
JAVIER LOSTALÉ. ASCENSIÓN
EDITORIAL: PRE-TEXTOS
La trayectoria de Javier Lostalé (Madrid, 1942), de presencia editorial irregular al principio ―entre sus primeros libros, “Jimmy, Jimmy” (1976) y “Figura en el paseo marítimo” (1981) y el primero de, llamémoslo así, su segunda época, transcurrieron catorce años― se ha asentado, afortunadamente en las primeras décadas del presente siglo. Desde “La estación azul” (2004) hasta “Ascensión”, el libro que hoy nos ocupa, sin enumerar las antologías de su obra ni las reediciones, han visto la luz “Tormenta transparente” (2010), “El pulso de las nubes” (2014) y “Cielo” (2018) ―claro antecedente de “Ascensión”― un conjunto de obras que responden a un mismo aliento creativo: pese a la inevitabilidad del paso del tiempo y lo que esto significa, pese a la sensación de vacío que cunde cuando la presencia se convierte en ausencia y por más esa ausencia te hiera el alma, Lostalé pone toda su energía en entonar un canto de afirmación vital, afirmación fraguada en un pasado que reviste de gratitud al presente, como podemos interpretar a partir de estos versos del primer poema, en los que el poeta se refleja en un tú que está dispuesto «a consumarte / en entrega fiel a su enigma / donde entera leas tu vida / sin despertar de su música secreta». No es difícil percibir ya un eco de los “Poemas de la consumación” de su admirado Vicente Aleixandre, eco que se oirá también más adelante, acaso más nítido. Sin embargo, y esto disiente del pesimismo que trasmiten los poemas del Nobel. Lostalé no se siente estafado por la vida, todo lo contrario, porque el sentimiento amoroso, el amor que desafía a la muerte, mientras anega con su perfume hasta los rincones más inaccesibles de la memoria, convierte en eterno ese instante: «Cuando ya no hay rostro / en el que tu vida afirmar / ni distancia en el alma / camino siempre de otro ser, / retorna a ese cielo apagado / que aún existe dentro de ti / y enciende poco a poco sus estrellas / con el amor un día nacido / que te selló en inmortal amanecer». El amor es entrega al otro, es consumación en el otro, es la negación del vacío ―de John Donne son estos versos que tan bien resumen su poder: «Yo, merced al alambique del amor, soy la tumba / de todo cuanto es nada»― y Lostalé hace apología en sus versos de esta fuerza irrefrenable. Incluso su ausencia actúa como acicate, acaso porque el poeta sabe que se trata solo de una retirada táctica porque, como escribe en el poema «Distancia», «solo en la distancia / sabes leer lo que amas». Posteriormente, regresará con más intensidad, si cabe: «Solo sin la presencia / eternidad encuentras / en lo que vive en ti / pleno de ascensión». Otro de los ejes sobre los que giran estos poemas es el del erotismo, un erotismo muy velado, nunca explícito, descrito con imágenes simbólicas, como podemos leer en el poema titulado «El cuerpo», cuyos versos finales transcribo: «Sumergirse en un cuerpo, / también lo sabes, / es una costa que nunca se alcanza / mientras no deja de batir el mar». La conjunción de ambos, amor y sensualidad, provoca una especie de insolación, un paroxismo emocional que, aunque efímero, mantiene viva la llama del recuerdo y alimenta, como si ocurriera en este mismo momento, la sensación de plenitud ―«Inundado de voces y miradas / te vas lentamente ahogando / en una plenitud tan pura / que sin espacio / precede a tu propia existencia»―, acaso cubierta de nubes ―otro elemento crucial en la poesía de Lostalé: «Las nubes ―escribe― son la gestación de nuestra memoria / hasta concebirnos en la quietud de una aventura / dentro de sus islas de luz» y símbolo además de lo inalcanzable―. Si antes mencionábamos la influencia de Aleixandre, ahora estos poemas nos parecen más cercanos al Cernuda de «Adolescente fui en días idénticos a nubes». Como en él sevillano, cierta sensación de renuncia, eso sí, con unas dosis de nostalgia muy equilibradas, parecen traslucir los poemas últimos del libro. El acto amoroso se reduce ahora, con todas las limitaciones que eso supone, a lo pensado: «El pensamiento es la honda compañía / de cuanto en su nacer se aleja, / pues no cesamos en su búsqueda. / Amor solo pensando es la arritmia / de quien sabe que un corazón desierto, / aun con rosa, no tiene cura». Pese a todo, y ahora el referente es Juan Ramón Jiménez, «Entre ti y la niebla / en silencio aún sucede / la estación total». Como vemos, ese aún del penúltimo verso es determinante por esperanzador, nada que ver con el dogma romántico según el cual la intensidad del sentimiento es propio de la juventud y no sobrevive a la edad madura, de ahí que la poesía de Javier Lostalé recurra a la memoria como testigo de una vida plena. En consecuencia, el dolor que produce toda pérdida está compensado, al menos en el poema, por una melancolía sin dramatismo, es más, me atrevo decir, que esta pérdida incrementa la emoción, la pasión, o la sostiene.
- Reseña publicada en El Diario Montañés, 24/02/2023