PABLO LÓPEZ CARBALLO. PERDER NATURALEZA. EDITORIAL TREA

En las actuales circunstancias ―en el momento en el que escribo estas líneas, decenas de destructivos incendios están arrasando la costa mediterránea, Grecia y Turquía especialmente, y el estado norteamericano de California, y los desastres naturales prodigan su nocivo efecto sin hacer distinciones de países o continentes―, no se me ocurre mejor título que este Perder naturaleza para describir este desastre, pero circunscribirlo al ámbito geográfico y medioambiental sería pecar de reduccionismo, porque, de forma acaso menos visible, pero no menos intensa y devastadora, también el ser humano, y creo que esa es la intención del autor, está perdiendo a pasos de gigante, naturaleza. Pablo López Carballo (Cacabelos, 1983), autor de títulos como Sobre unas ruinas encontradas (2010), Quien manda uno (20129, Crea mundos y te sacarán los ojos (2012) y La dictadura de la perspectiva (2017) publicado en Trea, la misma editorial que publica Perder naturaleza, no es un poeta acostumbrado a hacer concesiones, ni formales ―en sus libros se combinan sin discordancias poemas breves, poemas de largo aliento y poemas en prosa― ni conceptuales ―la estructura de sus libros responde siempre a un muy pensado efecto de distorsión de las funciones elementales, de transformación de la realidad―, de hecho no resulta fácil reducir la amplitud de sus intenciones ni a un método ―ya hemos adelantado que en el escaparate de las páginas, las fórmulas son variadas― ni a una síntesis argumental. En el paratexto se afirma que «los registros de las diferentes secciones se van sumando, a modo de pasadizos, para configurar una trama de tiempos donde resulta muy difícil, y casi sin sentido, encontrar un origen» y, es muy posible que sea así, porque más que un origen, parece haber varios, más que un centro, hay círculos concéntricos ―ovillos― que se alimentan unos de otros, sucesivamente, de tal forma que, como escribe en el primer poema, «El primer día nadie supo que era el primer día / y era improbable que todo se repitiera, / de manera aproximada, en un segundo. / No existían ideas que sugiriesen origen fundación / o avance. Solo una única determinación posible, / agónica y eufórica: sobrevivir». Como se ve, el poeta se remonta a un tiempo inicial, a un tiempo ahistórico en el que, sin embargo, la naturaleza del ser se mantenía impoluta. Pero el tiempo avanza y esa supuesta pureza se va degradando: «La política ya nació / con su mal de cáscara […] Permanecen / los que más callan, los que se esfuerzan / en la retórica y no en la idea». La intención crítica de López Carballo no puede ser más evidente. Es directa, constatable y en sus palabras no hay asomo de ironía, es consciente de que, pese a la denuncia, «algunas cosas no se mueven con palabras».

     La segunda sección del libro, «El tiempo entre dos notas mal transcritas», cuenta, a modo de relato, el principio, uno de los principios, el que ocurre una mañana en la que se toma conciencia de la realidad. Nace el símbolo y el ansia conocimiento se expande: «Las casas que se hacen con el ruido del agua / no se caen». El auxilio de la metáfora ayuda a comprender el mundo, el tiempo, el trascurso entre vida y muerte: «Hablabas de los muertos / como si estuvieran / muertos. / Conversamos, aunque no / lo supiste. / Aquella mañana son pequeños nudos / que se deshacen si le prestas atención». Gracias al poder de la memoria la experiencia, aunque deshilachada, se preserva y los recuerdos habilitan un espacio para, aunque precario, sobrevivir, por más que su ausencia, esa especie de mente en blanco, propicie otro tipo de conocimiento, acaso menos contaminado, un «saber de ti / por abstracciones, / sonidos / que se reconocen / pero no se tararean».

     «Las cosas» se titula la tercera sección. «No creí que las cosas estuvieran por hacer, / ni que las ruinas fueran / un resultado posible / de un proceso más complejo», escribe al inicio, quizá imbuido de esa idea cristiana de la creación como algo cerrado, concluso. Los poemas de esta sección son probablemente los más líricos del libro, aunque eso no implique que su carga conceptual sea menor, como podemos comprobar en este poema: «He venido / a la casa / para encerrarme / dentro / entre las cosas. // La ventana / abierta. // La casa/ es viento / que perdura». Y es que las cosas, sobre todo las familiares, forman parte de nuestra vida ―«Anclamos a la vida las cosas, / pero ellas tiene su guía»―, respiran el mismo aire que los habitantes de la casa y comparten esa profunda cesura que la memoria traza cuando los recuerdos se vuelven ya inseguros, entonces «Las cosas / se miran / con desconfianza, / como esperando / un gesto de traición». Por más que Pablo López Carballo se resista a dar cuenta de experiencias personales en el poema, esos recuerdos que hemos mencionado, y reconstruyen gradualmente las formas de las cosas, se sublevan y logran participar en la propia escritura, como vemos en «Sigue siendo un poema»: «Las cosas es / esa impresión / ―no menos que lata, / jarra o hilo de coser― / que me permite / ser muy preciso, / porque en ese tiempo / las cosas no suponían / ambigüedad alguna, / de igual modo / que ocurre ahora en el poema», aunque se constate que «las cosas / alcanzadas / con palabras / no alcanzarán / ya esas palabras».

     El volumen finaliza con la sección «Las formas, el mundo», integrada por poemas en prosa de carácter ensayístico, muy distintos, por tanto, de los que componían «Las cosas», aunque establecen un diálogo interno con ellos. Hay ahora una intención indagadora sobre el propio proceso de la escritura: «Escribir sobre el proceso ―afirma―es ir más allá de uno, superar el razonamiento». Esta reflexión de carácter metapoético se amplía se adentra en la esencia del lenguaje, lo que lleva al poeta escribir que «Arrancar palabras a la idea es como recoger intenciones en los frutales, hay que arrojar palabras a la idea, eligiendo bien, descartando a la mínima que pueda haber algo certero en ellas: palabras no definidas contra el viento». Pablo López Carballo parece mostrarnos, en esta última sección, las claves necesarias para descifrar los poemas que la preceden, las imágenes y las descripciones, desoyendo los riesgos de la futilidad que toda acción tendente a explicar el poema lleva aparejada, aunque debo decir que el lector agradece ese esfuerzo que, de alguna manera, a pesar de las citadas reticencias, legitima la enorme y ambiciosa inquietud tanto estética como emocional que se oculta en sus palabras. En Perder naturaleza se dan cita simultáneamente la desconfianza frente al ser humano, ya desnaturalizado ―o en vías de estarlo―, y la esperanza, sutilísima, es cierto, en que el amor sea la mano que le guie hacia el futuro, por más que la imagen que de este nos muestran los versos, sea poco alentador.

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