Salvatore Quasimodo, José Watanabe, Baudelaire, Adam Zagajewski, P. B. Shelley, Edgar Allan Poe, Pablo Neruda, Gloria Fuertes, Jorge Luis Borges, Rafael Pérez Estrada, Wallace Stevens, Dionisia García, Wislawa Szymborska, Alejandra Pizarnik, Emily Dickinson, John Keats, Juan Ramón Jiménez, entre los más de doscientos colaboradores.

Destaca en el número un completísimo Avecedario, compuesto de citas, poemas, ensayos y microrrelatos firmados por, entre otros, Antonio Cabrera, Sara Mesa, Aurora Luque, Amalia Bautista, Julia Otxoa, Felipe Benítez, Juan Manuel Villalba, Karmelo C. Iribarren, José Juan Tablada, José María Merino, Gemma Pellicer, Ángel Guache, Carlos Marzal, José Emilio Pacheco, Hugo Hiriat, Juan Perucho, Dionisia García, Álvaro Valverde, entre otros muchos. Junto a ellos, de su mano, contemplaremos una tremenda variedad de aves: de presa, carroñeras, marinas, nadadoras, no voladoras, arbóricas, rastreras, urbanas, nocturnas, cantoras, de compañía…

El número 16 de la revista Licencia Poética, dirigida por José Manuel Suárez, se dedica por entero a Pier Paolo Pasolini, autor nacido en Bolonia en 1922 que falleció de manera violenta en 1975. Su misterioso asesinato no ha sido resuelto todavía, que Suárez califica acertadamente de «Hombre libre y valiente, vivió comprometido con la Verdad hasta extremos que hoy no podemos ni imaginar, dada la oceánica manipulación con que nos zarandean desde tantos frentes». El poeta, narrador y crítico literario Manuel Rico hace un recorrido general sobre la poesía de Pasolini; José María García López, poeta, novelista y ensayista se centra en uno de sus libros más significativos, Las cenizas de Gramsci; Jesús Cárdenas, poeta y crítico, reflexiona sobre el itinerario poético del italiano; José Ramón Ripoll, poeta y musicólogo, estudia la relación de Pasolini con Alberti; el novelista Luis García Gil centra su texto en la novela Chavales del arroyo; el poeta Juan Carlos Elijas se adentra en el conjunto de la obra pasoliniana y, por último, Amelia Pérez del Vilar, traductora de las obras de teatro, reflexiona sobre el proceso de traducción. Nos espera un segundo volumen en el que se analizarán otros géneros en los que brilló su genio, el cine preferentemente.

21veintiúnversos, Revista de Poesía contemporánea, editada por Banda Legendaria en Valencia, bajo la dirección de Juan Pablo Zapater y coordinado por Víctor Segrelles, alcanza su número decimoprimero. La cubierta se debe a la artista Isabel Oller y la plaquette que la acompaña, titulada El silencio y el canto, contiene aforismos y versos inéditos del malogrado Antonio Cabrera ―autor de algunos de los libros de poemas más hondos y bellos de la literatura española del siglo xxi, como En la estación perpetua (Visor, 2000), con el que obtuvo los premios Fundación Loewe y Premio Nacional de la Crítica; Con el aire (Visor, 2004), XXV Premio Ciudad de Melilla y Premio de la Crítica Valenciana; Piedras al agua (Tusquets, 2010) o Corteza de abedul, (Tusquets, 2016). En 2001 vio la luz su colección de haikus de tema ornitológico titulada Tierra en el cielo (Pre-Textos). Parte de su obra poética ha sido recogida en la antología Montaña al sudoeste (Renacimiento, 2014), preparada por Josep M. Rodríguez. Como antólogo él mismo, es responsable de la edición de Cimas y abismos (Renacimiento, 2012), selección de la poesía de José Luis Parra. Vertió al castellano los volúmenes Poesía y ontología, de Gianni Vattimo (Universitat de València, 1993), Los pájaros amigos, de Josep Maria de Sagarra (Pre-Textos, 2003) y Sobre el lamento de Jasón, de Vicent Alonso (Denes, 2008). Colaboró en los diarios El País, ABC y Levante-EMV. Publicó artículos en publicaciones como Clarín, El maquinista de la Generación, Litoral, Lateral y otras. En el año 2106 su libro El desapercibido fue galardonado con el XXII Premio Literario Café Bretón & Bodegas Olarra, y publicado también en Pepitas.

El presente número comienza con unos poemas inéditos de Francisca Aguirre, Premio Nacional de Poesía, fallecida en 2019. Aguirre fue hija del pintor Lorenzo Aguirre ―asesinado durante la Guerra Civil―y estuvo casada con Félix Grande, otro importante poeta, con el que tuvo a una hija también poeta, Guadalupe Grande, fallecida hace poco de forma repentina. Tardó mucho en publicar y se consideró muy influida por Antonio Machado respecto al proceso de creación literaria, que debe ser un reflejo de la propia existencia más que de esa labor creativa. Esa influencia machadiana fue lo que más destacaron también cuando recibió el Premio Nacional de las Letras el año pasado. De sus obras más conocidas y relevantes hay que destacar Ítaca, premiada con el Leopoldo Panero de poesía. Con Historia de una anatomía recibió el Premio Nacional de Poesía en 2011. Colaboran además poetas como Àlex Susanna (en catalán), Antonio Carvajal, Fabio Scotto (en italiano), Javier Almuzara, María Sanz, Francisco Javier Irazoqui, María Ángeles Pérez López, Martín López-Vega o el propio Zapater. Como en cada entrega, las páginas finales de la revista se dedican a la bibliografía de cada uno de los poetas, un detalle importante que los lectores agradecen. 21veintiúnversos, dentro de su sobriedad, es una revista que trasmite de inmediato la pasión que ponen en ella sus responsables.

