DEREK WALCOTT Idereck

DEREK WALCOTT. LA LUZ DEL MUNDO. ANTOLOGÍA POÉTICA. TRADUCCIÓN DE MARIANO ANTOLÍN RATO. VALPARAÍSO EDICIONES*

Derek Walcott, galardonado —entre otros premios como el T. S. Eliot o el Eugenio Montale— con el premio Nobel de Literatura en 1992, murió hace ahora aproximadamente un año, cumplidos los 87, en su casa de Santa Lucía, isla en la que había nacido en 1930.

     Resulta casi imposible abarcar la complejidad y la variedad de registros de su obra, una obra que abarca la poesía, pero también el teatro y el ensayo crítico, aunque sus primeros intentos artísticos se vincularan al ejercicio de la pintura (como le ocurrió, por ejemplo, a otro gran poeta, Charles Simic), una práctica que nunca abandonó y que dejó una profunda huella en su poesía, como evidencian la plasticidad de su lenguaje, la frescura y la exuberancia de sus imágenes

     Su primer libro, costeado —al igual que el segundo Epitaph for the Young: XII Cantos (1949)— por él mismo, fue 25 Poemas y data de 1948. Eran notorias las influencias de Shakespeare, Pound o Eliot y pasó sin pena gloria. El pistoletazo real de salida lo marca la publicación de la antología En una noche verde (1962). Con algunos poemas de este recuento comienza el presente volumen, de cuya selección y traducción se ha hecho cargo Antolín Rato, quien resume en una breve introducción sus premisas. La elección de los poemas —escribe— «ha sido hecha guiándome por una lógica de la sensación más que de la racionalidad». Es un criterio tan válido como otro cualquiera, sobre todo si nos enfrentamos a una obra tan vasta y tan llena de matices como la de Walcott. En sus poemas —leemos de nuevo a Antolín Rato— «Abundan […] las imágenes físicas en estado puro. También enigmáticas desarticulaciones, destellos y fogonazos, evocaciones difusas de lo vivido a partir de velos y distancias que se diría quisieran ocultar la visión directa». La poesía de Walcott gira sobre dos ejes principales, la geografía —su conciencia de insularidad caribeña («No te hiciste a ti mismo poeta, entraste en una situación en la que había poesía», escribió, refiriéndose al Caribe)— y la historia, en la que busca un asidero tanto de carácter sentimental como emocional. Ambos ejes se funden gracias al lenguaje, a la versatilidad, la inescrutabilidad y el entusiasmo de la palabra poética.

     La luz del mundo, la antología que ahora comentamos, recoge una pequeña muestra de algunos de sus más de quince libros de poesía publicados: En una noche verde (1962), El náufrago y otros poemas (1965), El golfo y otros poemas (1969), Otra vida (1973), Uvas de playa (1976), El reino del caimito (1979), El viajero afortunado (1981), Pleno verano (1984), El testamento de Arkansas (1987), Omeros (1990), La recompensa (1997), El galgo de Tiépolo (2000) y El hijo pródigo (2004), quedan, por tanto, excluidos de esta selección sus dos últimos libros, White Egrets (2014) y Morning, Paramin (2016). Como hemos advertido, el carácter épico de su poesía, su luminosidad, su plasticidad (Martín López-Vega escribe sobre esta característica diciendo que «es su fraseo, inconteniblemente épico, que transforma cualquier experiencia, por banal que sea, en un arrebato de intensidad que envuelve al lector, atrapado en una poesía que apela a los cinco sentidos»…) son inconfundibles. El Caribe fue determinante en todas las épocas de su vida y en su obra trató siempre de conciliar su pequeño mundo, vivido con intensidad desde la infancia, con el porvenir intelectual que le ofrecían otras tradiciones a las que siempre se sintió tan cercano pues las estudió desde niño. Quizá sea en Omeros donde con mayor intensidad se exhibe ese deseo de imbricar el nuevo mundo con las viejas culturas occidentales. El asedio de Troya se convierte en una metáfora que sirve al poeta para indagar sobre sus raíces africanas. Su Homero no es un vate ciego, sino un pescador caribeño, mitad hechicero, mitad poeta: «Canté nuestro anchuroso país, el mar Caribe», escribe. Los personajes de la Ilíada se transforman en pescadores y la acción transcurre no en la península de Anatolia sino en la isla de Santa Lucía. Derek Walcott poesía una visión adánica del poeta, al que consideraba una especie de intermediario entre la convicción mitológica del pasado y la civilización. Además, intentó siempre de dar voz a la gente que había sido ignorada y explotada por la cultura dominante y lo hizo, sin embargo, con el lenguaje heredado de los colonizadores, acaso porque «Hay el mismo arrebato elevado / en los ocasos retóricos de Sicilia que sobre Martinica, / y un horizonte idéntico subraya su luminosa ausencia». “La luz del mundo” ofrece una excelente oportunidad de acercarse a uno de los poetas que con mayor empeño ha confiado en las posibilidades del lenguaje como herramienta para explorar los confines de la identidad, para conocer los mecanismos del poder, para hacer al individuo protagonista de su propia historia.

Reseña publicada el 29/ 03/2018 en Sotileza, suplemento cultural de El Diario Montañés

 

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