
ANTONIO CRESPO MASSIEU. EL DOLOR QUE AMAMOS
EDITORIAL BARTLEBY
De un texto de Albert Camus, convenientemente modificado, proviene el título de esta nueva entrega de Antonio Crespo Massieu (Madrid, 1951), un autor con una obra de tardía publicación, no muy amplia en cuanto a extensión, pero muy consistente y profunda en su intención, obra que reunió no hace mucho tiempo en el “Memorial de ausencias. Poesía reunida 2004-2015” (2019), aunque con posterioridad ha aparecido, además del que nos ocupa, otro libro, “Compartir” (2021).
“El dolor que amamos” está dividido en dos secciones ―«El acróbata de la noche» y «Y quedan interrogados e imperfectos»― más un poema que funciona a manera de prólogo, una écfrasis que tiene al pintor siciliano Antonello de Messina y su óleo “Cristo muerto sostenido por un ángel” como referente. El ángel que protagoniza el poema de Crespo «sostiene el dolor del mundo, / es balanza de la historia, equilibrio del mal». En el libro parece haber una idea cardinal, la de que el amor aviva nuestros sentidos, nos impulsa a experimentar con mayor intensidad los acontecimientos que conforman la realidad y, por ende, desafían a la muerte, como en el soneto de Quevedo. No podemos obviar que, como indica el autor en las páginas finales, aunque «Todos estos poemas de este libro, salvo uno, fueron escritos antes, algunos de ellos dos o tres años antes, de la Covid-19», están dedicados a quienes, con su generosidad y su dedicación, no ayudaron a superar esta crisis sanitaria aún no erradicada del todo, con especial reconocimiento a los trabajadores de la Sanidad Pública.
Una gran parte de los poemas se sustentan en referencias culturales: «Hiroshima-Nevers» y «Nevers-Hiroshima», primer y último poema respectivamente de la primera sección rinden homenaje a Marguerite Duras, autora del guion de la película de Alain Resnais “Hiroshima mon amor”. La contraposición entre el horror de la ciudad que sufrió el impacto de la bomba atómica y la ciudad francesa de Nevers, en la que se desarrolla una historia de amor, se ajusta rigurosamente a la idea del germinal del libro: Del «Eres una ciudad que dejó de existir, te miro / como quien contempla ruinas y desolación» del primer poema pasamos a «Han pasado 14 años. / El dolor todavía lo recuerdo. Un poco. / Vuelvo a verte. He contado nuestra historia, / te he engañado. / Muchachita de Nevers». Esta oscilación, sin duda en busca de un equilibrio emocional, con el ángel de la piedad como salvaguarda, se repetirá en otros poemas porque este ángel, aunque no podamos verlo, «recorre salas de espera, quirófanos, ucis, / pabellones infecciosos, cafeterías, salas de parto», en un premonitorio ―recordemos que los poemas están escritos antes de la pandemia― tránsito gracias, precisamente, al hilo del tiempo que encadena unos acontecimientos con otros, de tal forma que, con un concepto bergsoniano del tiempo, pasado y presente conviven en un mismo instante: «Y los recuerdos se irán rompiendo, / serán notas, fragmentos, instantes aislados, no sucesivos, / presencias nítidas, apenas insinuadas». Otro de los referentes más reconocibles se refiere al poeta Claudio Rodríguez. A través de sus versos se reivindica el derecho a la felicidad, al tiempo que se consolida la idea del poder salvífico del amor ―y de la poesía―: «Quería bañarme de nuevo en la dicha, / perderme en tu luz, en la repetida celebración / de vivirte», escribe. Sin embargo, a partir del poema «Mujer que cuida un jardín», parece haber un punto de inflexión, más conceptual que formal ―la métrica irregular en general y el largo aliento de los versos permanece invariable―. Me refiero a la traslación que experimentan los poemas del yo al nosotros, ambos siempre tutelados por un ángel custodio. Un hombre y una mujer, a pesar de que se desconocen ―«Ellos, que se desconocen, hombre, ángel, niña, / mujer con alas bailando en la luz y el asombro»― comparten aficiones, escuchan música juntos, disfrutan de una plenitud compartida ―de nuevo se trasparenta un canto al amor de esencia «divina» como antídoto contra el horror humano―, confían en la voz del poeta para que proclame «la dignidad de todo lo vivido, el derecho a verdad y belleza».
En la segunda parte del libro ―cuyo título proviene de una frase de Milo de Angelis―, más breve, la columna vertebral que sostiene los poemas es la pertinencia, el derecho podríamos decir, del olvido. Frente a la constancia del dolor, el olvido es una especie de autodefensa que trata de cerrar heridas. Queda, por supuesto, la memoria para alimentar esas palabras que mitiguen el sufrimiento, pero el recuerdo es solo «un esfuerzo del lenguaje», por más que «Ausente la figura / solo la palabra evoca, / conmueve, rescata». La palabra retiene, inmortaliza, homenajea y eso es lo que trata de hacer Antonio Crespo Massieu cuando recuerda hechos luctuosos, hombre y mujeres que perecieron por defender sus ideas, pero habitan los poemas, poemas de alto voltaje, nada frecuentes en la poesía actual, que, salvo encomiables excepciones, está generalmente inclinada hacia el solipsismo, lo autocomplaciente y acrítico, hacia, en fin, la mansedumbre y la sensiblería.
- Reseña publicada en El Diario Montañés, 24 de marzo de 2023