Por último, la revista asturiana Anáfora. Creación y crítica, correspondiente a noviembre de 2022, que alcanza, bajo la dirección de Pablo Núñez y Candela de las Heras, el número 27. La sección dedicada a la poesía aporta nombres como Luis Alberto de Cuenca, Vicente Gallego, Marcos Tramón, Carlos Iglesias, Javier Vicedo o Aitor Francos. En la sección de Traducción, Pedro Riesco traduce un fragmento de la Eneida sobre la fama, José Manuel Mora-Fandos traduce la famosa Oda a una urna griega del poeta romántico inglés fallecido prematuramente en Roma, John Keats, y Eloy Sánchez Rosillo hace la propio con un poeta magnífico e insuficientemente conocido, Vicent Andrés Estellés (nacido en la localidad valenciana de Burjasot en 1924 fallecido en 1993), todo un referente de la poesía contemporánea en valenciano. En la sección Prosa, Rodrigo Olay escribe una semblanza del poeta de origen asturiano Adolfo Cueto, fallecido cuando solo contaba 49 años. Se completa la sección con una encuesta sobre el estado de la nueva poesía española en la que participan poetas como Cilleruelo, Bagué Quílez, Aurora Luque o Piquero y críticos como Ángel Luis Prieto de Paula o Juan José Lanz. La poeta Estefanía Cabello entrevista a Guillermo Carnero, poeta encuadrado en los Novísimos. El número concluye con la sección dedicada a las reseñas en la que se comentan títulos como Arqueologías, de Ada Salas o Extraña perspectiva, de Pelayo Fueyo, entre otros.

LUIS BAGUÉ QUILEZ. DESDE QUE EL MUNDO ES MUNDO

EDITORIAL VISOR

Para Eliot, lo que él llamó «el dilema moderno», se plantea cuando el ser humano, perdido ya el asidero de la fe y de las creencias religiosas, se ve obligado a buscar una corriente de pensamiento, una ideología que sustituya los viejos asideros. Desde entonces, muchos han sido los intentos de construir un andamiaje racional capaz de dar respuesta a los interrogantes de la existencia y, hasta ahora, ninguno había conseguido dar una respuesta convincente a las preguntas esenciales. Parece que, en las últimas décadas, las cosas han cambiado. No es que se haya encontrado la solución mágica para resolver los conflictos inherentes a toda vida humana. No, no es eso, las privilegiadas mentes que nos controlan desde el Metaverso y otros entes similares han conseguido convencernos de que tales problemas no existen y, por tanto, la fe, ese elemento sujeto a la irracionalidad, en las tradiciones religiosas y la militancia ideológica, de carácter más ¿racional?, son innecesarias en la vida de hoy. El «dilema posmoderno» consistirá por tanto en saber qué régimen se ha erigido, con éxito innegable al parecer, en sustituto único. Después de leer el último libro de Luis Bagué Quílez (Palafruguell, 1978), “Desde que el mundo es mudo”, nos podemos hacer una idea bastante cabal del cambio que se ha producido en la sociedad actual. En el texto explicativo con el finaliza el libro, Bagué afirma que «Lo que el lector tiene en sus manos es un libro enfermo, que se gestó en un tiempo sin fronteras y ha venido a morir en una época de distancias sociales, normalidades anómalas y eufemismos a metro y medio de separación». Ya no tenemos ninguna duda, es la publicidad la que gobierna nuestras emociones, nuestros intereses, nuestros deseos: «Es una imagen, / la seducción magnética de la publicidad / y sus contradicciones: terrateniente y gaucho», escribe en el poema del libro, un libro que supone un cambio sustancial en la poética de Bagué. Su apuesta se centra ahora en una poesía de expresión más lacónica, menos descriptiva. El verso es más directo, casi sentencioso en muchas ocasiones. Juega además con muchas frases hechas, no buscando la antítesis del lirismo, sino en busca de un contrapunto compositivo que obligue al lector a reflexionar, a releer y a desmotar los efectos de la propaganda. «Confundimos verdad con simulacro». Paradójicamente, este recurso, lejos de amortiguar la fuerza del poema, la resalta porque el ingenio sirve también como una especie de verificación de la realidad. La hace, para los ojos del lector, más creíble, porque no desfallece el legítimo propósito de desenmascarar los trucos que nos adormecen. El poema «Praxis estética» ―casi un manifiesto, también ético― muestra, son sin ironía, su punto de vista: «Figurativo como todos. / Dueño de una imaginación hiperrealista. // No existe lo que ve. Ve lo que existe. / Defiende lo que cree con uñas y dientes. // Cuando aplaude al espejo / desvela el espejismo. // Si dialoga con sombras / regresa a la caverna. // Juega a desencajar lo inverosímil». Este discurso enfático, encajonado en la precariedad de unas frases y unas palabras concretas, coherentes, aparentemente poco simbólico, trata, sin embargo, de revelarnos otros significados, aquellos que subyacen por debajo de lo evidente.

“Desde que el mundo es mundo” está dividido en cinco secciones. La primera, «Siglo XX®» es la que pone el mayor acento en la estrategia publicitaria. Son doce “anuncios” y cada uno de ellos incorpora las frases de un eslogan de un anuncio muy conocido entre nosotros, como, por ejemplo, «el algodón no engaña» o «¿Te gusta conducir?». La segunda, «ética de mínimos», más ambiciosa en su planteamiento desmitificador. Los poemas están plagados de referencias culturales: Sebastián, el rey portugués misteriosamente desaparecido: «santo laico, rehén de la leyenda», don Juan Manuel alumbra estos versos finales de «Los burladores que fizieron el paño»: «Da fe de su persona no la firma / ni el atroz logotipo: la etiqueta / que arrancar con tijeras alevosas / porque irrita la piel y la conciencia» y Juan Genovés y su obra «El abrazo», un símbolo de la reconciliación, aún no completada, hace lo propio en estos versos: «Retrato envenenado para quienes, / rendidos al becerro del IBEX 35, / idolatran la oferta y cotizan al alza». «Ley de vida» es la tercera sección y, según el autor, la integran los poemas más intimistas, lo que no evita que los eslóganes y las técnicas de venta, las frases anzuelo se utilicen como recurso anticlimático: «En dosis homeopáticas / se aconseja buscar el equilibrio: / la bilis negra con la carne roja, / la piedra con locura, la cura con placebo». Cierran el libro las secciones «El libro de Isaac», en la que el autor confiesa que ha intentado ―y lo ha conseguido, añadimos― «huir del amor y la pedagogía para recoger un aprendizaje recíproco que aúna ―no siempre en la misma proporción― docere y delectare» y «Comunidad digital», cuyo mensaje se puede resumir en estos versos: «Abrir, cerrar pantallas. / Desordenar la Red para cambiar el mundo», ese mundo que ha descrito sin ambages Luis Bagué Quílez y que ojalá consiga redimir la poesía,

