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LUIS MIGUEL RABANAL. MATAR EL TIEMPO. EDITORIAL TREA POESÍA, 2018

De Luis Miguel Rabanal podemos decir cualquier cosa menos que mate el tiempo, si entendemos esta frase hecha en su sentido original, que no es otro que el de estar aburrido, estar sin hacer nada (es también el título de una película dirigida por Antonio Hernández en 2015, pero eso ahora resulta anecdótico). Evidentemente, Rabanal no escribe porque le invada el hastío o para mitigar el “dolce far niente” sino por necesidad, una necesidad (Ted Hughes dice —en traducción de Jordi Doce— al respecto que «Muchos escritores escriben abundantemente, pero muy pocos escriben más que una mínima cantidad de artículo genuino») que le impele a escudriñar desde todos los ángulos posibles una realidad hostil, dolorosa y arbitraria. Los últimos años han sido especialmente prolíficos en la trayectoria de Luis Miguel Rabanal. En 2015 publicó “Este cuento se ha acabado. Poesía reunida. 2014-1977”, un volumen de más de 700 páginas; en 2106 el libro de relatos “La verdadera historia de Montserrat C. y otros relatos” y el pasado año “Los poemas de Horacio E. Cluck”. Recién iniciado 2018 nos ofrece este “Matar el tiempo”, un extenso libro de poemas en prosa que cifra en el dolor y el quebranto físico su argumento: «Se hace imprescindible otro cuerpo que responda a la desventura con idioma importante, vas a venir y estarás ocupado, vas a serle fiel y averiguarás sin ceder la calumnia», escribe al comienzo del poema XLVI. No es este un libro amable ni condescendiente. Las difíciles circunstancias vitales del autor quedan de manifiesto en versos crudelísimos, como estos: «Si por lo menos yo fuera yo y no ese muñeco vil que ronda por la casa como energúmeno, con daga y caldero para el vómito […] Con sangre en la comisura de la boca y el valor como si quisiera ser destartalado». Como vemos, aunque la biografía sea la fuente principal que alimenta los poemas, no estamos ante una poesía confesional al uso, porque los elementos irracionales y un grado variable de hermetismo, siempre presentes en la poesía de Luis Miguel Rabanal, se encargan de levantar el vuelo y mostrar desde una perspectiva ennoblecida una cotidianidad que se sabe inhospitalaria. El día a día es una especie de pista americana de entrenamiento. A medida que se suceden las horas se van minando las fuerzas, se va aplacando el deseo de mantenerse activo, de ahí que el autor leonés radicado en Avilés ensaye en la escritura la forma no ya de matar el tiempo, sino de darlo vida imaginado ser quien pudo ser. Muchos son los versos que hablan de esta insatisfacción existencial. Son como una corriente subterránea que recorre todo el libro. Veamos algunos: «Soy el que no ha llegado aún. // Soy el que nadie esperaba que llegase, el que confía en idiota misterio, siquiera el de saberse desahuciado como cualquier huido en el interminable fondo del bosque» (II); «Yo soy otro yo, y si lo deseas escribe en este poema con más delectación que de costumbre» (LVIII); «Si yo fuera otro» (LXXI). El autor esta confabulado contra sí mismo, contra el cuerpo en el que habita, un cuerpo imposibilitado al que debe sumisión, un «cuerpo atado al cuerpo que ya no le sostiene, [un] cuerpo que se rompe en la saturación y en lo absoluto». Solo la rememoración del pasado mitiga, aunque sea de forma temporal, la angustia. La memoria actúa en estos poemas como un bálsamo. No cura heridas, pero tonifica la mente. La visión retrospectiva concede una tregua y la escritura pasa de ser autodestructiva a cultivar cierta resignación, eso sí, no siempre benéfica: «También yo supe un día que el amor se escribe con humedad en el borde deplorable de las ingles y que el amor se aborda con el tiempo lo cercenamos deprisa con manos invisibles de cabrón». “Matar el tiempo” es el libro de un poeta que lucha contra el deterioro y contra la degeneración física. Luis Miguel Rabanal demuestra una lealtad sin fisuras al poder, sino sanador, si aliviador, de la escritura. El esfuerzo por mantenerse a flote, por encontrar en ella un razón para vivir es absolutamente admirable. Al comienzo de estas líneas hablaba de la escritura como necesidad, pero la necesidad muchas veces está reñida con la calidad. No es este el caso. Rabanal ha moldeado a lo largo de su obra una voz inconfundible, con un timo propio que logra mantener un excelente equilibrio entre las pausas estróficas y las métricas. Así crea graduaciones de expectación, aunque estos, generalmente, desemboquen en la desesperanza, porque de lo que se trata, en su caso, es de «verbalizar el caos y conciliar sus arrugas con la viva aspereza del amor haciéndose». En “Matar el tiempo” no hay lugar para la tibieza, es un libro desgarrado y despiadado que uno lee con un nudo en la garganta.

* Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañés, el 20/04/2018

 

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