OCT. TRADUCTOR

OCTAVIO PAZ, TRADUCTOR

Tal día como hoy,  19 de abril, en 1998, fallecía en su domicilio de Coyoacán, el premio Nobel mexicano Octavio Paz. Conmemoramos ahora, por tanto, el vigésimo aniversario y para ello queremos recordar una de sus facetas menos difundida, la de traductor. En el ensayo «Traducción: literatura y literalidad», escrito en Cambridge en 1970, Octavio Paz afirma que «por una parte, la traducción suprime las diferencias entre una lengua y otra; por la otra, las revela más plenamente». Cualquiera que se haya enfrentado al acto de traducir un texto, reconocerá la veracidad que encierra esta aparente paradoja, y es que, como continúa diciendo Paz, «Ningún texto es enteramente original porque el lenguaje mismo, en su esencia, es ya una traducción», pero Paz, más amigo de no dejar cabos sueltos y buscar todas los métodos posibles para investigar sobre un hecho determinado que de las afirmaciones categóricas, no duda en darle la vuelta a la tortilla y, a la primera de cambio, afirma lo contrario: «Cada traducción es, hasta cierto punto, una invención y así constituye un texto único». Ambas postulados no se contradicen, son verdad tanto uno como su contrario. Una vez que el asunto de la originalidad parece estar definido, cabe preguntarse cómo entendía Octavio Paz el hecho de traducir, sí como una reproducción literal del texto del que parte o como una reinterpretación que busca, por encima de la literalidad, otorgar al nuevo texto un sentido similar al texto de partida. Son suficientemente clarificadoras la respecto estas palabras: «La traducción implica una transformación del original. Esta transformación no es ni puede ser sino literaria porque todas las traducciones son operaciones que se sirven de dos modos de expresión a que, según Roman Jakobson, se reducen los procedimientos literarios: la metonimia y la metáfora». Esta transfiguración no opera, sin embargo, de igual manera en un texto informativo que en un texto literario, más si cabe cuando hablamos de poesía, género en que las ambigüedades están, por así decirlo, a flor de piel. De hecho, muchos teóricos han escrito sobre la manifiesta imposibilidad de dicho propósito. Paz, y muchos pensamos como él, disiente razonadamente al expresar el convencimiento de que la esencia del sentido en la lengua original sí que es susceptible de ser plasmado en la lengua de destino, aunque las palabras empleadas no sean escrupulosamente fieles al significado precedente: «Los sentidos del poema —escribe Paz— son múltiples y cambiantes: las palabras del mismo poemas son únicas e insustituibles. Cambiarlas sería destruir el poema. La poesía, sin cesar de ser lenguaje, es un más allá del lenguaje». El lector puede sentirse desorientado porque estas palabras de Paz refutan con vigor lo que afirmado un instante antes, sin embargo, como es habitual en el Nobel mexicano, a partir de esa aparente contradicción, construye su análisis, porque, matiza, «El punto de partida del traductor no es el lenguaje en movimiento, materia prima del poeta, sino el lenguaje fijo del poema . […] Su operación es inversa a la del poeta: no se trata de construir con signos móviles un texto inamovible, sino [de] desmontar los elementos de ese texto, poner de nuevo en circulación los signos y devolverlos al lenguaje». Borges, con su agudeza no exenta de ironía, llegó a a decir que el original era infiel a la traducción. Pero quien dijo que «La misión del traductor es rescatar ese lenguaje puro confinado en el idioma extranjero para el idioma propio, y liberar el lenguaje preso en la obra al nacer la adaptación» fue Walter Benjamin, y el francés Yves Bonnefoy, no sin menos argumentos que Paz, afirma que «la traducción de poesía es poesía en sí», lo que no le impide responder de forma tajante a la pregunta de si se puede traducir poesía: «Se puede traducir un poema, no. Se encuentran allí demasiadas contradicciones que no se pueden resolver, deben hacerse demasiados desistimientos». Casi en la misma línea, el poeta Robert Frost, decía que poesía es «lo que se pierde en la traducción» y Jakobson, citado más arriba, afirmaba que traducir poesía era imposible. Pero la definición que preferimos, porque se acoge mejora nuestra idea, es esta del poeta francés Paul Valéry: «Traducir es producir con medios diferentes efectos análogos».

     Si damos por buena la tesis de Valéry, nos podemos hacer la siguiente pregunta: ¿están los poetas mejor capacitados para traducir un poema? Las respuestas, como no podía ser de otra forma, no son muy dispares. Paz mismo alberga ciertas dudas que le hacen decir que «pocas veces los poetas son buenos traductores. No lo son porque casi siempre usan el poema ajeno como un punto de partida para escribir su poema» —algo que, por otra parte, hizo él mismo—. Sin embargo, poco rectificó y escribió lo siguiente: «El buen traductor de poesía es un traductor que, además, es un poeta…; o un poeta que además, es un buen traductor». Jordi Doce, uno de nuestros traductores de poesía mejor considerados, defiende la pertinencia de la traducción con estas palabras que tomamos a modo de resumen: «Si aceptamos que la poesía es una forma de energía verbal y que la energía, como nos enseñaron en la escuela, no se crea ni se destruye, solo se transforma, entonces quizá podríamos definir al traductor como aquel que fija o establece las condiciones más propicias para esa transformación».

     Octavio Paz reunió en Versiones y revisiones, un volumen de casi setecientas páginas publicado por Galaxia Gutemberg en el año 2000, la totalidad de sus traducciones, «un trabajo disperso pero continuo» en edición bilingüe. Los intereses de Paz eran tan amplios que abarcan lenguas tan dispares como el inglés o el chino, el portugués o el japonés, el sánscrito o el sueco. No puede extrañar, sin embargo, que sean autores en lengua francesa e inglesa los mas frecuentados; así, en la primera de estas lenguas, Nerval, Cocteau, Apollinaire o Reverdy ocupan la mayoría de las páginas, mientras que en inglés son William Carlos Williams o Charles Tomlinson. No obstante, el poeta al que dedica mayor intención es Fernando Pessoa a través de algunos de sus heterónimos, como Alberto Caeiro, Ricardo Reis o Álvaro Campos. Su pasión por la poesía oriental, tanto de la India, como de la China o el Japón se ve reflejada en multitud de autores, traducidos generalmente a partir de transcripciones fónicas y con la colaboración de especialistas en las distintas lenguas. En palabras de Paz, estas traducciones «Fueron, casi siempre, una diversión o, más exactamente, una recreación. El punto de partida fuero poema en otras lenguas; el de llegada, la tentativa de escribir, con ellos, poemas en la mía».

*Artículo completo a partir del texto que se publicó en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 17 de abril de 2020. La fotografía es del fotógrafo argentino afincado en Cantabria  Pepe Lamarca.