Reseña publicada en El Diario Montañés, 13/01/2023

LUIS BAGUÉ QUILEZ. DESDE QUE EL MUNDO ES MUNDO

EDITORIAL VISOR

Para Eliot, lo que él llamó «el dilema moderno», se plantea cuando el ser humano, perdido ya el asidero de la fe y de las creencias religiosas, se ve obligado a buscar una corriente de pensamiento, una ideología que sustituya los viejos asideros. Desde entonces, muchos han sido los intentos de construir un andamiaje racional capaz de dar respuesta a los interrogantes de la existencia y, hasta ahora, ninguno había conseguido dar una respuesta convincente a las preguntas esenciales. Parece que, en las últimas décadas, las cosas han cambiado. No es que se haya encontrado la solución mágica para resolver los conflictos inherentes a toda vida humana. No, no es eso, las privilegiadas mentes que nos controlan desde el Metaverso y otros entes similares han conseguido convencernos de que tales problemas no existen y, por tanto, la fe, ese elemento sujeto a la irracionalidad, en las tradiciones religiosas y la militancia ideológica, de carácter más ¿racional?, son innecesarias en la vida de hoy. El «dilema posmoderno» consistirá por tanto en saber qué régimen se ha erigido, con éxito innegable al parecer, en sustituto único. Después de leer el último libro de Luis Bagué Quílez (Palafruguell, 1978), “Desde que el mundo es mudo”, nos podemos hacer una idea bastante cabal del cambio que se ha producido en la sociedad actual. En el texto explicativo con el finaliza el libro, Bagué afirma que «Lo que el lector tiene en sus manos es un libro enfermo, que se gestó en un tiempo sin fronteras y ha venido a morir en una época de distancias sociales, normalidades anómalas y eufemismos a metro y medio de separación». Ya no tenemos ninguna duda, es la publicidad la que gobierna nuestras emociones, nuestros intereses, nuestros deseos: «Es una imagen, / la seducción magnética de la publicidad / y sus contradicciones: terrateniente y gaucho», escribe en el poema del libro, un libro que supone un cambio sustancial en la poética de Bagué. Su apuesta se centra ahora en una poesía de expresión más lacónica, menos descriptiva. El verso es más directo, casi sentencioso en muchas ocasiones. Juega además con muchas frases hechas, no buscando la antítesis del lirismo, sino en busca de un contrapunto compositivo que obligue al lector a reflexionar, a releer y a desmotar los efectos de la propaganda. «Confundimos verdad con simulacro». Paradójicamente, este recurso, lejos de amortiguar la fuerza del poema, la resalta porque el ingenio sirve también como una especie de verificación de la realidad. La hace, para los ojos del lector, más creíble, porque no desfallece el legítimo propósito de desenmascarar los trucos que nos adormecen. El poema «Praxis estética» ―casi un manifiesto, también ético― muestra, son sin ironía, su punto de vista: «Figurativo como todos. / Dueño de una imaginación hiperrealista. // No existe lo que ve. Ve lo que existe. / Defiende lo que cree con uñas y dientes. // Cuando aplaude al espejo / desvela el espejismo. // Si dialoga con sombras / regresa a la caverna. // Juega a desencajar lo inverosímil». Este discurso enfático, encajonado en la precariedad de unas frases y unas palabras concretas, coherentes, aparentemente poco simbólico, trata, sin embargo, de revelarnos otros significados, aquellos que subyacen por debajo de lo evidente.

“Desde que el mundo es mundo” está dividido en cinco secciones. La primera, «Siglo XX®» es la que pone el mayor acento en la estrategia publicitaria. Son doce “anuncios” y cada uno de ellos incorpora las frases de un eslogan de un anuncio muy conocido entre nosotros, como, por ejemplo, «el algodón no engaña» o «¿Te gusta conducir?». La segunda, «ética de mínimos», más ambiciosa en su planteamiento desmitificador. Los poemas están plagados de referencias culturales: Sebastián, el rey portugués misteriosamente desaparecido: «santo laico, rehén de la leyenda», don Juan Manuel alumbra estos versos finales de «Los burladores que fizieron el paño»: «Da fe de su persona no la firma / ni el atroz logotipo: la etiqueta / que arrancar con tijeras alevosas / porque irrita la piel y la conciencia» y Juan Genovés y su obra «El abrazo», un símbolo de la reconciliación, aún no completada, hace lo propio en estos versos: «Retrato envenenado para quienes, / rendidos al becerro del IBEX 35, / idolatran la oferta y cotizan al alza». «Ley de vida» es la tercera sección y, según el autor, la integran los poemas más intimistas, lo que no evita que los eslóganes y las técnicas de venta, las frases anzuelo se utilicen como recurso anticlimático: «En dosis homeopáticas / se aconseja buscar el equilibrio: / la bilis negra con la carne roja, / la piedra con locura, la cura con placebo». Cierran el libro las secciones «El libro de Isaac», en la que el autor confiesa que ha intentado ―y lo ha conseguido, añadimos― «huir del amor y la pedagogía para recoger un aprendizaje recíproco que aúna ―no siempre en la misma proporción― docere y delectare» y «Comunidad digital», cuyo mensaje se puede resumir en estos versos: «Abrir, cerrar pantallas. / Desordenar la Red para cambiar el mundo», ese mundo que ha descrito sin ambages Luis Bagué Quílez y que ojalá consiga redimir la poesía,

