JOSÉ LUIS GÓMEZ TORÉ. HOTEL EUROPA. SILTOLÁ POESÍA. ISLA DE SILTOLA, 2017
«La historia / es una sucesión de hechos consumados, / de crímenes perfectos». No es preciso remontarse muy atrás en el tiempo para constatar estas palabras. Lo comprobamos en el presente, con las tragedias que acontecen diariamente y que ensancharán, en el mejor de los casos, el vientre de la historia (en muchas ocasiones, ni siquiera eso, serán pasto del olvido). José Luis Gómez Toré (Madrid, 1973) prefiere no referirse a ningún hecho en concreto acaso con la intención de amplificar su voz, tal vez con el propósito de que sus reproches no se circunscriban a una habitación determinada, sino que se difundan por todo el hotel, por el Hotel Europa, un hotel que simboliza —o que debiera simbolizar— amparo y refugio para quienes traspasan fronteras casi impermeables, para quienes huyen de la violencia, de la miseria, de la no vida. Sin embargo, esa anhelada seguridad que los poemas de Hotel Europa reclaman, está construida solo con palabras, y las palabras, como el propio peta escribe «… levantan / un hospital precario, /un refugio irrisorio / que dobla la intemperie», acaso porque el lenguaje es solo «un estado de excepción». En cualquier caso, la existencia es un estado de excepción casi permanente, sobre todo para aquellos que sufren las consecuencias de la guerra, para los exiliados, para los perseguidos, para los mutilados de cuerpo y espíritu. Gómez Toré parece ponerse en la piel de todos ellos, pero tal vez por que no es capaz de soportar, igual que nos ocurre a cada uno de nosotros, tanta dosis de realidad, al final ha de convenir que «la cerveza bien fría lava nuestros pecados, la culpa del retorno». La crítica al estado de las cosas no obvia —con rigor, no podría hacerlo— una crítica personal, edulcorada con unos gramos de humor. Una crítica al status quo que no se exterioriza con un tono apocalíptico ni adquiere tintes proféticos. El texto funciona aquí, por alusión, más que por confirmación. El maniqueísmo de la poesía social más plana no tiene cabida en estos poemas. Su intención puede ser similar, incluso puede arrogarse el deseo de alcanzar unas metas más elevadas, más allá de la denuncia momentánea, unas metas que buscan indagar en las causas originarias, y para ello, analiza el propio lenguaje con el que está formuladas tales indagaciones, el lenguaje heredado, el lenguaje del poder que nos maniata: «La poesía crítica —escribe Gómez Toré en un ensayo titulado «Decadencias: crítica del presente y crítica del lenguaje»— puede ser una poesía abiertamente de denuncia, permeable a los acontecimientos históricos del momento, pero también puede ejercerse la disidencia desde una crítica al propio funcionamiento del lenguaje como arma de guerra o instrumento de consenso social». Esta reflexión, suscitada por la obra de García Casado, no disuena en absoluto a la hora de apreciar la poesía de Gómez Toré, basta para evidenciarlo el poema «De la poesía como discurso republicano (zona Wi-fi)», de que extraemos el siguiente fragmento: «El exceso de porvenir enferma. También la falta de ejercicio, los alimentos grasos, la escasez de futuro. Lo confieso: odio la transparencia. Sin embargo, es preciso decir manzana o labio. Tantas cartas de despido o de amor, órdenes redactadas en la lengua de todos, que no existe».
Hotel Europa está dividido en tres partes, «Historia Universal», de la que hemos venido hablando hasta ahora, «El teatro anatómico del doctor Cirlot», la parte central, subtitulada un «Interludio grotesco» que se desarrolla a través de un diálogo entre una mujer en el andén, trasunto de Europa, y el doctor Cirlot, dispuesto para efectuar una autopsia a un cadáver simbólico, la Europa que fue, en busca de las causas de tan trágica extinción. Es un diálogo preñado de referencias culturales, de alusiones, de sobreentendidos, no siempre fáciles de comprender, que crean una especie de red de significados de la que resulta imposible zafarse.
«Hotel Europa» es también el título de la última sección del libro, y del último poema del libro. El mundo y sus habitantes parecen estar en un estado de somnolencia permanente, un estado que lleva aparejado un desconocimiento —deliberado, voluntario— de la realidad, lo cual les permite convivir con el horror sin mayores problemas de conciencia. Las ventanas del hotel ofrecen una vista panorámica de ese horror, pero aséptica. Desde ellas se escucha «el chocar violento de las copas, cómo parten los trenes cargados de consignas».
Cernuda y Antonio Machado, dos vidas y dos poéticas diferentes, aunque con algunos rasgos comunes, como son la visión desencantada sobre la naturaleza del ser humano y el escepticismo ideológico, sirven de referente para reflexionar sobre la sociedad actual, evidentemente más evolucionada en el aspecto técnico, pero incluso en claro retroceso en cuestiones éticas, algo de lo que perece hacerse eco este párrafo dedicado a Cernuda: «Descansa en paz ahora en lo imposible. Quizá ya no esperes más a un poeta futuro, que al fin eras tú mismo, sino esta lengua por venir». El desarraigo es visto como una fuerza del destino imposible de rebatir. José Luis Gómez Toré —autor de otros títulos poéticos importantes como Fragmento de un cantar de gesta (2007) o Un corte que no sangra (2015)— pide, a través de sus poemas, generosidad y misericordia con el que carece de todo; hospitalidad con el prófugo, con el apátrida, con el desplazado; humanidad con el prójimo, con nuestro semejante y lo hace no con un lenguaje directo y carente ya, por la perversión lingüística a la que está sometido, de fuerza semántica, agotado en su propio discurso, sino con un lenguaje que lucha consigo mismo, que trata de amoldarse a ese yo en conflicto que lucha por desvincularse de sí mismo para llegar al otro, a pesar de la incomprensión que tal propósito pueda suscitar, pero esa es su apuesta y, como sabemos, en toda apuesta hay un elevado porcentaje de riesgo.
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