ANDRÉS GARCÍA CERDÁN. QUÍMICAMENTE PURO

II PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA FRANCISCO BRINES

EDITORIAL PRE-TEXTOS

Pocas trayectorias poéticas se han consolidado en los últimos años tanto como la de Andrés García Cerdán (Fuenteálamo, 1972). Aunque posee un nada desdeñable cantidad de títulos publicados ―“Edad de hierba” (1992), “Los nombres del enemigo” (1997), La cuarta persona del singular (2002), “Curvas” (2009), “Carmina (2012)”, “La sangre (2014)”― no fue hasta “Barbarie” (Premio Alegría, 2015) con el que su obra comenzó a ser justamente reconocida, Desde entonces, la sucesión de libros publicados, si exceptuamos antologías y recopilaciones, ha venido avaladas por importantes premios. “Puntos de no retorno” obtuvo el Premio San Juan de la Cruz en 2017, “Defensa de las excepciones”, el Premio hermanos Argensola en 2018 y ahora este “Químicamente puro”, Premio Francisco Brines 2022. A esta larga lista hemos de añadir ―por centrarnos en las actividades propiamente literarias― también sus libros de ensayo, como “La realidad total. Sobre la poesía de Julio Cortázar” (2010) o “La muerte del lenguaje” (Libros del Aire, 2019) y su labor como antólogo, pues ha sido el responsable de las antologías de poesía contemporánea “El llano en llamas” (2013) y “El peligro y el sueño” (2016).

No está de más preguntarse por las razones que justifiquen esa unanimidad crítica y, a juicio de este lector, algunas de ellas de sustentan en esa sabia conquista de la realidad que no necesita de revelaciones trascendentes o acumulación de imágenes visionarias, muy al contrario, como queda suficientemente explícito en el poema titulado «A propósito de nada», «el alma / de un paquete vacío de Marlboro» puede desencadenar

una sucesión de referentes, tanto culturales como cotidianos que, lejos de dejar en evidencia el vacío de toda existencia, lo arropan sin asomo de nostalgia. Quizá lo que más imante al lector sea esa ausencia de dramatismo que evidencian sus poemas, esa búsqueda de la alegría y de la iluminación interior por encima de asuntos más coyunturales ―tal vez porque, como para Guillén, «la historia es el mal»―, como reflejan estos versos: «Contra el canibalismo. / contra lo obsceno, contra la injerencia / y el daño, contra / el bombardeo de vulgaridad, / nuestro derecho a no saber, / la gracia de olvidar lo que una vez supimos […] Nuestro derecho a desconectar». Tal vez mantenerse a debida distancia de los acontecimientos sea necesario para ahondar en el conocimiento de uno mismo y para percibir en su justa medida que lo realmente importante es lo inmanente, aquello que da sentido a la vida. En este aspecto, los dos primeros poemas del libro, pero especialmente «Sobre el placer», expresan una declaración de intenciones: «para ti, / que respiras las llamas / y que no tienes miedo / ni has sabido nunca qué es el miedo, // estas palabras pongo / una detrás de otra / ―como quien alza al cielo un pan bendito― / para que sigas / buscando lo que buscas, / para que encuentres dentro / del fuego / el fuego». Novalis decía que «en toda poesía debe vislumbrarse el caos». Ciertamente, Andrés García Cerdán no tiene porque compartir esta idea y, de hecho, no la comparte. Sus poemas aspiran a reordenar ese caos y lo hace, paradójicamente, alterando el sentido natural de algunos conceptos, provocado una alternancia de tensión y distensión entre ellos, como ocurre en el poema «Anclas», en el que, además, se acentúan las contradicciones identitarias: «Y me pregunto […] / Si lo que somos no es expansión, / lo que hacemos del sitio adonde vamos / desde mucho antes de salir. // Si lo que somos / no es eso que provocamos / es el otro que vive nuestra lengua / y qué, en cualquier momento, / también se echa a volar». Frente a tanta incertidumbre, cabe preguntarse: ¿y ahora, qué? La respuesta la entresacamos de algunos versos, colocados en lugares estratégicos de algunos poemas, como en «Apuntes para un autorretrato», del que proceden estos: «La luz del fin del mundo es mucho más que luz / cuando me miras» y, principalmente, en los versos finales de «Químicamente puro»: «Este verso no dice ni siquiera quién eres, / tan sólo las inercias del lenguaje. // Este verso es amor, / amor químicamente puro». La declaración de amor justifica entonces la necesidad de escribir el poema ―la escritura como un acto de amor― aunque tal sentimiento no se encarne en una persona física concreta. El gozo de ser y de sentir parece trasladarse a emociones de orden estético ―eso sí, compatibles con las existenciales― de ahí la proliferación de referentes del ámbito literario como Baudelaire, Goethe o Verlaine, musicales como Schubert o Stockhausen, artísticas como Yves Klein, Giacometti o Gaudí, por citar solo algunos nombres. “Químicamente puro” confirma que, lejos de perderse en el vacío, las palabras, los poemas de García Cerdán, poseen su propio peso específico porque tratan de desvelar con la luz del pensamiento las verdades ocultas de toda existencia.

  • Reseña publicada en El Diario Montañés, 17/02/2023
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