Reseña publicada en El Diario Montañés, 13/01/2023

EDITORIAL VISOR

Para Eliot, lo que él llamó «el dilema moderno», se plantea cuando el ser humano, perdido ya el asidero de la fe y de las creencias religiosas, se ve obligado a buscar una corriente de pensamiento, una ideología que sustituya los viejos asideros. Desde entonces, muchos han sido los intentos de construir un andamiaje racional capaz de dar respuesta a los interrogantes de la existencia y, hasta ahora, ninguno había conseguido dar una respuesta convincente a las preguntas esenciales. Parece que, en las últimas décadas, las cosas han cambiado. No es que se haya encontrado la solución mágica para resolver los conflictos inherentes a toda vida humana. No, no es eso, las privilegiadas mentes que nos controlan desde el Metaverso y otros entes similares han conseguido convencernos de que tales problemas no existen y, por tanto, la fe, ese elemento sujeto a la irracionalidad, en las tradiciones religiosas y la militancia ideológica, de carácter más ¿racional?, son innecesarias en la vida de hoy. El «dilema posmoderno» consistirá por tanto en saber qué régimen se ha erigido, con éxito innegable al parecer, en sustituto único. Después de leer el último libro de Luis Bagué Quílez (Palafruguell, 1978), “Desde que el mundo es mudo”, nos podemos hacer una idea bastante cabal del cambio que se ha producido en la sociedad actual. En el texto explicativo con el finaliza el libro, Bagué afirma que «Lo que el lector tiene en sus manos es un libro enfermo, que se gestó en un tiempo sin fronteras y ha venido a morir en una época de distancias sociales, normalidades anómalas y eufemismos a metro y medio de separación». Ya no tenemos ninguna duda, es la publicidad la que gobierna nuestras emociones, nuestros intereses, nuestros deseos: «Es una imagen, / la seducción magnética de la publicidad / y sus contradicciones: terrateniente y gaucho», escribe en el poema del libro, un libro que supone un cambio sustancial en la poética de Bagué. Su apuesta se centra ahora en una poesía de expresión más lacónica, menos descriptiva. El verso es más directo, casi sentencioso en muchas ocasiones. Juega además con muchas frases hechas, no buscando la antítesis del lirismo, sino en busca de un contrapunto compositivo que obligue al lector a reflexionar, a releer y a desmotar los efectos de la propaganda. «Confundimos verdad con simulacro». Paradójicamente, este recurso, lejos de amortiguar la fuerza del poema, la resalta porque el ingenio sirve también como una especie de verificación de la realidad. La hace, para los ojos del lector, más creíble, porque no desfallece el legítimo propósito de desenmascarar los trucos que nos adormecen. El poema «Praxis estética» ―casi un manifiesto, también ético― muestra, son sin ironía, su punto de vista: «Figurativo como todos. / Dueño de una imaginación hiperrealista. // No existe lo que ve. Ve lo que existe. / Defiende lo que cree con uñas y dientes. // Cuando aplaude al espejo / desvela el espejismo. // Si dialoga con sombras / regresa a la caverna. // Juega a desencajar lo inverosímil». Este discurso enfático, encajonado en la precariedad de unas frases y unas palabras concretas, coherentes, aparentemente poco simbólico, trata, sin embargo, de revelarnos otros significados, aquellos que subyacen por debajo de lo evidente.

“Desde que el mundo es mundo” está dividido en cinco secciones. La primera, «Siglo XX®» es la que pone el mayor acento en la estrategia publicitaria. Son doce “anuncios” y cada uno de ellos incorpora las frases de un eslogan de un anuncio muy conocido entre nosotros, como, por ejemplo, «el algodón no engaña» o «¿Te gusta conducir?». La segunda, «ética de mínimos», más ambiciosa en su planteamiento desmitificador. Los poemas están plagados de referencias culturales: Sebastián, el rey portugués misteriosamente desaparecido: «santo laico, rehén de la leyenda», don Juan Manuel alumbra estos versos finales de «Los burladores que fizieron el paño»: «Da fe de su persona no la firma / ni el atroz logotipo: la etiqueta / que arrancar con tijeras alevosas / porque irrita la piel y la conciencia» y Juan Genovés y su obra «El abrazo», un símbolo de la reconciliación, aún no completada, hace lo propio en estos versos: «Retrato envenenado para quienes, / rendidos al becerro del IBEX 35, / idolatran la oferta y cotizan al alza». «Ley de vida» es la tercera sección y, según el autor, la integran los poemas más intimistas, lo que no evita que los eslóganes y las técnicas de venta, las frases anzuelo se utilicen como recurso anticlimático: «En dosis homeopáticas / se aconseja buscar el equilibrio: / la bilis negra con la carne roja, / la piedra con locura, la cura con placebo». Cierran el libro las secciones «El libro de Isaac», en la que el autor confiesa que ha intentado ―y lo ha conseguido, añadimos― «huir del amor y la pedagogía para recoger un aprendizaje recíproco que aúna ―no siempre en la misma proporción― docere y delectare» y «Comunidad digital», cuyo mensaje se puede resumir en estos versos: «Abrir, cerrar pantallas. / Desordenar la Red para cambiar el mundo», ese mundo que ha descrito sin ambages Luis Bagué Quílez y que ojalá consiga redimir la poesía,

Reseña publicada en El Diario Montañés, 13/01/2023

MARTÍN TORREGROSA. ESTE OLVIDO INSERVIBLE

MARTÍN TORREGROSA. ESTE OLVIDO INSERVIBLE. EDICIÓN BILINGÜE. TRAD. MARGARIDA LLABRÉS ROTGER. EDITORIAL HUERGA Y FIERRO, 2022

Este olvido inservible, de tono elegiaco desde el propio título, supone el reencuentro de Martín Torregrosa (Albox, 1957) a la poesía, después de haber publicado títulos como Azul es el color de los desheredados (2004), Setecientos versos para Maindra (2014) o El tren de la lluvia (2014). El libro está dividido en cuatro secciones. En la primera de ellas, de igual título que el libro completo, el desarraigo provocado por la pérdida de los seres queridos parece guiar todos los versos, de hechura variable, aunque predominen pentasílabos, heptasílabos y endecasílabos: «La casa no es hogar ya sin la risa / que agitaba tambores los domingos». Es, por tanto, tiempo de partir, de buscar nuevos horizontes, no sin nostalgia, claro: «Dejas esta ciudad / con los ojos clavados, / sim importarte / cuánto tiempo estarás / deseando volar». Ahora el protagonista poemático se deja llevar por los sueños, pero no le resulta fácil ubicarse porque la ciudad de llegada ―no importa el nombre― «no reconoce sus pasos /ni me asiste ni me nombra / ciudadano». En todo caso, la sección finaliza con esperanza porque el autor desea «pasar página», consciente de que aún puede regresar a «la senda de los días felices».

