RAFAEL SOLER. LEER DESPUÉS DE QUEMAR. OLÉ LIBROS. COLECCIÓN VUELTA DE TUERCA
La decisión de publicar una antología de la obra poética de Rafael Soler (Valencia, 1947) nos parece sumamente acertada. Soler es autor de cinco libros muy espaciados en el tiempo —el primero, Los sitios interiores, data de 1980— y una antología es, en la práctica, la única manera de poder leerlos (no olvidamos que ha publicado además otras dos antologías, ambas en 2012, pero la peculiar ordenación de esta, la confiere una originalidad muy atrayente). El sentido del humor que impregnan muchos de los poemas que integran este libro se manifiesta ya desde el título del prólogo, «Y luego dirán que esto no es un prólogo», en el que, en cinco puntos, establece las coordenadas que definen esta antología y su propia poética. Soler concibe la poesía como «un legítimo acto de defensa», aunque no quede muy claro de qué tiene el autor que defenderse. El punto tres nos explica, con unas breves pinceladas no exentas de lirismo, las razones que motivaron la escritura de sus libros: «… el autor escribió Los sitios interiores (sonata urgente) (1979, como glosa de un viaje adolescente que no da por concluido; Maneras de volver (2009), como muestra sagrada de cuanto sobrevivió al turbión de veinticinco años de silencio editorial; “Las cartas que debía” (2011) , como ajuste de cuentas con lo grande y menudo; Ácido almíbar (2014), como una incompleta reflexión sobre la falta de respeto que supone que sin permiso nos nazcan, para ser luego sin permiso tramitado y No eres nadie hasta que te disparan (2016), como un aproximación, que quisiera solvente, a una forma distinta de afrontar el poema y sus epifanías “anda, cuéntanos la historia si te atreves”». La cita es larga, pero resume a la perfección lo más sustancial de cada libro.
Lucía Combo es quien se ha encargado de seleccionar los poemas, aunque no sabemos si ha sido también la responsable de su ordenación, una ordenación temática que renuncia a seguir la cronología de publicación y que nos permite comprobar la coherencia interna y la unidad tonal de los poemas de Rafael Soler, de tal forma que resulta muy difícil encontrar grandes diferencias entre poemas escritos con una diferencia temporal de veinticinco años, como sucede, por ejemplo con ese collage emocional que Soler practica en el poema titulado «Hay que ser lo que se es o no ser nada», perteneciente a su primer libro, fechado en 1980 y «Cuaderno de rodaje», de No eres nadie hasta que te disparan, publicado en 2016. ¿Podemos considerar estas similitudes como un demérito, como una renuncia a evolucionar poéticamente? Sinceramente, creo que no, antes al contrario, adquirir una voz personal lleva su tiempo, a veces décadas y varios libros, por eso encontrarla con tanta anticipación no puede ser más que un síntoma de la enorme magnitud poética, literaria —mejor sería decir, puesto que Rafael Soler es también novelista— que atesora Rafael Soler.
Pero volvamos a Leer después de quemar, un título que podemos tomar como paradigma del sistema compositivo de nuestro autor, a quien le gusta jugar con las frases hechas, unas frases que pertenecen a nuestro acervo cultural, para modificar, para incrementar su significado: Sus versos están, desde sus títulos, llenos de estos juegos semánticos: «El viaje es lo que importa», «perder hasta la vida con sus moscas» o «Cuerdo de atar estoy que vivo». El libro está divido en seis secciones, «Basta callar para que todo empiece», una desencantada reflexión sobre la existencia, en la que, sin embargo, pone el destino en manos del propio individuo, sin ningún apoyo externo, como la religión, por ejemplo: «vivir es decidir / y todo error es tu grandeza // pues sólo cuando llegas / das por cumplido lo vivido»; «Perdidos en la misma cama», en la que Rafael Soler demuestra ser un maestro de la sensualidad y de la ironía —muy cercana en su intención, aunque la fórmula sea distinta, a la de Luis Alberto de Cuenca. Veamos un ejemplo: Afila el ceño / ponte si quieres la capucha / finge olvidar estrena una toalla // entra con tu paso de adelfa / en el banquete sin alma de los otros / busca un funcionario átale claudica…»—; «Nadie dijo que esto iba a ser fácil» nos habla de la constancia del paso del tiempo, otro de los temas eternos, como el amor o la conciencia del destino final en el que estamos condenados a desaparecer: «No dejarás en nada huella / ni quedará tu voz entre las ramas…»; «El principio del fin es amarillo», la siguiente sección, continúa con la reflexión precedente sobre el paso del tiempo y sobre la escasa huelas que dejaremos cuando nos hayamos ido. La vida es como una película en la que uno puedes elegir ser el protagonista o un actor de reparto y tanto un papel como otro se viven sin tragedia, asumiendo lo irreparable del tránsito vital, «Quien por todos habla» es, sin duda, la sección más imprecatoria. Se pide a un Dios que se muestra incapaz de ofrecer respuestas un gesto, acaso una disculpa, por hurtar al ser humano un futuro más esperanzado, no sin cierta ironía: «Gracias te doy Señor del Abandono Manifiesto por este lúgubre silencio de las ocho / por el agua del grifo sin lavabo…»; la última sección, «Cuerdo de atar estoy que vivo», las más breve, es una constatación de que somos finitos, o quizá por eso, las espadas siguen en alto porque cada palabra escrita afirma la vida.
Los poemas de Rafael Soler refutan la realidad, lo preconcebido porque, gracias a un lenguaje exuberante y una adjetivación neobarroca, logra presentar una realidad diversa, no uniforme, con perspectivas múltiples que combinan el tiempo pasado con el presente y el futuro en un mismo plano mental (la sombra de Eliot es posible que se perfile en este intento). Por otra parte, Soler parece tener siempre cierta urgencia por dejar en la página la emoción o el recuerdo de manera casi inmediata —lo que me recuerda, en cierto modo, a Neruda, también en el uso de la adjetivación— y cierta propensión a impedir que cualquier retazo de esa experiencia se dilapide en los abismos de la memoria, y esta es, creo, una de las muchas virtudes de este estupendo libro.
* Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, 14/05/2019