
JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN. INDICIOS RACIONALES. EDITORIAL POLIBEA.
Dirigida por Aitor Francos y Manuel Neila, la editorial Polibea ha puesto en marcha una nueva colección de aforismos, un género que está, resulta obvio decirlo, de moda. Editoriales como Trea, La isla de Siltolá o Renacimiento vienen apostando por él desde hace varios años y, en los primeros meses, la editorial Libros del Aire, bajo el título de «Alto Aire» y con la dirección de Carmen Canet se ha sumado también a este renacimiento.
A los nombres de, por ejemplo, Susana Benet o Jesús Munárriz se suma ahora el de José Luis García Martín, un autor prolífico que goza de gran prestigio en ámbitos como la crítica, el ensayo, los diarios o la poesía, géneros en los que ha publicado numerosísimos títulos. Otra cosa es el aforismo. A pesar de tener inclinación, no desmentida por el autor, a escribirlos, solo ha publicado un libro hasta la fecha, Todo lo que se prodiga cansa (un excelente aforismo, por otra parte), acaso porque, como menciona Ricardo Álamo en su minucioso epílogo, García Martín «Nunca ha ocultado sus reparos a la hora de escribir un libro exclusivamente de aforismos». Afortunadamente ha vencido esos escrúpulos y nos presenta un extenso volumen, Indicios racionales, con una amplia selección que permite al lector formarse una idea cabal de los temas más recurrentes que motivan la escritura de García Martín, y digo escritura, porque son estos mismos los que podemos encontrar en su poesía y en su obra diarísticia, incluso en la crítica. La identidad, por ejemplo, ocupa muchas de estas reflexiones, meditaciones, apuntes o como prefiramos denominarlas. El yo es objeto de ese juego textual al que es tan aficionado nuestro autor, como podemos apreciar en estos ejemplos: «Me gusta ser como soy y me gusta la gente que no es como yo soy» o «De no ser yo, quisiera ser Dios, aunque eso supusiera que mis problemas. O por infinito». El paso del tiempo y la vejez, que ve tan próxima, suscitan, desde un escenario cotidiano, doméstico podríamos decir, reflexiones de carácter metafísico: «Envejecer es ir estando de más y que todos se den cuenta menos uno», «Envejecer es viajar al futuro», «A partir de cierta edad, lo mejor que puede pasar es que no ocurra nada». García Martín ama la paradoja ―un método excelente para movilizar a la inteligencia― y, como tal, lo paradójico parece en numerosas ocasiones: «La soledad solo se soporta en buena compañía», También se alejan los que se quedan quietos», «Todo es milagro, salvo el milagro, que suele ser un truco». Otro de los temas frecuentes en su obra es el de la felicidad, más que un absoluto, una suma de instantes fugaces por naturaleza ―«Ser feliz es estar a punto de ser feliz. O a punto de dejar de serlo», «La felicidad, antes de llegar, ya se está despidiendo»―, de momentos de exaltación y alegría. Sin embargo, para disfrutarlos plenamente, se deduce de lo escrito cierto deseo de ignorar el futuro, más que de luchar por él y de pensar en la superación del dolor como fuente directa de la felicidad.
Su estrechísima relación con la poesía no podía dejar de suministrarle material para afilar su ironía. Por lo que respecta a la poesía («En poesía, pocos distinguen entre la moneda falsa y la verdadera», «La poesía brota del olvido, no de la memoria»), pero también a los poetas: «Hay poetas a los que las palabras no les dejan ver el mundo». Ricardo Álamo menciona «El carácter contradictorio con que en ciertas ocasiones aparece tratado un mismo tema», y es cierto, pero creo que las contradicciones son piezas de ese mismo juego de máscaras que García Martín mantiene con el lector, y consigo mismo: la afirmación «No te quieras demasiado o te darás muchos disgustos» es aparentemente opuesta a «Como me quiero a mí mismo no quiero a casi nadie, pero a algunos los quiero más», pero solo lo será si el punto de vista del lector le obliga a renunciar a los dobles sentidos, al juego entre verdad y verosimilitud y lo interpreta al pie de la letra. En todo caso, hay que reconocer que García Martín ―sin duda, voluntariamente― no siempre es fiel a su máxima de «Decir siempre lo mismo, pero cada vez de distinta manera», hay varios aforismos prácticamente idénticos, pero esto, para quien afirma que «Sin repetición no hay sorpresa», probablemente, carezca de importancia, aunque no es lo más común encontrar en la repetición respuesta a las incógnitas que suscita, por más que «Lo mismo, escrito en momentos distintos, significa cosas distintas». Para terminar, resulta evidente que no tenemos por qué estar de acuerdo con algunas de estas afirmaciones en muchos aspectos categóricas y, por tanto, podemos rebatirlas ―si no lo hiciéramos, sería preocupante―, pero, en la mayoría de los casos, nos dan la medida de un hombre inteligente que hace del oficio de pensar la mejor herramienta para combatir las incertidumbres que acucian al ser humano en cualquier época, pero, especialmente, en este cruel siglo XXI.
Reseña publicada en la revista Ítaca. Enero 2023