     «Claira», la segunda sección, esta encabezada por unos versos amorosos de Pablo Neruda que parecen anunciar esa temática, pero no es así. La desubicación espacial sigue siendo el tema central: «Escribo este poema / con nombres de ciudades, / con ríos y arboledas / que ven como la luna / se hace más grande / en el cielo de Francia». El reclamo del amor hace su aparición en los versos finales como salvación ante las jugadas del destino, un destino que se fragua en el pasado: «Los días ya se fueron… / Deshechos en rescoldos, / no oponen resistencia / y en ceniza / se prestan a volar / a la intemperie», escribe en un poema de la tercera sección. Y es que los recuerdos son, por una parte, una especie de lastre del que es preciso desprenderse ―hay que saldar cuentas― para continuar, pero, por otra, son el ancla que sujeta la embarcación al presente en la corriente de aguas turbulentas en la que se convierte la existencia. La casa, que al principio le resultaba extraña, es recordada ahora con nostalgia.  El libro finaliza con una apelación al silencio y con una dolorosa imprecación de origen cristiano, muy en la senda de algunos poetas existenciales de la posguerra española: «Si esta es la vida, Dios, / si este es tu obsequio, / guárdatelo para ti, no nos interesa». La ciudad habitada es vista con horror: «Es difícil hacerse a la idea del horror / vivido en este espacio», lamenta. Pese a todo, por fortuna, el final tiene un tono consolador. Asume la presencia constante de la muerte, de la desgracia como algo natural y, de esa asunción nacen los versos más esperanzadores, por más que las palabras no cejen en su empeño de teñir el futuro con la tinta sepia de la melancolía.

TERESA GÓMEZ. PLAZA DE ABASTOS

TERESA GÓMEZ. PLAZA DE ABASTOS. PRÓLOGOS DE ÁNGELES MORA Y JUAN CARLOS RODRÍGUEZ

EDITORIAL FUNDACIÓN JOSÉ MANUEL LARA. COL. VANDALIA

El caso de Teresa Gómez (Granada, 1960), aunque infrecuente, no es del todo insólito. Poetas de distintas generaciones han mantenido ocultas sus primeras tentativas poéticas e, incluso, las han destruido. Otros las han publicado quizá precipitadamente y, con el paso del tiempo, se han arrepentido, renunciando a publicarlos de nuevo o, como en el caso extremo de Juan Ramón Jiménez, destruyendo todos los ejemplares que caían en sus manos. La postura de Teresa Gómez no es, a tenor de lo dicho, la más habitual. Han pasado alrededor de cuarenta años desde que concibió este “Plaza de abastos”. Fue escrito entre 1980 y 1985 y, por razones que solo se insinúan, se truncó la posibilidad de su publicación en esa época, época de la eclosión de la llamada «Otra sentimentalidad» en Granada, su ciudad. ―en el libro hay poemas dedicados a sus componentes más notorios, Álvaro Salvador, Javier Egea, Luis García Montero, el crítico Juan Carlos Rodríguez y Ángeles Mora, que en afectuoso prólogo señala la voz personal de Teresa Gómez, pese a suscribir los presupuestos del tal movimiento―. No sabemos a ciencia cierta cuáles son las razones que han llevado a la autora a desempolvar estos poemas, algunos de los cuales habían aparecido en revistas y compilaciones de la época, pero lo que sí podemos afirmar, después de haber leído íntegramente el libro, es que tiene motivos para estar satisfecha de haberlo así decidido. Pese a ser, como dice Ángeles Mora, «un libro de iniciación», se percibe en estos poemas el nacimiento de una voz que va adquiriendo consistencia de un poema a otro. Por supuesto, no de un modo lineal, pues la configuración del libro, a buen seguro, no corresponde con el orden determinado por la escritura de los poemas. Respetando los patrones métricos y acentuales, Teresa Gómez ensaya, sin embargo, novedosas formulaciones estróficas en busca de un ritmo personal que combina esos patrones con otros provocados por la intensidad de la respiración, más en la honda de la corriente surrealista, como en estos versos de atmósfera lorquiana: «Los hombres y mujeres tiene rostro de ruedas / y los niños rebuscan por el humo / sus labios», aunque con imágenes menos incisivas, más domesticadas.

    Juan Carlos Rodríguez, en el prólogo escrito en 1986 y ahora también recuperado, habla de que «Teresa Gómez consigue en su poética una maravilla insólita, pero siempre necesaria en cualquier día, y mucho más en los nuestros: crear una auténtica metafísica del cuerpo». No podemos sino estar de acuerdo, porque el cuerpo está muy presente en una gran parte de los poemas, desde el primero de ellos: «Apostada en tu cuerpo como en ninguna plaza/ donde la espuma llega sin más olas, / sin más tiempo que el justo / para saber tu nombre con certeza». Es una presencia física, sí, pero la materia se transforma en espíritu. El escenario donde se representa el deseo, pero también en donde se provoca el dolor: «No es posible dormir con tanto frío / y la luna entre nublos. / Ni siquiera / en la doble pasión de dos cuerpos desnudos / ―temblorosos y bellos a pesar de la vida― / si este mar / trae un hedor que azota los deseos / y tanta soledad a nuestra cama», se queda a oscuras y otras propiedades menos perceptibles son percibidas a través de la luminosa oscuridad de las metáforas ―muchas de ellas vinculada a elementos naturales―, de las alusiones, tan propias de la palabra poética: «Reconoces palabras / como un cuerpo desnudo, / o palabras que esperas / ―si aún no te has dormido― / sobre la piel y el humo / trenzando algún silencio / más dulce y menos largo». Hay mucho romanticismo en estos versos que tratan de contener la emoción, pero que acaban desbordándose en un canto que trata de paliar la ausencia del amado (en este sentido, la cita de Garcilaso de la Vega que encabeza el libro resulta determinante). Lo podemos observar en versos enfebrecidos que nos recuerdan al Neruda de “Los versos del capitán”―«Pero es que sin tu risa / soy capaz de extenderme satisfecha en la noche / y soy capaz de tanta soledad»―  o al Miguel Hernández más elegiaco en estos versos: «Quiero llorar de tanta madrugada desnuda / en los aleros, / de tanta golondrina cubierta por el río / de tanta madrugada». Resulta lógico que en un primer libro como es este, escrito cuando la autora tenía veintipocos años, se transparenten algunas costuras, ya invisibles en su segundo y último libro publicado hasta el momento, “La espada del violinista” (2018), pero eso no empaña la calidad de una aventura poética entonces en ciernes y hoy felizmente recuperada. No nos gusta pecar de adivinos, pero nos atrevemos a especular con la idea de que, si este libro se hubiera publicado en su momento, Teresa Gómez hubiera escrito poemas con más asiduidad y no nos hubiera hurtado la posibilidad de seguir más de cerca su proceso creativo, tan recomendable.

  • Reseña publicada en El Diario Montañés, 6/01/2023

JOSÉ GARCÍA OBRERO. HUESO.

JOSÉ GARCÍA OBRERO. HUESO. EDITORIAL GODALL.

Nacido en Santa Coloma de Gramanet en 1973 pero residente en Córdoba desde 197, José García Obrero tiene tras de sí una sólida trayectoria poética, no muy extensa en cuanto a títulos publicados porque comenzó a publicar, para lo que se acostumbra ahora, relativamente tarde. Su primer libro data de 2013, “Un dios enfrente”, es decir, cuando el autor contaba con cuarenta años. Los años sucesivos confirmaron que la dedicación a la poesía no se trataba de algo pasajero, sino de una perseverante confianza en el poder taumatúrgico de la palabra, capaz de desvelar los pliegues más oscuros de la conciencia humana, al mismo tiempo que ahonda en los misterios de la realidad, Vinieron después títulos como “MI corazón no es alimento” (2014), “La piel es periferia” (2017), con el que obtuvo el Premio Ciudad de Burgos de Poesía y “Tocar arcilla al fondo” (2021). Regresa ahora a la mesa de novedades de las librerías con “Hueso”, una amplia colección de poemas en prosa que tienen ―hablamos de la primera sección― en las propiedades luz ―«La luz cae y asciende de manera instantánea, define  las formas y las dota de reflejo»― y el hueso, como máximo desvelamiento del ser, su clave de bóveda: «Hueso poroso, ligero como un pensamiento que se acaba olvidando; como la acción involuntaria del pie sobre la piedra» del poema «Atrapar, entregar la nada» o «Un hueso primigenio, dúctil, recorre el mar y acaba siendo flecha que el tiempo dirige contra el esternón de los mamíferos», del poema «El mar ―la mar― como un himen inmenso», cuyo título procede de un verso de Blas de Otero.

En no pocas ocasiones, las citas que encabezan un libro dan pistas reconocibles de los intereses del poeta. En este caso, los epígrafes pertenecen a tres poetas muy diferentes entre sí, Olvido García Valdez, Antonio Colinas y Gabriel Ferrater, lo que nos hace pensar que José García Obrero bebe de fuentes muy diversas y que, de cada una de ellas, logra extraer aquellas ideas que sirvan a sus propósitos. Su escritura posee un carácter romántico en su visión del mundo ―romántico en el sentido que le da Irving Babbitt, quien afirmaba que «una cosa es romántica cuando es extraña, inesperada, intensa, superlativa, extrema, única». Atenerse a los criterios decimonónicos del término es un anacronismo―, pero, al no poder escapar de la influencia de los acontecimientos cotidianos, emplea un arsenal de imágenes irracionales, alucinatorias, en el sentido que José Hierro daba a la alucinación, es decir, en los poemas en que «todo aparece como envuelto en niebla. Se habla vagamente de emociones, y el lector se ve arrojado a un ámbito incomprensible, en el que le es imposible distinguirlos hechos que provocan esas emociones», tal manifiestan este entrecomillado perteneciente al poema «Un alfiler de luz»: «Roquero rojo, que entre el vidrio del mar y el firmamento llega polluelo a las grúas mecánicas, anida en las ramas rotas donde arrojan su furia los atardeceres; se deja alimentar por los ebrios insectos de la noche». Este es tono general de “Hueso”. Vemos como, aunque el pensamiento pueda ser oscuro, indescifrable incluso con loe elementos que nos proporciona el poema, las palabras son lúcidas, encadenadas con precisión científica. En el poema «Noche solar», una especie de poética, García Obrero aclara al lector su relación con el lenguaje y nos ofrece pistas insustituibles sobre su forma de poetizar la emoción y de personificar el instrumento: «Las palabras se distribuyen por la geografía de la mente; parpadean como pétalos eléctricos a lo largo de una extensión indefinida. Luego se escabullen hacia su madriguera y acaban saliendo ordenadamente a ocupar el espacio asignado». El espacio asignado no puede ser otro que la página, la superficie donde toma cuerpo el poema y la emoción mencionada adquiere una forma determinada.

La música es la protagonista de las dos secciones siguientes, «Sol», divida a su vez en Sol mayor y sol menor, y «Aire».  Una sucesión temporal nos da cuenta de las variaciones de la luz en la partitura existencial y, a la vez, ordena los poemas: «El mediodía conserva transparencias matutinas, pero la luz ha ganado intensidad»;  «El crepúsculo se abre paso recogiendo con su melodía pequeñas muestras de lo que acontece»; la noche extiende «el mantel de hilo sobre el que va a disponer sus manjares, sus listas de reproducción, sus conversaciones aleatorias» y «avanza con un sostenido ruido de motor que ahuyenta las estrellas» José García Obrero escribe una poesía metafóricamente excelsa, que nos regalan asociaciones semánticas casi imposibles, con un lenguaje ricamente expresivo, pero sin pomposidad, porque, a la vez que describe, excita la capacidad del lector para situarse en el filo del significado, de los significados. Y es que «Cuando el poema se consume, el fuego penetra todos los hormigueros. Será más leve para el aire conducirse sin peso, sin obstáculos: remover huesos, semillas, cenizas» y «Cuando el canto se detiene el poema acaba fundiéndose en la hierba». Los poemas de “Hueso” no pretender elaborar conceptos porque en los sueños carecen de sentido. Crean ilusión de realidad, que es una de las más altas aspiraciones de todo poema.

  • Reseña publicada el 30/12/2022

ÁLVARO CAMPOS SUÁREZ. LA CERTEZA DEL COLOR

ÁLVARO CAMPOS SUÁREZ. LA CERTEZA DEL COLOR. EDITORIAL EDA

En cinco secciones está dividido La certeza del color, este libro de aforismos, un género de moda en el que no es infrecuente dar gato por liebre. No es, por fortuna, este el caso. Álvaro Campos Suárez (Málaga, 1981), autor de trENes (2013), Buda en el Bolshói (2014) y Abajo el sistema. El estado del bienestar en la Gran Recesión (2018) nos sorprende con unas reflexiones muy esencializadas que solo en rarísimas ocasiones caer en el mero ingenio. El libro comienza con «Cuaderno de artimos». Tal y como el título sugiere, el arte y la poesía son los temas que articulan estas reflexiones de hondo calado, unas versan sobre la metapoesía: «Vivir en poesía es más bello que escribirla» y sobre el poeta: «La tarea del poeta versa más en crear sensaciones que historias» o esta de origen machadiano: «El poeta canta lo que tiene, lo que no tuvo y, especialmente, lo que (ya) no tendrá (más)». Aparecen también la obra, la escritura o el lector, para acabar con un apunte sobre el arte «¿Qué es el arte las anotaciones a pie de página en el libro de la vida?». Más que certidumbres, encontramos interrogantes sin resolver. Debe ser el lector, los lectores, quien los lea a sorbos para saborearlos con delectación. Estaremos o no de acuerdo con algunas de las afirmaciones categórica, como «Lo inmarcesible no puede ser rescatado», pero lo que está fuera de duda es que no nos dejan indiferentes, y es a es una de las funciones del aforismo, poner del revés lo consabido. «Diccionario básico de dudas» se titula, precisamente, la segunda sección, y en la primera entrada se define al aforismo como «Obligación de dudosa certeza». El resto, no sin ironía, desmontan las definiciones más habituales y buscan asociaciones, muy sugerentes, con otras disciplinas, como en este: «Libro. 1. M. Farmacología. Droga legal prescrita por buquinistas». «La vida indubitada» es la tercera sección. La duda continúa siendo el armazón sobre el que descansan los apuntes, tal vez porque «La vida es una duda permanente. Mejor no perder el tiempo en dudar de ella». Asuntos de carácter social como la justicia, lo público y lo privado o la libertad de prensa ocupan la mayoría de estas entradas. Las dos últimas secciones, «Del amor a la mentira (Y otros deportes de riesgo)» y «Guía de últimas voluntades» recogen reflexiones sobre el amor, la identidad, la política, la familia con similar intensidad. Quizá el mejor resumen de todo el libro sea el aforismo final: «Todo aforismo es un cauce; toda certeza, un río» En todo caso, La certeza del color puede ocupar con todo derecho un lugar privilegiado en el canon aforístico de nuestro país.

FERNANDO MENÉNDEZ. LA ETERNIDAD DEL INSTANTE. ANTOLOGÍA ESENCIAL.

SELECCIÓN Y PRÓLOGO DE JOSÉ LUIS TRULLO.

EDITORIAL APEADERO DE AFORISTAS.

«Sé que somos la suma / de instantes sucesivos», escribió José Hierro en el poema titulado «El momento eterno». Fernando Menéndez (Mieres, 1953) ha titulado esta antología de aforismos «La eternidad del instante» que no contradice los versos de Hierro, aunque si nos atenemos con rigor a las dos partes del axioma podríamos concluir que, en definitiva, nosotros somos eternos, y quizá lo seamos mientras dura el relampagueo de ese aforismo que nos paraliza y nos deslumbra, como lo hacen muchos de los que Fernando Menéndez ―un autor con una más que consolidada trayectoria como aforista y escritor de formas breves. No es aventurado asegurar que ha sido uno de los baluartes en la resurrección del género―: «En mis creaciones de poesía ya prevalecía la brevedad en poemas muy condensados que me permitieran tiempo para crear una va riada y singular colección de manuscritos», escribe, prueba de ello libros son títulos como, por citar los más recientes, Biblioteca interior (2003), Dunas (2004), Hilos sueltos (2008), Tira líneas (2010), Salpicaduras (2013), Artificios (2014), Los sueños de las sombras (2016) o Tempo di silencios (2018). Un buen puñado de libros, y es que Menéndez es uno de los más inveterados cultivadores de un género que solo en los últimos años ha adquirido la proyección que sin duda merece.

     Los aforismos que ocupan esta «Antología esencial» preparada por José Luis Trullo, abarcan el enorme abanico temático que interesa a Menéndez, aunque su contenido se puede resumir en varios bloques principales: como en todo aforista que se precie, encontramos aquí también una suerte de metapoética que analiza la propia esencia del aforismo: «Un aforismo puede perforar el silencio», explica, y también «Un aforismo fija la mirada de su tiempo», aunque, casi en sentido opuesto, afirme que «El aforismo es un viento de loco en los oídos». No escasean tampoco los aforismos de contendido político y social, con una carga crítica notable, como vemos en estos ejemplos: «La política es la meretriz de las promesas», «La clase política, unas marca distintiva y definitiva del sistema» o «El pueblo no es dueño de su destino sino de su incertidumbre». Fernando Menéndez respeta como nadie una de las características más sustanciales del aforismo, la brevedad ―«También se llega a la brevedad por la indolencia», afirma y de Horacio son estos versos: «Si procuro ser breve, soy oscuro»―. Salvo escasas excepciones, ninguno de sus aforismos sobrepasa la línea, así la brevedad queda directamente asociada a la contundencia del decir, otra de las características más significativas del género. «Me quedo siempre con aforismos de un asola línea, y si ocupan menos, mucho mejor ―escribe Fernando Menéndez―. El trabajo consiste en pulir y desechar hasta conseguir el encaje de las formas aforísticas en una estructura compleja y diferente». Esta contundencia tiene algo, sin embargo, de perverso, porque desecha la ambigüedad del significado, tan recomendable en la hora del lector, y se establece casi como una guía de una interpretación única.

     Las reflexiones sobre el acto de pensar, sobre el pensamiento, o la carencia de este, también provocan que el autor coja la pluma y con ella busque dar cauce a sus ideas: «Pensar ―escribe― es ofrecerse a la incertidumbre de vivir», «Lo propio del pensamiento es la necesidad de lo inacabado» o «Todo pensamiento, como todo hombre, está en el aire». La poesía y los poetas son también objeto de su mirada crítica: «Cada poeta tiene en su página en blanco de soledad seducida», «Todo poeta secreta algo inhumano», «Hay dos tipos de poetas: los borricos del fondo y los papanatas de la forma» o, por lo que respecta al poema, «El poema es temporal y el instante irrevocable» o «Un poema, una angustia autónoma con música», y hablando de música, esta, junto a la pintura, también suscitan reflexiones en Menéndez: «La música, como la historia, vive la raya del mysterium magnum» o «En la música, donde la luz y la sombra se dan cita». Con respecto de la pintura, solo un par de ejemplos, eso sí, suficientemente definitorios: «La pintura es una transfiguración de la apariencia» y «La pintura entra en lo desconocido por lo conocido». Hay otros temas en esta sobria recopilación, pero este comentario es solo una invitación a la lectura de uno de los aforistas más convencidos de la idoneidad de un género que condensa en pequeñas cápsulas de pensamiento el remedio oportuno para hacer frente a una época convulsa, en la que el ser humano ha perdido la confianza en las grandes ideas; la ilusión en los mitos ancestrales y la fe en las religiones. Nos queda, por tanto, el resquicio de la palabra y la esperanza en que vivir sea, como quiere Menéndez, «descubrirse en el otro».

CARMEN CANET. CIPSELAS.

. EDITORIAL POLIBEA

Carmen Canet, doctora en Filología Hispánica y crítica literaria radicada en Granada, comenzó a publicar sus aforismos de manera tardía. Su primer libro, “Malabarismos”, data de 2016 y, desde entonces, su producción editorial no ha cesado. De 2018 es su libro “Luciérnagas”, “La brisa y la lava” es de 2019, “Olas” de 2020, “Legere, aligere” de (2021) y “Monodosis” de este 2022. A ellos debemos añadir dos títulos escritos a cuatro manos: Cóncavo y convexo (2019) con el poeta Javier Bozalongo, autor, por otra parte, que ha escrito el prólogo a “Cipselas”, e “Interruptores” con el prolífico Ricardo Virtanen. Estas publicaciones le han granjeado un justo prestigio y la crítica la considera una de las mejores aforistas en la actualidad, por lo que su obra está recogida en algunas de las antologías del género más importantes, como ·Espigas en la era. Micropedia de aforistas vivos” (2020), “No es tiempo de abrazos” (2020) y “Maternidades” (2021). Esta incesante actividad creativa suma Carmen Canet su labor como crítica en diferentes medios y la dirección de la colección de aforismos «Alto aire» de la editorial Libros del aire. Como vemos por esta nota bibliográfica, no hay muchos autores dedicados con tanto afán al cultivo de este género, un tanto postergado en la actualidad, pero que ha adquirido un gran auge en las últimas décadas.

     “Cipselas”, un título algo enigmático que tiene un sentido simbólico, en realidad no son otra cosa que bulanicos, diablillos, molinicos, según como se les llama en diferentes lugares, es decir, «semillas de diferentes frutos, como el diente de león, las pipas de girasol o los chopos», escribe Javier Bozalongo en «Deseos cumplidos», que así ha titulado el prólogo. El libro está dividido en tres secciones. La primera, de igual título que el conjunto, contiene aforismos que podríamos denominar existenciales («La existencia tiende a oscurecerse pero para eso está el interruptor de la luz», escribe), como: «La vida está escrita con buena letra pero tiene demasiadas faltas de ortografía» o «Ocurre que, en las casas, los objetos aprenden a amarse, a relacionarse mejor que las personas». Ambos ejemplos denotan una mirada ciertamente escéptica, pero no nos dejemos engañar, Carmen Canet es una persona profundamente positiva que sabe lidiar con los reveses del destino, por eso no debemos obviar la carga irónica que muchos de ellos encubren, ironía que se acompaña algunas ocasiones de humor: «Dialogar con algunos adolescentes o con personas que lo parecen, es monologar» o «Cuando la vida se arruga debemos extenderla, tensarla y tenderla en una cuerda al aire libre para que el sol la acaricie», en otras con sarcasmo e indignación: «Quien bien te quiere te hará reír, no sufrir. Si no, es otra cosa» o «Jugar a ser feliz, aparte de un engaño, es señal de ser infeliz». Como es habitual, lo he señalado anteriormente, no hay libro de aforismos que no contenga varios dedicados a definirlos. Unas veces de forma directa: «Los aforismos se balancean, a veces, entre la firmeza de una piedra y el temblor de una rama» o «Los aforismos se construyen para reconstruir la vida»; otras por su función: «Cuando el aforismo expresa una certeza es para provocar» o «Los aforismos consuelan, otras veces, si lo pensamos, desconsuelan» y por analogías: «Los aforismos se escriben que con un lápiz de punta recién sacada son más afilados». Otros muchos asuntos dan pie a excelentes reflexiones comprimidas en unas pocas palabras ―la felicidad, el amor, la feminidad, la maternidad, la infancia, la memoria histórica o los asuntos de carácter doméstico― esas palabras que prefieren «estar despiertas y libre por las casas y las calles», no encerradas en los diccionarios.

     «Vilanos», la segunda sección, en aras de la brevedad, tan sustantiva al género, y la tan buscada precisión, los aforismos no sobrepasan una línea, son «dardos léxicos» que siempre dan en la diana: «La vida es el mejor pasatiempo» o «El silencio regenera e hidrata la mente». En realidad, los rasgos son comunes a los de la primera sección. La única diferencia es la extensión. Los temas se repiten, los aforismos se interrogan de nuevo por definir lo que son, y Canet llega a la conclusión de que son «como remolinos de bulanicos», título precisamente de la tercera sección, en la que, como escribe Bozalongo, «Canet recrea un diccionario con definiciones de la A a la Z». No podía faltar aforismos que hablan de sí mismos: «Aforismo: 1, Lucidez de un ejercicio medido. 2. Aventura corta, pero intensa. 3. Ismo a «for» de pie». Poco importa lo que sea, lo realmente importante es que nos inviten a la reflexión, que no nos dejen indiferentes. Los aforismos de Carmen Canet tienen de todo, pero no hay asomo de bagatela o de caída en el virtuosismo del ingenio. Creo que no hay mejor forma de acercarse a ellos con la mente despierta y los oídos abiertos, porque «Los aforismos dicen y escuchan: conversan».

Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, 16/12/2022